Puntualidad

29.11.2009 20:49

 

Dos de febrero. He quedado a las nueve de la noche en un bar de la plaza de los patines, el bar Plaça. Como todavía faltan algunos minutos, ralentizo mis pasos para dar un poco más de tiempo al tiempo. Las manos, en los bolsillos; hace mucho frío. La mirada, entreteniéndose como una cometa curiosa entre los alerones de los tejados... Calculo que me hallo a unos cuatrocientos metros de mi destino.

Pero ¡maldita manía de andar mirando hacia las alturas! Algo duro e inmóvil me ha zancadilleado... Me estaba esperando. En décimas de segundo mis cien kilos se desploman sobre el paso cebra...

No he conseguido liberar a tiempo las manos de los bolsillos; todo ha sucedido demasiado rápido e inesperado. Mi cachete izquierdo empuja con fuerza el asfalto hacia abajo, intentando que la órbita del planeta Tierra se desplace para amortiguar el golpe. No lo consigue. La visión ya ha cambiado, ahora todo se ve perpendicular y mi cerebro detecta imágenes de un mundo muy diferente al que dejé en pausa momentos atrás: ¡Peligro inminente! Efectivamente: dos luces avanzan hacia mi centro de producción mental. Arrastran un coche adherido a ellas: va a atropellarme. Me da tiempo a pensar "qué absurda muerte", pero no es mi noche. El conductor ha conseguido no frenar sobre mi cabeza. Las sombras de los viandantes corren hacia mí ofreciéndome ayuda. No es necesaria.

Me incorporo con la dignidad que puedo. Compruebo el estado general de mi chasis corporal y miro de reojo las ruedas del vehículo para asegurarme de que no me he dejado nada reciclándose por ahí: una nariz, una oreja... En fin, ese tipo de equipamientos tan útiles para cinco sentidos, porción de tacto incluida, aunque no resulten vitales. Inmediatamente certifico: Aquí no ha pasado nada de importancia; tan sólo: nudillos ensangrentados (¿por qué, si no he conseguido sacar los puños de los bolsillos?), golpe apuntando moratón potente en fachada principal izquierda, asombro en el corazón y la sangre pasando de rizada a marejadilla...

Pero ¿quién quería matarme? Lo busco e inmediatamente lo encuentro. No es él, sino una de "ellas": pétreas esferas asesinas al acecho de aquellos caminantes que tienen la osadía de no mirar continuamente el suelo que pisan.

 

Calculo que habrán pasado tres minutos desde el incidente. Doy las gracias a los espontáneos socorristas y reinicio mi marcha. Podría llegar tarde y no quiero, así que tendré que acelerar.... Pero ahora no dejo de enfocar por donde ando y descubro lo mismo que cuando me compré el coche: no era el único modelo; había muchísimos iguales. Sí, muchísimas esferas asesinas permanecen clavadas en el asfalto; pequeños bolardos cumpliendo disciplinadamente su misión de evitar cualquier aparcamiento incorrecto. En estado de reposo, esperan pacientemente. Tienen todo el tiempo del mundo y me planteo que tal vez se reproducen por alguna propiedad exporulante del cemento municipal.

Ya estoy llegando. Conseguiré ser puntual e incluso me quedarán algunos segundos para abrir una reflexión. Veamos. La maceta es privada y el bolardo es público. Una maceta puede caerte desde arriba y un pequeño bolardo puede atacarte desde abajo... A la primera, puedes esquivarla si andas mirando a las alturas, al segundo, si andas mirando por donde pisas…

Imposible seguir con la reflexión. Acabo de llegar y ellos ya están esperándome. La puntualidad es la puntualidad.

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Miguel Cabeza