Entre los recuerdos de Isabel

13.01.2021 13:45

 

 

“El mundo es siempre sólo para una persona”.

–Conversando con Alejo y Carlota-

 

 

-I-

 

Aún medio dormido, abrí mecánicamente los enormes ventanales. La radiante luz de un fresco y limpio día azul inundó de golpe la gran habitación, al tiempo en que mi deslumbrada mirada se elevaba risueña entre las palomas del valle ¡Qué bello lugar! ¿Lograría compartirlo algún día? ¡Ojalá! Suspiró mi corazón... “En fin... Aquí pondré el estudio-estar; éste será un buen sitio para proyectar las energías creativas que todavía me quedan”. Realmente era un espacio hermoso. Más aún con ese tiempo perfecto. Sin duda ya necesitaba un día como aquél... Aunque una flor no hiciese primavera. Sí, el invierno había mostrado su expresión más dura y, desde luego, no parecía agotado. De hecho, se anunciaba para mañana una nueva ola de frío polar... Y yo todavía no había tenido tiempo ni de recoger leña, ni de desembalar radiadores...

 

Pero, desgraciadamente, durante los últimos meses no sólo me había golpeado la dureza del clima. No. La decisión del cambio de casa, aunque profundamente reflexionada, me había consolidado la sensación de desorganización global, de no tener raíz, de “vivir al pairo” y, ahora, cuando al fin se materializaba la mudanza, se me reavivaban y multiplicaban todos los miedos de la vida en soledad que ya creía haber dejado atrás.

 

Me entretuve un poco más, familiarizándome con las terrosas casitas que se diluían en la distancia. Total, hoy no tenía prisa...Todo el día para mí. Aunque no podría olvidarme de que a las ocho de la tarde llegarían Mariadelos y sus primos… Y, antes, al menos tendría que haber limpiado los cacharros que se apilaban en la cocina, improvisar un pequeño ambiente en la salita de abajo y preparar una cena más que digna.

 

No tenía claro que mi relación con Mariadelos tuviera mucho futuro, aunque ya se materializaba un cierto ritmo en los encuentros y la verdad era que, aunque por prudencia y tras tantos descalabros no quisiera aceptarlo, el magnetismo mutuo se acrecentaba por días.

 

En todo caso no querría volver a sufrir una mirada de castigo como la de la última vez que la invité, cuando al llegar a casa, incapaz ella de soportar las deudas con el fregadero y el orden global, inmediatamente se puso como una loca a limpiar los platos y a barrer y a ordenar. Todo reproche ella, sí señor. Este pensamiento, me arrancó de la ventana y me hizo bajar a la cocina. Sí, sería mejor no dejar todo para después.

 

Lo primero fue buscar la escoba. No resultó fácil encontrarla, pero al fin apareció en el oscuro patio de atrás en el que se apilaban, junto a la polvorienta barbacoa, montones de baldosas viejas, latas de Dios sabe qué, botellas vacías y dos bombonas de butano. A la izquierda, flanqueada por una pared de piedra viva, se abría paso una escalerita que en dura pendiente te llevaba directo hacia la cima de la montaña. Realmente, si te parabas a pensarlo, daba un poco de miedo; cualquier desprendimiento por ahí arriba dejaría enterrados a los habitantes de la casa. Pero si en trescientos años no  había pasado nada... En fin, más valía no pensar en eso.

Lo segundo, tras una rápida barridita superficial de las partes de la casa más sensibles al espectador, fue localizar los informes pendientes sobre mis dos últimas experiencias de “intromisión”. No quería tenerlos descontrolados. Todavía no era urgente redactar el informe definitivo, pero ya empezaba a percibir nervios entre los responsables de la SCI (Societat catalana d'introfarmàcia), empresa para la que trabajaba desde hacía dos años como “explorador interventivo”. Entendía su inquietud, sabían que yo era un tipo indisciplinado e intuían que en cualquier momento podría decirles adiós. Así que siempre estaban intentando, por si las moscas, no perderse la última de mis noticias.

 

Yo no tenía, sin embargo, por entonces intención de dejarlos. Asumía riesgos enormes, sin duda. Como los podría asumir un buzo especialista, al reparar plataformas petrolíferas; o como un astronauta, al sanear paneles en el espacio exterior. Pero, como éstos, percibía unos ingresos que me deslumbraban. Jamás en mi juventud hubiese pensado que una persona pudiese cobrar tanto por su trabajo. Trabajo que además me permitía, a diferencia de buzos o astronautas, vivir donde yo quería, como yo quería y planificar a mi ritmo.

A veces me preguntaba, por qué valoraban tanto mi labor como “explorador interventivo de intromisión”. Y siempre llegaba a la misma conclusión: aunque yo no tuviese una cualificación técnica idónea les estaba sorprendiendo con improvisaciones prácticas en la resolución de imprevistos. No me ensoberbiaba por ello, aunque era consciente de que no tenían más perfiles como el mío. Además, yo jamás les había puesto un solo pero y había aceptado los encargos más inverosímiles; los que ningún otro encaraba.

 

Claro que tenía miedo a la muerte; mi trabajo como explorador interventivo estaba plagado de riesgos. Mediante la avanzada tecnología de la SCI podía y debía convertirme en mi propio avatar y, como tal, introducirme en los circuitos memorísticos de los pacientes para poder localizar disfunciones orgánicas o sicológicas en su interior. No era difícil que en semejantes misiones, cualquier pequeño error desembocara en un desastre como el de extraviarse entre los recuerdos del paciente o ser distorsionado o volatilizado por un borrador de recuerdos de alguna compañía de la competencia. Las intromisiones malévolas, criminales incluso, estaban a la orden del día y yo ya había perdido a dos compañeros durante el último año. No. Mi trabajo no era coser y cantar. No obstante, estaba claro que algo del jugador temerario que había sido de joven permanecía en la superficie y, por fortuna hasta ahora, todos los encargos que se me habían encomendado me habían resultado gratificantes a pesar de los diferentes riesgos que había tenido que afrontar.

 

Y es que realmente era maravilloso conseguir, gracias a la tecnología Introback de la SCI, el poder visitar un evento clave de la vida de un individuo. Situarte allí en el interior de su memoria física, localizar las zonas dañadas, analizar su problemática objetiva y subjetiva comprobando la adecuación del diagnóstico a los informes previamente facilitados por la SCI, para inmediatamente, como quien recompone y limpia una antigua reliquia, con delicadeza extrema, poner manos a la obra y contemplar el progresivo logro de un resultado sanador. El feliz objetivo cumplido de suprimirle o modificarle a alguien un recuerdo dañino; permitiendo a su conciencia transitar, a raíz de mi intervención, con plena luz por ese lugar. Sinceramente impagable el poder ser tú quien es capaz de hacer cosas semejantes por los otros...

Con el Introback, la experimentación de intromisión estaba dando un salto cualitativo espectacular. En todas las cocinas de la ciencia no se hablaba de otra cosa. Y el procedimiento resultaba realmente sencillo: ingerir las cápsulas avatáricas, veinticuatro horas antes de la toma de contacto; enlazar seguidamente el dispositivo de conexión medular con el paciente y, finalmente, sentarse a esperar durante tres o cuatro minutos la finalización del proceso de descarga, como si de cualquier bajada de datos mediante Internet se tratara. Luego, una vez establecida y comprobada la eficacia del puente de enlace, te retirabas a tu casa o donde creyeras oportuno y allí te conectabas al centro de recursos de la SCI, desde donde te tutelaban el “proceso de intromisión”.

 

Y, ya localizados y puestos a buen seguro mis informes, lo tercero que hice aquella mañana celeste fue sacudirme la pereza y bajar al mercado. Estaba dispuesto a deslumbrar a Mariadelos y sus primos con una soberbia lubina a la plancha. El vino blanco sería gaditano.

 

 

 

-II-

 

Cuando  Mariadelos y sus primos llegaron, yo ya me encontraba en estado de revista. Me había dado tiempo de ducharme tras una reconfortante siesta y también de disponer de un ratito de tiempo para ambientar la casa: esta velita por aquí, este cuadro por allá…

 

Mariadelos estaba preciosa, se la veía satisfecha, sus ojazos verdes irradiaban satisfacción a la luz de las velas... ¡Y la escuché presentarme con orgullo a sus primos recién llegados de vacaciones!: “Aquí mi extraño nuevo amor”. “¡Qué lanzada va! -pensé-. Seguro que ya lleva un par de copitas”.  Sería ese pensamiento el que me llevó a ofrecerles unas cervezas e ir a buscar el aperitivo que les tenía preparado. Fue justo en ese momento en el que, desde la cocina, escuché a Mariadelos vocearme: “... ¡Alguien llama a la puerta!”. Volví a la sala, dejé la bandeja sobre la mesita y al cruzar nuestras miradas ella me preguntó con la suya quién podría ser. Le contesté con un gesto silencioso “ni idea” y me fui a abrir.

 

¿Quién podría ser? A casi nadie le había avisado todavía de mi nuevo domicilio.

-¡Toni! ¡Qué sorpresa! Estás enorme... ¡Cómo has cambiado! -exclamé con sinceridad a la vez que le daba un abrazo y le invitaba a pasar-.

-Hola Miguel –me respondió el muchacho bosquejando una sonrisa que noté dolorida.

-¿Es que vives por aquí y te has enterado de mi llegada? -le pregunté.

-No, Miguel. He tenido que mover cielo y tierra para conseguir tu nueva dirección.

-¿Entonces...? Pero... Por cierto... Antes que nada: ¿Cómo está tu madre? Ya hace mucho tiempo que no sé de ella.

-De ella se trata... -Me contestó con voz apenada.

-¿Qué le pasa? Dime. Me preocupas.

-Tenemos que hablar con tranquilidad.

-Ahora no puedo, Toni. Tengo invitados...

-Miguel. Es importante – Insistió.

-¿Qué tal mañana a las doce? Aquí mismo. Estaremos tranquilos… Pero bueno, adelántame el tema, por favor. ¿Qué le pasa a tu madre?

-Ha caído en una “red de recuerdos”. Creo que las llaman así. Me refiero a las organizaciones clandestinas que trafican con aquellos que intentan volver al pasado.

-Sí, ese es uno de los nombres que les dan: “redes de recuerdos” -le confirmé-. ¿Quieres decir que ha tomado “auto-retornos” ilegalmente? ¿No sabe que podría acabar en la cárcel en el caso hipotético de que pudiese volver de semejante viaje?

-Sí. Seguro que lo sabe. Mañana te cuento.

-De acuerdo. Venga, dame otro abrazo. Tranquilo.

 

Volví con Mariadelos y sus primos tras despedirme del muchacho. Sin embargo, su inesperada visita había conseguido inquietarme. Siempre había apreciado y admirado a su madre... Y a veces también deseado. En una ocasión, incluso llegó a entreabrirse una puerta entre Isabel y yo… Pero la vida prefirió soplar prontamente sobre el mandala juvenil que empezábamos a dibujar.

 

 

 

-III-

 

A la mañana siguiente, cuando sonó el timbre, yo apenas llevaba quince minutos despierto y trataba de espabilarme a la carrera. Para ello, me acababa de enchufar un café doble tras una rápida ducha de agua fría. Habíamos estado charlando y bebiendo hasta altas horas de la madrugada y me sentía resacoso y pesado.

A Toni le pareció bien mi invitación a mantener la conversación prevista mientras realizábamos un breve paseo por los suaves recorridos de montaña que, prácticamente, se podían iniciar desde la propia puerta de mi nueva casa.

Con los primeros pasos inicié la conversación. El día se movía cálido pero las moscas, pegajosas, prometían lluvia. Me pregunté quién adivinaría: el hombre del tiempo o las moscas. El frío o la lluvia. O tal vez adivinarían los dos y tendríamos frío y lluvia...

 

-¿Sabes que últimamente está muy perseguido el consumo de auto-retornos? Tu madre se la juega…

 -Miguel. Mi madre no está jugando. Ese es el problema. Mi madre ya no quiere vivir este presente. Esta realidad. Por eso los ha tomado. Y no lo ha hecho con ánimo de volver… Ella quiere quedarse.

-¡Qué dices!

-Lo que oyes. Me dejó una breve carta. No sabía que fuese tan infeliz. Me pide perdón, me da unas cuantas orientaciones sobre el patrimonio familiar y me dice que su única posibilidad de vivir es volver al pasado.

-¡Dios…!

-Pero yo no puedo aceptarlo. Necesito que le des motivos para volver.

-¿Qué le dé motivos para volver? ¿Pero en qué estás pensando?

-Sé que os unía una buena amistad…

-Un momento – le interrumpí-. Antes de que sigas. ¿Tú sabes las implicaciones que tiene haber consumido “auto-retornos”? Si ella decidiera volver le podría esperar la cárcel, como ya te comenté ayer. Y si optase por quedarse, calculo que en cosa de un mes llegará la orden de desconexión general… El gobierno ha conseguido convencer al Congreso sobre la necesidad de no tolerar conexiones indefinidas. Resulta que ya son multitud las personas que están consumiendo con ánimo de no volver. Cada día más. Así que ya es insoportable para las arcas del Estado… Es Lógico que actúen así. Proceder a la desconexión es un recurso drástico e inhumano, pero la sangría económica en las arcas públicas es socialmente suicida... No hay estado que pueda soportar esa carga masiva sobre los recursos públicos. Los poderes públicos deben actuar... Mantener tantos miles de cuerpos en coma autoinducido y sin fecha de caducidad significaría tener que disponer de un presupuesto inasumible y creciente.

Y, por supuesto, el problema no es solo nuestro; es mundial. De hecho, sé de buena fuente que detrás de la iniciativa para la desconexión se esconden decisiones secretas provenientes del mismo Consejo de Seguridad de la ONU. Significa que ya debe de existir un plan para la gran desconexión planetaria.

-Había oído algo sobre eso. Bueno…rumores.  Circulan muchos rumores. Ese es mi drama. Se dice que queda menos de un mes. Y entiendo que los gobiernos actúen...

-¡¿Y qué pretendes que haga yo?!

-Búscala, convéncela. Devuélvemela, por favor. Tú sabes cómo hacer este tipo de cosas. Todo el mundo sabe que eres uno de los especialistas más prestigiosos.

-A ver Toni, entendámonos. Yo soy un colaborador clínico. Yo actúo legalmente. Me estás pidiendo no sólo que me arriesgue físicamente, sino que me convierta en un fuera de la ley… Y, además, yo no sé en qué recuerdos se ha perdido tu madre. Tendría que saber exactamente dónde ha decidido anclarse.

-No lo sé, Miguel. No lo sé. La única pista que se me ocurre sobre eso es que en la carta también me dice que no me preocupe más de la cuenta y que no hará nada que pueda perjudicar mi nacimiento… Como si el que ella desaparezca no sea suficiente motivo de preocupación. Es absurdo…

-Es una pista importante. Tú naciste en el año ochenta, si no calculo mal. Supongo que tu madre habrá querido volver a una época feliz o atractiva para ella, con posterioridad a esa fecha… De todas formas, te diré que esa creencia de tu madre es errónea. Ella no puede cambiar lo sucedido hasta hoy. Lo que sí puede, es construirse una especie de futuro paralelo dentro de sus recuerdos del pasado. De hecho, su cuerpo está aquí. Si no me equivoco, ahora yace en algún depósito público de retornados…

-Entonces… ¿Me vas a ayudar?

-Voy a tener que pensar mucho y rápido, Toni. Mañana te contestaré…

 -Por favor, Miguel… Sé que eres la única persona que ahora puede ayudarla…

-Toni, mañana te contestaré –le repetí en tono imperativo-. Necesito pensar.

Regresamos los dos cabizbajos. Sabía que el muchacho lloraba en silencio. Al llegar a casa contemplé alejarse el Ford rojo de Mariadelos. “Ya está- pensé. Se ha despertado, no me ha encontrado y ahora se marcha cabreada… ¡Qué nervio de mujer!”.

 

 

 

-IV-

 

El anochecer me pilló en la cocina devorando compulsivamente los restos de la cena de la noche anterior. Había algo en esa parte de la casa que me producía rechazo. Como si esas paredes se hubiesen impregnado de sufrimientos. Con el tiempo me enteraría de que, efectivamente fue así y de cómo esas paredes habían guardado los últimos días del anterior propietario. Cómo se habían convertido en las únicas testigos de su suicidio. Pero yo, por fortuna, todavía no conocía esa historia. Ahora sólo sentía la extraña presión del ambiente interno tan distinto del que había gozado en el despertar del día anterior. La verdad es que me sentía inquieto. Inquieto y solo. Sí; de nuevo la soledad.

 

Pero más allá de todo, debía pensar. Mañana tendría que comunicarle mi decisión a Toni. Si A o si B. Me dije que tenía que hacer un esfuerzo y sobreponerme. Debía recapacitar con claridad. Era mucho lo que estaba en juego.

 

Abrí una botella de mi ron favorito, me puse una copa generosa con un par de cubitos, busqué mi libreta de notas y me dispuse a garabatear los folios en blanco necesarios para provocar una buena toma de decisión. Sin embargo, tuvieron que llegar una tercera y una cuarta copas antes de que consiguiese liberarme del miedo y la angustia que me acechaban y pudiese centrarme enteramente en la madre de Toni: Isabel.

 

Había conocido a Isabel Company siendo muy joven. Jovencísimo. Rondaríamos los catorce años. Durante algunos años compartimos pandilla y algunas miradas sutiles, pero intensas; seguramente tan indescifrables para ella como para mi.

 

Algunos años más tarde la volví a encontrar. Había conseguido convencer a mis padres para que me dejasen matricular en un centro laico. ¡Qué alivio! Corría el año setenta y dos, quedaban todavía tres años para la muerte del Generalísimo, y ya, al final de la dictadura, la llegada de un mundo nuevo se evidenciaba. Mi nuevo centro, por ejemplo, era mixto... ¡Lo nunca visto! Alumnos y alumnas compartiendo aulas... Y allí estaba ella...

 

Nos mantuvimos lejanos, cordialmente lejanos. Yo era consciente de mi creciente interés, pero la sentía inaccesible y enamorada de aquel joven estudiante de farmacia... Juntos, sobre la Bultaco de él, formaban una pareja envidiable.

 

Y el año pasó.

 

Nuestro nuevo encuentro se produjo dos años más tarde, los dos ya universitarios en Barcelona. La recuerdo acompañada de la hermana de su novio, mirando la calle a través de los grandes ventanales del hall  de la cuarta planta de mi residencia de estudiantes. En esa planta estaba mi habitación, la 428. No sé qué harían allí. Me imagino que esperarían a algún amigo. No sé.

 

Lo que sí sé es que un día, pasados ya unos meses desde el breve saludo del hall, me veo caminando por la Diagonal abajo, a la altura del cruce con Capitán Arenas; voy de camino hacia su casa con una botella de tinto transportada como un tesoro. Al menos eso era para mí, un tesoro que me dejaría casi sin recursos para el resto del mes. Para mi gran sorpresa, me había llamado por teléfono el día anterior para invitarme a comer.

 

El vino resultaría magnífico: denso el color, el sabor... poderosos sus efectos. Y ella… Espléndida. Próxima y alegre. Me fascinan los soles esmeralda que me contemplan. Me excitan las transformaciones ondulares de su cabello; un suave movimiento convierte la calma en oleaje. Por unos instantes imagino que mis brazos la atraen contra mi pecho… Pero me quedo a un punto del atrevimiento.

 

Tras la comida, tomamos el café en la salita. Entonces me sorprende mostrándome, en plan confidencial, el libro con sus desnudos artísticos; el trabajo fotográfico que un amigo suyo le ha realizado en una sesión reciente. Parece tener mucho interés en que yo lo vea y lo admire. Pero yo no entiendo el atrevimiento y resulto un joven algo pacato. No estoy acostumbrado a este tipo de cosas y percibo el paréntesis de aquellas fotografías como un obstáculo en la ruta, a la vez que experimento el sabor de los celos hacia el amigo que se las ha hecho. Insiste un poco más, pero, por fin, cierra el álbum y lo deja sobre la cercana mesita que ayuda a dar sentido al único sofá de la sala. Nuestras respiraciones se encuentran y vuelvo al intento. Sentados sobre la alfombra, muy juntos, no hay más preámbulos. Ahora me doy cuenta de que la mano que juguetea sobre su nuca y acaricia sus cabellos ya no es mental. El puente se abre y un tráfico pesado de besos tranquilos y densos inicia su rodadura en doble sentido. Apenas unos segundos de limbo y ella me invita dulcemente a seguir sus pasos hacia el su dormitorio.

 

Tengo que irme pronto. Isabel me previene de que comparte piso con la hermana de su novio y ésta no tardará en llegar. El peligro anunciado no nos deja entonces ir a más. Unos cuantos frotamientos inquietos y eyacular sobre los pantalones dejándome una de aquellas manchas indecorosas que te obligaban a ponerte la camisa por fuera... Me empuja a la cálida despedida e inicio tras ella una radiante caminata de vuelta a la residencia. Imantado de deseo, me siento feliz y ando despacito gozando con la memoria extendida que me devuelven las palmas de mis manos. Especialmente la memoria de esos hermosos pechos fotográficos, un punto menos firmes al tacto que a la vista.

 

Pronto nos volvimos a ver, cerveza y calamares en la plaza Real, una frívola conversación sobre como les pondríamos cuernos a nuestras parejas en el futuro para que lo nuestro pudiera seguir teniendo su propio espacio. Luego, un paseo Ramblas arriba, salpicado de portales oscuros y abrazos apasionados... Y la traca final en el centro puro de la plaza de Catalunya. Nos comprometemos en ese punto: “Siempre que pasemos por este lugar recordaremos este momento y lo que ahora sentimos...”. Y así fue, al menos hasta donde puedo certificar por mi parte. No importarían los años que pasaran. Siempre que volviera a Barcelona, al situarme en el corazón de la plaza de Catalunya, el mío volvería  a inflamarse de melancólica nostalgia.

 

Nuestra relación no fue más allá. Pasadas unas semanas sin saber de ella, me llama y me invita a una fiesta. Es en la casa de una amiga, en uno de aquellos pueblos que separan la distancia de Barcelona con la Universidad de Bellaterra. Tal vez en las afueras de San Cugat o Valldoreix... No recuerdo bien. En la fiesta está la hermana de su novio. Yo bebo y bebo queriendo ayudarme a saltar la muralla que la guarda e, imprudente por momentos, me voy significando abiertamente. Ella está en tensión, la estoy poniendo en tensión. Quiere que me controle delante de su cuñada y sus amigas y me lo susurra. Dolido, acabo profundamente dormido, en el suelo, con la cabeza sobre un cojín, detrás del  gran bafle de la izquierda.

 

Me despierto en la madrugada. Alguien me ha ayudado a ponerme sobre una camita supletoria y me ha tapado con una manta ligera. Todo me da vueltas. Me siento frustrado y avergonzado a la vez y todavía medio borracho salgo del chalet. No quiero hacer ruido y lo hago por la ventana de la habitación. Me oriento como puedo entre vides y brumas  y consigo llegar a la estación... Ahí se acaba mi historia con Isabel. Creí que pronto me llamaría y lo arreglaríamos, pero no sucedió. Orgulloso, tampoco yo nunca la volví a llamar.

 

Días más tarde escribí un triste  poema que seguramente todavía conservo en alguna carpeta antigua. Unos cuantos versos afectados por aquella relación que se disolvió como terroncitos de azúcar en la nada. Intento evocarlo ahora pero no alcanzo... Tan sólo me acuden los ecos lejanos de algunas palabras sueltas: perdidos, abetos, tristeza...

 

Con todo, a esas edades, todo el mundo acaba por reponerse de los amoríos truncados y yo no fui menos. Pronto, la imagen de Isabel pasó a segundo plano y los recuerdos de nuestros nuevos encuentros me resultarían baladís. Así de los tiempos que vendrían años después recuerdo cosas tales como el saludarnos en alguna manifestación del primero del mayo; algún que otro saludo casual por el centro de Palma, paseando ella a su pequeño hijo,Toni, de la manita; el volverla a encontrar años después en un café y contarnos cuatro cosas sobre nuestras vidas... Y también la recuerdo en la biblioteca municipal de la plaza de Cort. Allí la descubrí en varias ocasiones… ¡Ah! También me viene ahora a la cabeza nuestro último encuentro, relativamente reciente: de nuevo acompañada de Toni, ya convertido en veinteañero, en un chiringuito de playa. Me llamó la atención en esa postrera ocasión que Isabel había acusado, como todos, el paso del tiempo. Aunque todavía joven, sus ojos esmeraldas habían cedido transparencia y empezaban a abrirse camino unas tímidas patitas de gallo. Pero su pose seguía idéntica. Estirada, armoniosa... Algo soberbia. 

 

En fin, hasta aquí mis recuerdos de Isabel en aquel momento. La noche seguía avanzando y ya no me quedaba mucho tiempo ni para la reflexión ni para las evocaciones. En pocas horas debería darle una respuesta a su hijo ¿Iría a buscar a su madre sí o no? La pregunta siguió revoloteando libre entre las oscuras paredes opresivas, pero yo ya sabía mi respuesta. Sí iría, no podía dejar de ir. Más allá de un sentimiento de obligación que no sentía, más allá de mis propios principios, más allá de mi naciente relación con Mariadelos, más allá de mis miedos; me reclamaba la mirada esmeralda de Isabel.

 

 

 

-V-

 

Llamé a Toni temprano y le pedí que viniera a casa. No quise adelantarle mi decisión por teléfono, era peligroso hacerlo y, además, necesitaba tenerlo frente a mí. A las diez en punto de la mañana sonó el timbre de la casa, era él. Al abrirle la puerta miró a mi alrededor como extrañado. Me di cuenta en ese momento de que tenía la casa en penumbra y que fuera ya reinaba la claridad de un día transparente. Encendí la luz y en seguida empecé a abrir las ventanas. Lo hice por él, a mí me hubiese gustado permanecer a oscuras. Era lo que mi estado de ánimo me pedía. En cuanto entró el día en la sala le pedí al muchacho que se sentara y le ofrecí un café que aceptó, aunque no quiso esperarme y me acompañó a la cocina.

 

-Miguel - me inquirió-. Dímelo ya, por favor. ¿Qué has decidido?

-Voy a ir. Iré a buscar a tu madre. Tranquilízate.

 

Percibí la inmediata distensión de su cuerpo y la luminosidad que repentinamente emanó de su rostro. Entonces, sin preámbulos, enfoqué el tema.

-Tendrás que ayudarme- le dije-...   La única posibilidad que veo es la de recurrir al mismo procedimiento que utilizo con los pacientes de la SCI. Sólo que, evidentemente, de espaldas a la organización. Significa que no podré realizar un proceso tutelado y ningún especialista podrá ayudarme si las cosas se tuercen. Por otra parte, para realizar el enlace medular, tras tomarme las cápsulas avatáricas, necesito contar con su cuerpo físico… Y ni siquiera sé dónde está. Si lo supiese tampoco me darían permiso para visitarlo y el simple hecho de que yo me interesase ya podría despertar algún tipo de sospecha… Aquí entras tú. Debes solicitar a la administración que te informen sobre el lugar donde en estos momentos se mantiene y tutela el cuerpo de tu madre y tienes que pedir permiso para que te dejen visitarla. Puedes contarles cualquier historia. Que quieres rezar junto a ella, que te quieres despedir antes de que pueda producirse esa desconexión general de la que se habla… Algo así será suficiente. Como hijo no te pondrán ningún problema.

 

La segunda parte es más complicada. Tengo que enseñarte como insertar el dispositivo de conexión medular… Bueno, nada tan difícil como para que tú no lo puedas aprender en un par de días. Claro que deberás ser prudente además de conseguir al menos cinco minutos de soledad junto a ella.

-Por supuesto, Miguel. Haré todo lo que me pidas. Lo que sea necesario.

-Bien. El café ya está. Vamos a la sala y te acabaré de contar el plan.

 

Nos acomodamos mirándonos fijamente el uno al otro. Él, ávido por seguir escuchándome; yo, dándome un tiempo para elegir las palabras precisas. Cuando empecé a hablar tomé conciencia de que sus ojos me reflejaban y de que yo sentía en ese momento una gran ternura hacia él y, también, hacia mí mismo. Me encandilaba, más allá del miedo, la pervivencia de ese yo mío juvenil tan dispuesto a embestir esa arriesgada aventura en nombre de un amor difuso y pretérito que pudo haber sido pero no fue. Don Quijote me otorgaría, a buen seguro, la medalla de valeroso caballero de la justa intromisión.

 

-Toni  -proseguí.  La gente cree que al volver al pasado pueden rehacer sus vidas sin moverse del tiempo al que hayan elegido volver. Pero eso es erróneo. Hay que tener un cierto nivel de conocimientos para poder dar el salto. De hecho, están funcionando hoy en día academias clandestinas, que, claro está, en cuanto se produzca la gran desconexión dejarán de tener razón de ser. Bueno, lo que te iba a decir… Un retornado que deja en esta época su cuerpo yaciente debe conseguir viajar a través de su memoria al lugar deseado pero una vez que llegue allí no podrá, por decirlo de alguna manera, resetear a partir de ese momento y volver a empezar. No. Lo que podrá hacer es un poco lo que yo hago en mi trabajo: modificar, suprimir o ampliar memoria. La diferencia está en que yo, en mi trabajo, intervengo sobre sujetos ajenos siguiendo las directrices del equipo clínico de turno. Es decir,  sobre “pacientes” que se me asignan. Pero un auto-retornado, no. Lo que intentan los auto-retornados es muy diferente. Lo que ellos hacen es introducirse en los huecos de su propia memoria. Tratan de insertarse en espacios desocupados, como por ejemplo los que se han producido durante saltos de sueño nocturnos o durante momentos del día de absoluta carencia significativa. Para entendernos, es como si seleccionaran los espacios libres de la memoria correspondiente al tiempo al que desean viajar. ¿Me sigues?

-Sí. Mas o menos, creo.

-Si lo consiguen, entonces se dedican a generar allí tiempos de ensoñación consciente y libre. Nuevas experiencias sobre soportes memorísticos desaprovechados. Claro está, actúan desde y mediante su cuerpo yaciente actual. Eso es inevitable. Pero lo cierto es que, si tienen éxito, podrán proyectar y desarrollar insólitas experiencias al operar desde la luz de una nueva conciencia sobre capítulos de su vida en tiempo pasado. Dirigen su propia ensoñación. Pueden, por ejemplo, si recuerdan que les gustaba el panadero de la esquina, tener la relación con él que no tuvieron y que habían archivado como frustración. En definitiva, pueden vivir en un mundo en el que ellos son los dioses que hacen y deshacen… Un mundo abierto a las nuevas aleatorias que se vayan generando… Por tanto un mundo que podrá volver a resultarles atractivo aunque no exento de nuevos peligros.

-Como ves -continué tras unos instantes-, es importantísimo que los viajeros del tiempo tengan una formación procedimental elevada. Deben haber aprendido técnicas de huida antes de iniciar el viaje y no perder la conciencia testimonio que les permita desaparecer a conveniencia. De hecho, me temo que muchos de los cuerpos actualmente en atención y custodia pública, cómo resultado de la mucha impericia e imprudencia, ya son como cáscaras vacías o, quizás peor, habitáculos para las infinitas posibilidades del infierno.

Te contaré que de una forma un tanto alegal, en la SCI, hemos documentado rostros de yacientes que expresan paz o alegría, o, también,  todo lo contrario. Es decir, rostros que expresan desesperación y tristeza imperecedera…

Espero que a tu madre le hayan dado una adecuada información. Aunque francamente, me preocupa el comentario que me hiciste sobre sus intenciones de ir a vivir a un tiempo en el que no pusiese en peligro tu nacimiento. Porque como ya te dije, esa información nos será útil, pero es desatinada… Y podría estar indicándonos que ha adquirido un deficiente adiestramiento.

-Quizás sólo lo escribió para tranquilizarme… - intervino Toni, con ánimo de desterrar esa suposición.

-Ojalá se trate sólo de eso.

-Pero, Miguel. Perdona que te interrumpa. En especial, hay algo que no entiendo. Si todo transcurre en su mente. Gracias a la utilización y automanipulación de esos espacios de memoria vacíos de los que me hablas. ¿Cómo puedes tú encontrarla y hablar con ella?

-¡Qué sorprendente! ¿Verdad?  Sí. Te lo explico. Eso es más fácil de lo que parece. Cuando culmino el proceso de intromisión en un paciente, yo puedo intervenir en y sobre cualquier lugar de su memoria. Esto es, si consigo localizar el punto exacto donde el paciente esta realizando sus ensoñaciones puedo proyectar ahí mi propia ensoñación. Es decir, actuar como un intruso. Así, ahí podemos establecer contacto e incluso proyectar y recrear juntos.

Pero quiero ser sincero contigo, mi experiencia es analítica y terapéutica sobre memoria estática. No tengo experiencia como intruso en ensoñaciones aunque conozca el tema por haberlo estudiado con dedicación  y haber acudido a cursillos específicos.

-Confío en ti…

-No te queda otro remedio…

-No. Ni aunque lo tuviese. Me proyectas toda la seguridad. De verdad.

-Mejor así. Tampoco te quiero ocultar nada. Ni intentar tranquilizarte. La operación es arriesgada. Sabemos incluso de la existencia de mafias organizadas que están apoderándose de cuerpos de auto-retornados  para poder acceder mediante procesos de intrusión a informaciones vitales sobre ellos o sus familias. Informaciones con las que luego chantajean a herederos o mediante las cuales pueden acceder a bienes ajenos.

Podría incluso sucederme a mí, el que durante el proceso que iniciaré en busca de tu madre, me pueda cruzar con algún que otro intruso… O que algún intruso ya esté en el nuevo mundo en el que habita ahora tu madre y que ella no lo haya identificado como tal.   ¿No has visto alguna vez uno de esos documentales sobre paradisíacas praderas de coral dónde no es difícil encontrarse al tiburón que te anda buscando?

-¡Uf! Menos mal que mi madre a ese nivel … En fin, quiero decir… No es una persona de gran fortuna… No creo que sea un objetivo apetecible.

-Bien, no le demos más vueltas. Lo siguiente que tienes que saber es sobre cómo y dónde pienso encontrarla, cómo tendrás que cuidar de mi cuerpo y cómo, en su momento, podremos volver, tu madre y yo, sanos y salvos…

-Te escucho.

-Sobre lo primero, cómo y dónde encontrarla, he pensado que, si vamos a apostar por un tiempo probable, lo mejor será tener en cuenta los siguientes factores. Según te dijo, sería un momento posterior a tu nacimiento. Eso nos pone próximos al  año 1980. Por otra parte, aunque sólo son conjeturas, creo que por una cuestión de salud anímica no habrá querido volver al tiempo en que todavía convivía con tu padre. Si no estoy mal informado, fue ella la que rompió con esa relación… Imagino que no funcionaba.

-Así es. Mi padre nunca entendió el significado de la palabra fidelidad… Tampoco, el de la palabra responsabilidad. Al menos en lo que a la paternidad se refiere.

Pero tienes que saber, que, durante un tiempo, ocultaron su ruptura sentimental, siguiendo aún un par de años viviendo juntos. No sé por qué motivo lo hicieron. Quizás por la familia o por cuestiones económicas. No sé. Así que la gente, salvo amigos contados, continuó creyendo que mis padres formaban una feliz pareja

-Entonces -deduje- quiero pensar que Isabel pasaría un periodo de reconstrucción personal y lucha por la renovación de las ganas de vivir. Es evidente que ese periodo llegó, pues de alguna manera ahora ha querido volver a él. ¿La recuerdas en alguna época especialmente feliz?

-Sí -me contestó Toni sin dudarlo-. El recuerdo feliz durante mi primera infancia… Justo en ese periodo del que hablamos… Tras la ruptura con mi padre… Claro que, aunque mis recuerdos son nítidos, yo era muy pequeño y no sé hasta que punto puedo resultar creíble. Luego, a medida que fui creciendo, su carácter se fue agriando… Llegó a beber con asiduidad… Más de la cuenta… Y se rodeó de compañías que mejor no te cuento. Pasé toda la adolescencia preocupado por ella. Y ya ves, la preocupación ha ido a más.

-Bueno. Me confirmas mis sensaciones. Voy a apostar por esa época. El año 82 o el 83. Coincide con el tiempo en que la pude encontrar un par de veces en la biblioteca pública de Cort. En alguna de esas ocasiones me comentó que le encantaba preparar allí sus trabajos como profe universitaria o simplemente pasar largos ratos de lectura… Así que ya te puedes imaginar dónde pienso ir a buscarla…

-¿A la biblioteca?

-Exacto. Sé que cuando vuelva a su pasado una de las cosas que hará es retomar las buenas experiencias. Para mí, será como ir a pescar. Tarde o temprano volverá a la biblioteca y ahí la encontraré. He pensado en otras posibilidades, pero no se me ocurre un sitio mejor.

-Sí. Creo que es una buena apuesta – me confirmó Toni-. En cuanto a lo de cuidar de tu cuerpo, seguiré las indicaciones que me des al pie de la letra. Podrás estar tranquilo conmigo cubriéndote las espaldas.

 

Sonreí. Realmente yo estaba seguro de que Toni se dejaría la piel en ello. Le expliqué que pensaba utilizar un apartamento, herencia familiar, que ahora tenía desalquilado, pues no quería sorpresas de visitas imprevistas (pensaba en Mariadelos, en algún amigo y en la señora de la limpieza). Nadie me buscaría en ese pequeño ático, confortable y bien equipado, en que preveía apartarme temporalmente de este mundo. Le expliqué también como tenía que supervisar mis constantes vitales, suministrarme el suero nutricional de mantenimiento, atender a la temperatura de mi cuerpo, cuidar de mi higiene… También le pedí que pusiese interés en evitar sorpresas desagradables e impedir cualquier sonido inesperado como, por ejemplo, el sonido de un móvil, el volumen alto de una televisión en la sala… Nada podía alterar la serenidad de ese cuerpo mío que quedaría en latencia. Para ello, le rogué encarecidamente que durante “mi ausencia” se fuera a vivir al apartamento. Eso me daría confianza a la hora de partir. Me tranquilizaba saber que mi cuerpo estaría protegido y atendido en todo momento.

 

Por último, le expuse lo más delicado: cómo ayudar al proceso de nuestra vuelta en el momento en que ésta se produjese. En principio, si mi misión tenía éxito y convencía a su madre, ella tomaría en algún momento el combinado químico que yo le habría preparado. El preparado capaz de actuar como revulsivo para provocar la reanimación de su cuerpo donde ahora se hallaba en custodia. Lógicamente, ella volvería consciente a nuestro mundo actual con las indicaciones que yo le habría dado sobre el lugar donde podríamos reencontrarnos los tres: el apartamento. No habría llamadas previas, pues no era prudente. Tan sólo dos llamadas perdidas desde un mismo número. Eso  debería poner a Toni en preaviso de que su madre aparecería pronto. Aunque podía suceder que yo la precediera, pues no sabíamos si a ella la obligarían a pasar por un tiempo de observación antes de autorizar su salida de la unidad de cuidados, ya que semejante reanimación habría de causar gran extrañeza a los responsables de la misma.

 

En cuanto a mí se refería, mi vuelta a la conciencia actual debería resultar más sencilla, ya que dejaría programado un desenganche automático asociado a la reanimación de Isabel. Toni tan sólo tendría que preocuparse de atender la alarma del móvil generada por la aplicación que yo le instalaría. La misma aplicación que utilizábamos en la agencia para controlar las “vueltas”. En cuanto recibiese el aviso generado por la alarma debería acudir de inmediato a mi lado para facilitarme el proceso de reanimación, también siguiendo fielmente las pautas que yo le dejaría escritas. Además, mi proceso se desarrollaría dentro del apartamento. Por tanto sería un suceso oculto a los ojos ajenos. Tan sólo Isabel, Toni y yo, sabríamos de él.

Pasamos dos horas más atando cabos y luego reflexioné en voz alta sobre el mejor momento para el inicio del proceso. No podíamos retrasar mi marcha, los días estaban contados. Calculé que entre arreglar un permiso especial con la agencia, quedar con Mariadelos para contarle alguna excusa creíble sobre mi próximo tiempo de ausencia, preparar el apartamento, supervisar de nuevo el plan y atender a pequeñas cuestiones prácticas; necesitaría aproximadamente dos días.

 

Y así quedamos:” Nos vemos pasado mañana, a esta misma hora, en el apartamento”.

 

 

 

-VI-

 

Conforme a lo previsto y en el momento elegido, conseguí tomar tierra en la memoria de Isabel sin ninguna dificultad. Lo primero fue buscar las puertas de entrada a sus nuevos hábitats. Debía buscarlas en las franjas memorísticas correspondientes a los años 82 y 83. Con mi experiencia profesional no debería resultarme difícil. Y no me lo resultó. Se trataba simplemente de recorrer los registros de ese período y localizar los espacios vírgenes que allí habrían quedado, comprobando si alguno de ellos había sido manipulado con el objeto de generar entradas actuales. Y ¡bingo! Fue como llegar y besar el santo. En seguida localicé el punto. Isabel había entrado en mayo del 83. Allí había encontrado un espacio desocupado. Exactamente el día tres. No parecía un espacio muy amplio, pero si no la habían aleccionado mal, una vez allí, no debería tener problemas en ir ampliando memoria mediante puentes de enlace, según la fuera necesitando.

 

Una vez dentro, dudé un momento. Se me ocurrían dos posibilidades para llegar a la biblioteca. La primera consistía en seguir las pistas manipuladas que ella había ido dejando; seguro que, tarde o temprano, un rastro me llevaría allí. La segunda posibilidad era que, dado que yo conocía ese mundo que también había sido el mío, yo mismo manipulase directamente su memoria virgen para construir mi propio camino hacia la biblioteca. Opté por esta opción, sería la más fácil y rápida. Y resultó.

 

Me encantó después de tantos años volver a encontrarme en la antigua biblioteca de Cort. Revivir su cargada atmósfera tejida de viejos libros, renovados barnices y soledades compartidas de jóvenes y mayores… Y, sobre todo, volver a impregnarme del omnipresente ambiente  de la trabajada madera de las estanterías que rodeaban (y rodean todavía hoy) la gran sala rectangular, partida horizontalmente en dos por una pasarela en voladizo.

 

Mientras esperaba que en algún momento llegase Isabel, me escondí tras un ejemplar de la prensa del día sin dejar de otear la puerta de entrada. En algún momento tuve que reprimir el llanto pues me emocionó volver a ver amigos de aquella época, entonces veinteañeros… Especialmente porque sabía que a alguno de ellos apenas le quedaban unos pocos años de vida.

El reloj del ayuntamiento de Palma marcó las doce e Isabel seguía sin dar señales. Pero no me importó. Tenía fe ciega en que tarde o temprano llegaría y comprendiendo que no podía dejar de atender las necesidades de mi cuerpo, por muy virtual que fuese, me fui tomar café y una “llagosta amb formatge” al bar Bosch. Sabía que andar sin dinero no era ningún problema en aquella situación. Disponer de él resultaba tan fácil como proveerse de coche, casa, ropa o cualquier cosa que necesitases. Tan fácil como para un escritor dar vida a las cosas que no existen, dar vida a sus fantasías. La diferencia sustancial radicaba en que el escritor construía realidades a partir de su imaginación y el trabajo con las palabras, mientras que los auto-retornados, los intrusos o los terapeutas clínicos, trabajábamos experimentando y manipulando registros memorísticos, según nuestros deseos y desde nuestra conciencia actual.

 

No tardé más de quince minutos en degustar mi merienda pues quería volver enseguida a mi puesto de observación en la biblioteca. Pero antes de eso tuve que pasar  por el cuarto de baño y allí me llevé una curiosa sorpresa. Sucedió al mirarme en el espejo. Evidentemente esperaba ver reflejada la imagen de mí que yo tenía en esa época, la imagen de un joven de veintiocho años. Pero no fue exactamente eso lo que vi. El joven que me devolvía la mirada en el espejo era un joven muy atractivo y me daba la sensación de ser un  poco más alto que yo.  Enseguida comprendí lo que estaba pasando. Yo estaba utilizando la memoria de Isabel y al hacerlo ciertas construcciones mías habían quedado influenciadas por el material con que ella las había guardado. Es decir, yo me veía más atractivo y alto de lo que entonces creía ser porque Isabel me había encontrado guapo y atractivo en aquel tiempo y desde su estatura me había percibido como una persona más alta. Al comprender este fenómeno no pude dejar de sentir una cierta vanidad. Isabel me había encontrado un tipo la mar de curro. Eso me quedaba claro a pesar del mal recuerdo que me provocaba la aventura que habíamos mantenido en Barcelona.

 

Volví de nuevo a mi atalaya en la biblioteca con el ánimo de pasar un par de horas más. Al menos hasta la hora de comer. Si antes no llegaba Isabel tendría que desistir por hoy del intento, ya que debería dedicar la tarde a construirme un hábitat virtual en el que pasar la noche. Pero no fue necesario. En cuanto entré, la vi. Se me erizó la piel del corazón y me sentí burbujear. Apoyado sobre un revistero tuve miedo de volatilizarme. Tanta fue la emoción. No lo pensé más y me fui a sentar frente a ella. Pero me aproximé despacio, sin perderme detalle. Tenía que saber si me encontraba ante la joven que conocí o si me encontraba ante la auto-retornada actual que andaba buscado. No podía equivocarme en eso. Y no me equivoqué, tres detalles me hicieron comprender que me hallaba ante la segunda, la que yo andaba buscando. El primer detalle fue darme cuenta de que esta Isabel se había pintado los labios, cosa que ella nunca hacía de joven. El segundo detalle fue el corte de pelo; en aquella época ella lucía una esplendida melena ondulada  de color natural, entre castaño y caoba, mientras que la Isabel a la que yo ahora me aproximaba llevaba el pelo recogido en un discreto moño de color tierra. El tercer detalle fueron las enormes gafas de sol junto a la libreta y el bolígrafo.  Nunca la vi de joven con gafas de sol y ahora parecía quererlas tener muy cerca. Seguramente, como barrera de ocultamiento disponible en caso de necesidad.

 

Disipadas mis dudas, me senté y la miré con descaro. Ella no levantó la mirada de inmediato, pero observé que su mano izquierda buscaba las gafas y que, a continuación, sacó de la funda la toallita para limpiarlas. En ese juego de despiste sus ojos ya indagaron el casual encuentro con los míos. De inmediato se cruzaron nuestras miradas y ella se quedó de piedra. Me conocía de sobra y seguramente no entendía por qué yo, en vez de saludarla, me había limitado a mirarla como el que mira a un extraterrestre recién llegado. Quizás pensase que su nuevo look me confundía. No lo sé. Pero lo cierto es que me di cuenta en ese momento de que no se había percatado de que yo no era yo, es decir, tomé conciencia de que ella creía tener ante sí a mi joven yo de entonces y no al terapeuta amigo que había venido a buscarla para devolverla al futuro. Entonces se soltó el moño con un movimiento ágil de las manos y se desplegaron aquellas tibias ondas sobre las silenciosas arenas de mi mirada y, casi susurrando, me preguntó “¿Ya me reconoces?”.

 

Me incendió de golpe. Instintivamente decidí que, contra lo que tenía previsto, no le diría por ahora la verdad pues quería vivir ese momento. Sonreí tímidamente y la mentí: “Realmente me tenías despistado, te veía diferente y me daba vergüenza meter la pata. No estaba del todo seguro de que fueses tú”. Ella me devolvió la sonrisa, perfiló la complicidad de su mirada y, sin más, volvió a su lectura.

 

Yo me levanté de nuevo a buscar nueva prensa del día y volví con un ejemplar de El País. Evidentemente no tenía intención de leerlo, tan solo necesitaba alguna lectura en las manos que me permitiese seguir ahí, frente a ella, mientras pensaba en el próximo movimiento. No obstante, me entretuve un momento sobrevolando sobre uno de los titulares de ese día, el que anunciaba el inicio de la retirada de 20.000 soldados vietnamitas de Camboya con una ceremonia solemne en el antiguo palacio real de Phnom Penh. Volví a pasar páginas lentamente mientras la miraba de soslayo, momento en que me pareció detectar un leve arqueo de su ceja izquierda que indicaría sorpresa. Entonces creí entenderlo. En aquella época sólo íbamos a la biblioteca para estudiar, leer, realizar algún trabajo o mirar “Boes”. Seguro que esa escenificación mía de lectura de prensa la había sorprendido. Me reproché el fallo, pero seguí fingiendo la lectura atenta. Ya ¿qué podía hacer mejor?.

 

Desfilaron así unos diez minutos y entonces me preocupé. Debía de tomar alguna iniciativa si no quería correr el riesgo de que de pronto ella se levantara y me dijese adiós. Así que, carente de ideas, de nuevo opté por seguir mi intuición y volví a hacer lo que nunca hubiese hecho realmente en esa época: le di un golpecito por debajo de la mesa con la punta del pie a la vez que le mostraba el texto que acababa de escribir sobre una hoja de notas que alguien había dejado olvidada: “¿Te apetece que vayamos a tomar algo al Pilón?”.

 

Advertí su desconcierto. Ella pensaba que yo la creía casada felizmente con su novio de siempre, el de la Bultaco.  Así que a pesar de la trémula relación que habíamos mantenido de estudiantes, aquella invitación tenía para Isabel su punto de sorprendente atrevimiento. No obstante, también noté que la oferta le encantó. Tras unos instantes, me sonrió a lo Gioconda y me hizo un gesto de invitación a salir ya. De momento, yo jugaba con ventaja. Sabía bien, por las informaciones de su hijo Toni, que ningún marido la esperaba  en aquel mundo recreado y sí todo un universo abierto a nuevas experiencias.

 

Al salir, observé el ambiente de la plaza de Cort con renovado interés. Se me cruzó la reflexión de que tampoco habían cambiado tanto las cosas en los últimos 20 años: grupos de turistas, escolares en ruta con sus profes… Sin embargo, pronto fui notando diferencias claras: la pocas restricciones al tráfico rodado, los modelos de los coches, sus matrículas, la menor densidad de transeúntes, la estética de los taxis, la pervivencia de los almacenes Casa Bauzá...

 

Y entonces, la voz de Isabel, alegre y cálida, me atrajo de nuevo hacia aquel presente…

 

-¡Vaya contigo! ¡Qué sorpresa! ¿Cuánto hacía que no nos veíamos?

-¡Uf, ni idea! Tendría que pensarlo… -le contesté, agradecido de que estuviese facilitando el encuentro.

 

Desde ese momento, mientras bajábamos lentamente por las escaleras del Pas d’en Quint  en dirección hacia la plaza de las Tortugas proseguimos, tan farsantes el uno como el otro, manteniendo una banal conversación sobre los escaparates que la ruta comercial nos iba ofreciendo. Recuerdo, por ejemplo, que nos entretuvimos un buen rato comentando el sello tan personal de la juguetería La Industrial.

 

Al llegar al Bar Bosch la invité a una caña y allí estuve a punto de meter una pata significativa. Tuve la genial idea de decirle que iba a llamar para reservar mesa al tiempo en que me metí la mano en el bolsillo buscando el móvil. Menos mal que ella leyó mi gesto como el de estar buscando monedas para la cabina telefónica y no el de querer sacar de mi bolsillo un aparato que, por aquel entonces, todavía no existía. Así, sin pretenderlo, me hizo volver en mí. “No merece la pena, ya estamos al lado, Nos damos un bote y miramos qué tal”.

 

Ese pequeño hecho descontrolado me hizo tomar conciencia de que debía serenarme. Me pregunté si no debería ser más convencional y preguntarle por su hijo, por su marido, por sus clases en la facultad… Ese tipo de cosas. Pero algo dentro de mí no quería. Notaba que ella se hallaba abierta de otra manera y que ninguno de los dos queríamos dedicar a la representación ni una pizca más de lo necesario. Entonces me levanté para ir al baño y con esa excusa me di tiempo para recomponer mentalmente la situación con mi frente apoyada sobre la cenefa griega del urinario: “A ver, acabo de llegar con éxito desde veinte años más allá. Donde he dejado aparcados a mi fantástica novia, mi nueva casa y mi trabajo. En teoría, he venido para hacerle un favor al hijo de Isabel, que me pide que la devuelva a la realidad del 2003. Tengo pocos días para conseguirlo. Ella ha vuelto a este mundo por su voluntad pero no sabe lo que yo sé, que en pocos días la van a desconectar desde ese futuro por el que ahora circula el presente real. Cree que me está engañando porque piensa que soy el Miguel que ella conocía en aquella época y no me va a decir que ella viene del futuro. Por otra parte, yo, que he llegado con la idea de hablarle claro y de devolverla enseguida, me sorprendo a mí mismo siguiéndole el cuento y sintiéndome feliz en mi representación…”

 

Al volver a sentarme junto a ella, tras el breve ejercicio mental de resituamiento, dos cosas me inquietaban tremendamente: la primera, el hecho de haber cambiado el plan y no tener otro alternativo y, la segunda, el darme cuenta de que en realidad no quería diseñar otro plan porque sentía que Isabel me atraía irresistiblemente.

 

No quise decirme que tal vez me estaba enamorando de aquella Isabel junto a la que ahora caminaría hacia el Pilón. Pero me daba cuenta de que, si no se trataba de aquello, algo muy intenso estaba sucediendo. Por otra parte, si pensaba en la Isabel del futuro, la que yo había conocido en los tiempos que vendrían, esa no me interesaba ni me producía el más mínimo deseo. En términos sentimentales, no me gustaba esa mujer triste y descompuesta en la que Isabel se iría convirtiendo. Esa mujer que renunciaría a la realidad de su vida y a la que justo yo había venido a buscar ante el ruego de su hijo… Pero ¡Dios mío! Cómo latía mi corazón con la que ahora me acompañaba.

 

La invité a ensaladilla y calamares a la andaluza; lo típico de entonces. También los dos tomamos cerveza de barril. El tiempo se nos pasó volando. Hablábamos de cualquier cosa; desde el diseño de las servilletas hasta como veíamos el próximo futuro de la situación política en España y en el mundo, lo cual, dado que los dos sabíamos todo sobre lo que estaba por llegar, resultaría, visto desde fuera, una fantochada monumental. Pero lo que estaba claro es que no queríamos que la conversación se apagase, queríamos seguir estando juntos y que no se rompiese la atmósfera que nos envolvía. Y así pasamos la tarde hasta que, sobre las seis, el camarero nos advirtió que tenían que cerrar. Entonces hablamos de ir a tomar un café y seguimos la ruta hacia la calle Apuntadores.

 

El Borne estaba precioso aquella tarde de primavera y flotábamos dejándonos arrastrar por la marea de sensaciones. La renovada fuerza de los plataneros, el olor de crema solar de los reverdecidos grupos de turistas, las luces filtradas y danzarinas… Recuerdo que en algún momento de aquellos, Isabel me lanzó un mensaje subliminal que capté claramente. Fue al pasar por delante del escaparate de una agencia de viajes cuando me dijo que su hijo Toni y su marido se habían ido unos días a ver a los abuelos. Sonreí para mis adentros y entendí que quería animarme a no preocuparme y a seguir con aquello que, fuera lo que fuese, estaba surgiendo entre los dos. Creo que me limité a responderle con un frívolo “¡Ah, qué bien! Es bueno no perder el contacto con los abuelos”, antes de empujarle tibiamente el codo para invitarla a girar hacía la calle Estanco, donde estaba el piano-bar Bruselas. Le pareció bien la idea y entramos. Pasamos por delante de la barra y dejamos al pianista, cara a la pared, acariciando el piano a lo Tete Montoliu. Bajamos las escaleritas y nos acomodamos en un pequeño sofá verde botella de una de aquellas salas traseras que antiguamente fueron aljibes y ahora, envueltas de penumbra, animaban a las jóvenes parejas a explorarse las intimidades. Todavía era temprano y el local estaba vacío. Ella pidió un “Trinaranjus con 43 y cubitos”. Sonreí al rememorar que ese brebaje era lo que yo tomaba a los dieciséis. Casi me entraron náuseas al escuchar oírlo pedir, no obstante, guiado por algún mimetismo nostálgico, pedí lo mismo.

 

Ahora estábamos muy juntos, el sofá nos marcaba la posición y la distancia. Diría que solo nos separaba un abrazo. Un abrazo de distancia. Nos miramos durante unos instantes sin decirnos nada, como escudriñándonos mutuamente, luego hablamos sobre aquel lugar y nuestros recuerdos de adolescencia. Fue entonces, en cuanto la mujer del dueño volvió con las consumiciones, cuando ella sacó el tema que más podía ayudarnos a profundizar en el reencuentro: la breve relación que habíamos mantenido en Barcelona siendo ambos todavía estudiantes.

 

-Por cierto- me preguntó- ¿Te acuerdas de nuestros días de Barcelona?

-Claro que me acuerdo – le respondí-. Fue una relación importante para mí. Te confieso que la viví con pasión… Pero se evaporó.

-Tú, te evaporaste.

-Bueno, seguramente fue un punto de soberbia. Tras lo de Valldoreix…

-¡Ah, qué tonto fuiste! ¡Cómo te descontrolaste! ¿Cómo querías que yo me delatara delante de mi cuñada y mis amigas?

-Esperé que me llamaras durante las semanas siguientes.

-Sí. Estuve a punto. Pero me diste miedo. Te vi muy verde para el tipo de relación que yo necesitaba. Además, el día de nuestro encuentro en casa te encontré extraño. Me atreví a llevarte a mi cama y tú te limitaste a frotarte sobre mí como un perrito sediento… Bueno, perdona… Quería decir…

-No, no te excuses… Te entiendo. Supongo que no te supe leer y me creí lo de que nos teníamos que ir enseguida porque iban a llegar tus compañeras de piso. No sé… - le dije, sintiendo que me sonrojaba-. Lo que sí sé es que para mí eras como una diosa inalcanzable y que el haber estado contigo, aunque fuera sólo durante ese breve encuentro, me conmocionó.

-¡Exagerado! ¿De verdad?

-Sí. Todavía recuerdo y cumplo con la promesa que nos hicimos esa tarde de paseo por la ciudad vieja. Tomamos cerveza y calamares en la plaza Real y, luego, justo al dejar las Ramblas atrás para ir a tomar el metro en plaza Catalunya, nos hicimos la promesa. Sí, en el mismo centro de la plaza, sobre la estrella; ahí la consagramos.

-¿La Promesa? ¿Consagramos una promesa? ¿Qué promesa? -me preguntó Isabel llena de curiosidad.

-¡Uf! ¡Qué pena me da que no te acuerdes! – le respondí-. Nos prometimos no olvidar nunca el beso que allí nos dimos. Sobre la estrella  de la plaza… Ya veo que no tuvo la misma importancia para los dos.

-¿Quieres decir, que todavía cuando tienes ocasión de pasar por allí, te acuerdas de mí y rememoras ese beso?

-Sí. Eso es lo que hago y lo hago de corazón – estaba ella lejos de poderse imaginar hasta que punto eso era así. Lejos de imaginar que yo no le hablaba de aquel periodo sino de toda mi vida por vivir.

Isabel, no prosiguió y se quedó colgada de algún punto lejano con ojos ausentes, como si rememorara; cuando, de repente, todavía brillando en ellos un ensueño melancólico, algo vio detrás de mí que la hizo desprenderse del horizonte nostálgico y esconder su rostro en mi pecho. Me pareció que quisiera ocultarse de alguien. Entonces, sorpresivamente, me dijo inquieta: “ahora cumplo, ahora cumplo, ahora cumplo” y, atrapándome la nuca con decisión, me besó con una pasión que se me antojó forzada. Luego, alzando hacia mí su mirada, remató: “Aquí revive nuestra promesa consagrada”. 

 

Mi primera sensación fue de confusión. Tenía claro que ella trataba de ocultarse de alguien que acababa de llegar. Pero en seguida me dejé inundar por la densidad ardiente que ella me ofrecía y pude sentir de nuevo, después de tantos años, las palmas de mis manos reconociendo su cintura y presionando en escalada su espalda hacia mi pecho.

 

Sin embargo, a pesar de aquel arrebato de pasión no renuncié a saber qué era aquello que la había inquietado. De qué se quería proteger. Por eso, deliberadamente y pese a la emoción que me embriagaba por momentos, incliné la cabeza y deslicé mis labios por las delicadas distancias de su cuello, pretendiendo que ella no advirtiera mi intención de forzarla a dar un tímido giro. El suficiente para permitirle a mi mirada descubrir qué estaba sucediendo a mis espaldas. Y enseguida lo supe. Quien acababa de llegar era ¡precisamente ella! La verdadera; la original Isabel todavía veinteañera. Había llegado acompañaba por un joven con el que parecía flirtear; lo que me permitió comprobar, inequivocamente, la veracidad de las informaciones que su hijo me había facilitado.

 

Mientras yo armonizaba, con cierto esfuerzo, el aumento de la pasión con la inquietud exploratoria; mi amorosa farsante, sin dejar de mirarme y atrapando mis manos, se fue poniendo de pie al tiempo que me invitaba a levantarme y seguirla. Diría que se dio todo el arte posible por conseguir que yo la acompañase sin mirar hacía el otro lado de la sala.

 

La ayudé a que no dudase del éxito de su representación y la seguí hasta la barra. Pagamos y salimos a la calle. Me pregunté, un punto escéptico si, ahora que el peligro de cruzarnos con su yo joven y compañía había quedado atrás, se diluiría la sorpresiva escena amorosa con que me acababa de obsequiar. Pero enseguida comprendí que sus intenciones no eran esas. Al contrario, me pasó el brazo por la cintura y, al corresponderla yo rodeando sus hombros, volvió a entregarme sus besos cálidos.

Oscurecía cuando reiniciamos entrelazados el camino. Las calles se empezaban a animar y fue justo pisar la plaza de Atarazanas cuando las farolas se encendieron al unísono.

 

 

 

-VII-

 

Me preguntó si dormiría esa noche con ella y yo no esperaba otra cosa. Me dijo entonces que podríamos ir al hotel Saratoga, que no quedaba lejos, y que no me preocupase pues ahora andaba bien de pasta. Ella invitaba. Me gustó la idea y le devolví un gesto de pícara complacencia. Entonces, nos dirigimos hacia allí.

 

Mientras caminábamos hacia el hotel, rememoré de nuevo en algún momento aquel paseo crepuscular por la ciudad vieja en Barcelona; pues tal como entonces, íbamos convirtiendo cada portal abierto en una estación de entrega amorosa. Casi parecía que se había volatilizado ese tiempo entre los dos atardeceres y me volvía a inundar la feliz emoción de estar allí, junto a ella… Y no quería pensar en nada más lejano que su cuerpo… Sin embargo, confieso que no podía dejar de oír la voz interior que me increpaba: ¡¿Qué estás haciendo, loco?!

 

La noche resultó brutal. Sólo con Mariadelos había podido superar, alguna vez, cinco orgasmos durante el mismo combate. Pero lo de Isabel fue muy especial desde el primer momento, pues en cuanto me quedé desnudo ante ella inferí que de nuevo el material virtual que yo estaba utilizando a partir de sus expectativas era de alta gama. Mi pene debía de medir un centímetro más que el real y también resultaba algo más grueso. Me gustó la sensación novedosa de poder disponer  de aquella presencia incrementada entre las piernas y deduje que, si estaba construido con sus deseos, esa noche seguro que yo no fallaría. Y así fue. Por otra parte, tengo que decir, que no solo en mí advertí cambios. Aquella Isabel virtual también estaba tejida con sus propias expectativas y deseos. Que, para mi fortuna, sintonizaban totalmente con los míos. Así aquella Isabel también resultaba algo más alta, parecía rondar el 1,65. Su cuerpo lucía fuerte y a la vez voluptuoso como el de una imaginaria profesora  yogi caribeña. Desnuda y desde atrás me recordó a una foto que había visto hacía poco de Scarlett Johansson y, de frente, se había convertido en Mónica Bellucci en estado puro. Me había quedado prendado de esa actriz en Spectre y ahora la tenía allí, sólo para mí. Realmente Isabel se había parecido mucho a ella en aquella época. Incluso diría que, desde siempre, con la misma expresión madura y seductora.  La gran diferencia entre ambas estaba en los ojos. Los ojos de Isabel eran de un clarísimo esmeralda que me alucinaba.

Ahorraré a los lectores los detalles más  eróticos o sexuales de nuestro reencuentro. No está en mi naturaleza el destapar este tipo de vivencias tan íntimas y proclives a la estúpida vanidad, aunque confieso que todavía hoy me siento atrapado por las sensaciones que nunca dejarían de emanar desde ese cajoncito de mi memoria.

 

Lo que sí contaré es que Isabel se me abrió plenamente. Desde el primer instante me atrapó la rotunda confianza y curiosidad que mostraba. Como si intuyera que era una oportunidad única para practicar un sexo que, hasta el momento, sólo había vivido en sus fantasías. Ella gobernaba. A momentos me dirigía hacia la fuerza y la resistencia y a momentos hacia la más refinada y amorosa sensualidad… Y yo me sentía inundado por un estado de inmensa y profunda realización. Todo cuanto ella me pedía se ajustaba mágicamente a mi más íntima voluntad; capaz de hacerme comprender al instante, con leves aleteos de sus dedos o insinuantes murmullos de gata cual era el perfil de sus deseos: enérgico o tierno, imaginativo o tradicional, activo o pasivo…

 

En algún momento del amanecer, exhaustos,  comentamos la belleza del paisaje dorado que se abría tras las cristaleras: Las palmeras, los tejados de santa Catalina, el puerto, el castillo de Bellver… Mientras, embelesados, nos fuimos quedando dormidos. Rotos de placer y de amor en ebullición.

 

Cuando volví abrir los ojos ella no estaba a mi lado. Me sobresalté y busqué la hora en el reloj de pared. Extraña ocurrencia pues allí no había ninguno. Pero no me hizo falta seguir buscando, justo en ese momento Isabel abrió la puerta, radiante y con un paquetito de ensaimadas en las manos. “Despiértate ya -me dijo-. Son las once y ahora nos subirán un par de cafés. En una hora tenemos que dejar la habitación”.

 

La vi tan feliz que me estremecí. La besé y temblando fui al cuarto de baño. Y, allí, me cubrí la cara con la toalla y bramé silenciosamente. Sabía que no podía prolongar más aquella situación. Tenía que decirle la verdad. No tenía salida. La situación se me presentó en toda su crudeza. Ese mundo pronto se disolvería, había que escapar de él y tenía que convencerla. Quizás el inicio de aquella pasión la animaría a volver conmigo al tiempo del que se había escapado. Con su hijo y con su gente. Sería el momento de reconciliarse con su vida echada a perder.

 

Pero yo no podía seguirla mintiendo. Sabía que en ese futuro del que ambos descendíamos, existía otra mujer de la que yo andaba perdidamente enamorado, Mariadelos, y que en ese futuro, la Isabel de mis recuerdos no tendría ninguna cabida.

 

Cuando ella me vio salir del cuarto de baño, enseguida detectó que algo grave sucedía. La ensaimada se le quedó paralizada a un palmo de la boca y con mirada en llameante zozobra me preguntó qué me pasaba. Yo me senté frente a ella y la miré en silencio.

 

-Tenemos que hablar – le dije, asomándome a mi particular precipicio-.

-Dime. ¿Qué pasa? - me preguntó asustada.

-He venido a buscarte desde el mundo que dejaste al tomar los auto-retornos. Tu hijo me rogó que te hiciera volver…

 

Todavía me siento morir cuando recuerdo como desde el paraíso se abrieron las puertas ocultas del infierno. El momento en que sus ojos esmeraldas prendieron fuego al amor y me cegaron, atónitos y cargados de trágica comprensión, al tiempo en que me lanzaba la mesita de cobre de la habitación con una energía indescriptible.

No sé como pude bloquearla con la silla del escritorio. En seguida, sin ceder en un ápice en su furia, y sin que yo pudiera hacer ya nada por evitarlo, me dirigió un gancho de profesional que me estalló contra la mandíbula. Besé el suelo y me sentí perder el conocimiento. Indefenso, ella podría haberme matado en ese momento. Sin embargo, al irme recuperando, la descubrí montada sobre mí a horcajadas, jadeando y llorando a lágrima viva, mientras me acariciaba y me besaba compulsivamente.

 

No sé aún hoy que debería pensar de aquellas contradictorias secuencias, pero lo cierto es que aquello me excitó hasta el descontrol de mi voluntad y empecé a corresponderla con la misma compulsividad, los mismos jadeos e idénticos llantos y así hasta que inesperadamente volvió a sorprenderme: Se quedó quieta, me miró fijamente y me dijo con sobrevenida calma “mira, relájate que no me quiero perder esta despedida”. Entonces, me sonrió y nos reconvertimos una vez más en una amorosa y unificada masa de materia incandescente…  Hasta que inevitablemente volvieron las palabras.

 

-Ya. Cuéntame. Cuéntame tranquilo. Supongo que esto no podía durar. Demasiado hermoso… - Me dijo mientras me masajeaba el golpe con un poco de hielo como si la causa del mismo no tuviese nada que ver con ella.

-No podía durar y no durará -le dije grave-. Estamos en peligro, los dos. En cualquier momento van a desconectar nuestros cuerpos yacientes. Bueno, lo mío no es tan grave pues mi cuerpo lo custodia y atiende, oculto, tu hijo en un apartamento de mi propiedad.

-¿Nos van a desconectar? ¿Quién nos va a desconectar?

-El gobierno, Isabel. El tema de los auto-retornados se ha vuelto un problema gravísimo para el estado. Cada día son más los yacientes. A nivel mundial es una verdadera epidemia. La misma ONU está que hierve. Por una parte, la presión por la amenaza económica que este fenómeno supone; por la otra, las familias preocupadas que, ante las informaciones que se van filtrando sobre la inminencia de la gran desconexión, se están empezando a movilizar en todo el mundo.

-¡Qué absurdo! Habría otras salidas. Por ejemplo, si se crearan algo así como cooperativas de consumidores, muchas de las personas que deseasen el autorretorno, podrían acceder legalmente a la experiencia y ayudar con sus ahorros a las arcas públicas.

-Pero Isabel, ¿qué sentido tienen estas reflexiones ahora? La cosa está al caer ¿Lo entiendes? Puedes morir en cualquier momento. Eso es lo que ahora te debe de importar.

 

Isabel se quedó en silencio, triste y pensativa y al fin levantó la mirada y me dijo “tengo dos preguntas”.

 

- ¿Qué preguntas?

-  Si decidiese volver… ¿Tú sabrías cómo hacerlo?

- Claro – le contesté-. Tienes la suerte de que soy un profesional y, como te imaginarás, vengo preparado. Bastará con que te tomes el compuesto que te he traído. En cuanto lo ingieras tu cuerpo yaciente empezará a salir del estado comatoso y en un par de días, si te atienden adecuadamente, que lo harán, te sentirás bien. Bueno, razonablemente bien. Tendrás que realizar un buen programa de retonificación orgánica y funcional. O sea, que por ahí, tranquila. ¿Cuál era la otra pregunta?

 

Me volvió a mirar fija y silenciosamente, pero ahora en sus ojos vislumbré una chispa de ilusión y esperanza. Entonces como si fuera una adolescente tímida me preguntó:

-Si vuelvo. ¿Estarás allí conmigo? ¿Continuaremos juntos?

 

De nuevo se me encogió el corazón. Hubiese querido decirle que sí. Que lo nuestro tenía todavía futuro y sabía, además, que si le decía lo contrario podría peligrar su decisión de vuelta… Pero no quería mentirle más. No podía y no debía. Ella tenía derecho a decidir… Entonces me armé de valor y le dije:

 

-Isabel, te amo en este mundo, pero sé que no lo haré en aquel del que venimos. En ese mundo hay alguien que me espera… Un alguien con quien yo me desearé reencontrar.

 

Su mirada, volvió entonces a apagarse. Cerró los ojos y buscó mi mano. Entonces la escuché trémula y profunda:

 

-Si es en este mundo en el que me amas, aquí permaneceré. Nunca he sentido lo que he podido sentir en las últimas veinticuatro horas. Vete ya, te deseo lo mejor. Sabrás como volver si algún día lo deseas…

-¡No seas loca! - le increpé casi con un alarido-. ¡No habrá un después! Vuelve ahora. Hazlo por tu hijo, hazlo por la gente que te quiere. ¡Hazlo por mí!

Por un instante me sentí tentado de forzarla a tomarse la píldora de desencaje… De hecho, tanteé los dos bultitos que siempre llevaba preparados en los bolsillos traseros de mis vaqueros: en el derecho, mi cápsula; en el izquierdo, la suya.

 

No me resistía a dejarla allí… Pero algo rotundo suspendió mis cavilaciones extremas. Fui consciente de que los peores pronósticos estaban a punto de cumplirse. Percibimos justo en ese momento un temblor repentino, las formas de los objetos comenzaron a someterse a extrañas ondulaciones y comprendí que la gran desconexión acababa de empezar. ¡Dios mío! Grité.  Me quedaba meridianamente claro lo que había sucedido en la otra parte. El inicio del plan oculto se evidenciaba: El Consejo de Seguridad habría determinado anticipar el proceso para evitar posibles reacciones populares lideradas por la angustia de las familias afectadas.

 

Pero ahora sólo cabía reaccionar a la desesperada y lo hice. Con unos reflejos sorprendentes me tragué mi cápsula a la vez que le exigía a gritos que se tomase la que yo le ofrecía: “¡Tómatela, no lo dudes. El momento ha llegado!”.

 

La última imagen que me traje de ese mundo fue el de una Isabel inmersa en el terror y la  indecisión mientras su mano dubitativa no llegaba a alcanzar el puente al futuro que yo le tendía.

 

 

 

-VIII-

 

Lo siguiente fue un silencio denso, de una oscuridad sin fisuras.  Poco a poco, sin comprender de inmediato dónde me encontraba, empecé a abrir los ojos y captar la silueta de una sombra que me resultaba familiar: Toni, el hijo de Isabel, se hallaba contemplándome con la jeringuilla en la mano tras inyectarme el fármaco que le había dejado indicado para el momento en que recibiese el aviso-alarma que señalaría mi regreso. Se puso feliz al ver que yo volvía en mí y le escuché preguntarme “¿Todo bien, Miguel? ¿Lo has conseguido?” En ese momento me azotó como un latigazo la nueva realidad y como pude me fui incorporando.

 

-Tengo dudas -le respondí ansioso mientras intentaba movilizar mis articulaciones -. Tenemos que darnos prisa. No sé si ya te has enterado. La gran desconexión se ha producido. Tienes que reclamar su cuerpo. Será la única forma de salir de dudas… Yo estaba con ella en ese momento. Pero no sé si llegó a tomar su cápsula a tiempo.

- Pero… ¿Cómo no lo sabes? ¿No dices que estabas con ella?

- Ella dudó en aquel momento, Toni. La vi estirar el brazo para coger la cápsula, pero no acababa de hacerlo. Es lo último que vi. Por eso tenemos que salir de dudas. Date prisa, nos tenemos que ir.

 

Intenté ponerme de pie, pero no pude. Sabía que necesitaría al menos unas horas para irme recuperando. Entonces le dije: “Ves tú solo, Toni. Yo no me siento ahora capaz de acompañarte y además a mi no me dejarán entrar. Solicita ver el cadáver y fíjate en todos los detalles. Particularmente en si notas algo especial en el rostro o en las manos. Pídeles también qué formalismos debes cumplimentar para solicitar el cuerpo. Corre, ves. No perdamos más tiempo.

 

-¿Entonces mi madre ha muerto, Miguel?- me preguntó Toni con el rostro desencajado mientras se detenía un instante con el pomo de la puerta en la mano-.

-Corre, ves y haz lo que te he dicho – le contesté autoritario desde mi debilidad-. Sinceramente, creo que sí; pero cabe una pequeña posibilidad. Ahora no es momento de duelo. Tenemos que actuar rápido.

 

Toni volvió, pasadas las dos horas. Me contó que había visto movimientos preventivos de policía en la entrada de los locales de atención aunque no había detectado ninguna otra alteración exterior extraña. Sin embargo, a él, en cuanto se identificó, aprovecharon para darle la certificación oficial del deceso. Por otra parte, tampoco le habían puesto problemas para ver el cadáver de su madre y le habían informado del procedimiento que debían seguir las familias para retirarlo.

 

En cuanto a la observación que yo le había solicitado sobre posibles cambios sutiles en el rostro o en las manos, tan sólo le había parecido observar un pequeño rictus de dolor y, así mismo, una pequeña extensión del brazo derecho, el cual parecía querer alzarse.

Noté mientras me hablaba que Toni estaba a punto de derrumbarse. Entonces, haciendo de tripas corazón, le dije, con la palma de mi mano sobre su corazón: “No está todo perdido”. Me miró atónito y proseguí:

 

-Sé que te resultará increíble, pero dentro de lo tremendo vislumbro una esperanza. El hecho del rictus de dolor y la leve extensión de su brazo, muestran, sin la menor duda, que tu madre intentó movilizar su cuerpo en el último momento. Por tanto, seguro que llegó a tomar la cápsula…

-Pero, entonces- me preguntó Toni sin salir de su amargura-. ¿Por qué me han enseñado su cadáver?

- Ellos creen que es su cadáver. No ponen en duda que la desconexión general haya afectado a la totalidad de los yacientes y además, no disponiendo  de suficientes especialistas, no saben que existen situaciones intermedias.

- ¿Situaciones intermedias?

-Así es. Tu madre inició el proceso, pero no tuvo tiempo de acabarlo. Necesitamos recuperar su cuerpo lo antes posible para que yo pueda volver con ella y ayudarla a salir de su limbo, si todavía está allí, y volver. Si nos demoramos más de tres o cuatro días ya todo será inútil.

- Pero… ¿Y si no lo consigues? ¿Y si ella  ya no está allí? ¿Si realmente ya ha muerto?

- Si ya ha muerto- le contesté-, lo sabremos cuando rescatemos el cuerpo. Si consigo volver con ella y muere mientras estoy allí, yo ya no tendré posibilidades de retornar. Su propia muerte me arrastrará y supondrá la mía.

 

Toni se quedó de piedra. Pareció entender en ese momento lo que yo amaba a su madre y con voz quebradiza me preguntó:

 

-Miguel ¿Quieres decirme que estás dispuesto a morir por mi madre? ¿Me estás diciendo que amas a mi madre?

-No sabes hasta qué punto. No te puedes imaginar cuánto amo a esa Isabel- le contesté, sorprendiéndome a mí mismo de la rotundidad de mis palabras.

 

El joven me miró fascinado, sin captar los matices significativos. “Esa Isabel” por la que yo estaba dispuesto a morir no era exactamente “esa madre” que él me había pedido rescatar. Evidentemente no me entretuve en aclararle nada y proseguí:

 

-Ahora lo que importa, es lo que te decía: tenemos que recuperar el cuerpo o el cadáver. Lo que sea, pero hay que recuperarlo.

-¿Cómo lo haremos?-me preguntó-.

-Durante el velatorio que organizarás, pero al que por supuesto no invitarás a nadie. Ese será el mejor momento para cambiar su cuerpo. Justo antes de que la lleven a la sepultura familiar.

- Pero ¿cómo vamos a sacarla de allí y dónde la vamos a llevar?

-Tranquilo – le respondí-. Ya lo he pensado. Tengo localizada una Virgen María de escayola, tamaño natural, en la tienda de un amigo anticuario. La vamos a reconvertir en una caja de transporte con bisagras enmascaradas, cuyo interior solidificaremos con fibra de vidrio. Luego se tratará de pedir permiso para poner a la virgen en la sala del velatorio, aduciendo algún cuento sobre el gran fervor de la difunta a esa virgen. Resulta estrambótico, pero colará. En algún momento pondremos a tu madre dentro y compensaremos el peso del ataúd que dejamos. No será difícil, aunque tendremos que actuar con la precisión de cacos de banco. Luego traeremos a tu madre al apartamento. Aquí ya está todo preparado. La única diferencia es que ahora tendrás que cuidar de dos cuerpos en vez de uno…

 

 

 

-IX-

 

Conforme a lo previsto, en cuatro días conseguimos, sin contratiempos, tener el cuerpo custodiado en el apartamento. Sin embargo, en cuanto lo examiné, comprendí que ya era tarde para que Isabel pudiera volver. Adiviné signos de deterioro físico irreparables. Si intentábamos recuperarla para este mundo presente, sólo podríamos aspirar a mantenerla en estado comatoso el resto de sus días y yo no quería eso para ella.

 

Le oculté a Toni esta información y le hice creer que todo seguiría según el plan.  Pero lo cierto era que yo había vislumbrado una posibilidad tan alternativa como inconfesable.

 

Preparamos meticulosamente mi nueva inmersión en la memoria de Isabel y fijamos el momento de mi próxima partida. Esta vez sabía con mucha precisión desde dónde tenía que iniciar mi búsqueda pues conocía en qué lugar se estaban reconstruyendo los hechos. Si no la reencontraba en el hotel, podría reconocer sus pistas. Pero también en eso la suerte volvió a soplar a favor: Isabel, tras la desconexión, había optado por continuar en el Saratoga.

Ella sabía que la entrada en pánico le había provocado una reacción lenta, dubitativa y torpe; no obstante, también sabía que si seguía consciente significaba que, a pesar de todo, el llegar a tomarse la cápsula le había permitido mantener activo el puente corporal. Implicaba que de alguna manera aún seguiría en coma, fuera cual fuera el lugar en el que hasta ahora la habían mantenido.

 

Cuando la reencontré deambulaba desorientada y atemorizada por el hall del hotel. Al verme se me echó a los brazos, loca e incrédula, y me abrazó con la desesperación del náufrago que trata de alcanzar el salvavidas en medio de la tormenta.

 

La tranquilicé como pude y la llevé a la habitación. Allí le expliqué la situación en que nos hallábamos. En síntesis, no quedaba mucha elección. O volvía al futuro en estado comatoso irreversible o se quedaba indefinidamente en ese mundo que ella estaba creando, uniendo de esta forma su destino al mío pues yo sería quien cuidaría su cuerpo en la otra parte. Isabel viviría entonces durante tanto tiempo como yo viviese para poder asistirla desde mi apartamento. Evidentemente yo debería hacerlo de una forma oculta y clandestina. Ni siquiera Toni debería saberlo; demasiado riesgo inútil.

Isabel no me respondió y se quedó pensativa. Aguardé unos minutos y viendo que era incapaz de decidirse y responderme, le dije con una sonrisa cómplice:

 

-Escúchame. Si te quedas aquí, no sólo podré mantener tu cuerpo yaciente. Podré hacer algo más… Visitarte tanto como deseemos.

 

Cerró los ojos como intentando capturar toda la carga significativa de mis palabras y, al poco, sin abrirlos, me dijo con una sonrisa ligeramente insinuada:

 

-Creo que me estás pidiendo matrimonio…

-Te estoy diciendo que te amo profundamente y que quiero unir mi destino al tuyo.

-¿Y la mujer de la otra parte?

-La mujer de la otra parte será otra vida.

-Quieres tener tu pequeño harén, veo.

-No, Isabel. Esta vida será sólo para ti y para mí. En la otra parte mi vida correrá como quiera correr. 

-Vidas paralelas en un solo ser… Aunque mientras que yo conozco la verdad, allí deberás mantener un inmenso secreto. Eso va a mi favor.

-Así será inevitablemente. Pero Isabel… Todavía no me has respondido. Tú puedes seguir aquí sin necesidad de que yo vuelva. La cuestión fundamental para mí es: ¿querrás que yo vuelva? ¿Me quieres, Isabel?

-No podría querer más -me contestó-. Pero solo aceptaré si me prometes que nuestra relación durará mientras tu deseo sea sincero.

-Claro. Pero eso es de ida y vuelta ¿Verdad? -le contesté.

 

Tras retomar el contacto con Isabel, ahora debía retornar al apartamento para poder explicarle a Toni la situación y planificar la nueva fase. Evidentemente, en cuanto contacté con él, le mentí a conciencia. Lo que le conté nada tenía de real. Le dije que había encontrado a su madre en proceso agónico y que había tenido que ayudarla a morir antes de regresar a toda velocidad para no quedarme atrapado en su ocaso. Ahora debería deshacerme de su cadáver. Yo me encargaría de hacerla desaparecer dignamente, él no debería preocuparse.

 

Toni, creyó en mí y, aunque puso algunos reparos sobre su no participación en el sistema de incineración que le propuse, entendió que lo que yo le planteaba era lo mejor.

 

La verdad, por seguridad, tendría que mantenerla en secreto absoluto por el resto de mis días. Por otra parte, dado que Isabel no podría volver jamás, mejor sería que Toni realizase su duelo y tratase de olvidarse para siempre de su madre.

 

Aquella fue la última vez que nos vimos, aunque todavía, de vez en cuando, nos llamamos y vamos manteniendo un contacto, lejano pero entrañable.

 

 

 

-X-

 

Corre ahora el año 2021. Segundo año de la pandemia. Han pasado ya dos décadas desde el momento en que Toni me visitó para pedirme que rescatara a su madre. Esa madre suya huida al tiempo pasado en el que, tan virtual como realmente, se desarrollaron los hechos aquí narrados.

 

Hoy en día, ya sólo contados mandatarios de los estados miembros del Consejo permanente de seguridad de la ONU, pueden tener acceso a la memoria e informaciones sobre la gran desconexión y el subsiguiente proceso mediante el cual se extirpó a la humanidad cualquier posibilidad de conocimiento sobre el episodio colectivo de los auto-retornados.  En su momento así lo pactaron los dueños del planeta y así sigue. Aunque también es cierto que, por necesidades inherentes al proceso de borrado, se tuvo que contar con algunos especialistas entre los que me sigo encontrando. Tan solo por esa necesidad se respetó la completa funcionalidad de mi memoria, así como la de algunos de mis colegas.

 

A mi parecer, el borrado global constituyó el mayor hito de manipulación colectiva sufrido por la humanidad. Se recurrió -recurrimos- a fumigaciones aéreas sobre la población, aprovechamiento de procesos de vacunación durante diferentes pandemias (gripe incluida). E incluso se recurrió a la fijación de determinados componentes ocultos en fármacos  y alimentos de uso común, como por ejemplo el paracetamol o diferentes tipos de harina.  Evidentemente también se procedió al borrado de fuentes documentales correspondientes a cualquier tipo de soporte… Aunque, en mi opinión, no obstante los inmensos esfuerzos, no es probable que el gran borrado destinado a impedir una nueva recaída de la humanidad en la plaga de los auto-retornos haya tenido éxito al cien por cien. Es razonable pensar que algún día aparezcan cables sueltos.

 

En cuanto a mí, a punto de cumplir los sesenta y cinco años, os puedo contar que mi vida, mis dos vidas, han sido y son afortunadas.

 

Mariadelos sigue siendo la mujer maravillosa de la que me enamoré y confío en que los dos sigamos madurando, tal como hasta ahora, con amor e ilusión.

Lo mismo puedo decir de Isabel, a la que visito casi diariamente con la excusa de ir a pintar al apartamento donde convertí una habitación en oculto bunker de seguridad. Sí, con Isabel, también todo ha resultado y resulta perfecto. En ese mundo suyo, donde seguimos manteniendo nuestros felices tiempos de convivencia, no es necesario envejecer y en cada visita seguimos explorando inagotables las mil formas de hacer el amor. Muy pronto pacté el tamaño perfecto para mi verga y desde entonces ahí sigue ésta dándolo todo. Bueno, también a Isabel la recreamos un poquito más escultural, según yo le sugerí y ella aceptó.

 

Os contaré algo más, lectores inexistentes, para cerrar esta historia, que nunca podrá ver la luz: una vivencia reciente de tan sólo hace un par de días, que me hizo gracia pero también me hizo reflexionar sobre el “yo oculto” de todas las personas.

 

Anteayer, cuando al amanecer daba mi rutinaria caminata con Mariadelos, de repente ella me dijo: “Tengo que contarte un secreto, pero prométeme que no se lo contarás a nadie”. Le contesté: “vale, tranquila, seré una tumba”. Entonces me contó una historia sobre la doble vida de una amiga suya. Me hizo reír y le comenté que yo también tuve un buen amigo que había llegado a mantener no una doble, sino triple vida. A continuación, le añadí en plan chiste malo, pero súper espontáneamente: “Y ahora yo también te contaré un secreto, así que tampoco tú se lo cuentes a nadie: Tengo a una tipa veinteañera y escultural guardada en una habitación del hotel Saratoga y cada día hacemos el amor como si fuese la primera vez. Una auténtica locura”. “Cállate tonto, ya te gustaría” me respondió ella, mientras felices proseguíamos con el paseo.


 

 

https://entre_los_recuerdos_de_isabel_y_otros_relatos

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Miguel Cabeza