Hola Luna

09.02.2010 21:06

La niña se enfrenta a la Luna. Le exige que su padre regrese. La Luna le devuelve la mirada, fría y muda, plena y opaca. La niña solloza desconsolada ante el desinterés que ella le muestra. Pero sabe que el astro blanco tiene poderes y no desiste. Lo intentará de otra manera... Recuerda que su abuela le contó que para que los deseos se cumplan hay que expresarlos en silencio y secreto e inmediatamente saludarla nueve veces: hola Luna, hola Luna, hola Luna…

La niña disimula, esconde el llanto con coraje y ahora finge humildad mientras implora en silencio: “Por favor, tú puedes devolverme a mi padre… Hola luna, hola Luna, hola Luna…”

Los minutos de espera pasan como vidas y la criatura siente como crece y envejece veloz a la vez que se hunde en un pozo sin fondo. Allí sólo habitan el mutismo absoluto y la oscuridad pétrea. Finalmente se rinde. Si la Luna no puede, nadie podrá. ¿Para qué pedir ayuda a otros ahí fuera?  Nada le interesará sin su papá.

Cuando los trabajadores municipales la encuentran, ya hace mucho tiempo que es cadáver. Un pequeño cadáver acurrucado. Un pequeño cadáver acariciado por los restos de un trajecito primaveral de flores azules.

La policía traslada los restos al médico forense. Éste es un hombre meticuloso. Acostumbrado a interpretar las estelas más crueles de la vida. Pero a pesar de las rutinas y las experiencias acumuladas, cuando se inclina sobre los restos de la pequeñuela se estremece. ¡Dios mío! ¡Qué desgracia! No puede imaginarse cómo podría él vivir si a su hijita le pasara algo… No obstante, se arma de fuerza y reinicia su trabajo.

Qué extraña corriente de aire frío recorre la sala. Levanta la mirada, otea y comprueba que todo está cerrado. Se da cuenta entonces de que el tiro parece provenir del enorme cuadro de la pared. Representa a dos científicos con bata blanca inclinados sobre una mesa en la que se encuentran las probetas que manipulan. La decoración permite deducir que se trata de una casa familiar y no un laboratorio. De espaldas. Jugando con una muñeca se halla una niña sentadita en el suelo. Completamente ausente a las investigaciones de los adultos. La nena tiene la edad de su propia hijita, cinco o seis añitos.

El médico forense se siente irremediablemente atraído por el cuadro. Se acerca a éste y siente la respiración gélida que rezuma de la pintura. La nena que juega parece girarse despreocupada y él cree reconocer a su propia hija y cree, entonces, escuchar su voz: "papi ten cuidado con mis huesecitos. No vaya a ser que se te rompan…".

Consternado huye de la sala, baja a peligrosos saltos las escaleras del centro hospitalario mientras recuerda que hoy le tocaba a él ir a recogerla, enciende el coche y recorre alocado los diez quilómetros que le separan del colegio… Y allí la encuentra. Acurrucada y llorando descompuesta. A las puertas del colegio con su muñeca y su trajecito azul... Y al alzar el rostro, ella estalla de alegría:

- ¡Papi, papi! ¡Estás vivo! Luisito me había dicho que habías muerto… Yo le pedía a la Luna que te devolviese, pero tú no volvías.

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Miguel Cabeza