El gran Cóucoma

22.04.2021 13:50

A las diez, tendrían que salir los escolares de sus clases. No habría un día más especial. La celebración del Gran Cóucoma no podía dejar a nadie indiferente. Niños y mayores, alumnos y profesores… Todo el mundo saldría a la hora en punto con el corazón encogido. Con reverencia, con miedo… Sabiendo que tal vez ese sería el último día para alguno de los pequeños miembros de la comunidad escolar.

Sonó el timbre y, cogidos de la mano, los de su curso avanzaron hacia el fondo del extenso terreno de recreo, donde se manifestaban, majestuosos, los enormes pinares. Caminaron silenciosos y al llegar se encontraron con los cursos inferiores, que ya esperaban. También ellos permanecían expectantes en silencio absoluto.

“¡Ángela!, pasa al centro”. Escuchó vociferar, de repente, a la Coordinadora General. Era su nombre, no cabía duda, ninguna otra niña tenía el mismo nombre que ella. Sólo había una “Ángela”.

Entonces, diminuta y débil, Ángela avanzó hacia el centro del gran círculo que entre todos conformaban. Y mientras lo hacía tomó conciencia de que ya habían llegado el resto de los compañeros de los cursos superiores. Ya no faltaba nadie. En breve todo empezaría.

Cada paso hacia el centro se le hacía eterno. A punto de llegar, osó pararse por un instante y buscó con el rabillo del ojo a su amigo Marcos, él le daría confianza.  En cuanto lo localizó prosiguió lentamente su camino.

De alguna forma, lo había presentido. Sabía que este año le tocaría a ella elevar las oraciones del Gran Cóucoma y brindarle su sacrificio. Sonaron al fin las tres campanadas y Ángela, conforme al rito tan repetidamente ensayado en clase, levantó su bocadillo de mortadela mientras pronunciaba la frase ancestral: “Come o come, pero durante un año, te rogamos no comas más” y, en ese mismo instante, sin hacerse esperar, se abrió paso entre las nubes el Gran Cóucoma en todo su esplendor.

Cuando la inmensa gaviota se posó en tierra, un susurro de admiración sobrevoló todas las cabezas. Impresionaba la pequeñez de Ángela entre las dos garras del ave. La niña respiró profundamente, se armó de valor y posó entonces la merienda al otro lado de la raya. No quería decepcionar y controló bien su ánimo y sus gestos. Especialmente deseaba que sus padres, cuya mirada intuía desde la otra parte de las alambradas, se sintieran orgullosos. A continuación, se sentó a esperar con la mirada en el suelo y una sola pregunta en su corazón: ¿la elegiría a ella o al bocadillo de mortadela?

El Gran Cóucoma no decidió en seguida, sabía que la niña se había mantenido esmirriada para estar poco apetecible si la ocasión llegaba. Había observado en las últimas celebraciones que todos los niños hacían lo mismo y empezaba ya a hartarse de tanta falta de respeto. Al fin, la madre de todas las gaviotas pareció decidirse, pero, tras un pequeño movimiento, su pico se paralizó, equidistante entre la niña y la mortadela; mientras, pensativa, valoró que, si un año más elegía mortadela, los niños seguirían comiendo poco y el próximo curso se enfrentaría con la misma historia. Sin embargo, no estaba dispuesta a comerse aquel amasijo de pequeños huesos tan poco apetecibles, llamado Ángela.

A medida que reflexionaba, el enfado del Gran Cóucoma se acrecentaba y todos comprendieron que la ira se estaba adueñando del ave supremo. Entonces un graznido estridente recorrió la isla entera. Correteó excitada dando vueltas en torno al grupo y alzó el vuelo desapareciendo de nuevo entre las nubes. Quedaba claro que ya había resuelto: este año no habría ni niño esmirriado, ni mortadela sustituta…

La comunidad escolar se relajó por unos instantes, pero sabían que la celebración del Gran Cóucoma no podía acabar así, por ello en seguida se reavivó la excitación colectiva… Percibían que algo grave y decisivo estaba a punto de suceder.

Mientras, la gran ave en sus alturas se tomo el tiempo necesario, que no fue mucho, para acabar de bordar la decisión.  Entonces reapareció arrogante y en décimas de segundo, tras picado y veloz vuelo, dirigió la punta del pico hacía la Sra. Coordinadora general; jugosa, madura y entrada en carnes. La asió con sus enormes garras y la levantó en vuelo. Nadie daba crédito a lo que veía, el Gran Cóucoma había roto el rito ancestral. Ya nunca podría volver. Adiós celebración anual.

Inmediatamente los profesores recogieron a los niños y solicitaron la ayuda de los servicios de rescate marítimo. Sabían que la Sra. Coordinadora general era una presa demasiado pesada, incluso para Cóucoma, y que, en algún momento de su vuelo hacia el Noroeste, sobre el mar, se habría visto obligada a soltar a la señora Coordinadora.

Desde entonces, en todos los patios de la isla, los escolares dejan, tras el recreo, algún resto de merienda a las gaviotas de turno. Pues las comunidades escolares valoraron, tras participativos razonamientos, que sería mejor que el espíritu gaviotil permaneciese tranquilo, al objeto de no favorecer segundas ediciones…

 

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Miguel Cabeza