La tortilla francesa

26.04.2021 06:39

Durante toda la vida se le repitió aquel sueño. Debía de tener unos cuatros años cuando lo tuvo por primera vez, no pudo ser después, porque el sueño transcurría en su casa de Madrid y su familia se mudó a la Isla poco después de que él cumpliese los cinco.

El largo pasillo encauzaba la enorme casa como un túnel recto y perfectamente oscuro. El niño se encontraba en la salita de la entrada y desde allí podía ver como, al final de ese negro trayecto, se encontraba abierta la puerta de la cocina. Ésta, sí se hallaba iluminada y toda la intensidad de la luz se concentraba en una tortilla francesa que reposaba en su plato sobre la única silla visible.

El niño contemplaba inquieto y atemorizado aquella visión, aquel centro lumínico amarillo al fondo del pasillo, mientras escuchaba la voz de su madre incitándole a la acción: “Tienes que comerte la tortilla antes de morir, si no te la comes te morirás de hambre”.

Pasaron muchos años antes de que, el que ya no era un niño, comprendiese el sueño; la vida consistía en eso: superar el miedo del oscuro trayecto y alcanzar la luz del fondo. Conseguir comerse la tortilla, para morirse un poco más grande. Experimentar, aprender y gozar, siempre que fuera posible, durante el viaje de superación. Quedarse quieto no era una opción. Morir de hambre no era una opción. Había que morir sí o sí. Pero había que morir saciado.

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Miguel Cabeza