El oficinista enamorado

27.05.2020 12:27

 

 

 

Para Alejo Cabeza

 

 

 

 

Nuestra humanidad es el lugar de encuentro consciente de lo finito y lo infinito, y crecer más y más hacia ese Infinito, incluso en este nacimiento físico, es nuestro peculiar privilegio.

Sri Aurobindo

 

“No se puede dar respuesta alguna al problema de si el proceso comienza en la conciencia o en el arquetipo, a no ser que, en contradicción con la experiencia, se quiera despojar al arquetipo de su autonomía, o se quiera reducir la conciencia a una simple máquina. Pero sin duda estaremos en perfecto acuerdo con la conciencia psicológica si concedemos al arquetipo cierto grado de autonomía, y a la conciencia cierta libertad creadora, correspondiente a su grado de conciencia. De ahí surge una interacción mutua entre estos dos factores relativamente autónomos, y esto nos obliga, en la descripción y aplicación de los fenómenos, a presentar unas veces un factor y otras al otro como sujeto actuante…”.

 C.G.Jung

 

“Para que la supervivencia biológica sea posible, la Inteligencia Libre tiene que ser regulada mediante la válvula reducidora del cerebro y del sistema nervioso. Lo que sale por el otro extremo del conducto es un insignificante hilillo de esa clase de conciencia que nos ayudará a seguir con vida en la superficie de este planeta determinado”.

A.Huxley

 

 

 

 

 

 

 

 

La presencia intrusa

 

¿Cuántas veces hemos tenido esa inquietante sensación de que alguien nos está observando? Esa impresión sutilmente estremecedora que nos obliga a girarnos buscando una presencia…

Alejandro, el oficinista, llevaba meses sintiéndola repetidamente y, sin embargo, él siempre estaba solo. Él era el único ser vivo latiendo en aquel lugar. O al menos, de eso le informaban sus ojos inquietos cuando indagaban tras sus espaldas. Allí no había nunca nadie y tampoco nadie podía observarle a través de los grandes ventanales abiertos a la distancia de un horizonte difuso y blanquecino. Realmente, ningún observador lograría por medios naturales tener dominio visual sobre su enorme despacho; tan blanco como desangelado, tan rectilíneo como funcional. Y menos aún sobre su persona, dada la baja altura de los edificios colindantes. 

Aquel día, el primer sentimiento de “la presencia” lo tuvo Alejandro después de tomarse, como de costumbre, su café de las nueve en el hall de la tercera planta; lugar donde se encontraban las máquinas del autoservicio.

Le sucedió al volver a su mesa de trabajo. Fue en ese justo momento cuando experimentó, una vez más, la turbadora presión en la nuca y, por algún motivo, en esta ocasión, no quiso contentarse con la exploración visual del lugar. Necesitó ir a la pequeña dependencia dedicada a los archivos históricos de la empresa desde donde podría abrir el balcón que daba a la plaza y lanzar su mirada sabuesa hacia los jardines de la entrada. Pero no. Tampoco desde allí pudo descubrir una causa, una explicación. Distinguió al jardinero del edificio de oficinas y a su joven ayudante. Eso fue todo. Dos personas centradas en sus labores que a esas horas de la mañana reiniciaban su rutina. Así que a Alejandro no le quedó otra que la de siempre: sobreponerse sí o sí a aquella extraña impresión de “otra presencia” que cada vez parecía ir ganando en intensidad.

Respiró profundamente y escuchó como desde algún lugar de su conciencia un yo interior le increpaba por permitirse aquellos desvaríos y le exigía que se pusiese a trabajar. Así lo hizo. Se sentó de nuevo y se arqueó sobre las encuestas que debía devolver cumplimentadas a la Dirección general de Trabajo antes del próximo día quince. Si algo realmente le metía el corazón en un puño era agotar los plazos y que el jefe de sección pudiera llamarle la atención. Esa sí que era una presión real. 

De nuevo concentrado, consagró las siguientes dos horas a continuar enfrentándose con la tediosa tarea. Sin embargo, cuando ya todo parecía volver a fluir, una sigla lo dejó a cuadros. No entendía eso de las “LHD”. Así que llamó al departamento de sociedades cooperativas de la DGT para que le aclarasen su significado. Resultó inútil, los tres números insistieron en comunicar... Podría haber sido un poco más humilde, abrir la puerta, recorrer hacia la izquierda seis metros del pasillo habitualmente vacío, llamar a la puerta del despacho del asesor jurídico y preguntar. Pero aquel técnico le desagradaba. Siempre le miraba por encima del hombro cuando se atrevía a plantearle cualquier cuestión. Le hacía sentirse mal. Inferior. Así que mejor seguir probando con los números de teléfono.

Más no hubo manera, nadie descolgaba en la otra parte y ello estaba provocando que por momentos se le incrementase su inesperado y estéril nerviosismo. Consciente de que debía calmarse, empezó a garabatear con su bolígrafo sobre un folio en blanco, como si esperase que aquellos alocados trazos circulares pudieran atraerle un poco de luz y sosiego. Al tercer folio de garabatos vislumbró por un instante lo tremendamente estúpido que era ponerse así por una encuesta intrascendente e, instintivamente, se puso la mano sobre el corazón. Entonces supo que ya era tarde para reaccionar y le absorbió el miedo, pues los latidos se le habían disparado y las sensaciones que le llegaban eran cada vez peores. Destacaba ese picor intenso que le escalaba por la espalda. Como si una jauría de hormiguitas coléricas trepase desde el riñón izquierdo hasta la altura del corazón mordisqueando cuanto encontraba a su paso. Comprendió que se iba a desmayar, que iba a perder el conocimiento... Fuera de control, se rascó la zona frenéticamente con la funda plástica del móvil y, de inmediato, el mundo se oscureció tras una cortina de ingrávidas chispas de colores.

Por puros reflejos protectores, le dio tiempo a prepararse para amortiguar la caída, pero no el suficiente para encontrar la mejor postura. Con todo, tuvo suerte al desvanecerse pues no llegó a desplomarse de golpe. Fue como si se derritiese lentamente sobre su silla. De hecho, ahí se reanimó poco después guardando un curioso equilibrio. El brazo izquierdo, estirado y pendulante entre las piernas entrecruzadas y, el derecho, clavado con su codo en el apoyabrazos como mástil de una aturdida cabeza de trapo.

La primera sensación que le llegó al recobrarse fue de autoinculpación, pues pensó que él mismo se había provocado el desmayo al haber dejado que tan pequeño problema le obcecase de tamaña forma. Acto seguido, ya más tranquilo, se desprendió de su corbata azul petróleo, desabrochó el cuello de su sumisa camisa blanca, se arremangó y enderezó el tórax.  Volvió a pensar sobre lo ocurrido y ya no lo vio tan claro. Reflexionó que lo mejor sería pedir una cita a su médico… O a un sicólogo, por qué no… Lo que había sucedido normal no era, mejor reaccionar.

A quien no le haría falta visitar al médico ni al sicólogo era a la presencia intrusa: Amartelo. Presencia arquetípica indetectable para el común de los mortales cuya misión cósmica fundamental siempre ha consistido en la provocación, refresco y recreación de las pasiones amorosas. Amartelo sí sabía muy bien que era lo que le había sucedido a Alejandro. Simple y llanamente, lo que le había sucedido a Alejandro era  que él, Amartelo, le acababa de punzar el corazón con su pequeño mijtil. Esa especie de diminuto cuerno de vaca tejido de arcoíris.

La intervención se había desarrollado a la perfección y en poco tiempo deberían producirse los primeros resultados. Así que de momento se limitó a esperar a que Alejandro acabara de despejarse y dejara de resoplar como un caballo de carreras malherido tras el fallido intento del salto de la fosa…  Lo mejor siempre era darle tiempo al tiempo.

 

El filo de la noche

 

Para el oficinista Alejandro Solís, cuarenta recién cumplidos, el enamoramiento no era un sentimiento que pudiera vivirse más allá de la literatura y, desde luego, nada que pudiera relacionarse con él. De hecho, su vida, en general, se había ido tejiendo ajena a sus impulsos más profundos. Así que cuando había percibido su corazón revuelto, inmediatamente habían triunfado en él las posiciones más conservadoras. Nada de riesgo, nada que pudiera desequilibrar su monótona pero segura vida sentimental, ni tampoco sus valores. Tan sólo en contadísimas ocasiones, tras un par de cervecitas en soledad, su alma había volado un poco más alto y lejos de lo que la cauta prudencia aconsejaba. Estos habían sido los únicos momentos en los que había sido capaz de mirar a los ojos de ese tipo de melancolía que invita a la filosofía.

De no ser por el inquietante incidente del desmayo matinal, seguramente aquel día hubiera pasado como cualquier otro, sin nada sobresaliente, salvo las ya descritas sensaciones de presencia ajena que últimamente le rondaban. A mediodía, hubiese vuelto a casa. Se hubiese echado una cabezadita frente a la tele tras comer algo ligero y a las cuatro de la tarde habría retornado a la rutina laboral, hasta la siete; momento en que desharía otra vez el camino para volver a casa. Pero no, aquel día no sería un día normal. El desmayo de la mañana conllevaría sus consecuencias. Las primeras, se abrieron paso justo en el momento en que el reloj digital de la pared estampó las 19:00. En ese preciso instante sus sentidos se abrieron a percepciones desconocidas.

Lo primero en alterarse fue el sistema auditivo. Los gestos leves producían sonoridades metálicas provistas de ecos en alta definición y esas extrañas sensaciones acústicas llegaban a adquirir dimensiones visuales. En la calle, las voces de la gente y los ruidos de los coches se transmutaban en fluidos de colores crepusculares que volaban hacia él para roerle los tobillos con preguntas absurdas, pero concisas y claras que le incitaban a correr. Y, de hecho, eso es lo que hizo, correr y correr. Cada vez más espantado ante aquel tropel de alucinaciones sensoriales…

Al llegar a casa, ya fuese por efecto del cansancio o por sentirse en un entorno protector, se notó bastante más aquietado y agradeció que Ana, su mujer, no hubiese llegado todavía. Mejor no tener que dar explicaciones. Se acomodó en la butaca de la salita y dejó que unas respiraciones espontáneas y profundas le acabasen de devolver a la calma y a la conciencia habitual. Y decidió que sí. Que mañana pediría hora para la médica, pero de momento, ahora mismo, se iba a ventilar por ahí. Necesitaba andar, reflexionar... Iría a tomar algo y recapacitaría en serio sobre lo que le había sucedido.

A continuación, lo primero fue dejarle a Ana una nota sobre la mesa de la cocina en la que le decía, sin indicar motivos: “Ana, no me esperes despierta, tengo que salir. Un compromiso de trabajo. Llegaré tarde”. Inmediatamente después, se dio una ducha rápida. Eligió luego unos mocasines beige, un pantalón blanco de algodón y una camiseta azul marino. Se vistió rápidamente, aunque con el corazón todavía algo desazonado y, encogiendo un poco la incipiente panchita, buscó la aprobación del espejo de pared. Nada más. Ya podía salir zumbando de casa.

El bar del puerto deportivo ofrecía poca cosa en su carta nocturna. Pero a Alejandro siempre le había gustado la simplicidad popular de ese lugar en el que, a diferencia del afamado restaurante de la primera planta, sólo se podían encontrar hamburguesas, perritos calientes, patatas bravas y algunas frituras… Optó por una cerveza y una hamburguesa y, mientras esperaba al camarero, dejó que su mirada vagabundeara recorriendo los perfiles del crepúsculo. Reparó, sin profundizar, en la belleza de los tonos burdeos del cielo sobre los mástiles titilantes y agradeció, sorprendido, el que las grandes pantallas de televisión estuviesen apagadas.

La primera hamburguesa no le dejó satisfecho. Al contrario, le disparó un ansioso apetito. Así pronto llegó una segunda hamburguesa con la consiguiente cerveza plus. Luego se atiborraría de patatas bravas.

Mascaba y tragaba como si tuviese miedo de que alguien le robase el hambre. No obstante, sus pensamientos fluían ágiles, sin dejarse atrapar por la obcecación depredadora de las mandíbulas. De hecho, tal como tenía previsto, desde el primer bocado empezó a reflexionar sobre lo ocurrido y sobre su vida en general. Quizás, nunca lo había hecho con tanta intensidad.  Secuencias olvidadas de su infancia se mezclaban con imágenes de su adolescencia y con otras mucho más recientes.  Adivinaba, tras todas ellas, un hilo conductor que no sabía explicar… Y así se le pasaron a Alejandro un par de horas hasta que su mente empezó a desacelerar y perder contraste ante el peso del alcohol.

Una vez completamente aquietado, le inundó un repentino sentimiento de placidez optimista que le invitó a continuar la ruta nocturna por los bares cercanos.

Para iniciar la peregrinación, le tentó el recuerdo de un music-bar al que le gustaba ir en su juventud. “La decadente”, se llamaba. Pero, lástima, se lo encontró cerrado por reformas. Así que se metió en la bodeguita de al lado. También de toda la vida. Con el camarero aquél, gordete de ojos saltones, que seguía increíblemente igual.  Allí caerían dos brandis en compañía de una parejita de   veinteañeros que con un español básico y gangoso se empeñaron en convencerle de que realmente los americanos nunca habían llegado a la Luna. Ya había escuchado esa gansada otras veces, pero le era igual, le apetecía conversar con ellos. Se rio y disfrutó de sus ocurrencias ¡A cuál más chispo de los tres!

Le parecieron jovencillos encantadores que excitadamente no dejaban de palmotearse mutuamente el pompis mientras hablaban. Sin duda, estaban en la cumbre de un enamoramiento… ¡Qué envidia!  Finalmente, sobre la media noche, los chicos se despidieron y Alejandro se dijo a sí mismo que él también debería volver a casa.

Ya estaba en la puerta de la calle, con ese ánimo, cuando pensó que mejor sería pasar antes por el aseo. No fue fácil hacerlo, pues en su estado, bajar las escaleras de caracol del fondo a la derecha y atravesar un mal iluminado patio almacén eran palabras mayores. De hecho, tropezó hasta cuatro veces mientras se habría camino entre los bidones de cerveza que habían sido apilados de cualquier forma por manos desatentas. Al fin, tras ellos, descubrió la puerta de persiana granate de un sórdido aseo unisex.

Se miró en el espejo tras lavarse las manos y volvió a vislumbrar, difusos, los nervios y el desmayo matinal. Imágenes que se borraron de inmediato al percibir tras él, reflejado desde la pared de atrás, el culete redondito de la chica del poster. Se giró, entonces, para contemplarlo mejor. Se parecía mucho al de la francesita… Ante aquella visión, algo se le removió en las tripas sonoramente y se dijo a sí mismo como si contestara a aquellos murmullos interiores: “Aquí no se acaba la noche. Tomaré una copa más, pero en el Mar del Japón”. 

EI Mar del Japón tampoco caía lejos. Andando tranquilo, no más de tres minutos. Así que no tardó mucho Alejandro en descubrir su líquido duplicado deslizándose sobre las lunas de la entrada de ese piano-bar. ¡Uf! También hacía porrón de años que no caía por ahí.

Y sí, de nuevo él estaba allí después de tanto tiempo. Él, solo, entre tanta gente. Él, solo, entre tanta gente y dejando que una confusa excitación le estirase hacia el centro neurálgico del local, el lugar donde las sombras se rendían a favor de la barra del bar. Claramente definida y salpicada de multicolores reflejos cristalinos.

Él estaba allí, allí solo entre tanta gente, y a cada paso hacia la barra notaba como se incrementaba la nitidez envolvente de aquella voz pelirroja, líquida y delicada, que revoloteaba sobre las acompasadas sombras de la pista de baile. Aquella voz que, al franquear los tímpanos, se convertía en el nacimiento de un soleado riachuelo interior de fresquísimo zumo de mandarinas… ¡Y adiós a la sangre, viva el zumo de mandarinas!

Él estaba allí. Él solo. Y ya tenía el huequecito en la barra, el gin-tonic de refuerzo en espera y los cacahuetes precipitándose hacia su boca boquiabierta en alocada aglomeración. De hecho, no le resultaba fácil encestarlos a todos y algunos se le iban escapando hacia la ley de la gravedad. Pero eso no era problema, pues los fuguistas acababan siendo recogidos por la astuta mano derecha a la altura del ombligo. Él estaba allí. Él solo. Y desde esa voz se reavivaban en su esplendor los Platers y Jorge Benson.

Pero, por favor, algo más: una mirada de la pelirroja. Una solamente… Necesitaba urgentemente sentirse reconocido, anhelado... Aunque fueran instantes...

La pelirroja no descargaba, sin embargo, sus ojazos, tan tristes como risueños, del perdido infinito que la esperanzaba y Alejandro tuvo que someterse a la evidencia: ninguna pelirroja le llovería desde un cielo tan lejano.

Rendido, dejó ahora que su mirada deambulara sobre las bellas baldosas.  Sí, con ellas tendría más futuro. ¡Menos mal de las baldosas hidráulicas! Siempre le habían seducido esas formas que parecían invitarle a ver con los ojos de la imaginación. Las que ahora le socorrían eran preciosas, de acuosos esmeraldas sobre fondos crema, y en ellas se podían adivinar las encubiertas formas de osos siniestros, alegres peces voladores y laboriosos enanitos.

Pero a ver… Ahí abajo… Dos baldosas más allá… ¿Cómo decir…? Había cosa, había historia... Sí, algo real. De este mundo.

 

- Concéntrate Alejandro que a lo mejor todavía no tiramos la toalla - se dijo.

 

Y se concentró y… ¡Exacto! Desde una de las hidráulicas baldosas vecinas emergían dos densos, pulidos y relucientes juegos de volumetrías que, si no se equivocaba, le iban a permitir una placentera escalada sensorial. Probó. Y, sí. Efectivamente, a medida que su mirada trepaba a pulso las densas y bronceadas pendientes éstas fueron confirmándose como patrón óptimo de una unidad de población femenina. La plenitud visual fue tanta que Alejandro sintió un repentino pánico al percibir la posibilidad de ser arrastrado por el desbordamiento de lo visible. Pero no cedió. Y pudo verificar entonces, fotograma a fotograma, el descomunal potencial de tierra prometida confinado en aquella morena arena repleta de hembra. ¡Uy! ¡Qué poco le importaban ya los cacahuetes y la pelirroja! En un plis-plás la noche se incendiaba de nuevo para él.

¡Rápido! ¿Qué estrategia seguir? Hay que decidirse... Alejandro no vaciló más:

 

 -Perdona. ¿No nos conocemos de algo?

 

Aquella belleza inaudita y misteriosa tardó en levantar la mirada. Al fin, lo contempló en silencio sin contestarle y Alejandro pudo sentir como desde esos ojos almendrados le llegaban extraños sabores. Una persona con más experiencia mundana que la de nuestro Alejandro habría adivinado, seguramente, que esos sabores provenían de la mezcla de antiguas emociones tejidas de alcohol, pasión desbocada y delirios rotos. Sin embargo, él no alcanzaba a tanto. Eso sí, en seguida fue consciente de la fuerza de las impresiones que recibía. Durante unos instantes el mundo pareció paralizarse. Él quería empujar la vida hacia delante, pero no podía y sabía que mientras ella no apartara su vista, él continuaría petrificado…  

 

-Sí... No sé. Seguro que de algo... – mintió ella, salvando a Alejandro de la asfixia.

 

La deseada no sabía por qué motivo daba cancha a ese enredador imbécil. Se sentía cansada y harta de cuántas cosas y de cuántas gentes… No obstante, optó por concederle unos instantes de oportunidad y apretó contra su pecho el pequeño bolso blanco a juego con los zapatos de tacón; se entrecruzaron entonces ante él las finas manos de la mujer como inocentes alas de paloma apagando el vuelo.

 

-Bueno, ahora no recuerdo bien, pero sí, sí... Seguro... ¡Me alegro de volverte a ver!” – prosiguió él.

 

Pero no resultó. De repente ella, sin más, como si hubiera escuchado en su interior una llamada urgente, se dio media vuelta y se alejó con pasos decididos. Así que Alejandro y la parálisis contemplaron juntos como la morena oportunidad de una noche imposible se esfumaba cual moribundo suspiro... Adiós a las inocentes alitas de paloma.

Encajó mal aquella huida extraña, imprevista y precipitada. Sintió en la boca del estómago un golpe de desconcierto, tristeza y soledad, además de una fuerte sensación de vomitera. Dudó por un momento si salir del atasco reivindicando otro "Gin Tonic", pero se sometió enseguida a la protectora voz interior que clara y firme le había dramatizado:

 

- Alejandro... ¡Basta! Estás completamente borracho. En cualquier momento te vas a desplomar. Seguro que te ha olido el aliento y por eso ha salido como alma que lleva el diablo. En serio… ¡Vete a casa!

 

Sin perder las distancias, le podemos seguir ahora por las aceras del paseo marítimo. El mar, a su derecha, se lo mira de reojo, en calma, sin dirigirle palabra alguna... Alejandro se deja estirar por las últimas fuerzas que le quedan y que apenas alcanzan a dirigirle los pasos vacilantes.  Quizás ya no piensa en nada. Por llamar pensamiento a aquello que fluye aleatorio en su cabeza. No, sin quizás. Seguro que ya no piensa en nada. Pero le llama desde lejos una difusa conciencia del tiempo personal. Una conciencia que, si pudiera hablarle claro, le contaría cómo el tiempo puede convertirse en la distancia que cada día te separa algo más de ti mismo.

Un par de minutos más tarde y distinguimos a Alejandro derretido sobre el banco del muelle dejándose engolfar por su húmeda nada interior. No siente frío y debería sentirlo, la madrugada está refrescando. No tiene miedo y debería tenerlo, ese no es lugar para abandonarse. Su hemisferio derecho no tarda en adormilarse y yace plácido sobre el brazo que le hace de almohada. El ojo correspondiente lucha, no obstante, un poquito más por mantenerse abierto… Y es que a su mirada zurda se le ha pegado un corazoncito grabado en la piedra del respaldo. “Siempre te amaré, Emilio”. Pone debajo del amoroso grabado.  Le da tiempo para preguntarse si lo firma el tal Emilio o si es alguna ella la que piensa en el tal Emilio. Y ya está. Se acabó. Ronquidos secándole la garganta. De fondo, algunas siluetas deshilachadas de pescadores al inicio de su quehacer cotidiano.

 

Adela

 

Se llamaba Adela. Rondaría los ochenta, pero parecía bastante más joven. A pesar de ello, los niños del barrio la llamaban “la vieja del quiosco”. Lo cierto era que cualquiera que se enfrentara a sus ojos dorados comprendía instintivamente que la edad no siempre es un concepto razonable y, lo cierto también, era que el quiosco ya no le pertenecía. Hacía años que se lo había traspasado al señor Alfredo. Aunque, de hecho, si el tiempo lo permitía, no dejaba un solo día de pasar algunas horas de la mañana acompañándole sentada en el banco de enfrente releyendo inevitablemente sus inseparables libros de poesía. En especial Olga Orozco y Alejandra Pizarnik; para ellas eran los máximos honores. 

Hacían buenas migas Adela y Alfredo. Ya las hacían antes, cuando era él quien la acompañaba mirando melancólico el mar y dándole conversación desde el banco. Antes del día en que ella le planteó “Alfredo, mira que yo ya estoy mayor... ¿Qué te parece si ahora que puedes capitalizar el paro te metes en esto…? Da para vivir y te sentirás mejor…” Sí, ese día cambiaron los papeles. “¿Por qué no?”, le había respondido él, sin dudarlo. Como si hiciera tiempo que esperase esa oferta. 

Ahora, si el hombre se iba a tomar un cafecito, Adela gustosamente atendía hasta su vuelta. Y si el rato se alargaba, Adela lo agradecía… Y todavía agradecía más que un día Alfredo la llamase por la noche y le dijese “Perdone. Mire; es que no me encuentro muy bien… ¿Podría mañana abrir usted?... Iré en cuanto pueda”. Ella le contestaba con pocas variaciones “Por supuesto, hombre. No te preocupes... ¡Con tal que no vengan los de la inspección de trabajo!... Si hay algún contratiempo te llamo. Descansa y reponte”.

Precisamente aquella era una de esas mañanas en que “Doñadela” se levantó temprano para ir a abrir. Cuando llegó, justo en el momento en que un tímido sol asomaba el hocico, lo primero fue buscar en su mochila de paseo el paquetito plateado que cobijaba aquel sanwich de tomate y aguacate preparado ceremoniosamente la noche anterior. “Buenísimo”, sentenció Adela tras el primer bocado. Y debía realmente estarlo a juzgar por su expresión de placentera satisfacción. 

Daba gusto verla, a sus años, en vaqueros y con camisas amplias y floreadas. Siempre calzando bonitas deportivas de color beis y siempre luciendo un lazo azul cielo que atrapaba sobre la fina nuca su lustrosa melena blanca…  Se recordaba a sí misma invariablemente con aquel lazo azul. A veces se reía sola imaginando que ya nació con él puesto. Pero la verdad es que no tenía ni idea del porqué de esa fijación.  

¿Y qué decir de esos rasgos tan suyos? Nariz aguileña, pómulos salientes, labios siluetados, tez aceitunada apenas surcada por finas arrugas delatoras de la bondad y el amor por la sonrisa. Y esos luminosos ojos claros por los que según la hora del día se priorizaban los tonos verdes o azulados. Toda ella fiereza noble. Elegancia trascendente emanada desde el mismo corazón de la naturaleza. 

Pronto aparecería la furgoneta de la distribuidora con la prensa del día... Pero de momento reinaba una calma intensa. La calidez suave de los primeros rayos solares, el saboreo de su merienda, la belleza de las dormidas barcas de pesca… Con placer pasaría la jornada frente a este mar radiante, este mar que junto con sus amadas poetisas eran los únicos lujos que reconocía en estos momentos de su vida.

Sin embargo, algo va a suceder inesperado. Se trata de esa imagen que aparece en la esquinita del amado panorama matinal. Parece un hombre dormido o desvanecido sobre "su" banco, al inicio del viejo pantalán. Seguramente sólo se trataba de lo que parecía: Un hombre joven vencido por la juerga nocturna. Pero ella se obliga a salir de dudas. Quiere saber si puede necesitar ayuda. Así que se le acerca lo suficiente para verle el rostro y comprobar que respira, que nada malo le pasa. Y nada malo le pasa. Ronca apacible y suavemente. Se anima Adela a ponerle la mano en el hombro, le quiere preguntar si necesita algo… Y entonces su corazón se paraliza. ¿A quién le recordaba este tipo…?

“¡Oh Dios! ¿Será posible?  No… No... Ya tendría mi edad. Mi edad y cuatro más… ¡Qué locuras se te ocurren!” Se oyó susurrarse aturdida a sí misma. 

Inclinada sobre él. Tan sólo a dos palmos de sobrecogida respiración, Adela escudriñó cada traza de aquella inquietante aparición, hasta que sus temblorosas piernas le avisaron de que debía retirarse inmediatamente si quería evitar el desmayo. Apoyó entonces pesadamente su espalda contra la pared trasera del quiosco y suspiró de golpe seis décadas de lacerantes sentimientos almacenados sin pellejo.

“¿Recuerdas Adela…? ¿Recuerdas Adela…?” Repicaba la pregunta en su mente.

“Es como él era. Sí, como él. Increíble parecido… Pero no sé… ¡Oh! ¡Cómo me gustaría despertarlo! ¡Verlo de pie!” 

¡Cuánto la había hecho sufrir aquel su Emilio!  Maravilloso contraste de sobriedad y recogimiento en el expansivo Buenos Aires de su juventud. Todavía recordaba Adela como si fuese hoy la primera vez, la primera tarde. En el cumpleaños de su amiga común, Sandra. Sus amigos dándose palmetazos y bromeando, mientras él, serio, al acecho tranquilo, un poco más atrás… Apenas dibujado en la frontera de las sombras. Agarrado a un vaso de vino, mirando todo y nada… Perdido y encontrado… La espesa cabellera como negro mar surcado de densas olas azabache, la nariz ruda y potente, las cejas pobladas hasta el exceso, la boscosa mirada siempre transparente... Enigmático a pesar del traje heredado y pasado de moda…

“Alguien que os conocía a los dos, Sandra, se fijó en tu forma de mirarle y te llevó hasta él… Tú tendrías dieciséis, él acariciaría los veinte… Tres años de agotamiento del sentir de la vida. Explosión del cuerpo, alas del corazón”. 

“¡Emilio…!” Exclamaba y preguntaba ahora la voz interna escondida en algún confesionario de su mente… “¿Por qué te marchaste a una guerra que ya no era tuya? ¿Por qué me convertiste en esta estatua de sal? ¿Por qué me condenaste a vagar por el mundo indagando tu paradero? Olfateando cualquier mínima posibilidad para el reencuentro.  Emilio… ¡Mi Emilio! ¿Dónde están hoy tus brazos fuertes? ¿Dónde tus sentidas palabras?”.

Adela sacó el espejito de la bolsa y se contempló sin saber muy bien lo que hacía… “¡Dios! ¿Qué hace aquí esta vieja? ¿Quién narices me convirtió en mi abuela? ¿Recuerdas Adela? ¿Cuántas veces, gozosa ante el espejo, revoloteando las mil expresiones de tu belleza? ¿Recuerdas Adela…?  Insufribles sabores de una guerra miserable tras otra guerra miserable… Como todas… El silencio; luego.  El inagotable silencio. Días silencio, meses silencio, años silencio, épocas silencio ¿Qué pasó Emilio…? Dime ya qué pasó desde tu última carta. Después… ¿Qué pasó después? Rumores de España… Dejar mi despacho de joven arquitecta…  Cruzar el charco renunciando ¡tal vez para siempre! a los míos, mis gentes, mi casa, mi ciudad… Protegida por un enorme y poderoso yo capaz de descubrir los oasis de autoestima que permiten el desierto en soledad… Periodista, librera, camarera y tantas otras cosas… ¡Maldito amor despiadado!  Adela… Adela… Galgo alocado y fantástico tras la presa que siempre se vislumbra y jamás se alcanza. Orgullosa de mi fidelidad… Fidelidad a él, fidelidad a mí misma, fidelidad a un mundo posible donde existen los amores inevitablemente fundidos…” 

Al hombre que yacía sobre el banco del pantalán lo debió de despertar la tormenta huracanada que se estaba iniciando en el corazón de Adela. Uno de los primeros rayos le debió de caer muy cerca a juzgar por el brinco con el que de súbito se incorporó, quedándose sentado con la espalda muy recta y las palmas bocabajo en cuchara, tensas, cubriendo las rodillas.

Oteó entonces, el hombre, nerviosamente, a su alrededor. Como si esperase a mil demonios al asalto. Pero solo vio a una abuela apoyada en la pared de un quiosco que le miraba fija y penetrantemente.  Le costó entender qué hacía allí. La verdad es que Alejandro no recordaba cómo había llegado a ese lugar. Los últimos recuerdos de la noche anterior eran los de la morena al salir resuelta del piano-jazz, El mar del Japón, y también recordaba sus propias sensaciones de soledad, desamparo, frustración y vomitera. Sensaciones que no le habían abandonado y a las que ahora se sumaban sentimientos de vergüenza y profunda melancolía.

La vieja Adela contempló fijamente al hombre, obsesionadamente al hombre, ausentemente al hombre… Cada vez más arrebatada por los recuerdos imperecederos que aquel rostro le ofrecía.

 

- ¿Le ocurre algo, señora? -Le preguntó sorpresivamente el distribuidor de prensa, que acababa de llegar sin que ella percibiera su presencia. 

- No... No... Hola, buenos días... -Contestó quedamente ella sin prestarle apenas atención y continuando con sus meditaciones sobre la presencia del banco-. ¿Será hijo suyo? ¿Cómo se lo pregunto? Algo tiene que ser suyo. No puede ser de otra forma… Pero ¿cómo puede ser algo suyo con esta pinta de funcionario aséptico…? Sí, no es posible. Emilio estaba hecho de bruma y tierra labrada… Y de esos aires de “la gueta” de los que tanto hablaba. Aires tibios que a mediados de octubre suben desde las planicies del sur, atravesando la cordillera. Aires otoñales que se pasean entre los castaños abrazando a los paisanos. ¿Cómo no recordarlos cuando ponía él tanta pasión al evocar su añorada tierra verde humo? Sin embargo... Esas facciones... Ese cuerpo...

Adela escudriñó de nuevo el espejito y éste volvió a apoderarse del aliento de sus palabras…

-Sí, vieja… Vieja porque un día encarcelé a la Adela flor… La Adela de áurea mirada, orgullosa y humilde a un tiempo. La Adela volcán, la Adela riachuelo. La Adela tiburón, la Adela gacela. Te llevo dentro joven Adela, te llevo dentro. Dejé que el tiempo pasara por la piel para preservarte a ti, joven Adela encarcelada… ¡Que no te hiriesen los rayos del sol, que no te sometiesen las experiencias de la vida, que no te marchitasen otros amores…! Te llevo dentro miel de amor… No te preocupes querida mía… Cuando lo encontremos te dejaré aflorar... Ahora no llores, cielo mío… Un tiempo más, un poco más… Lo presiento… Ya verás. Sé que él se acerca, que te explicará todo… No, ni siquiera... Bastará una caricia suya… Y lo vas a entender… Te vas a sorprender de lo pronto que ha retornado, a pesar de todo lo que precisó forjar.

Ajeno a las desbocadas cavilaciones de Adela, Alejandro se fue despejando y al fin se levantó. Permaneció de pie unos instantes con alguna decisión tomada, pero pareciera que algo lo obligaba a sentarse de nuevo. Miró el reloj… Y otra vez arriba, ya sin decisión alguna. Encaminó lastimeramente sus pasos hacia el quiosco hasta que, al sentir la presencia cercana de la extraña abuela que tan filosamente le miraba, alzó la vista. Adela no soportó ese encuentro visual y escondió la suya. Pero resultó inútil pues el hombre se asomó desde su garganta con un espeso “Buenos días ¿Algún diario? Por favor”.

 

- ¡Dios mío! -exclamó ella, sobrecogida.

 

¿Acaso no era esa su voz? Adela sintió al oírla que una escalofriante explosión de racimo le abría inmensas grietas en los muros del corazón mazmorra y que, a través de esas grietas, una joven Adela encarcelada conseguía liberarse como lo que ya era: un fantasma libre… Un fantasma perturbado.

“¡Ostras…!” Fue todo lo que se le ocurrió exclamar a Alejandro cuando la señora del quiosco se le desplomó ante sus pies. 

A pesar de su estado, Alejandro no dudó en llamar inmediatamente a urgencias y cuando llegó la ambulancia insistió en acompañarla, argumentando que era vecino, su único vecino. Y no sabía el porqué, pero también insistió en permanecer junto a ella en el hospital. De nuevo argumentando que era su vecino, su único vecino. Se sentía en la obligación de proteger a aquella señora desconocida. ¿Acaso no era él quien la había recogido del suelo, la había tumbado en el banco, la había intentado reanimar y había llamado a la ambulancia? ¿Y acaso alguien hasta el momento había conseguido ponerse en contacto con los posibles familiares de aquella mujer?

Tras un profundo reconocimiento, los médicos optaron por dejar a Adela hospitalizada. Pese a que sus constantes vitales eran buenas algo habían detectado en los análisis de sangre que les preocupaba; así que optaron por subirla a planta y mantenerla en observación. Le dijeron a Alejandro que en principio no se preocupase pero que convenía ser cautos. De momento debía descansar, estaba consciente, aunque algo sedada. Mañana le realizarían nuevas pruebas.

Cuando los dos se hallaron en la habitación, de nuevo juntos, Alejandro arrimó la butaca para que ella pudiera percibir su compañía y se acomodó. Su mano derecha buscó entonces la yaciente mano izquierda de Adela y la estrechó cálidamente… Sintió entonces que esa mujer tenía que ver con él. Que no era una locura, debida a la cruel e intensa resaca, el permanecer allí a su lado. Le dominaba una sensación dulce y profunda ¿Qué clave podría ella ofrecerle? ¿Por qué le había mirado con aquellos ojos atónitos cuando le pidió el periódico y por qué ella le había estado observando antes tan intensa y descaradamente? ¿Por qué se había desplomado inmediatamente después a sus pies? Esa mujer guardaba algún secreto para él… Algo tenía que contarle… Pasaron un par de horas de inquieta espera hasta que por fin Adela, que ya sabía quién era el ángel custodio que la acompañaba, entreabrió sus ojos, le miró y empezó a contarle con voz vaporosa los mil años de búsqueda de su amor perdido y cómo su tremendo parecido con su Emilio le había quebrado el alma… Aunque ella entendía que era absurdo lo que había sentido, que no podía ser.

Llevaría un buen rato de intenso monólogo cuando Alejandro entendió que ella no debía seguir hablando, que no estaba en condiciones ahora de proseguir. Y con un gesto de requerir su silencio la interrumpió. A fin de cuentas, ya había comprendido suficiente.

Siempre había sido un motivo de comentario en la familia y entre sus amigos, el formidable parecido de Alejandro con su padre, Emilio. Desde pequeño sus tíos ya le llamaban Emilín por ese motivo. El recordaba la rabia que le daba que le llamaran así y no dejaba de replicarles “Yo me llamo Alejandro”. Cosa que a su vez y para su mayor enfado parecía causar mucha gracia a los mayores… “Me llamo Alejandro. A-le-jan-dro…”

 “Ahora escucha tú”. Le dijo Alejandro a Adela, para iniciar el relato de los delirios últimos de su padre. Delirios que de repente habían hallado sentido para él. “Papá murió el pasado septiembre... Aunque durante los meses anteriores en su memoria se habían ido desmoronando progresivamente los recuerdos. En ese periodo tan doloroso para la familia, nos sorprendió a todos con evocaciones constantes a una mujer cuyo nombre no nos era familiar: Adela… Nos sentíamos tan intrigados como molestos, especialmente mi madre se desconcertaba dolida. Pareciera que la tal Adela fuera la única razón de ser de su vida pasada y presente…”

 

-Espera –Le interrumpió entonces Adela- ¿Puedes acercarme la bolsa?

 

Alejandro le acercó la bolsa y le ayudó a que extrajese del bolsillo interno dos voluminosos sobres repletos de cartas antiguas, ambarinas, mil veces plegadas y desplegadas. Ella se los puso a él en las manos diciéndole “Léelas luego, por favor… Y no te vayas sin darme un beso”. Y enseguida, sin proporcionarle a Alejandro tiempo suficiente para poder extrañarse, añadió con suavidad imperativa: “Continúa, continúa por favor…” 

Y Alejandro continuó desgranando los recuerdos de los últimos desvaríos de Emilio, su padre. Y a medida que ello hacía, se dilataba la luz beatífica que emanaba del rostro de la mujer. Su imagen iba cobrando una expresión dulce y serena hasta que una sonrisa de Gioconda feliz anunció el punto final de la vida de Adela.  Aunque él, creyéndola sólo dormida, dejó su parloteo y se anidó en la butaca. Pensó que había demasiada luz en la habitación y se levantó de nuevo a cerrar la persiana lo suficiente para crear una atmósfera de penumbra. De nuevo acomodado cubrió la lamparilla de forma que apenas traspasase su luz los lindes de aquellas cartas fechadas en algún lugar de Rusia… ¡Schutyni! ¡Entre el 2 de enero y 12 de marzo de 1942! ¡Y firmadas por su padre!  Emilio Solís. Páginas y páginas tejidas con esa letra menuda que él tan bien conocía.

Alejandro quiso poner calma en su interior y empezar la lectura desde el principio, pero no pudo. Sentía una honda emoción al tener aquellas cartas en sus manos y, contra su voluntad, lo único que fue capaz de hacer fue sobrevolar nerviosamente sobre las palabras de su padre, dejándose atrapar azarosamente por párrafos de aquí y de allá. Especialmente le atrajeron los siguientes:

 

“(…)  el alférez que me acompañaba sabía más que yo del camino, pero al regreso, por dejarme llevar, tuve que luchar gran rato con la nieve y el caballo… Éste se hundía hasta la panza no habiendo más remedio que echar pie a tierra y buscar mejor ruta…

(…) Al fin llegó el aguinaldo tan esperado. Lo distribuí y el personal se vio satisfecho y alegre. He tenido buena suerte con mi paquete. Contenía: jersey, pasamontañas, turrón, botellín de coñac, peladillas, avellanas, gafas, tres paquetes de cigarrillos, insignia de Falange, libro de rezos para el frente, estampita, fotos de José Antonio y del Caudillo, pastilla de jabón y tres latas de sardinas...

(…) Ha bajado la temperatura, estamos ya a -30º. Aquí es fácil que uno se quede sin nariz no dándose ni cuenta…  

(…) Estoy en estos parajes del mundo tejiendo tu amor. En las copas de los árboles, en los pináculos de las torres, en los ríos y en los valles… En todas partes te hallo. ¿Qué tendrás para poder alcanzarte nítidamente en tan lejanas tierras? Qué diferentes serían estas inacabables noches si estuvieses a mi lado.

(…) Serían las 3 de la madrugada cuando el Sr. comandante me telefonea y me ordena que me presente ante él con dos bombas de mano. Al hacerlo, me asusto, pues le veo todo pintado. Entonces, rápidamente, me arrebata una de las bombas del cinto... Pero conseguí recuperarla con poca violencia. La quería tirar por debajo de las cinco camas que había, por gusto, por asustar, por ver cómo se elevaban por los aires... ¡Qué trompa! ¿No estaría bien racionar la bebida? Así hacemos aquí con la tropa del 4º grupo.

(…) Viene a las 08:00 el pater, D.Ramiro, a darnos  una conferencia preparatoria para el cumplimiento pascual.  Cuando ya casi concluía, llegan unos tímidos pepinos, el primero de los cuales nos cogió de susto y nos dejó sin luz (nos apagó el carburo y las velas) y sin cristales... No se oyen venir. La artillería rusa tira poquito pero muy acertado. Gracias a Dios no debe tener mucho material en fuente, ni mucha munición. Parece que las piezas las traslada con tractores por la noche de un emplazamiento a otro desde los cuales hacen unos disparitos.

 

La vuelta a casa

 

Llevaba un buen rato leyendo sin parar, tanto como el que llevaba Adela en el otro mundo, cuando Alejandro tomó consciencia de que debía regresar a casa. Ya volvería mañana a visitar a Adela y ya continuaría más tarde la lectura…

Y ahora ¿cómo retornar? Cómo explicarle a Ana, su mujer, las razones de su pequeña desaparición. Se sentía azorado. Conociéndola sabía que ya habría movido cielo y tierra por encontrarlo. Sí o sí debía volver.

Se levantó, guardó las cartas en una bolsa de plástico, realizó un par de estiramientos y le dio el beso prometido a Adela. Le pareció que estaba un poco fría pero no le dio más importancia. Pese a la penumbra se la percibía feliz. De todas formas, pensó que al salir se lo comentaría a la enfermera de guardia.

Serían las tres de la tarde cuando con su bolsita repleta de cartas salió del hospital y tomó el camino de vuelta a su domicilio. En seguida se dio cuenta de que ese camino iba a ser todo menos fácil. La ruta parecía decidir por sí misma sobre los giros, las paradas y las aceleraciones. Si tenía que coger la izquierda elegía la derecha, si el semáforo de peatones se hallaba en verde, se detenía; si en rojo, corría arriesgando el tipo…  Alguien jugaba con él desde otra dimensión a algún tipo de parchís, haciéndole perder posiciones o avanzar doble. Se sorprendía a sí mismo alejándose cuando deseaba acercarse y acercándose cuando quería alejarse. Sus pasos sometidos a los desvaríos de internas voluntades contrapuestas le llevaban azarosos por las calles confundidas, describiendo, inevitablemente, ciegos derroteros que no acababan de encontrar ni la medida ni el destino.

Mientras, mil excusas posibles se le agolpaban en la cabeza. Ninguna de ellas resistiría la primera indagación de la mirada de su mujer. Pero poco a poco una entre ellas fue ganando fuerza. Sí, al fin se divisaba la buena idea. Contra más atípica y extraña, más creíble sería la excusa.

Esta creencia personal de que las excusas increíbles son las más creíbles la había puesto a prueba con éxito algunas veces durante su adolescencia. Recordó la primera vez. Fue una tarde tremenda. Tendría él unos doce años, cuando le llamó el Sr. Director del colegio, todo compungido, por las observaciones tan sentidas que, supuestamente, los padres de Alejandro habían hecho constar en el boletín de notas. No sabía el buen cura que aquellas palabras habían sido escritas por el propio Alejandrito para desviar la atención de aquello que realmente era grave: lo mal que le había salido la falsificación de la difícil firma de su padre. Sí. Eso haría también ahora con Ana. Tal como entonces. Le contaría algo extravagante que le nublase la capacidad de interpretar correctamente. Le contaría por ejemplo que había sufrido una absurda caída al tropezar con un pequeño bolardo, una de esas semiesferas pétreas de un palmo de altura con las que últimamente el ayuntamiento estaba rematando el borde de las aceras para evitar el aparcamiento inadecuado de los coches ¡Maldito ayuntamiento y malditos bolardos!  Sí. Le diría que al caer se había dado con la frente en el suelo puesto que no había tenido tiempo de sacar las manos de los bolsillos y ese golpe habría sido el causante de algún ataque de amnesia. No vería otra explicación para el hecho de haberse despertado sobre un banco del muelle. Y ahora se sentía muy asustado, por lo que resultaría aconsejable acudir inmediatamente al servicio de urgencias del hospital… 

Con esa decisión tomada, memorizó unas cuantas veces la explicación sobre la caída por culpa del maldito bolardo y, cuando se sintió seguro de que sería convincente, se atizó comedidamente con una piedra en la frente para garantizar con un moratón la verisimilitud del relato del microaccidente. Una vez hecho esto, la casa ya pudo aproximarse a pasos agigantados… 

Sin embargo, no tan deprisa amigo, cuando ya tenía la puerta de la entrada al alcance de su mano pensó que sería mejor dejar por el momento la bolsa de cartas en el maletero del coche que tenía aparcado allí mismo. Así lo hizo. Las guardó, cerró el portón del auto y se dirigió de nuevo hacia la entrada para continuar con el plan. Entonces; un paso, dos pasos, tres pasos… Cuando un sudor frío lo paraliza. No podía moverse, no deseaba moverse. Disecado y a la vez fuera de sí, se sintió perdiendo peso. Le dio tiempo de entender que iba a desmayarse de nuevo o que iba a dejar su cuerpo… o ambas cosas… Le pareció despegarse del suelo, elevarse sutilmente. Le habían contado experiencias de este tipo y le gustaba escuchar esa clase de historias extrañas, paranormales… Pero que le pasase a él, eso ya eran palabras mayores. Se pellizcó con interés, pero seguía sin reconocer la gravedad del peso. Atónito comprobó que lloraba a lágrima viva preso de una inesperada agitación interior mientras veía hacerse pequeño su cuerpo inerte sobre la acera. Desde el bajo vientre se le expandía un vacío radiante. Un aullido de luz ¿De dónde habría arrancado aquel terrible y sorpresivo ataque de felicidad?  

Distancia, distancia, distancia… Altura, altura, altura… Subir, subir, subir… Y qué más daba si dormido o despierto. Definitivamente liviano y capaz de recorridos inversos; desprendida hojita de otoño retornando al frondoso árbol de la primavera inconclusa. Mientras, la comprometida insensatez, cómplice necesaria y tierna, protegía guardiana los previsibles intentos de la mente racional… Y lo hacía bien. Tan solo ciertos versos lograron filtrarse fugaces por los poros de la abandonada inteligencia: "los altos espacios son la aventura que solamente tu corazón atrae…"[1] Una voz que ya le era familiar los recitaba. Sí, era la voz de Adela. Se giró y le pareció verla distante y blanca en decidido camino hacia alguna luna desconocida. Pensó “no puede ser, la acabo de dejar en el hospital” y entonces una etérea caricia le hizo comprender que no hacía falta que mañana volviese al hospital y que aquel no era lugar para la pena.

La ciudad perdía sus contornos, la isla se dimensionaba distante y encontraba a su lado islas hermanas que en su conjunto se diluían y daban paso al visionado de una esfera que identificó inmediatamente como el planeta Tierra, orbitando en acompasada armonía planetaria alrededor de un sol que se alejaba perdido entre miríadas de soles. 

Lejanía, lejanía… Distancia, distancia. 

Sin masa, sin forma, sin peso. Le atravesaban las mentes de los asteroides, los sabores de las memorias irrecordables, las exhalaciones de los bosques de otros mundos, las miradas sorprendidas de fuerzas supranaturales en estado reposo. Todo era emergente y efímero. No sabía desde donde comparecía todo ello, no sabía hacia donde marchaba, pero nada le preocupaba. El Universo entero conspiraba por transformar su corazón en tierra abonada para la floración de misterios amorosos.

Imposible saber cuánto tiempo permaneció en ese estado de alucine. Cuánto tiempo duró este segundo desmayo. Cuánto tiempo transcurrió entre el desplomarse al ir a abrir la puerta de la entrada de su casa y el momento en que comprendió que iba a volver a su cuerpo tras la escapada involuntaria a un no lugar. Ese momento en que desde el diminuto planeta Tierra le empezaron a alcanzar, cada vez más nítidas, las notas de una canción tierna y seductora que ya había escuchado alguna vez: "…espera un poco mi amor, siempre hay tiempo para amar…". Instantes antes de que Ana lo descubriera tendido en el suelo.

Cuando Ana abrió la puerta y se encontró a su marido desparramado a sus pies con aquel moratón en la frente, primero, se quedó sobrecogida; pero enseguida se calmó y permaneció en silencio, pues no podía esconderse desventura alguna tras la expresión de plácida felicidad que emanaba del rostro de Alejandro. Así que simple y serenamente se acuclilló frente a él, le apartó el cabello alborotado, tanteó su corazón y alzó su vista tranquila buscando un taxi o algún transeúnte al que poder pedir ayuda. 

Dos horas más tarde, caprichos del destino, en la misma habitación y desde la misma cama de hospital que Adela acababa de dejar desocupada, podía Alejandro contemplar ahora a su desorientada mujer. La encontró hermosa, sobria, digna. Le pareció incluso diferente… Más madura, más atractiva… Pero supo ciertamente, en ese momento, que ya no la amaba… O, mejor dicho, ya no la amaba como él desearía amar… Y supo también en ese momento lo que aún le dolía más: ella nunca le amaría como él anhelaba ser amado. 

Ajena a las desgarradas emociones de Alejandro, Ana, al verlo entreabrir los ojos, estrechó sus manos y solicitó la atención de la doctora. 

“Pero ¿qué hago yo aquí” fue la primera pregunta de Alejandro. Y su pregunta sonó como un arañazo lastimero sobre la superficie de un mundo que parecía real. Nadie podía entender que en esa pregunta no sólo se ocultaba el desconcierto al adivinar el nuevo desmayo sufrido, sino que también en esa pregunta se ocultaba el delirante recuerdo del ensueño sufrido, la experiencia con Adela y la certeza de su fallecimiento. 

Le comentaron que efectivamente había sufrido un desmayo en la puerta de la casa, le explicaron también que había tenido mucha suerte al caer, puesto que su cabeza había pasado rozando el canto del escalón del portal y podría, por tanto, haber sido mucho peor… 

Alejandro escuchó intentando alcanzar mayor claridad, pero le dolía muchísimo la cabeza y eso no le ayudaba. Era como si entre las dos orejas le hubiesen clavado un enorme clavo desde el cual pendía su cuerpo. No obstante, una sensación le confortaba, la de estar impregnado por el aroma protector de la ilusoria fantasía experimentada durante el desvanecimiento. Un sueño, por llamarlo así, delicioso, denso y cósmico. Podía recordarlo perfectamente. Era increíble ciertamente todo aquello. Pero de alguna forma, seguro que él había estado allí.

Tal vez pronto volvería a ese no lugar, pensó; pues advirtió que algún tipo de fármaco paliativo estaba anulando nuevamente su recién recuperado estado de conciencia. Así se lo confirmó la doctora con un claro y aislado enunciado: “He creído conveniente administrarle sedación por vía intravenosa”. Ella había sido capaz de adivinar el considerable dolor que soportaba Alejandro pese a que él no se había quejado.

 Y aunque la posibilidad de poder volver a aquella experiencia ilusoria y colosal le atraía, Alejandro, al sentir la evaporación mental progresiva, sucumbió por unos instantes al miedo y a la angustia. Indagó la mirada de su mujer buscando seguridad. Ella seguía allí, a su lado, estrechándole las manos, pero en sus ojos se anunciaban los faros inconscientes de un tren de carga. Seguro que antes que después ese tren lo arrollaría.

 

-Haz caso a la médica y descansa cariño – le dijo Ana con voz titubeante -. Ya habrá tiempo para hablar.

 

La encarnación

 

Amartelo, la intrusa e indetectable presencia arquetípica, consideraba que el proceso de Alejandro discurría según lo previsto y básicamente sólo era cuestión de esperar, aunque ello no le liberaba de tener que realizar, mientras tanto, los trabajos destinados al “encauzamiento del encaje”. Esto es, los trabajos destinados a optimizar los soportes favorecedores del éxito de las nuevas potencialidades previstas para él. Trabajos como pulir aristas emocionales, limpiar residuos anímicos o dilatar conductos perceptivos estenosificados...

Aunque es cierto, ya se sabe, que la carne humana da de sí lo que da y, en consecuencia, en infinidad de casos anteriores, Amartelo no había tenido más remedio que pedir ayuda a otras  suprafuerzas que, abandonando puntualmente su naturaleza estática, le habían ido brindando  su apoyo en equipo.

Crear uniones amorosas florecientes y abiertas a la recreación permanente; mantener fuegos armónicos y destruir relaciones sostenidas en el puro interés material, la seguridad, la falsedad o el miedo; nunca fue tarea fácil.  Sin embargo, como ya se ha dicho, con Alejandro todo discurría a la perfección por el momento y Amartelo no necesitó más ayuda que la propia.

No obstante, se hace necesario anotar ahora que nuestro personaje celeste se estaba haciendo consciente de andar sufriendo inquietudes inusuales desde el mismo momento en que había intervenido a Alejandro con su experimentada herramienta, su maravilloso mijtil. Inquietudes derivadas de una tentación muy concreta: ¡El atrevimiento de intervenir en un humano para alcanzar no ya el nivel de intromisión habitual sino el nivel de identidad con él! Así que Amartelo se estaba planteando, nada más y nada menos, tras decenas de miles de años de rutina procedimental, ir más allá, mucho más allá ¡Se estaba planteando encarnarse integralmente en un humano!

El impulso de esa tentación que sentía fortalecerse en su interior agrietaba progresivamente su naturaleza arquetípica. No sabía de ninguna otra fuerza supranatural a la que le hubiese pasado nada parecido. Pero, a fin de cuentas, rumiaba, si le sucedía aquello, lo más informativo era el hecho en sí. Esto es: “Le sucedía y punto” y por tanto era voluntad del Gran Misterio que así fuese. ¿Y por qué desearía la Divinidad absoluta semejante transformación? ¿Querría tal vez el Ser supremo mejorar la evolución del enamoramiento entre los humanos? ¿Sería que si Amartelo se personificaba como ser humano podría optimizar su propia capacidad de empatía con los seres concretos? ¿Con las personas de carne y hueso con las que día a día tenía que tratar? ¿Se trataría en definitiva de una cuestión de reciclaje para poder asumir nuevos tiempos? ¿Más altas cotas de logro para la mejora de la especie humana?

Y con esa idea de que la tentación de encarnarse le llegaba desde la misma voluntad del Supremo, Amartelo se fue sintiendo más fuerte y decidido y acabó tomando la gran decisión: probaría de dar el inmenso salto. Debía intentarlo ya y debía hacerlo con Alejandro, se dijo. Sí, con Alejandro. Y ¿por qué con él? Pues no lo sabía claramente. Pero, con la misma lógica de darle valor a la constatación de los hechos en sí, consideró que la atracción magnética y enigmática que sentía hacia él suponía suficiente motivo para seleccionarlo. Sin duda, Alejandro le abriría las puertas de la humanidad entera y a través de él viviría en carne propia el asombro, la incertidumbre, la soledad, el miedo, la esperanza…

Una vez tomada la decisión en firme, Amartelo se sintió bullir de ganas de que todo empezase y se iniciara el mayúsculo proceso. ¡Qué fantástico -se imaginaba ahora- sería vivir con Alejandro la independencia absoluta! Sí, ese era el camino… Aceptaría cualquier destino único para los dos y se asomarían yuxtapuestos, como uno solo ser, a los misteriosos acontecimientos que les aguardasen. Juntos, en cada aquí y en cada ahora, buscarían los equilibrios ideales para la acción solitaria. Los equilibrios entre la necesidad, el deseo, la libertad y la responsabilidad.  Juntos se asomarían al mirador de proa y otearían los horizontes desconocidos intentando adivinar las rutas favorables a la plenitud, evitando los peligros innecesarios. ¡Vivir la existencia desde un solo cuerpo, desde una forma carnal concreta que muta a cada instante! ¡Qué alucine! Una mirada solitaria, minúscula y cambiante ante la inmensidad... ¡Qué fabulosa incursión reclamaba paso! ¡Qué extraño que no se le hubiese ocurrido antes esa maravillosa y alucinante idea! 

Pero aun habiendo tomado la decisión y sintiéndose bullir de ganas de que todo empezase, Amartelo no llegaba a dar luz verde al arranque de la gran operación. Sencillamente porque antes necesitaba encontrar una confluencia astral favorable y, sobre todo, porque no sabía muy bien cómo hacerlo. Ese era el gran problema, que, aunque hasta la fecha había colonizado con su mijtil a infinidad de humanos con ánimo manipulador, nunca antes se había encarnado integralmente en uno de ellos y, por tanto, no tenía demasiado claro ningún posible procedimiento. Así de sencillo, como arquetipo encarnable no tenía ninguna experiencia y debería, por tanto, ponerse tranquilo y estudiar el asunto.

Reflexionaba sobre ello todo lo que podía y más, aprovechando que Alejandro reposaba semiinconsciente en aquella cama de hospital. Pero sin resultados. Eso de reflexionar, en general, no resulta nada fácil para una fuerza de naturaleza arquetípica como la de Amartelo, que como se sabe, pensar, lo que se dice pensar, las fuerzas arquetípicas no piensan; más bien perciben voluntades e impulsos esenciales que les acuden o sacuden desde cualquier lugar del infinito y las empujan a discriminar y escoger. Es éste el motivo por el que cuando sienten una inquietud, las fuerzas arquetípicas prefieren “sentarse a esperar” a que llegue la respuesta y sólo en casos extremos se inclinan hacia la reflexión activa.

Y éste era, precisamente, un caso extremo, pues Amartelo tenía miedo de no poder “esperar” y que se le pasase el tiempo de la oportunidad. Que como ya se ha dicho, no era otro que el momento de esa confluencia astral favorable que él creía muy próxima.

Pero, como antes debía aclarar las cuestiones procedimentales, encontrar la calma para la reflexión se hacía difícil. Necesariamente tendría que haber encontrado respuestas a dos preguntas básicas antes de que se produjese el gran evento. La primera pregunta era: “¿Cómo conciliar la acción del Amartelo arquetípico, inductor y manipulador, con la del humanizado Amartelo actor?” Y la segunda era: “¿Cómo realizar la consustanciación?”. Es decir, la encarnación. Dejando a la vez la puerta abierta al posible retorno al nivel de fuerza arquetípica si las cosas vinieran mal dadas. 

Tras darle vueltas y vueltas al asunto, finalmente, creyó haber recibido suficiente iluminación para responder a la primera pregunta. A saber, la respuesta correcta para ésta, sería: renunciar a la función manipuladora. Sí. Sólo así podría no manipularse a sí mismo en el momento de humanizarse. Sí, simple cuestión de ser coherente con la decisión tomada.

En cuanto a la segunda pregunta, la técnicamente significativa, la respuesta le habría de llegar inesperadamente, como un regalo en manos de la enfermera; o, dicho con mayor precisión, la enfermera abrió la puerta con la respuesta en las manos: Una jeringuilla. Eso era, de eso se trataba. Concentraría su propia esencia en el interior de esa jeringuilla que portaba la sanitaria y después penetraría, como si de un simple fármaco se tratase, a través de las venas de Alejandro. Así le transitaría cualquier canal o circuito interno por diminuto que éste fuese hasta completar  la infiltración total. Si lo lograba, no debería ser difícil retomar el puente de vuelta mediante algún proceso inverso en cuanto lo desease. Pero bueno, esto último ya tendría tiempo para acabar de concretarlo.

¡Qué emoción tan brutal! Ya no quedaba nada por resolver. ¡Dentro de muy poco sus conocimientos se nutrirían desde la propia experiencia! ¡Ser humano! ¡Único e irrepetible! ¡La vida reducida a un solo hilo de emociones y pensamientos! ¡Alucinante! 

Ya no perdió ni un instante más y se lanzó sobre su presa, como un ave rapaz hambrienta y voraz, olvidándose completamente de si astralmente el momento era exactamente el óptimo. Claramente, las circunstancias se imponían y se trataba de un ahora o nunca. Ya se encargaría el Gran Misterio de hacer que los astros jugasen del todo a favor, pues, al presente, lo imperativo era aprovechar la oportunidad que la enfermera le ofrecía… Además, ya había calculado que la mejor confluencia estaba muy cercana. No podía darse mucho error por ahí.

 A partir de ese momento, el proceso se desarrolló con precisión. En pocos instantes Amartelo recorrió multitud de conductos, nutrió células, hiló emociones, destiló pensamientos… ¡Fue un subyacente Alejandro! 

“¡Qué extrañas dimensiones adquieren de golpe las órbitas oculares de este paciente!”, pensó la enfermera. Así que le preguntó a Alejandro: 

-  Cariño… ¿Qué tal se encuentra? 

- ¿Me encuentro? ¿Dónde me encuentro? ¿Nosotros nos encontramos o no? ¿Saben mis hermanos que estoy encontrado aquí?… ¡Tengo sssed! ¡Ayyyyy que gustazo! –respondió Alejandro a pleno volumen, casi vociferando. 

- ¡Tranquilo, tranquilo…! -dijo la de blanco saliendo de la habitación apresuradamente y apresuradamente retornando escoltada por una clónica armada, también ésta, de jeringuilla.

 

Si Alejandro hubiera estado entero, sin duda se habría sorprendido de cómo alguien era capaz de volver, acompañado, casi antes de haberse ido en solitario. Pero, como vemos, Alejandro andaba en esos momentos perdido en su delirio. Incapaz de escaparse de sus alterados mundos internos desde los que brotaban palabras incoherentes que al lograr alcanzar la superficie del verbo trotaban sobre movimientos desbocados. Tanto debió de ser así, que la enfermera auxiliar preguntó, mientras le inyectaba una nueva dosis de tranquilizante, si no deberían de sujetarlo a las barras de la cama. Curiosamente, mientras las dos enfermeras dudaban, Alejandro se calmó de golpe y en segundos empezó a roncar. Entonces, ellas se miraron en silencio interrogativamente. Percibían algo extraño, pero no sabían qué.

¡Ay! Pobrecillas. Qué lejos estaban de saber que acababan de contemplar el momento mágico e insólito en que una fuerza arquetípica había procedido a fundirse con un humilde humano de carne y hueso.

 

La espera

 

Los días del hospital se quedaron atrás. No así las zapatillas, el pijama, la bata, el rostro lastimero, los suspiros, las huellas perdidas…  

Con su mujer no había palabras. Tan sólo, de tanto en tanto, gestos borrosos, miradas huidizas, algún sonido con vocación monosilábica… Y siempre, de fondo, la llamada permanente de la deuda a liquidar. Sabía que pronto tendría que hablarle. La tensión elíptica se tocaba. No podría esperar mucho más. No debía hacerlo. Pero sentía un profundo miedo. Podía percibir el amenazador rompiente de la costa de su alma en horas bajas.  Las escabrosas aristas perfilándose multiformes y ansiosas a la espera del inevitable náufrago.

Sin duda el tipo de energía que rezumaba Alejandro estaba siendo captada por su mujer y ella de alguna manera sabía de qué se trataba.  Era la energía estremecida del que siente que muy pronto se romperá, con desazón y pena infinita, una relación profunda y duradera. Cuántos recuerdos, cuántos proyectos rotos, cuánta inseguridad, cuánto dolor del alma…

Una tarde cualquiera de uno de aquellos días, estando Ana ausente, Alejandro deambulaba una vez más por la casa que un día lejano se concibió cargada de ilusiones. La casa ahora enmohecida y autista. De la cama al sofá, del sofá a los cacahuetes, de los cacahuetes al vaso de agua, del vaso de agua a la ventana principal, de la ventana principal al horizonte, del horizonte a la gente de la acera, de la acera a la cama, de la cama al sofá, del sofá a la nada, de la nada a las revistas… 

Se insinuaba el crepúsculo cuando dejó en su lugar la revista en la que acababa de releer el reportaje sobre las momificaciones egipcias. En la estantería vecina, Ana había ido creando una pequeña sección de libros más o menos esotéricos y ello no dejaba de ser curioso, porque siendo ella una mujer con los pies muy en tierra, combinaba, sin embargo, esa cualidad con la de la búsqueda espiritual alternativa. Allí, en aquella estantería, por sus dimensiones, sobresalía un libro que alguna vez había visto ojear a su mujer y que ahora, tal vez porque a un rayito de sol le había dado por iluminar el título, le capturó la atención.

Su título era “I Ching, el libro de las mutaciones”.  Abrió azarosamente… En la página 105, tras el último párrafo de "la espera", un ideograma, indescifrable para él, iniciaba algo así como a un capítulo que inmediatamente le atrajo: "Sung/el conflicto (el pleito)". Aquel epígrafe voló como una flecha contra su silencio. Notó el impacto contundente. Distinguió las vibraciones del golpe creando ondas solitarias sobre la oscura superficie de su espeso corazón… Volvió a cerrar mecánicamente el libro.  Lo dejó en su lugar y nuevamente escaló la abúlica cuesta que le separaba del sofá. Sabía que volvería a abrir aquel libro misterioso antes que después y con este sentimiento se dejó absorber una vez más por la gravedad adormecida que le protegía, por el momento, de cualquier mundo...  

Con poca variedad, siguieron pasando las horas y los días, encadenadas y encadenantes, sin que la niebla interior hiciera el mínimo esfuerzo por transformarse en la explosión de la tormenta anunciada. Más allá, pocas preocupaciones significativas se presentaban. Una recurrente era su trabajo: Se preguntaba de tanto en tanto en qué situación se hallaba laboralmente y, al hacerlo, inmediatamente permanecía unos instantes con la mente en blanco y el corazón encogido. Ausente y desorientado. Pero esa desorientación apenas duraba, pues en seguida recordaba que su mujer era extraordinariamente formal, como él mismo lo había sido durante tantos años, y, por tanto, ya se habría encargado eficazmente de realizar todas las gestiones necesarias para informar a la empresa sobre la situación de su marido aportando las bajas oficiales… Y Alejandro se terminaba de quedar tranquilo al rememorar que Ana le había comentado algo sobre los “deseos de pronta recuperación” que le habían transmitido sus compañeros. A continuación, echaba el candado sobre estas pequeñas zozobras solicitándole a alguna voz interior que le dijera aquello de “bueno, le volveré a preguntar sobre el tema”.

Otra inquietud, no menos recurrente, provenía del sentimiento de que por ahí afuera el mundo se andaba enrareciendo cada día un poco más… Preocupación sorprendente, si se tiene en consideración el estado psíquico y anímico que esos días atrapaba a Alejandro. Estado que implicaba un máximo desinterés hacia la actualidad informativa. 

¿Y Amartelo, el encarnado? ¿Qué sabemos de él? Veamos.

Amartelo, por una parte, la positiva, percibía, gracias a su nueva condición humana, la enorme importancia de lo diminuto. La responsabilidad del movimiento preciso en el tiempo y en el espacio. Y ese sentimiento le hacía sentirse testigo indispensable, a la vez que protagonista heroico y triunfal. Era maravillosa esa potencialidad de los humanos de poder mejorar con sus acciones la vida que les había tocado en suerte. De construirse a sí mismos, a cada paso, persiguiendo proyectos y sueños. Fuera cual fuera el papel de cada cual.  Siempre tenían ahí el milagro de poder elevar la belleza y la positividad del mundo de las formas.

Por otra parte, la negativa, se sentía muy limitado y concreto. A veces, aun valorando su grandiosidad, el mundo de las pequeñas intervenciones le sabía a poco y sentía como las ondas del pensamiento le arrastraban de un sitio para otro.

Y más allá de estos sentimientos contrapuestos tenía que andarse con mucho cuidado para no inmiscuirse involuntariamente en los procesos de Alejandro o, al revés, para que la visión del mundo de Alejandro no le condicionara. Era, por tanto, tiempo para cultivar la prudencia, al menos hasta que se sintiese seguro de poder captar las inquietudes y cavilaciones de Alejandro sin afectarse.

Y eso es lo que hizo, profundizar en su propio mar de serenidad como inmejorable lugar para el cultivo de la prudencia. Y, ciertamente, tuvo éxito. Transcurridos un par de días, ya tuvo muy claro que podía sobreponerse perfectamente a los desasosiegos de Alejandro. Por ejemplo, no le afectaba en absoluto la citada inquietud de Alejandro sobre la marcha del mundo. Amartelo tenía muy claro que desde que el mundo era mundo, la crueldad, el dolor y la muerte siempre habían campado a sus anchas. Siempre había habido épocas más tensas que otras y él, Amartelo, tenía fe absoluta, como todas las fuerzas arquetípicas, en el sentido profundo de la creación. Para éstas, el plan divino contemplaba la necesidad de que la especie humana trabajase en fangos tales como el de la estupidez, el odio, el dolor y la muerte; al objeto de libar un espíritu progresivamente superior. Probablemente, si no se autoinmolaba antes, la especie humana volvería a mutar, como tantas otras veces ya lo había hecho antes, para poder acceder a destinos colectivos superiores.

De hecho, recordemos que el mismo Amartelo había llegado a la idea de que su interés por encarnarse provenía de la misma voluntad divina. Ella sería, según él había llegado a creer, la que le estaba asignando una responsabilidad nueva, que podría ser determinante sobre la venidera transformación evolutiva, al estarlo empujando a asumir un proceso de encarnación.

Además. Por encima de cualquier consideración sobre la situación del mundo o su papel como fuerza arquetípica en el devenir humano, lo que era evidente era que cualquier caos, aparente o real, que se diera en el mundo, no era culpa suya si de culpas hubiera que hablar.  ¡Él no era el autor del plan cósmico, sólo era un “nivel tres”! Una potencia integrante de la unión arquetípica Amor Global. Unión partícipe, a su vez, de la Confabulación Magnética. No se subvaloraba no, pero sus compromisos con el devenir de los humanos eran los propios de una potencia arquetípica especializada, siempre a disposición de cualquiera de las veinticuatro Confabulaciones Superiores que pudiera solicitar sus servicios. Y bien cierto era que, con alguna de ellas, como era el caso de la Confabulación Superior Renovación, mantenía desde siempre un trato de lo más entrañable. Incontables eran los trabajos que habían desarrollado en sintonía e impecable clima de camaradería, sin que la relación jerárquica entre una y otra hubiera supuesto obstáculo alguno. 

 

El terror y la huida

 

El progresivo incremento de la confianza en sí mismo de Amartelo, sin embargo, no estaba asegurando, contra lo que cabría suponer, el éxito final del proceso de encarnación.

A medida que pasaban los días todo se iba haciendo más confuso y empezaron a entrar en juego aprendizajes críticos. Y ningún aprendizaje más crítico que precisamente ese: el que tenía que ver con el propio paso de los días, el paso del tiempo humano. La vivenciación subjetiva de los instantes. ¡Qué difícil experiencia para una fuerza arquetípica, acostumbrada a vivir en el eterno presente intemporal, tener que vivir como un humilde mortal! Siempre sometido al tiempo lineal, siempre en espera de algo o condicionado por experiencias pasadas. ¡Que ya no existen! Salvo como recuerdo actualizado, pero ya subjetivo, de lo que realmente sucedió. Y sometidos también a un futuro que tampoco existe nunca, salvo como idea cambiante de lo que está por venir.

En definitiva, qué difícil vivir una vida hecha de presentes a los que se pretende acceder desde pasados y hacia futuros, ambos inexistentes.

Se daban excepciones. Amartelo las conocía, pero tenía claro que Alejandro no era una de ellas. Efectivamente. Sabía de casos de individuos o colectivos capaces de escaparse de ese “presente ausente” y de conseguir vivir su “aquí y ahora”. Casos tales como los que se solían dar entre los niños o en comunidades humanas determinadas. O casos que se daban en aquellos seres “normales” que pasan por momentos muy especiales como, por ejemplo, estados de la alteración de la química de la sangre, provocada o involuntaria; estados derivados de prácticas de contemplación o meditación; estados derivados del delirio amoroso; estados de estallido creativo y, también, estados provocados por vivencias físicas, síquicas o anímicas extremas.

Otro aprendizaje crítico resultaba de la experiencia corporal. Es decir, las percepciones de la vida individual provenientes de los sentidos disponibles. Le empezaba a resultar demasiado incómoda aquella cárcel carnal. Le parecía patético que sucesos nimios como el de darse un simple golpecito con el canto de una campana de cocina pudieran causar tanto dolor. Sí, ya no soportaba el mínimo dolor. Cualquier estúpido contratiempo a ese nivel lo alocaba hasta el punto de no poder dar crédito de la pérdida de sus propios atributos como fuerza supraterráquea oriunda de las antípodas mentales.

Así pues, y a resultas de esos dos duros aprendizajes: la ausencia del presente y el dolor corporal; empezaron a manifestársele diferentes síntomas. Pensaba: “¡Qué ridículo! Siempre pendiente de la sintomatología derivada de mis intervenciones y ahora soy yo quien la padece ¡Sin saber interpretarla!”.

Veamos esos síntomas. A veces perdía largamente la conciencia de sí mismo. Otras, se autoinculpaba ante sentimientos de caída en falta por hipersoberbia protagonista e irresponsabilidad con las obligaciones que eternalmente se le habían encomendado.

Esa era, en resumen, su percepción de la nueva la realidad: Para bien y para mal, experiencia de la limitación e insignificancia del cuerpo mortal; ausencia de la luz del presente en los procesos mentales; vaivén de los umbrales de conciencia y procesos de autoinculpación.

Y para más INRI, aunque Amartelo supiese como sobreponerse a las inquietudes de Alejandro, ahí estaban, objetivamente, esos sucesos del mundo exterior que podían arrastrar a los individuos hacia situaciones no elegidas por voluntad. Precisamente, un inmenso ejemplo de ese sometimiento de lo interno a lo externo estaba a punto de suceder. En un día de aquellos, a primeras horas de la tarde, cuando ambos, Amartelo y Alejandro, fundidos dormitaban frente a la televisión encendida, acaeció algo asombroso en extremo. Un presentador de telenoticias comunicó atónito que una torre neoyorquina había sufrido el impacto terrible de un avión. Las imagines mostraban a una de aquellas torres, a las que más tarde escucharía llamar “gemelas”, convertida en fenomenal pebetero.

 

-“Ahí debe estar muriendo mucha gente” -Musitó pasmado Alejandro-.

 

 Efectivamente, pequeñas figuritas de seres humanos, huyendo del fuego, se precipitaban al abismo desde las plantas superiores de una de las torres. En caída lenta, interminable. Alejandro no daba crédito a lo que veía. El teléfono comenzó a sonar, pero no lo cogió. Sintió un asombro indescriptible. Sorpresa, fascinación y una moralmente embarazosa sensación de alivio interno, como si le acabasen de quitar de su piel y, extensivamente, de la del planeta, una enorme astilla... No, no era capaz de asumir el drama que se escondía tras esa dantesca escenografía. Le resultaba como si la gente que veía morir no fueran más que extras de una superproducción.  No conseguía todavía interiorizar que aquellas personas tenían nombres, sentimientos... Humanos como él que en esos momentos se enfrentaban a la última soledad, al terror, al absurdo y a la muerte.

A lo más que llegaba Alejandro era a conjeturar incrédulo sobre la experiencia de los últimos momentos de aquella gente, en el caso de que lo que parecía suceder estuviese realmente sucediendo ¿Qué pasaría por las cabecitas de esas personas durante aquellos instantes eternos en que toda una humanidad les contemplaba morir tan espectacularmente? ¿Qué estaban haciendo unos minutos antes del apocalíptico impacto? ¿Se limpiaban los dientes? ¿Hablaban por el móvil? ¿Recordaban la cita del pediatra de sus hijos?  ¿Quizás alguna secretaria acababa de imprimir importantes documentos mientras se arreglaba las uñas con la cabeza puesta en el próximo fin de semana?

Y en aquellas estaba Alejandro, lanzando preguntas al silencio más allá de su corazón, cuando, a un nuevo avión, va y le da por estrellarse contra la otra torre gemela.

 

- ¡La otra!... “Ahí debe estar muriendo muchísima gente” – se repitió Alejandro mientras iniciaba un zapeo inquieto-.

 

Casi todas las cadenas repetían las mismas imágenes y él entrevió el inicio de un mundo diferente. Sin duda estaba contemplando un gran parto, un parto terrible que Dios sabría cuántos años podría durar y cuántos horrores podría conllevar... Seguro que esas densas polvaredas que perseguían a los ciudadanos del hormiguero neoyorquino, no se detendrían ahí. Llegarían tarde o temprano a todos los rincones del planeta. Sí, también a él podría atraparle esa adherencia letal. Pronto llegarían las venganzas, las mentiras, los desvaríos colectivos, los riesgos incontrolables, las amenazas globales y el incesante correr de la sangre inocente.

Llegados aquí, Alejandro se desconcertó ante el cariz de sus propios pensamientos. ¿Cómo podía estar recapacitando en esos términos y tan fríamente? ¿Qué sabía él realmente del curso que habrían de tomar las cosas? ¿Por qué tenía esa certeza premonitoria que le llevaba a asustarse del futuro? ¿Por qué no era capaz de anteponer en ese momento sentimientos de compasión profunda por las víctimas, en vez de dejarse arrastrar por elucubraciones de dudoso fundamento?

Apagó la televisión y su mirada buscó el horizonte a través de la ventana. De nuevo empezó a cavilar y ahora un yo profundo le confirmaba que era cierto, que se iniciaba una época extremadamente oscura pero que sólo duraría un tiempo, como todas las cosas de la vida. Un largo tiempo quizás… Años, décadas… Tras el cual llegaría tarde o temprano una positiva nueva era para la humanidad. 

Se preguntó ahora por qué en un primer momento había tenido aquel sentimiento de liberación. Pero no tenía respuestas sensatas y no tenerlas le causaba pesadumbre. Necesitó entonces recordar que él era una persona de respuestas lentas. Ya vivió la muerte de su padre como un espectador que sabía que solo el paso del tiempo le abriría a la pena purificadora. Por favor, necesitaba ahora que la pena llegase, liberarse de aquel sentimiento tan espontáneo como inhumano. No quería sentir esa culpa. Sólo la pena sincera y la compasión podrían librarle de la mínima sospecha interior de complacencia con el magnicidio.

Pero tampoco podía dejar de olfatear a los otros magnicidas, los señores oscuros del orden mundial, que persiguiendo sus inconfesables intereses, día a día consolidaban y extendían sobre la Tierra el terror estructural a través de sus títeres demoniacos.

 Finalmente, Alejandro se preguntó sobre quién sacaría provecho de estas muertes y si realmente todo lo que parecía que era, era lo que realmente era. 

Si Alejandro hubiese acudido esos días al trabajo, se hubiera tranquilizado en parte al comprobar que alguno de los malsanos sentimientos que él había sentido en relación con el terrible atentado también los había experimentado mucha otra gente. Gente normal, gente buena. Una extraña sensación de lamento, pero a la vez de conformada fascinación... Y en parecida dirección habría razonado si hubiese comentado con su mujer el magnicidio, pues ella, mujer de profundas convicciones éticas, le habría contado como tuvo que serenar a una compañera de trabajo que entró en estado de ansiedad al tomar conciencia de la íntima satisfacción que le había producido el cruel y terrible suceso. Ana había recurrido entonces a la fórmula “No te preocupes, es normal. Es una reacción primaria, aunque inaceptable, que muchos hemos tenido. Seguramente se produce porque aborrecemos la proyección de arrogancia y soberbia, de los grandes poderes económicos, que rezuman determinadas construcciones. Pero al final siempre lamentaremos las muertes de los inocentes y seguiremos luchando para que nadie sea víctima del terror...” 

Y pese a su grandiosa aparatosidad, también el magnicidio se fue quedando atrás. Como siempre, los días insistieron en desfilar tal cual vagones vacíos... Cualquiera de ellos como una mala imitación del anterior y un anticipo mejorado del siguiente. Tal vez la vida se habría rayado en algún punto fantasma del recorrido.

Y así hasta que su mujer decidió levantar la aguja. Estaba escrito que tendría que ser ella la que liberase a Alejandro y a sí misma del incipiente proceso de momificación que ambos sufrían de una u otra manera.

Ya hacía días que Ana había llegado a la conclusión de que la ruptura era inevitablemente la única posibilidad de refrescar sus vidas. Si hubiese pensado que solo era bueno para ella hubiese aguantado lo indecible, pero sinceramente creyó que lo tenía que hacer por los dos. Así, esperó a sentirse con las fuerzas necesarias y una mañana cualquiera, en que creyó tenerlas, empujó a su marido por la espalda desde aquel tren espectral. Lo hizo secamente, lanzando un sorpresivo y enérgico “Basta, Alejandro: ¡Tenemos que hablar!”.

Él se vio entonces cayendo de bruces contra el andén de un desconocido presente, paralelo y diferente. En ese andén resplandecía, como rótulo luminoso, el título de uno de los apartados del “Libro de las mutaciones”, justo ese que había dejado señalado hacía unos días: “El conflicto”.  Emitían a la vez por la megafonía de la estación: “Atención señoras y señores pasajeros. Próxima salida inmediata por andén central hacia La apuesta ineludible”.

 

- ¿Hablar?  ¿Tenemos que hablar?

-Sí, hablar, Alejandro. No puedo más. Quiero que vayas al psicólogo. Tu problema es mental, estás como ido. La médica se niega a seguir renovándote la baja. No dices nada, solo das vueltas por la casa.  No te lavas. No me ayudas. No haces nada. Estoy cansada de verte así. Harta. Ya no sé quién eres, no sé qué puedo hacer… De verdad… No puedo más… Por favor, busca ayuda. Ni tú ni yo podemos seguir así. Me han recomendado un psicólogo… Si no, será mejor que…

 

¿Hablar? ¿Hablar con un psicólogo? Qué podría preguntarle. Cómo podría contestarle. No había nada que contarle a un desconocido. No quería que ningún humano le ayudase. No quería que nadie le devolviese a su cordura cotidiana…

 

-No iré - le contestó al fin tras algunos instantes-.  

-Si no vas, tendré que ir yo - le respondió ella-. Si tú no te quieres ayudar, yo no te puedo ayudar. Alejandro, me estás volviendo loca, por favor, reacciona. No podemos seguir así, créeme. Quisiera ayudarte, pero no sé cómo. De hecho, creo… Que sería mejor que lo dejásemos… Si no puede ser de otra manera.

Alejandro la miró durante unos instantes, perdido en algún punto del horizonte interior que Ana le ofrecía desde sus ojos resignados y tristes. Y al cabo reaccionó. Al fin, reaccionó…

Tambaleándose se puso en pie. Todo le daba vueltas. Los oídos le zumbaban despiadadamente. Tanteaba a ciegas en el aire en busca de un interruptor capaz de apagar el pánico del que teme estarse suicidando involuntariamente por culpa del orgullo o del temor. El orgullo de mantener que tu vida en descomposición, pese a todo, tiene sentido y trascendencia y merece ser luchada… Y tienes por ello que apostar por ti y hacerlo con valentía y creencia. Ineludiblemente apostar…

O el temor. El temor a no ser capaz de dar el paso, aun a sabiendas de que buscar la protectora vuelta atrás significa el camino de la autodestrucción a cómodos plazos.

Pero no encontraba ese interruptor y de nuevo se vio en la estación indagando en todas las direcciones posibles, mientras por la megafonía seguían anunciando la próxima salida hacia “La apuesta ineludible”. Y allí lo encontró el señor conejo blanco del país de las maravillas. Lo miró sonriente y le dijo, como si de la mismísima Alicia se tratase, que, si deseaba salir de allí, bastaba con andar un rato en cualquier dirección... Porque, en definitiva, esa era la apuesta ineludible, salir de allí… Por el andén central o por cualquier otra vía. Con tren o sin tren.

Eso era, se afirmó entonces, había que salir de allí... La vieja Adela lo habría hecho… Ella nunca tiró la toalla. Ella sacrificó su vida entera antes que renunciar. Él tampoco se detendría, aunque no supiese hacia donde iba en aquel momento hacia alguna parte iría, porque él tampoco renunciaría nunca ni a la vida ni al amor. Por más veces que cayese, una más se levantaría. No se conformaría con cualquier muerte, sólo aceptaría la muerte verdadera. 

En el armario estaba toda su ropa. Tan bien planchada y colocada como siempre. Eligió unos vaqueros, no los más nuevos, una sudadera y las deportivas. Y sin levantar la mirada de las baldosas del suelo bajó hasta la calle dejando atrás a su abrumada mujer que no acertaba a detenerlo, que no deseaba detenerlo. Volvió a subir y, sin mirarla, cogió mecánicamente su cartera y se la puso en el bolsillo derecho. Dudó unos instantes mientras miraba las llaves del coche. Sin tocarlas, enfiló de nuevo hacia la escalera, volviendo a superar con un corazón evaporado la frontera de llameante zozobra que ella le ofrecía: el puente abierto al destino.

A la altura del rellano del primer piso necesitó parar y dejar que se abriera paso una profunda inspiración. Visualizó a Ana y acertó en la imagen. Era como si realmente pudiera verla como ahora ella estaba: apoyada con toda la extensión de su espalda sobre el frío embaldosado de la pared de la cocina.  Entonces sintonizó su respiración con la de ella en inútil intento de incinerar el insondable dolor que compartían.

 

El vagabundo

 

Aproximadamente, debían de ser las doce del mediodía cuando Alejandro abrió la puerta de la calle. Un mediodía radiante. Las hormigas correteaban frenéticas, las moscan revoloteaban inquietas y pegajosas y los niños giraban especialmente alocados sobre sus pequeñas vidas como peonzas lanzadas por lanzar.  Estaba claro que, a pesar del sol, pronto llovería. Por lo demás, todo sabía a conocido. Flujos de gentes yendo de unos sitios hacia otros. Como si realmente fueran a alguna parte, como si realmente vinieran de alguna parte. También él comenzó a andar como si fuese a alguna parte. 

Lo hizo durante horas hasta que reparó en que la ciudad se había quedado pequeña en la distancia y que las piernas le dolían. Mecánicamente oteó su entorno, una placita del polígono industrial Levante, hasta descubrir un lugar para el descanso: un banco de cemento rectilíneo con abuelos que le miraban. Aunque tal vez solo miraban pasar el tiempo y él se había puesto delante. Se sentó junto a ellos tras un “buenas…” secamente correspondido y ahí permaneció sin conversación ni pensamientos hasta que el sol empezó a cabecear.  Entonces refrescó de golpe y Alejandro, que ya estaba solo, entendió que debía de ir preparando algún tipo de refugio.

Frente a las obras de una nave en construcción se amontonaban embalajes. Le servirían para aquella noche. Seleccionó unos cuantos cartones fuertes, grandes y rugosos. Parecían de nevera… ¿Las neveras se embalaban en cartones? Qué más daba… Pues de lo que fuesen. Los arrastró hasta el lugar de la obra donde consideró tendría más protección del relente nocturno y de los posibles avistamientos desde ojos ajenos. Aunque a esas horas ya por allí no circulaba ni un alma. Se tumbó, comprobó la comodidad del apaño y miró al cielo. Como no lo vio, desplazó el lecho hasta un rincón desde el que su mirada pudo localizar al lucero vespertino a través de una puerta apuntalada.  Se acordó de su abuelita. Ella le había dicho en la última despedida, siendo él todavía muy niño: “Cuando veas el lucero, yo también lo estaré mirando, así siempre que estés con él sabrás que estamos juntos”. La visita de este inesperado recuerdo le hizo aflorar algunas lágrimas. Las contuvo, no quería ponerse ñoño. Pero ¡cuánto había querido a su abuelita! ¡Todavía la quería!

 

-Buenas noches abuela – Le dijo, mirando reconfortado el astro-. No te preocupes… Se me pasará.

 

Pareciera que la recordada abuelita todavía podía ser fiel a su llamada, pues Alejandro se durmió en instantes cubierto por un cálido velo de celeste ternura. Se abrieron entonces sueños protectores. Sueños sin argumento. Tan sólo dulces tránsitos de imágenes de su infancia: Pan con chocolate, babero escolar, lavadora nueva, casitas hechas de troncos rotos con los amigos en el patio compartido… Y, sobre todo, el mar. El mar. El mar de trasparencias verde esmeralda y mamaíta esperando con la toalla, la ensaladilla y las gaseosas.

Veloz llegó el nuevo amanecer y Amartelo se despertó con las primeras luces. Observó el plácido sueño de Alejandro a pesar del frescor de la madrugada y pensó que mientras esperaba a que éste se despertase sería un buen momento para reflexionar de nuevo un poco y revisar la situación. Lo primero que le vino a su nueva cabeza compartida fue una sensación de vértigo, pues recordó que no había avisado a ninguna fuerza arquetípica de sus intenciones y eso no podía suponer nada bueno. Seguro que todas ya lo sabían, pero no de él… ¿Cómo podía haber sido tan desatento con ellas? Especialmente con sus colegas próximas. No se lo perdonarían ¿A quién acudiría ahora en caso de necesitar ayuda? ¡Uf!

El siguiente pensamiento le preocupó todavía más. Recordó que había renunciado temporalmente a su poder de manipulación sobre Alejandro, al haber considerado que era la única posibilidad de no manipularse a sí mismo, dado que el objetivo de experimentar la encarnación conllevaba el poder experimentar la libertad plena.  Pero ¡horror! No había caído en la cuenta de que si no podía manipular a Alejandro se quedaría limitado a ser un parásito de su cuerpo. Un viajero sometido, mero espectador de la vida de otro. Tan sólo podría atestiguar y experimentar las vivencias que Alejandro se diese a sí mismo. ¡Ay, ay, ay…! ¿Cómo podía haber sido tan torpe? Amartelo sintió un profundo desasosiego y atisbó que las cosas podían salir realmente mal…

Y buscando aclaraciones que no llegaban se dejó arrastrar hacia nuevas preguntas: ¿Podría Alejandro superar aquello? ¿Superar lo que se le venía encima? ¿Y qué era lo que se le venía encima? Y si llegara el momento ¿debería dejar morir a Alejandro? O en su caso: ¿Debería procurarle la muerte?

Estas últimas preguntas le parecieron muy importantes, ya que saber responderlas supondría tener la llave de la solución de una hipotética crisis final. Entonces se centró en ellas, reflexionó a su nueva manera humana y al hacerlo tomó conciencia de estar movilizando valores éticos y de que la persona que ahora era sólo podía elegir soluciones amorosas. Así, aun entendiendo que la muerte de Alejandro sería una salida posible para poder volver a su mundo en caso de necesidad, no elegiría esta solución. No desearía tener que llegar nunca tan lejos.  Debería bastar con conseguir la extracción de un poco de sangre. En ella podría concentrar su esencia y, tal como arribó a aquel cuerpo, iniciar el proceso inverso de vuelta al más allá… Pero claro, para eso Alejandro tendría que colaborar…

 

-Entonces, de acuerdo -se dijo Amartelo -. Tu mente humana te dicta que según los valores que has elegido, no debes matarlo… Pero, entonces te pregunto: Si se complican realmente las cosas ¿qué vas a hacer?

Y al momento, volvió a jugar con la idea de la muerte provocada de Alejandro. Solo que ahora ya lo hacía bromeando consigo mismo, más como problema intelectual que como otra cosa. Entonces se le ocurrieron un montón de muertes posibles para Alejandro: Insomnio sostenido, voces interiores que te enloquecen hasta hacerte buscar el suicidio, vibraciones infrasónicas con esa misma intención… 

Aquellas ocurrencias le hicieron sonreír… Y tras ellas, sus reflexiones giraron de nuevo hacia la seriedad. Se fijo ahora en el hecho de que como fuerza arquetípica le habría resultado indiferente la muerte de un humano o de miles de ellos. Al margen del sentido especial que cada una pudiera tener. Pues como tal fuerza sabía que la sucesión de vidas y muertes eran condiciones inherentes a la vida eterna. Sin embargo, desde su nuevo corazón humano, que sentía cargado de valores, no podía aceptar soluciones finales sin justificación ética clara. Antes, estaría dispuesto a sentarse a esperar la muerte natural de su hospedante. Tardara ésta lo que tardara.

En estas andaba Amartelo cuando observó como los primeros rayos del sol empezaban a trabajar sobre los cartones que cubrían a Alejandro. Y esa visión le hizo experimentar una gran ternura. Era delicioso sentir la inmensa placidez que los abrazos solares le estaban provocando a su querido anfitrión. Lo veía como a un bollito de pan horneándose delicadamente, felizmente sometido a los suaves rayos del amanecer. Las piernas se le iban estirando hacia todas sus distancias posibles y los cartones pasaban de manta-colchón a sólo-colchón. Algo feliz empezaba a despuntar. Algo alegre se paladeaba a través de los poros de aquella sucia piel. Por algún motivo, a Amartelo le sedujo esta escena y su proyecto volvió a renovar fuerza.

 

-¡Sorprendentes humanos! -suspiró Amartelo  mientras libaba la cálida candidez del néctar que aquella visión le ofrecía.

 

 Al abrir los ojos al día, los primeros pensamientos de Alejandro fueron otros muy diferentes a los de Amartelo. Dos en concreto. El primero se refería a una frase leída algún día:” Por triste que sea un paisaje, siempre maravilla al despertar” ¿Dónde la había leído? ¿No había sido en el diario de su padre? Sí, podía ser. Al principio de su forzada aventura. Cuando éste contaba el interminable viaje en tren hacia el frente ruso… El segundo pensamiento se centraba en responder a una pregunta sencilla: ¿Dónde ir a comer? 

 

-¡Qué hambre!- Se escuchó a sí mismo -. 

 

Se levantó y se sacudió el polvo. A continuación, se quitó las legañas hurgando con los índices. Luego, se escupió sobre las palmas y se alisó el pelo antes de arárselo con los dedos y, por último, recogió los cartones y los dejó apoyados contra la pared. Ya estaba listo para ir a desayunar. Así que reinició la marcha del día anterior buscando calmar el estómago.

No fue necesario mucho recorrido. A pocas manzanas pudo divisar los enormes rótulos de un supermercado. Era importante ahora entrar allí… Podría coger un carrito e ir llenándolo con diferentes productos mientras disimuladamente devoraba algún paquete de galletas y sorbía algún brik de zumo de uva con melocotón. Luego podría dejar el carrito en cualquier parte y salir por la puerta grande de "sin compra". Sí, hoy se lo llevaría todo puesto. Curiosamente, ni se le pasó por la cabeza la idea de pagar. Lo que no dejaba de resultar extraño si recordamos que él tenía su cartera con dinero más que suficiente, para esto y mucho más, en el bolsillo del pantalón. Y si sabemos que Alejandro siempre fue un ciudadano enormemente cívico y respetuoso.

Pensado y realizado. Una vez resuelta su hambre matinal se preguntó “¿Adónde ir ahora?” y enseguida una imagen olvidada aprovechó la pregunta para adelantarse a primer plano. Se trataba de una ilustración de un libro que su hermana mayor, religiosa, le había regalado al cumplir los cuarenta, no se sabe con qué secreta esperanza. Un libro de San Juan de la Cruz… En el pie de la referida ilustración se hallaban los versos que se le habían medio grabado en la memoria. Intentó recordar mejor…

 

- “Para ir adonde no sabes has de ir por donde no sabes”. No, no… Espera.  Era diferente. “Para venir a lo que no posees has de ir por donde no posees. Para venir a lo que no eres has de ir por donde no eres”. ¡Eso era!.

  

-Sí. Sí. Así lo haré -se dijo sintiéndose repentinamente iluminado-. Cualquier dirección será buena. Bastará estar donde esté y elegir cada nuevo paso desde el camino que siempre tendré bajo mis pies. Siendo nadie y teniendo nada, iré a ninguna parte. Jaja. Sí, eso haré. Será como nacer en cada instante. De hecho, es más o menos lo que ya me había dicho el Sr. Conejo blanco en el andén. “¿Conejo blanco en el andén?”. ¿De dónde me viene esta idea? No recuerdo… Pero me suena… Bah, es igual.

 

Entonces Alejandro empezó a andar y Amartelo se dejó llevar tan expectante como encandilado. Cada vez le caía mejor este Alejandro suyo en proceso de vertiginosa deconstrucción. Sentía que su corazón era muy acogedor a pesar de las turbulencias por las que ahora transitaba. Su ambiente era liviano y refrescante con un punto de cálido burbujeo. También le gustaban a Amartelo de su humano hospedante, a pesar de quejarse de las limitaciones corporales, las sensaciones musculares que el cuerpo le ofrecía y, en general, también disfrutaba mucho con las sensaciones respiratorias. Seguramente, pensó, Alejandro no es consciente de la delicadeza de sus inspiraciones y espiraciones cuando se relaja.

Por otra parte, cada vez valoraba más Amartelo las características físicas de Alejandro. El cuerpo fibroso de armónicas proporciones; la piel naturalmente bronceada; la cabeza apolínea; el negro y reluciente cabello incipientemente canoso; los grandes ojos claros, entre pardos y esmeraldas; la rotunda nariz griega; los labios sensuales y bien perfilados… Realmente, pensando en modelos humanos, aquel tipo era muy hermoso.

Pero en la experimentación del ser corporal, Amartelo encontraba otros muchos centros de interés más allá de la constatación de la belleza. Por ejemplo, le hacía muchísima gracia el uso de las extremidades superiores y, más aún, el de las inferiores. ¡Qué curioso era eso de ser hombre y tener que desplazarse jugando con la mecánica de las piernas! Y hablando de piernas… ¿Qué nombre les pondría a aquellas dos que eran ya también las suyas…? La izquierda se llamaría Luz y la derecha tendría nombre de varón: Liberto. A ninguna parte iría la una sin el otro. Luz y Liberto. La pareja transportista.

También se entretenía Amartelo en apreciar las características del resto del cuerpo humano. Estimaba como muy importante el familiarizarse con las percepciones orgánicas y sensoriales. Lo de la lengua era muy curioso… Bueno, la verdad es que a todo le encontraba su qué. Las narices, las orejas, las uñas…

Y lo de los sentidos era un verdadero patrimonio…Ver, oír, olfatear…

Repasaba, a veces durante horas, los procesos físicos, anímicos y mentales que el estado de encarnación le permitía experimentar. A ver: Defecar sólidos, defecar viscoso, retener la orina, aflojar la vejiga urinaria, soltarse pedorretas cantarinas o flatulencias a conciencia, ensalivar, pasarse la punta de la lengua por el contorno de los dientes, morderse los labios, chuparse los dedos, morderse las uñas, apretar los puños, sentir bajo el culo la presión plana y húmeda de los bancos de piedra, atragantarse, comerse los mocos discretamente, frotarse las manos congeladas…

Lo que todavía no había podido apreciar en toda su dimensión era lo del aparato reproductor masculino, aunque, como ya se ha dicho, con el pene ya había tenido tiempo de experimentar lo del orinar. Valoraba que el pene era tremendamente gracioso y muy práctico en su concepción ¡Cómo se encogía o se desplegaba!  Aunque, la verdad, por las mañanas, cuando Alejandro se despertaba, le incomodaba un poco que se le pusiera tan tieso. Se hacía difícil controlar la dirección de la orina y atinar en la cavidad del inodoro sin salpicar la tapa del váter y las baldosas adyacentes. Menos mal que cuando lo hacía por algún descampado ya uno se podía despreocupar de la dirección.

Así que lo que es una experiencia sexual… pues todavía no. A veces, Alejandro se toqueteaba un poco, pero como inconscientemente. Aquello le daba su punto de gustito efímero, pero no iba más allá. “En fin, todo llegará”, acababa reflexionando Amartelo.

Pero todo, lo que se dice todo, no llegaría... Pues pronto descubriría Amartelo, tras una de sus largas reflexiones, que no podría experimentarse como mujer desde el cuerpo de un hombre sin mediar un proceso transexual. Para hacerlo sin problemática adicional debería encarnarse en el cuerpo de una de ellas. Ni tampoco podría correr como un corredor, ni sentir el sobrepeso de un hombre gordo, ni los dolores de muelas de cada humano, ni las humillaciones de una esclava sexual, ni la desesperación del surfista atacado por un tiburón, ni la ansiedad del opositor, ni el desespero en las pateras… Necesitaría, para ello, repetir la experiencia de encarnación en todos y cada uno de los humanos y humanas y eso, evidentemente, estaba prohibitivamente lejos de sus posibilidades.

Efectivamente. Comprendería pronto Amartelo que, al manifestarse la vida en cada ser concreto, no podría haber manera de experimentar las vivencias de las infinitas formas realizadas en cada instante a lo largo de todos los tiempos; los actuales, los habidos y los por haber. Ya en el mundo de los humanos o en cualquier otro. Entonces sólo veía una posibilidad para la experiencia máxima: la experiencia del “sólo Uno subyacente a todas las formas creadas”. Eso es. Por muy potencia arquetípica que él fuera, por mucha capacidad de encarnación en un humano concreto que él consiguiese, nunca lograría más que eso: experiencias limitadas. Sólo para el Gran Misterio sería posible el poder experimentar con todas las formas de la creación… Incluida la suya y las de su clase: las fuerzas arquetípicas.

 

Tener a donde ir

 

Cuando das un paso tras otro, consciente del instante y tranquilo, puedes experimentar considerable libertad. Giro aquí. Me detengo allá. Acelero. Me paro. Me paro y miro al cielo. Me paro, miro al cielo y luego a la señora que se asoma curiosa. Pongo mi centro andariego en los genitales y que ellos estiren del resto. Inspiro profundamente y luego me vacío. Levanto más las rodillas haciendo que los pies se muevan divertidos como si fueran los de Pinocho. Subo esas escaleras. Las bajo. Las salto. Corro un poco. Convierto las plantas de los pies en dos balancines que me columpian alternativos a cada paso. Me descalzo. Me calzo. Me vuelvo a descalzar y chapoteo en un charco. Me los seco con la camiseta y me voy a repetir la operación “chapoteo” a la orilla de la alguna playa. Ando y ando, despacito, pero sin pausa, reflexionando sobre lo que veo, sobre lo que no veo, sobre lo que debería ver y sobre lo que no debería ver... Sí, realmente: ¡Nada más libre que andar! ¡Nada más pleno! ¡Andar es libertad! ¡Andar es plenitud! 

Pensamientos así rumiaba Alejandro mientras circulaba un día tras otro ahondando en las inagotables experiencias inherentes al hecho de caminar. Luego, por las noches, vacío y naturalmente cansado, se desparramaba en alguno de los sombríos rincones de los parques del centro antiguo, a los que siempre acababa por volver.

Cada vez con mayor frecuencia complementaba su experiencia andariega con la de una particular forma de quietud. Por la mañana y después de haber masticado cualquier cosa, se acurrucaba, siempre en rincones de lugares transitados y reflexionaba sobre el andar de las gentes. Prácticamente se trataba de uno de los momentos más felices. Cuando, sintiéndose invisible, observaba contraído y agazapado a la concurrencia. Entonces se sentía afortunado, no yendo a ninguna parte y tan capaz de contemplar los cuerpos que se desplazaban entre los marcos de su mirada. Desde luego no se podía quejar pues los había de todos los tipos y formas, de todas las edades, de todos los colores, de todas los tamaños, de todas las partes, de todos los demonios, de todos los ángeles… 

Tras semanas y semanas de rutinas peregrino-contemplativas. En una de esas sesiones de observador invisible y feliz, estando sentado con las piernas entrecruzadas sobre el primer escalón de la base hexagonal de una fuente pública, estiró el brazo para alcanzar un vasito de plástico rojo que le llamó la atención y, en el preciso momento de coger el vaso, una pequeña moneda encestó en él… Sin duda alguien le había confundido con un mendigo. Efectivamente, al levantar la mirada, sobresaltado, se encontró con los ojos risueños de una joven turista que le sonreía y lo dejó de hacer al instante al comprobar la expresión confusa y ofendida que Alejandro le devolvía.

Aquel hecho casual y comprensible, pudiera haber pasado como una anécdota sin más. Incluso una anécdota para recordar con una sonrisa en los labios. Pero, sin embargo, tuvo un efecto fulminante sobre Alejandro. Fue como si de alguna manera le hubieran dicho: “Sí, algunos te vemos, no eres invisible, y nos pareces un pobre mendigo miserable digno de compasión”. Y no le gustó nada a Alejandro el sentir que podía despertar esa percepción en los demás. Algo importante había hecho crujir aquella moneda generosa en su interior. Se levantó y caminó hasta encontrar el primer escaparate de una calle vecina. Ahí buscó su reflejo y al encontrarlo se vio a sí mismo en el inicio de un silencioso sollozo.

Un dolor se expandió a la sazón aceleradamente desde lo más profundo de su ser. No tenía pasado, no tenía futuro. Nadie le esperaba… Pero ¿No era eso justamente lo que deseaba que fuese? Entonces... ¿Por qué ahora ese desánimo? ¿Por qué le había dolido el ser confundido con un mendigo? ¡Qué absurdo padecimiento éste! ¿Eso debía ser un problema para él? No. ¿Verdad? Recordó que él era libre y tenía un compromiso con el aquí y el ahora. Así que, si deseaba un nuevo cambio, tan solo tenía que desearlo y cambiar de destino en el próximo paso. Consecuentemente, no había necesidad de ponerse dramático.

Respiró profundamente, cerró de un golpe la puerta a los lamentos y se estiró arqueándose desde las puntas de los pies a los dedos de las manos. Por unos instantes se quedó quieto en esta posición dejando que una respiración superficial y tranquila le abriera la panza al universo. Entonces, recordó que acababa de cumplir cuarenta años y creyó que era tiempo de reinventarse su vida. El tiempo de naufragio, más o menos contemplativo, había sido necesario. Lo sabía instintivamente. Pero era ya tiempo de cambio.

 Pensó de nuevo en la joven turista que le había echado la moneda y la visualizó ahora sin rechazo, como si de un ángel se tratara que oportunamente se le hubiera aparecido para ayudarle a desatascar. Oteó a continuación sobre las cabezas de la gente, buscando la vela que pudiera rescatarle del aislamiento y la soledad y llevarle de nuevo hasta las protectoras arenas del “yo soy tal”. Sí, eso es lo que ahora deseaba tras el paso del ángel y la expandida respiración. Sin duda, había sido buena esa fase de soledad animal y distanciamiento que ahora se cerraba, aunque no tuviera razonado el por qué; pero con la misma certidumbre sabía que en este momento se imponía el dejar atrás al don Nadie que en plenitud caminaba hacia ninguna parte. Así, siguiendo la llamada interior, se encaminó hacia un hostal próximo, en plena plaza de España. No sería necesario seguir oteando a la espera de velas salvadoras. Se dijo que él mismo sería su propia vela de rescate.

Nada más cerrar la habitación, lo primero fue la ducha. 

La esponja frotó suave pero decidida sobre todas las superficies de su humanidad. Ya se le había olvidado esa sensación tan agradable. Sintió correr el agua depurativa entre sus pies desnudos y miró hacia el desagüe: Un remolino de líquida negrura se dejaba atraer desde la médula del mundo. Eso no le gustó. No le gustó la imagen de un planeta cuyo centro atesorase los sucios residuos provenientes de todos los desagües. Así que se imaginó un centro más puro, de luz celeste y dorada. Ese sería un centro digno en el que la miseria, la ignorancia y la inmundicia no tendrían cabida. Y mientras lo imaginaba, se expandía desde su corazón esa misma luz celeste y dorada. Prodigiosamente pura… Una luz que alcanzaba los rincones más distantes del universo.

Siguió frotándose y pensó ahora en las dificultades que le habían puesto en la recepción del hotel. ¡Cómo le habían mirado! ¡Cómo le habían hecho rescatar su cartera de bolsillo y buscar ese carné de identidad!  ¡Y cómo le habían obligado a abonar por anticipado el pago de la noche! 

Le había irritado tanta desconfianza, aunque entendía que su pinta no ayudara. Por ello, con un gesto soberbio de sembrador de pepitas de oro, había desparramado sobre la mesa de recepción sus dos tarjetas de crédito, las fotos de su mujer, un par de tickets de compra, el carné de fidelización del supermercado de su barrio y cuatro billetes de cien euros -cuyo valor no tenía demasiado claro, pues Alejandro, por esos días, todavía contaba en pesetas- ¡Qué cara de sorpresa entonces la del recepcionista! 

Y es que, como sabemos, a pesar de su rodante vida y su apariencia, él no era un pobre. Lejos de ello, aunque nunca había tenido ingresos boyantes siempre los había tenido dignos y siempre se había caracterizado por un espíritu natural ahorrativo que le había llevado a atesorar más de lo imaginable.

También era cierto que el buen sueldo de Ana y las recientes herencias de las dos tías, hermanas mayores de su madre, habían tenido que ver con su buena situación económica…

“Menos mal de esos baúles de auxilio”, se dijo a sí mismo en algún momento al recordar esas herencias, al creer que, a buen seguro, ya le habrían despedido de su trabajo por incomparecencia injustificada. Y quién sabía cuánto tiempo tardaría en volver a encontrar otro trabajo.   

Finalmente cerró el grifo, se escabulló de la ducha, se secó y se envolvió en la colcha de blanco hilo grueso. Abrió ahora los ventanales, aproximó la butaca al balconcillo y, recogido sobre ésta como un nasciturus, proporcionó al mundo un espléndido bostezo a la vez que le permitía a su mirada extenderse sobre la joven noche urbana.  

Vista desde dos pisos de altura, la gente de la plaza adquiría una dimensión diferente. Ya no eran concreciones más o menos inverosímiles; ahora eran fluidos energéticos animados. Conjuntos de partículas variopintas arrastradas por corrientes aleatorias. Se preguntó Alejandro cómo se vería la gente desde un rascacielos. No sería nada diferente a la visión del hormiguero. Podría echarles un chorro de manguera, como él hacía con las hormigas cuando era pequeño en la casa de campo de sus abuelos. Le encantaba verlas desaparecer momentáneamente bajo el rabioso surtidor hasta advertir como reaparecían escenificando campos de batalla tras el paso de un ejército mil veces superior. Hormiguitas arrastrándose, hormiguitas aisladas, hormiguitas en amasijo, hormiguitas requetemuertas, hormiguitas despavoridas, hormiguitas temerarias que volvían al lugar de los hechos, extrañas hormiguitas socorristas arrastrando cuerpos queridos hacia lugares que él, a pesar de la curiosidad, no acaba de localizar al no tener la suficiente paciencia para ello. ¿Pero por qué las arrastraban realmente? ¿Para curarlas? ¿Para enterrarlas? ¿Para comérselas? 

Recordó que, con el paso del tiempo, las prácticas del manguerazo dejaron de satisfacerle. Incluso había empezado a sentir una conciencia negativa hacia ello y se fue limitando a otro tipo de prácticas menos agresivas. Una en particular le gustaba especialmente. Se trataba de colocar a un palmo de distancia de cualquier punto de un circuito de hormigas un par de cucharaditas de miel. Ahora no había que hacer nada más que esperar hasta que al cabo de unos minutos una de las hormigas se desviara hacia ese lugar.  Inmediatamente acudía otra y luego otras. El fenómeno se iba repitiendo y popularizando hasta que un flujo nuevo de hormiguitas conseguía encauzarse hasta la dulce tierra de promisión donde se pagaba, al cabo de poco, el colectivo precio de un montoncito de diminutas vidas negras. Vidas cuyo destino había sido morir en las pringosas fronteras del paraíso.  

Desde la terraza del rascacielos que se alzaba en la mente de Alejandro, los seres humanos no eran más grandes que las hormigas de su infancia. Desde esa altura no se divisaba, ni hermana, ni esposa, ni poderoso, ni débil, ni gordo, ni flaco, ni viejo, ni joven, ni a, ni b. Solo había hormiguero, solo eran masa, deambular aleatorio de corrientes colectivas. Sinfonía inagotable e inverosímil de una especie plaga en apogeo.

Se le ocurrió, a continuación, la imagen de un dios menor subido a un rascacielos de inimaginable altura. Desde allí ese dios menor contemplaba incontables cosmos, cada uno de ellos tan grande como una hormiga. De vez en cuando, libaba el diosito su jugo divino y lo ponía a distancia comedida del circuito de mundos, como si se tratara de una de las cucharaditas de miel para hormigas del Alejandro infantil, y, entonces, el dios menor esperaba unos cuantos millones de años con la esperanza de observar como un universo se apartaba y se quedaba encantado con el jugoso cebo o como otros universos fenecían de gula o descuido. Pero, bien mirado, seguramente al dios menor que contemplase este mundo desde tan altas cumbres, otro dios mayor acabaría por descubrirlo y castigarlo. Para que se enterase de una vez, su deidad menor, de lo que vale el sufrimiento de las diminutas criaturas que se enfrentan al absurdo horror de la pérdida de todo: Seres amados, goces de la vida, expectativas de una mayor felicidad futura… 

Un dios mayor, o mejor, un Dios Supremo, amaría los contrastes, las diferencias, los placeres, las pasiones de las diminutas formas pobladoras de incontables universos a cuál más asombroso e infinito. No querría perderse las grandezas, proezas, dificultades y caídas de ninguna de las minúsculas formas animadas y pasearía entre quart y quart, entre átomo y átomo, entre hormiga y hormiga, entre humano y humano, entre ángel y ángel. Viviría con ellos, sentiría como ellos, sería ellos, moriría con ellos. Ningún espacio quedaría sin presencia de su conciencia absoluta. Y tampoco querría perderse, ese Dios, la visita permanente a cada nido de galaxias, ni a cada morada de los apoteósicos universos superiores capaces de desenvolverse en la punta de un alfiler. Un Dios con mayúscula no podría dejar de asombrase, dolidamente compasivo y plenamente satisfecho a un tiempo, al mezclarse con el producto de la libre creación llevada a cualquiera de sus últimas consecuencias; ya supusieran éstas el contacto con lo más terrible o lo más preciado. Tal vez, ese Dios se ocultaría a sí mismo tras las formas infinitas y jugaría al misterio del reencuentro. Su propio y apoteósico autodescubrimiento. 

Pero ¡qué bonita era la plaza desde aquel balconcillo! Cómo le gustaban a Alejandro los vaivenes suaves de las hojas en sus altas copas. Gravilleas, bagüinias, brachiquitons, sauces, chopos… Y cómo le gustaba esa brisa fresca y húmeda colmada de primavera que penetraba plena a través de los abiertos ventanales.

Entregado a aquellas suaves sensaciones, al poco se quedó profundamente dormido. La noche, las gentes, las hormigas, los dioses, las historias y las brisas permanecieron en la plaza un ratito más, antes de proseguir explorando sus inagotables caminos.

 

El querubín custodio

 

Aquella mañana, despertarse en aquella habitación de hotel fue algo más que despertarse. Las sucias ropas amontonadas sobre una silla de pretensiones versallescas; los tibios ecos de la plaza todavía dormida; su propia imagen desamparada reflejándose en el espejo del armario; el olorcillo de ensaimada y ese burbujeo ansioso que desde el interior de su corazón bombeaba preguntas desde el mismo momento en que abrió los ojos: ¿Qué me está pasando? ¿No te daba vergüenza andar con esa ropa por ahí? ¿Cómo saldré de la habitación con esta pinta? ¿Cómo puedo haber roto mi vida de esta precipitada y extraña manera? ¿Qué diablos me habrá sucedido para obrar así durante no sé cuántas semanas o meses?

A juzgar por las preguntas, era evidente que el proceso de cambio que se había iniciado la tarde anterior adquiría rasgos diferentes. La aceptación lúcida se había convertido en agitación ansiosa.  Sin duda Alejandro volvía por momentos a su estado normal de conciencia, pero ese estado de conciencia normalizada le devoraba sin contemplaciones. Regurgitaba lo viejo y no era capaz de digerir y desentrañar lo nuevo. ¿Estaría siendo víctima de alguna enfermedad productora de estados alterados de conciencia? Un ácido desconsuelo se le removía bajo el pecho al vislumbrar la posibilidad de volverse a convertir, en cualquier momento, en el yo que acababa de dejar atrás: El vagabundo asocial, acomodaticio y contemplativo. Pero ¿Por qué? ¿Acaso no se había sentido tranquilo y feliz durante aquellos días de andariego despreocupado? Sí. Sabía que así era, pero la constatación de haber vivido un tiempo sin ceñirse al corsé de su propia autoimagen, construida a lo largo de la vida, ahora le daba terror; porque le dejaba claro que, si le había pasado una vez, podría volverle a suceder. Entonces no era en sí su reciente forma de estar en la vida lo que le preocupaba, sino el hecho de no haberla elegido tras pleno razonamiento. El hecho de haberse dejado arrastrar por la llamada interior, exigente e impulsiva, sin haber sido capaz de filtrar sus acciones por el tamiz del pensamiento riguroso.  

 

- ¡Oh, Dios mío! – gimoteó mientras dejaba que nuevamente volviesen a reclamar su atención montones de preguntas que le llegaban como impresiones sensitivas que, no obstante, él comprendía. Preguntas de tinte filosófico y sabor nuevo. Preguntas desbocadas que corrían en múltiples direcciones…- ¿Qué es la vida? ¿Qué es la realidad? ¿Por qué sonrío feliz cuando sin camisa y sin pensamientos dejo que el sol suave me masajee la espalda? ¿Por qué mi corazón se rompe o se llena de esperanza según visitan mi mente unas u otras imágenes? ¿Por qué la vida se me enmohece cuando antepongo la búsqueda de la coherencia y la seguridad? ¿Por qué pesa tanto la memoria? ¿Por qué me contraigo cuando dejo que se me instale la preocupación por el futuro? ¿Por qué me vuelvo frágil y, sin embargo, tan plenamente vivo, cuando permanezco atento y proactivo ante el susurro de lo desconocido? ¿Por qué presupongo que la vida de otras personas, los animales e, incluso, los insectos es más pobre que la mía? ¿Por qué mis opiniones pueden convertirse en alas liberadoras o en barrotes carcelarios? ¿Por qué quiero interpretar este mundo? ¿No fue acaso el árbol de la ciencia, la tentación fatídica, la peor puerta a las ambiciones desbocadas? ¿No fue la conciencia del sí mismo, diferenciado de la naturaleza exterior, la que obligó a la despoblación del Paraíso? ¿Y cómo volver al Paraíso si fuese nuestro deseo acabar con la aventura? ¿Cómo burlar al ángel custodio? ¿Cuál sería la clave? 

Alejandro se estaba poniendo fatal. Era consciente de la dudosa coherencia del hilo conductor de sus preguntas y, más allá de ellas, era consciente de los sucesivos cambios de la calidad de su mirada sobre los aconteceres de su mundo de un día para otro, de un momento para otro.

Un terrible dolor de cabeza, metálico y expansivo, llegó entonces para anunciarle la pronta entrada en pánico si no conseguía relajarse. Pero no hizo falta el intento. De nuevo el mundo decidió tomar la iniciativa y le ofreció el terrible chirrido del áspero frenazo de algún automóvil que tuvo la virtud de abrirle de par en par el atento silencio mental que necesitaba. Florecieron entonces de golpe, desde aquel mutismo tendido al sol, dos sorprendentes titulares de neón. Dos opciones que parecían ser potenciales contestaciones a las últimas preguntas que se había hecho: “¿Cómo burlar al ángel custodio?” y “¿cuál sería la clave?”

Pudo leer nítidamente con sus ojos cerrados aquellas respuestas proyectadas con intensa luminosidad sobre la pantalla interior desplegada en la trastienda de su frente:

a) Quitar o cambiar una contraseña

b) Establecer una contraseña para abrir o modificar un archivo 

Estas dos posibilidades le eran muy familiares. Sin duda correspondían a un fragmento del diálogo de “Ayuda” de una de las aplicaciones informáticas que solía utilizar en su trabajo. ¿Todavía podía llamarle su trabajo? ¿Pero, por qué ahora se le aparecían estas indicaciones? ¿Existiría efectivamente un ángel custodio que acababa de decidir que justamente éste era el momento oportuno para mandarle señales? 

¡Dios! ¿Y si verdaderamente había existido el Paraíso? ¿Y si tal vez todavía existía y podíamos volver a él a voluntad dándole al ángel custodio la contraseña adecuada? Además, tal vez, el custodiante no fuera exactamente un alado insensible, tal vez se tratara de un alado encantado de dejarnos pasar de nuevo si le dábamos garantías de no ensuciar, de no romper y de no dejar de amar. 

Pero… ¿Cómo se hacía todo eso? Resultaba fácil desearlo, pero no asumirlo y menos aplicarlo. En todo caso, lo que era seguro es que la clave debía ser algo extremadamente simple. Al acceso de cualquiera - ¿Cómo podría ser de otra manera para un Dios ecuánime y bondadoso? -. ¿Y qué era aquello que todos compartíamos? ¿Qué sería aquello que supiéramos y pudiéramos ofrecer fácilmente como entrada? ¿Y si no había entrada? ¿Y si la entrada éramos nosotros? ¿Y si cada uno era, él mismo, un inconsciente ángel custodio que impedía que el Paraíso le entrase? 

Si así fuera, no habría nada que nosotros debiésemos aportar más allá de la “aceptación”; tal vez simplemente se trataba de dejarnos hacer, de permitirnos ser apertura pura y simple al Paraíso. Por voluntad lúcida y confiada. Por seducción celeste. Por rendición y abandono. Por domesticación de la memoria y de la mente que la administraba. Sí, en nuestra mente podría estar la clave. Su existencia era la que permitía que las personas fuésemos viajeros del tiempo-espacio. Testigos y artífices de los momentos presentes. Sin este tipo de mente no podríamos ser animales con nombre y apellidos. La vida decidiría directamente por nosotros, como lo hacía con los demás animales y como también ya lo había hecho con nuestros ancestros durante miles y miles de generaciones.

Pero esa misma vida nos había llevado a evolucionar hasta aquí. Ella nos había empujado a convertirnos en seres individualizados con conciencia de sí mismos y sentimientos de separación de la naturaleza.  ¿Por qué? ¿Cómo conocer esa respuesta?

Entonces, para acceder directamente a la vida, bastaría con saber silenciar la mente a conveniencia. ¿No era así? Además, estaba claro que, si algún ente o realidad del más allá deseaba ponerse en contacto con nosotros para ayudarnos en la tarea y acercarnos la clave, no lo podría hacer si no nos callábamos. Y nuestra mente siempre estaba juzgando y parloteando. De hecho ¿no se le había aparecido la visión de las claves del desplegable “Ayuda” en los instantes bisagra en que aquel estrepitoso frenazo de automóviles le había provocado un involuntario silencio mental? Y si pensaba un poco más… ¿No había sentido ya muchos momentos de plenitud conectada, espontáneamente silenciosos, durante aquellos días recién pasados como fantasma peregrino en la ciudad?

 

- ¿Y desde cuándo filosofas, Alejandro?... Déjalo ya – Se dijo en voz alta buscando en el espejo de pared una mirada reconciliadora- Es fácil derrapar cuando no se sabe conducir… Y encima con velocidad por terrenos desconocidos. Anda, en serio, no te taladres; necesitas descansar, déjalo ya… Realmente no sé qué te está pasando. Es como si no fueses tú del todo, no te reconozco. Bueno creo que no te reconocería nadie...

 

Llamó entonces alguien a su puerta con tres toques contundentes. Sin reparar en su desnudez, Alejandro abrió, contrariado por la interrupción:

“¡Buenos días! Tenga, su carné de identidad”. Le dijo el recepcionista, que sí reparó, azorado, en la desnudez de Alejandro. “El desayuno se sirve hasta las once, en la primera planta”. Añadió mientras volvía sobre sus pasos.

 

Amartelo desorientado

 

A estas alturas de la relación, ya tenía claro Amartelo que no podría controlar a Alejandro ni aun queriéndolo. Pero ¿por qué habría de desear semejante cosa? ¿No había aceptado lanzarse hacia la azarosa deriva y hacia la pérdida de control? ¿Entonces, de qué podía quejarse ahora? No obstante, su cabeza compartida no paraba en sus vaivenes y se preguntaba una y otra vez las mismas cosas para darse las mismas o diferentes respuestas. Parecía, a veces, como si su nuevo corazón se dedicase a echar por tierra las conclusiones a las que llegaba su mente. La verdad es que esa tendencia a las preguntas y repreguntas le hacían parecerse al mismo Alejandro y, como a éste, le atraían las cuestiones con puntito filosófico:

 

- ¿Pero por qué Dios lo ha tolerado? Calma, calma... Empiezas a razonar como un humano. Es así... Ya sólo me aflora el pensamiento secuencial, uno detrás de otro, como ridículos vagones de un largo tren donde los últimos pierden de vista a la máquina en cada curva; su sentido y dirección. A veces ni siquiera recuerdo cual era el origen de la reflexión, ni qué la motivaba. Tal vez el gran Dios haya querido, como cada vez creo más firmemente, que yo pase por esta experiencia para permitir un posterior salto evolutivo. Incluso, a lo mejor, él mismo me haya colonizado a mí para que yo aprenda a sentir realmente como un humano… Y si lo pienso… ¿Cómo sé que no está ya, el Ser máximo, directamente encarnado o materializado también en los humanos?  En todos los humanos. Incluso en toda materia viva y no viva. Claro, el Dios absoluto no puede escaparse de sí mismo. Ni lo desea. Porque él es Todo lo que hay. Siempre. Todo lo que hay y lo que hay es Todo. Así que a su manera creo que Alejandro tiene razón cuando piensa que un Dios que no goce lo minúsculo no tiene sentido.  No sé, no sé… Tal vez estoy desvariando. Quizás las fuerzas arquetípicas nos miramos demasiado el ombligo y no caemos en la cuenta de que el Ser puede estar y ser, perpetuamente y a voluntad, tanto en las mismas fuerzas arquetípicas como en los seres ínfimos... ¡Buf! Realmente creo que cada día me estoy haciendo más persona... ¡Vaya cabeza ésta! ¿Y por qué dudo, si nunca he dudado?  Me habré equivocado y fracasado, pero nunca he dudado. Además ¿No éramos las fuerzas sobrenaturales arquetípicas, expresiones del Uno? ¿Y eso no lo teníamos ya en común con lo humano y lo no humano…? No sé, a lo mejor  me estoy liando...

En verdad entre Alejandro y yo cada vez existe un mayor mimetismo. Bueno... ¿No querías fundirte…? Pues ya ves…Normal… ¡La realidad es la que se te ofrece! ¡Pero empiezo a percibir que ya no puedo más…! Que ya no quiero seguir con la experiencia… Me quiero ir de aquí… No soporto más este cuerpo limitado... No soporto más este contagio de procesos mentales que nunca llamaré lógicos. No quiero este tipo de memoria que pretende encauzar cada presente. Tan necesaria para la seguridad, la cohesión y la proyección del pequeño yo humano y a la vez tan peligrosa para la expansión de la libertad de los corazones y las mentes ¡Y no soporto el dolor! Ni soporto el frío. Ni la ley de la gravedad… Ni los malos olores… ¡Tengo que salir de aquí...! No pasa nada, tranquilo, no dramaticemos inútilmente. Tengo derecho a cambiar de opinión. Los seres humanos lo hacen… entonces yo también tengo derecho a hacerlo. Quizás pueda hacer un trato con Alejandro… ¡Umm! Sí, sí… ¡Ya! Tengo que conseguir el proceso inverso tal como lo había previsto. Me introduje en su cuerpo concentrándome en esencia pura asociada al contenido de la inyección… Si pudiera conseguir que le extrajeran sangre y pudiera saber el punto exacto en que le van a pinchar podría conseguirlo. Sí, podría conseguirlo. Es lo que ya había reflexionado en su momento. Una vez ahí fuera, ya es coser y cantar volver a la eternidad. Pero… ¿Cómo puedo conseguirlo sin su complicidad?... Si por culpa de la consubstancialización no controlo nada de lo que siente o hace este hombre… Tal vez pueda hablar con él… Sí, con Alejandro de tú a tú... Aunque... Justo ahora que volvía a su conciencia normal… Lo puedo acabar de destrozar… Y si lo enloquezco ya sí que no tendré más solución que la de esperar... y... No. ¡No quiero aguantar! Es cierto que para mí no es nada la corta vida humana, pero no quiero persistir... ¡Cuánto se puede sufrir en muy poco espacio de tiempo...! ¿Pero si no puedo vivir una sola vida delimitada, cómo puedo valorar con calidad?  ¡Es igual, no lo soporto, no puedo más! Conversaré con Alejandro… De partida, será la mejor solución. ¿Conversar con Alejandro? ¿Directamente? Sí, directamente. Encontraré la manera. Lo entenderá y colaborará. Confío.

 

Presentación interna

 

Tras mucha cavilación, el plan de Amartelo para darse a conocer a Alejandro y hablar con él, quedó de la siguiente manera.

Primero, se trataría de conseguir impresionar el sistema auditivo de Alejandro, mediante las descargas vibratorias adecuadas, para que éste pudiera decodificar claramente los mensajes que se le dirigirían. Sin duda, sería preferible este sistema a los telepáticos pues ofrecería más garantías de que el receptor no confundiese la voz del emisor con una voz sicológica interior. 

Segundo, se deberían emitir los mensajes eliminando la posibilidad de provocar cualquier temor. La situación psico-anímica de Alejandro ya era lo suficientemente delicada como para no arriesgar más. Por tanto, se vigilaría, muy mucho, que la calidez amorosa del tono tendiese a generar una atmósfera favorable.

Y tercero, el mensaje debería resultar creíble. Alejandro debería apreciar desde el primer momento que el origen de los mensajes era auténtico y bienintencionado y no producto del desvarío o la perversidad de alguna fuerza del más allá. 

Con las líneas de actuación claras, Amartelo decidió que el día siguiente sería el día apropiado para el contacto directo. Al finalizar su sueño nocturno Alejandro debería sintonizar la siguiente locución: 

“Alejandro, soy Amartelo, una fuerza supranatural positiva. Necesito hablar contigo. No estás soñando. En los próximos días volverás a escuchar estas palabras justo en el momento de despertarte. Exactamente, durante cuatro días te despertarás con expresiones parecidas. Al quinto día, te hablaré claramente en el momento en que te tomes tu primer sorbo de agua. No debes asustarte. Sólo intento que me escuches con confianza sin que pienses que deliras. Sé que andas muy alterado. Lo que yo te cuente te ayudará.” 

Y así fue como Alejandro, que había decidido permanecer unos días más en aquel hostal con la venerable intención de intentar poner un poco en orden en su cabeza antes de mover pieza, se despertó efectivamente al día siguiente recibiendo como una ducha inesperada aquel nítido y claro mensaje.

 

-Caray, siempre lo he dicho, hay sueños que parecen tejidos de un hilo especial… Parecen tan reales…: “Amartelo… una fuerza supranatural… agua al quinto día… ¡Buff…!” –se dijo Alejandro, incrédulo e intentando creer que todavía estaba algo dormido.

 

Al segundo día, Alejandro volvió a ser sometido al procedimiento comunicativo, pero la reacción ya no fue la misma, ni de lejos, y la valoración interesada y auto protectora del día anterior se tornó en exclamación preocupada:

 

- ¡Eeeiiihhh! ¡Ya está bien! Esto ya lo escuché ayer… ¿Qué está pasando aquí? Lo que necesito es un buen psicólogo…

 

 Y al tercer día, tras volver a escuchar el mismo mensaje, llegó la rotunda y sorprendente demostración de carácter:

 

- ¡Vale! ¡Se acabó! ¡Y se acabó...! ¡No sé quién eres, pero no vas a jugar conmigo! ¡¿Cómo me voy esperar al quinto día?! Ahora mismo me voy a tomar el agua esa. O sea, que si no flipo...: ¡¡¡ Haz el favor de salir ya…!!!

 

Amartelo se quedó desconcertado…

 

- ¿Qué hacer? – se dijo nerviosamente- ¡Rápido!: ¿Qué hacer? Venga, venga… Mejor ahora ¡Sí! Este tipo ya está listo... Venga, no hay otro camino. Ahora, ahora. Adelante, contacto ya: 

 

- ¡Hola Alejandro, soy Amartelo! 

- ¿¡¡Quéééé!!? 

-  Sí, has escuchado bien… Siéntate y cálmate, por favor. Y, sobre todo, no te asustes…

 

No hizo falta que se lo repitiera dos veces. Más que sentarse, se convirtió en butaca.

 

- Sí, efectivamente… Soy Amartelo. Una de las potencias arquetípicas integradas en la unión arquetípica Amor Global. Pero no te confundas… No me identifiques con ideas tales como amor divino, amor absoluto… No, no… Sólo soy un tipo de manifestación cósmica que pretende atraer a los complementarios… Soy, para entendernos, algo así como el que vosotros llamaríais… ¡Cupido!… Más o menos… ¿Me sigues? 

- Ssí, sí… ¡Dios mío!... ¡¿Cómo no te voy a seguir?!... ¿¡Cupido!? 

- Bueno… ya te digo que más o menos… Que para entendernos… Así que piensa más en el Cupido callejero, en el Cupido popular…que en el mitológico. ¡Ese no!, ni el griego, ni el romano. El del asunto con “Psique”, no… Aunque algo hay… 

- ¿Asunto con Psique? ¿Cupido callejero y popular?  ¡Pero qué me estás contando!

-  Sí, eso; catorce de febrero… Ya sabes… Angelito regordete con flechas… ¿Vale? Aunque mi nombre real es Amartelo. 

-  ¡Diossss! ¿Qué es esto?

- ¿Quieres que continuemos mañana? Te veo muy excitado y eso me preocupa. 

- No, no… Será mejor que continúes. 

- Bien – prosiguió Amartelo-, pero mejor tómate algo. Te recomiendo un coñaquito. Vamos al bar, anda, allí podremos seguir la conversación... Pero tampoco te pases con la bebida porque siempre me llega algo y ahora también yo necesito estar muy claro. 

- Ya... Ya... Vale…vale… Vamos al bar. 

- ¡Ah! Y no hace falta que hables… Yo… te capto el pensamiento. 

- El pensamiento... Sssí, sí… El pensamiento. Vale, ya vamos.

 

Alejandro bajó las escaleras como si fuera un Frankenstein desencadenado. Le parecía que tenía que andar muy recto para que aquello que le hablaba, que por cierto ¡vaya voz tan chispeante y seductora!, fuera lo que fuera, no diera tumbos. 

Cuando el camarero lo vio llegar, andando de esa forma y con la cara desencajada, le preguntó:

 

-¿Le sucede algo, señor? 

-No, no… ¿Por qué? -disimuló Alejandro-.

 

El camarero lo volvió a estudiar. Aquel tipo parecía traerse algo extraño entre manos. Ya le había advertido el recepcionista que se anduviera con ojo… Al fin añadió dudoso:

 

-¿Qué querrá el señor? 

- Dos coñacs. ¡Ah, no! Uno… ¡Que él no bebe! 

-¿Él? 

-¡Contrólate!  – le gruñó  Amartelo a Alejandro aumentando enérgicamente la potencia de las vibraciones-.

-¿Lo ha oído? ¿Lo ha oído? -le inquirió éste al camarero sin perder el nivel de excitación-. ¡Dice que me controle!... ¿¡Es que usted no lo oye!?

 

El camarero se dio la vuelta sin responder… Se empezaba a preocupar de verdad ¿Por qué siempre le tocaban a él todos los clientes sonados? 

Alejandro se tomó de un trago la copa y como si acabara de recibir una colleja tranquilizadora solicitó con gravedad calmosa:

 

-¡Otra por favor!  ¡Él ya sí bebe…!

 

Amartelo prefirió no prensarle más y obligándose a la calma esperó a que Alejandro se empapara con un poco más de alcohol sus interiores. Y así permaneció en espera y observación hasta el momento en que pudo constatar que Alejandro ya rondaba el estado de apertura y rendición conveniente, entonces reemprendió el diálogo iniciado, que en seguida se convirtió en denso y largo monólogo cargado de aclaraciones.

 

Diálogos con Amartelo

 

Mientras Amartelo hablaba, Alejandro hacía lo imposible por mantener toda la atención. No quería perderse ni una coma de lo que aquella voz interna y delirante quisiera comunicarle. A veces se le ocurrían preguntas, pero no se atrevía a interrumpir pues un cierto miedo respetuoso con la extraña situación le comprimía el interés. Tan sólo cuando un viejo reloj de pared marcó las doce del mediodía, se animó a intervenir:

 

-Espera, espera un poco. Si me permites que te tutee. Tengo preguntas. Deseo que me cuentes por qué me elegiste precisamente a mí, para la consubstanciación... O como le llames. 

-Hombre… - le contestó Amartelo, obviando lo del tuteo- Yo ahora no sé si seré capaz de explicarte como era la semilla que dio vida a mi elección. Explicarte el porqué de mi decisión de encarnarme en un humano para alcanzar no tan solo el nivel de intromisión habitual sino el nivel de identidad con él. Pero lo voy a intentar... Ya me dirás si lo consigo.

De momento, y en primer lugar, te diré que para justificar el típico asalto de intromisión, una serie de elementos de tu vida te señalaban como persona idónea en momento oportuno. Por ejemplo, vivías en un estado de dormida seguridad y no te permitías la más ligera variación de tus rutinas. Agarrado a tus costumbres, tus bienes, tus ingresos, tu estrecha moral, tus compromisos con lo próximo; eras una especie de robot. Tanto miedo a permitirte vivir sin miedo te tenía cogido, te estabas convirtiendo en una estatua de sal. Vegetando en una franja anímica y mental tan cerrada no eras difícil para mí. No te puedes ni imaginar qué fácil es trocear lo encorsetado. Si yo no llego a intervenir contra tanto corsé y tanta rutina te hubieses perdido para la vida. Me refiero a “La Vida”, con mayúsculas…

En segundo lugar, puedo contarte que detecté un aliado en tu interior… Sí, en algún lugar de tu corazón un alegre arroyo vital se había desentendido de tu forma de estar en el planeta y de él brotaban llamadas de cambio. Llamadas de auxilio. Significaba eso que contaría mi intervención con la complicidad de un quintacolumnista oculto en la trastienda de tu corazón. Eso era objetivamente muy positivo para el buen resultado de mi intervención.

Y, en tercer lugar, se daba otra circunstancia. La que resultó ser determinante para intentar superar la intromisión básica y alcanzar el nivel de consustanciación… Y ahora veré como te la describo sin sentirme ruborizada… Sí, has oído bien, he dicho ruborizada y no ruborizado. Para ti, no soy “el” Amartelo, soy “la” Amartelo, femenina. Es decir, Amartela. Tal cual. Y a partir de aquí, me gustaría que te dirigieses a mí con ese nombre: Amartela en vez de Amartelo.  Me explico. Mi vertiente de género no es fija, va variando. Depende de los personajes con los que trabajo. A veces, muchísimas veces ciertamente, si estoy trabajando sobre los dos componentes de una misma pareja compuesta de hombre y mujer, adopto la masculinidad y la feminidad a un tiempo. Con los homosexuales, los transexuales, los asexuados y los de más allá, sucede exactamente igual. Voy adoptando la posición y el polo conveniente a mi trabajo en cada momento.

Pero en tu caso todo esto se hace más intenso, mucho más. Porque claro, no me he limitado contigo a una intervención externa y ya está. A ver, quiero decir que no me he limitado a lo de siempre, en que si cambio o no mi polaridad sexual o la gradúo es cosa anónima, sólo mía. Para entendernos, es como si en vuestra forma de hablar te dijera “es mi problema”. Pues no, en tu caso es diferente puesto que al encarnarme, esa encarnación me ha inundado no sólo de atracción amorosa sino, también, de intensa atracción sexual.

Ya sé que para ti todo esto es muy difícil… Pero llegados al punto en que estamos creo que podrás escuchar casi cualquier cosa. Así que te seré muy clara, me feminizas intensamente. Tu tú, del tú y yo que ahora somos, me feminiza intensamente.

Y joven pasión amorosa más intensa atracción sexual es lo que llamáis “estar enamorado”. ¿No es así? Pues eso: ¡Me siento enamorada en el sentido humano más actual de las palabras! He entrado en ese estado de enamoramiento que incontables veces había yo provocado, pero al que nunca había accedido como experimentadora.

Al principio no veía muy claro de qué se trataba ese sentimiento que me estaba atravesando y lo único que constataba era la existencia de una atracción especial, enigmática y magnética. Por eso en un momento dado valoré que la constatación de este hecho, era en sí misma, determinante para la toma de decisión. Aunque, en cuanto el proceso de encarnación concluyó, no tardé en reconocer que aquello que se filtraba intensamente a través de la carne humana suponía, pura y simplemente, un estado de enamoramiento. Increíble pero cierto, el clásico enamoramiento entre humanos.

En definitiva, por resumirte, te diré que puedo experimentar hacia ti una atracción inmensa y que seguro que ni en mis mejores trabajos he conseguido que nadie sienta algo tan brutal como lo que yo siento ahora. Créeme, me apasionas, me fascinas, te encuentro campo de trabajo extenso y fácil, sé que cuento con una bella veta aliada en tu interior y, para ti, soy mujer. Una Amartela que desea que su amor trascienda fronteras existenciales y trasforme en luz y goce la unión de nuestras almas. Para ti, para mí y para cuantos alcancemos…

 

Alejandro, no daba crédito a lo que estaba escuchando. No sabía si salir corriendo, si ponerse a gritar, si pedir ayuda al camarero o si estrellar su cabeza contra la pared. Le faltaba el aire y le temblaban las piernas… Sin embargo, le pareció notar como si desde dentro de su ser le acariciasen el corazón de una forma benéfica ayudándole a retornar a la respiración y a la calma.

 

- Entonces… -consiguió decir al cabo- ¿Me estás diciendo que te has enamorado en el “curre”? ¿Qué en vez de limitarte a provocar uniones ajenas, te has convertido en parte para poder unirte tú y gracias a ti misma? ¿Eres como el payés que no soporta embalar un espléndido tomate y se lo come, entusiasmado... Tras mirarlo fijamente y decirle apasionado: “Tú y yo ahora seremos uno…”? 

- ¡Para, para, Alejandro! Así es. Exactamente. Esto es lo más extraordinario que me ha sucedido en mi vida inagotable: Una criatura humana me está rompiendo mi inmortal corazón ¡A mí, que he dispuesto de seres a mares…! Durante estos días, mientras deambulabas por ahí, atolondrado y absorbido, me escuchaba a mí misma cantarte quedamente mis pasiones mientras me inundaban mares de ciega atracción. Ya ves lo que hay… Y ello sin perder el sabor de la ansiedad, pues yo también necesitaba interpretar el porqué de mi actitud extrema y rupturista. En fin, Alejandro, ya lo sabes... No sé qué secreto se oculta bajo tu química anímica pero ya te he dicho que algo hay en ti que me atrae y lo hace hasta el punto de que en muchos momentos tan sólo deseo continuar fundida contigo definitiva e irremediablemente… Sí, en algunos momentos por ti, y a pesar de todo el dolor que estoy recogiendo, aceptaría que mi conciencia milenaria se apagase como humilde llama estremecida por el dulce soplo de cumpleaños. Sí, verás que no ando lejos de ese fantástico tomate del que hablabas… 

- ¡Alucino…! ¡Cómo puede ser esto cierto? ¡Si ni siquiera tienes cuerpo! ¿Qué pretendes? ¿Que me lo monte yo sólo con el mío, mientras tú me diriges? ¡Dios mío! ¿Qué habré hecho yo para que me sucedan estas cosas? Bien, si éste es tu deseo, dímelo claramente... Y acabemos. He visto suficientes películas…

-  No seas torpe, hombre, no es eso. Antes has oído bien.  ¡He dicho química anímica! Lo que a mí me produce un placer ilimitado es el roce anímico, los flujos directos de alma a alma, aunque te mentiría si te dijese que no me apetece pasar la experiencia puramente carnal. Desde que me hayo encarnada, sí me apetece… ¡Y mucho! Pero de momento, no tengo claro cómo hacerlo. De todas formas, gracias por el ofrecimiento… Lo valoraré.

- ¡Todavía no me he ofrecido!... – Le salió al paso Alejandro-. 

- ¿Es que no te escuchas? Lo has hecho hace un momento -replicó Amartela, al tiempo en que meditaba sobre el tono de la palabra “todavía” que Alejandro acababa de pronunciar-. De todas formas -prosiguió Amartela- voy a tener que decidir sobre cómo y cuándo acabar con todo esto. 

- ¿Acabar con todo esto? – Se asombró Alejandro-. ¿No me acabas de decir que…? ¿Qué pasa? ¿Es que de repente ya no…? 

- No, no es eso. Lo que sucede es que he reflexionado y he valorado que a pesar de todos los pesares y de mi evidente estado de enamoramiento, no debo seguir… Ya sé que te extrañará después de todo lo que acabas de oir pero es que no es menos real que me siento sufrir. La encarnación lleva su propia cruz, ya lo sabía pero no quise aceptarlo. Es decir, no sólo me ha provocado la experiencia del maravilloso estado de enamorada, también se me ha producido muchísimo dolor. Un dolor que crece de día en día.

No te puedo expresar la inmensidad del padecimiento que sufro al verme atrapada en el mundo de la carne, ni describir sus matices. Pero ya te digo que es terrible como puede sentirse una fuerza inmaterial al encarcelarse en las limitaciones de un cuerpo.  Esos cuerpos vuestros… Tan limitados, cambiantes y efímeros… Olas pasajeras sobre la superficie del mar inmenso. No es que me haya sorprendido lo que he encontrado aquí. Pero es más duro de lo que pude prever.

Y por supuesto que sigo enamorada. Tremendamente enamorada… ¡Pero, ay, el sufrimiento me supera!

Además, más allá del dolor, creo haber comprendido que nunca podré alcanzar vuestra significación global, entenderos del todo, valorar qué significáis exactamente. Piensa que yo siempre me he movido entre estados sincrónicos globales simultáneos no sometidos ni a las direcciones ni a los sentidos de las líneas temporales. Vosotros, por el contrario, sois pura diacronía, líneas trazadas por plumas incapaces de echar toda la tinta a un tiempo. Vais rayando muy fino, que no implica limpio… Un poco ahora, un poco luego… A veces nos hemos reído juntas algunas fuerzas sobrenaturales, y perdona la frivolidad, al echar un vistazo al resultado final de ciertas vidas. Literalmente, después de tanta tinta gastada en trazos pulcros sólo había quedado un terrible garabato. 

- Ya… ¡Pero bueno…!¡Habréis visto también hermosos resultados…! ¿No? 

- ¡Claro! - respondió, Amartelo- Ni lo dudes. Por supuesto. Algunos tan hermosos que se han disuelto ante nuestra mirada y nos ha sido imposible ver su destino. Sabemos que en estos casos se les permite a los humanos y a otras especies de este mundo y de más allá, seguir escribiendo o dibujando en nuevos planos.  Frecuentemente, un supuesto garabato combina con otros… ¡De diferentes lugares y a veces de diferentes épocas! ¡Y vistos en conjunto parecen algo magnífico! De hecho, hemos visto grupos de garabatos volatilizarse colectivamente… ¿Te das cuenta? ¡Es maravilloso! ¡Tan solos como os sentís en ocasiones y no sabéis que quizás estáis trabajando en grupo, pequeño o multitudinario! ¡Con otras personas o seres que no son de vuestro lugar, ni de vuestro tiempo! Tal vez algún día se os manifestará el director de la orquesta y la obra lograda. En fin, lo que es seguro es que evidente o no, lo uno y lo múltiple andan de la mano… Pero claro, a ti te es muy difícil comprender esto, ya que desenvuelves tu conciencia sobre un tiempo lineal sin entender que el tiempo y el espacio “están” en el Gran misterio. No fuera de él.

- Ya nadie me podrá decir jamás que soy una persona que vive en una franja interpretativa estrecha y que no soy una persona de mente abierta -contestó Alejandro en un arranque de valor- ¿Cómo puedo estar aquí escuchando a una “sin cuerpo” que vive en el mío? Que más o menos es “Cupido”; que seguramente se hace rayitas con las nubes; que me dice que me ama locamente y, por eso, además de otros rollos que no entiendo, ha decidido consustancializarse conmigo… ¡Sin mi permiso! Para decirme, absurdamente, a continuación,  que se tiene que volver a su nivel porque le duele vivir en mi cuerpo y nunca acabará de entender a los humanos… Y que por eso quiere que esto acabe… Y todo ello, después de haberme largado que soy un hermoso territorio por trabajar, que es fácil desencorsetarme, que dentro de mí tiene un gentil aliado… Agradezco tener la mente abierta -continuó Alejandro, con el tono en sorprendente y agria progresión - pero agradecería que te refrescaras un poquito en mi cerebro, a ver si se te trasfiere alguna nueva utilidad. Me transmites ideas alocadas e incoherentes…

- Sí, tienes razón. Alocada e incoherente… Pero escúchame ¡Bendito cretino! ¿Crees que me hablarías de ese modo si no te hubieses ya beneficiado de mi enganche con tu vida...? Al menos esa nueva apertura me debes... Y espera ¿Sabes qué? Te voy a liar un poco más. Te diré que empiezo a creer en una razón adicional para el intento… La razón menos comprensible incluso para mí. ¡A ver si me explico...! Resulta que, en sí mismo, mi atrevimiento es de corte humano… ¡¡Uhhmmm!! ¡Algo absolutamente inverosímil para los de mi condición...! En verdad, ello, de ser cierto, implicaría que he sido empujada a esta aventura entre los tuyos. Esto es, significaría que a mí también se me ha intervenido… Sí… Creo que he sido “empujada”… Tal vez, en otro nivel superior de conciencia se ha entendido que yo también me estaba convirtiendo en una especie de estatua de sal.  Es posible que la estabilidad de mi mundo ya no sea interesante y se pretenda fermentarnos haciéndonos más permeables a los mundos efímeros… No sé… Tal vez se pretenda con ello favorecer que no viváis tan separados del Gran Misterio. Favorecer vuestro sentimiento de unificación cósmica. Darle a vuestras mentes la posibilidad de escapar de las locas ficciones del “yo soy tal”… 

- Ahora que lo dices… Pues sí tiene su lógica. –Le contestó Alejandro recobrando inesperadamente una amable serenidad al tiempo que una inquietud reflexiva-. De hecho, yo no me puedo imaginar un Universo en el que no convivan lo estable y lo inestable... Supongo que son necesarias leyes eternas, marcos y principios inmutables de referencia... El mismo mar por siempre, pero jamás las mismas olas... Los mismos nocturnos abismales, pero jamás las mismas estrellas... Los mismos marcos del alma, pero jamás los mismos comportamientos... Entiendo que sí. Que la idea de los puentes entre lo estable y lo inestable es buena. Pero… si lo estable se deja influir por lo inestable podría inestabilizarse y ya no podría estabilizar lo inestable… ¡Uy! ¡Qué lío! Ya no lo veo tan claro.

- No, no… Creo que vas bien…. Piensa que de hecho las fuerzas supranaturales siempre asumimos funciones estabilizadoras o desestabilizadoras, depende, cuando intentamos que lo efímero y transitorio se ciña a los marcos permanentes o se libere de ellos... Sin embargo, ya te lo apuntaba antes, me están asaltando dudas al percibir que se me ha empujado a mí misma al cambio. Desestabilizar los mundos arquetípicos ya son palabras mayores. Ello supondría una absoluta revolución cósmica cuyo resultado no puedo vislumbrar… Es decir, empiezo a plantearme que quizás los que llamamos principios inmutables de las fuerzas arquetípicas, también sean mutables… ¡Dios! Será que está en el programa alguna transformación cósmica y que ése sea el motivo por el que desde instancias más elevadas se nos quiere preparar… No sé. Me siento expectante. Deseo con todas mis fuerzas saber qué novedades llegarán ¡Salir a su encuentro! Y ahí estalla la contradicción... Si es verdad que se me ha espoleado hacia la aventura humana... ¿Cómo osar el rechazo? Y si ello se deriva de la vecindad de una próxima mutación cósmica... ¿Cómo perdérmelo? ¿Cómo no estar por ahí afuera con las demás potencias arquetípicas? 

¡Ah, otra cosa! Cuando hablo de puentes me refiero a algo nuevo. No a la capacidad de transmisión de energías de un plano a otro, sino a la permanencia autoconsciente del puente en sí. Para entendernos, el establecimiento del algún espíritu interniveles capaz de permitir el acceso libre en doble sentido direccional…

-¿Perdóoon? ¿Qué me estoy perdiendo?

-¡Basta, debo volver!- continuó Amartela, cerrando enérgicamente su reflexión-. ¡Debo hacerlo! Sin certidumbre no tengo por qué proyectarme sobre fantasías... Y además, volviendo a lo concreto, ya te he comentado que te amo pero que no soporto el dolor físico. Es superior a mí. Ya te lo he dicho. Eso sí que no lo voy a echar de menos. Por eso necesitaba hablar contigo…

- ¿Dolor físico? ¿Qué dolor has sentido tú? ¿Un desmayo? ¿Los pinchazos del hospital? ¿Mi cuerpo entumecido titiritando en las aceras? ¡Qué exageración! ¡Si me hubieras conocido antes sabrías lo que es el dolor físico! Las noches inacabables mordiendo literalmente las baldosas. Un dolor cuyo origen no me diagnosticaban. ¡Ni te cuento lo que padecí posteriormente!  Cuando decidieron operarme y no dieron pie con bola… Y los pobres deshechos humanos que gemían día y noche a mi lado, sin esperanza. ¡Tú no sabes lo que es el dolor…! No puedes hablar así… Ahora sí creo que frivolizas. 

- Perdona, perdona… Ya sé que tuviste graves experiencias de dolor en otro tiempo. Tú no lo entiendes, pero para ti eran necesarias.  Pero aunque ahora estemos tan unidos, yo no soy tú. Piensa que si ya no aguanto lo menudo ¿Qué me hubiese podido pasar si me hubieses hecho padecer algo más fuerte? Yo estoy acostumbrada a vislumbrar vuestros dolores desde fuera, no a experimentarlos. Ni siquiera los dolores anímicos en cuyo origen pueden estar mis propias intervenciones son padecibles por mí. Es normal, yo veo a la gente sufrir, no me gusta, pero no me puedo morir con ellos, sería el final de mi misión... Ni yo ni ningún ser, incluidos los humanos, puede ni debe asumir sobre sus espaldas todos los dolores del mundo… Nadie desearía vivir de ese modo… ¿Y para qué la gente desearía sanar si no es apetecible estar bien? Esto no significa no ayudar siempre que sea posible… Pero ¿qué sentido tendría que el alfarero se convirtiese en el barro sobre el que aplica su trasformador trabajo? Equilibrio, Perversa, Magnánima y Salud, y a veces otras fuerzas, suelen trabajar juntas esos temas… 

- ¡¿Quién?! 

- Ya te explicaré... No todavía. Son nombres de otras potencias y uniones arquetípicas…

- Sí, ya. No tengas prisa en explicarme nada de tus colegas. Me sobra con lo tuyo… Pero me decepciona el que se os deje intervenir sobre nuestras vidas si no sois capaces de soportar el dolor. Algo tan esencial e identificativo de nuestras vidas. Realmente creo que haces bien cuando te planteas que quizás nunca llegues a comprender nuestra significación en el gran plan, pues me queda claro que sin el conocimiento que da la experiencia del dolor nunca podrás acceder a nuestra verdad... Mira, ahora que lo digo, no me extrañaría que esa fuera la causa por la que te empujaron a identificarte con un cuerpo humano; darte la oportunidad de comprender. Sí, seguramente, vivir el dolor, en mayor o menor medida, sea algo imprescindible para resituarnos, cuando hace falta, en el camino de la verdad personal.

Y te diré más, en relación con tu ejemplo; no creo que exista realmente un alfarero de altura que haga honor a su nombre si no es capaz de sentir las cualidades de la tierra, de los pigmentos, del agua… Sí, de convertirse en su obra. “Ser” en su obra.

- Me dejas de piedra…- le contestó Amartelo afectada- Lo que dices tiene significación para mí... Sé que el elán vital tras el que subyace la divinidad perpetuamente impulsa la recreación de las formas. Ya culturas muy antiguas fueron capaces de percibir este hecho. En fin, de todas formas, no te ofendas, pero espero que cuando vuelva a mi nivel no me den la mala noticia de que a partir de ahora tengo que andar consustancializándome… ¡Oh, no! Por favor… En todo caso, no creo que ningún alfarero quisiera trabajar si su destino fuera acabar transformado en un botijo, un tiesto, una vasija… Para siempre. Permanentemente

- Ríete si quieres- La interrumpió Alejandro- Pero el tema para mí es sobrecogedor. Hablamos de la función del dolor físico. De las experiencias terribles debidas a la permanente recreación de las formas. Estamos hablando de cómo lo maravilloso necesita de lo horrible para coronarse ¿Y qué decir de la soledad, el desamor y los arañazos del absurdo?   Esas tantas otras maneras de experimentar el dolor no físico. Esas otras formas de muertes transitorias o definitivas. Hablamos de una Vida que necesita del dolor y la sucesión de vidas y muertes para poder alcanzar su cenit glorioso.

 

Súbitamente, en la cabeza de Alejandro se impuso un denso espacio de silencio encerrado entre altas paredes vacías. Paredes que en instantes empezarían a agrietarse dejando que de cada nueva fisura brotaran voces que no llegaban a construir frases, ni siquiera pensamientos. Se sintió asustado.  De aquí y de allá surgían esos impulsos agitados que trataban de abrir en su mente caminos hacia el significado, pero no lo conseguían. Impulsos deshilachados, ambiguos e imprecisos. Respiró entonces profundamente con el bajo vientre, había oído que eso ayudaba a calmarse, y al hacerlo creyó escuchar a Amartela:

 

- No sé qué te está pasando Alejandro. Has pasado en segundos de una claridad mental que no sueles tener a una conciencia desestructurada. Me preocupas. No entiendo esto…

 

Fue esa preocupada voz ajena procedente de su interior la que, de alguna forma, le resituó. Ya era la segunda vez en el transcurso de la conversación en que se había sentido en desmoronamiento. Al principio habían sido las caricias interiores en el corazón las que le había ayudado a calmarse; ahora era el amor que percibía en la calidez del tono, el que conseguía devolverlo a sí mismo. El que le hacía vislumbrar que su aparente soledad albergaba la compañía más plena que jamás hubiese sentido.

Deseaba seguir siendo el barro de aquella compañía inesperada y alucinante. No sabía el porqué, pero deseaba seguir sintiendo su espíritu trasformador ¡Qué extraño silencio aquél desde el que tan rápidamente había surgido un descontrol absoluto destinado a convertirse inmediatamente en calma comprensiva! La comprensión de que estaba sucediendo algo muy hermoso y que él, Alejandro, no deseaba que el sueño se deshiciese… Si es que de un sueño se trataba. Esperaba que ese gran ser que le ocupaba, en sueños o no, siguiera ahí, que no cediera una pizca del territorio conquistado.  Volvió a respirar profundamente y delicadamente correspondió a la ajena voz interior. Esa voz seductora de Amartela que empezaba a resultarle querida y familiar:

 

- No te preocupes, ya se me pasa. Demasiadas cosas tal vez. Todas demasiado alucinantes. No soy tan fuerte como para aguantar esto. Pero ya se me pasa…

- No sé cómo ayudarte ahora – le respondió Amartela.

- No, no importa. Tranquila. Seguiremos hablando… Me ayudará eso.

 

Entonces Alejandro prosiguió con lo primero que se le vino a la cabeza. Realmente necesitaba que la conversación continuase:

 

- Siento curiosidad. ¿Qué tenía que ver en tu estrategia, el que yo conociera a la señora Adela y a esa belleza enigmática del piano-bar? 

- ¡Ahhh! ¿Quieresss ssssaber…? –se burló Amartela. Bien. Mira. La mujer morena arena como tú la recuerdas, era lo que podríamos llamar una resistente estético-estática. Cumplía en ese momento una función instrumental de coyuntura a inconsciencia suya. 

- ¿¡Resistente estético-estática con función instrumental de coyuntura a inconsciencia suya!? Por favor… Que yo lo pueda entender… 

- Sí. Imagínate... Si ahora mismo la vieras, la verías casi como en otro momento cualquiera de su vida. Son personas que se han enamorado de su propia representación. Actores-espectadores. Se ven actuando, se sienten triunfadores, se deleitan con la imagen que creen proyectar de sí mismas… Pero con el tiempo… Sienten melancolía profunda porque no llegan a alcanzar el amor-pasión absoluto que les pueda dejar saciados permanentemente a la vez que perciben una cruel desconexión entre su cabeza y su corazón. Cualquier ser con el que intimen no les parecerá suficiente, más allá de unas semanas, para adorarse a sí mismas y poder aplaudir con entrega la propia representación que se están auto ofreciendo... Sólo encuentran placer en los momentos iniciales, en los movimientos entrelazados de la seducción y la pasión... Y necesitan vivir en ese estado, permanecer en él... Pero la experiencia les va indicando que no llegarán a cubrir las exigencias de su profundo anhelo y que cuando sientan que la relación cede les dominará la rabia. Es muy difícil que, con el paso de los años, no te las encuentres, sombras de sí mismas, momias exóticas. Incapaces de asumir su deterioro físico, incapaces de sedar su agrio carácter… Y, aunque es cierto que muchas tienen la suerte de encontrar parejas pacientes con hígados formidables que las enseñan a transitar hacia el amor tranquilo, es habitual que otras acaben desarrollándose como formas de soledad no deseables, ni deseadas. Y ojo no te confundas cuando te hablo de vivir en soledad porque sí existen quienes consiguen convertir la soledad en fiesta y plenitud. Pero no es éste el caso…

-Ya -interrumpió Alejandro- Lo entiendo. Pero mi pregunta es más concreta… ¿Qué tenía que ver conmigo? ¿Por qué la pusiste en mi camino? 

-Para ti, la mujer arena –continuó Amartela- fue un recurso. Un recurso para mí, quiero decir. Me ayudó a cambiarte el estado perceptivo habitual… Sí, ya ves, también tengo la capacidad puntual de generar interferencias entre personas sin necesidad de haberlas intervenido. En fin, cosas mías, de mi trabajo, que ahora no importará detallarte.

Te diré más -prosiguió Amartela-. A la morenaza la habías conocido en otro tiempo. Eras todavía un jovencillo... Y entonces no te permitiste ninguna “exteriorización expresiva” aunque en secreto ya la deseaste. Era la mujer de un amigo tuyo…  

-¡¿Quieres decir que ella era...?! ¡Por eso ese sentimiento de “ya vivido”! 

-Sí.  Pero no escarbes. Te puedes hacer daño. Ese deseo estaba escondido en tu memoria y me fue fácil utilizarlo para crujirte al máximo; aunque te habías pasado realmente bebiendo y eso a partir de cierto punto, como ya sabes, no me ayuda. Lo cierto es que ella estuvo a punto de reconocerte y tuve que acelerar un poco el desenlace, como sabes…

Para resumir, su misión era ponerte en lo que llamaría “honda puente”. Quien realmente yo tenía previsto para ti, antes de decidir mi propia consubstanciación, era Adela… 

- ¡Quéééé! ¿Adela!!!? 

- ¡¡¡Sí!!!  ¡¡¡Adela!!! ¿Por qué eres tan primario? Adela era un alma luminosa. No te puedes ni imaginar las dimensiones que esa mujer te hubiera abierto… Su historia con Emilio fue una gran historia de amor. De alguna manera me sentía en deuda con ella. Su pasión, su entrega, su inagotable esperanza… Yo quería que dado el enorme parecido que tienes con tu padre, ella volviese a volcar sobre ti su inmensa capacidad de delirio. Recuperarla a ella para el amor y a ti ofrecerte una magnífica experiencia. Quería que tú fueses capaz de ver en la transparencia de sus ojos. Quería que advirtieras la belleza del firmamento que llevaba capturado en su interior. Tal vez nunca captarás nada semejante… Deseaba entonces lograr que se tendiera un puente entre vosotros; un puente de amor pasional puro e incombustible. De alguna manera los dos os merecíais acceder a ese tipo de hipnótica vivencia… Y vas tú y, a la primera de cambio, me la matas. Por otra parte, ya sabes que ya no me hayo en el mismo punto… Te hablo de lo que yo deseaba antes de mi consubstancialización en ti. 

- ¡Qué dices!...  ¿Qué dices?... ¿Qué quieres decir con eso de que a la primera de cambio voy y te la mato? 

- ¡¡¡Ah!!! ¡¿Qué le contaste en el hospital sobre Emilio, tu padre?! 

- ¡¿Qué?! ¿Qué que le conté?...  ¡Pues la verdad! Entre otras cosas, le conté que mi padre en sus últimos días sólo suspiraba la palabra Adela. 

- ¡Pues eso, hombre! ¡Ahí la mataste!... Y no estuvo mal, como ahora verás. Cuando hiciste eso de contarle los últimos anhelos de tu padre de alguna manera le estabas contando que en la memoria de tu padre había ido destruyéndose toda su vida posterior a la partida de Buenos Aires. Adela asumió entonces que Emilio había muerto en el momento en que sus dos corazones estaban tan fielmente unidos… Es decir, Adela sintió que Emilio había vuelto al punto en que los dos eran uno, el momento previo a su separación ¡Él habría muerto amándola…! ¡Pues ella moriría en su amor! Era lo que su espera necesitaba para verse realizada y plena. Ella se había autosecuestrado para él y él se había desecho de su memoria posterior a ella.  

- Sí, bueno… Yo no diría él, sino el Alzheimer … 

- Tanto da. Pues ya ves…¡Adela encantada...! Creyó morir unida a su hombre… Entonces, ya no iba a funcionar contigo ningún intento. 

- Sin embargo, aunque te entiendo y sé lo que me quieres decir, yo no creo que realmente a mi padre le durase mucho lo de Adela. Ahora sabrás porque te digo esto y lo que ahora te contaré no se lo conté a ella.

-Te escucho, habla.

- Mira. Una vez, después de fallecido mi padre, leí un viejo diario personal suyo gracias al cual sé algo. Un diario que no sé por qué motivo mi madre quiso que yo guardara.

Mi padre había nacido en el seno de una familia muy conservadora. Al inicio de la guerra civil española, él sucumbió a diferentes presiones, llamemos “ambientales” y se alistó voluntario en el ejército franquista. Tras algunas dudas, parece que pronto sintió la llamada de la carrera militar y, finalizada la contienda, ya como oficial, dio un paso al frente cuando su coronel solicitó voluntarios para la “División Azul”. La distancia, la incertidumbre, las frustraciones del viaje, el miedo… hicieron, creo, mella en él. Me consta que ya en una breve parada en Tilsit, antes de llegar al frente, el recuerdo de Adela empezaba a desdibujarse a favor de una gentil jovencita prusiana. 

- Conozco esa historia, no hace falta que prosigas. En realidad, conozco todas las historias de enamorados. Y lo que me quieres contar en nada modifica el resultado final, el de un hombre que murió amándola y el de una mujer que murió amándole. Pero bueno, creo que tienes ganas de sacar el tema. Así que mejor será que sigas. A ver cómo me lo cuentas.

- No, tienes razón, lo dejo aquí… Para qué te voy a contar lo que sin duda ya sabes. Pero te diré que lo siento muchísimo por mi madre. No se merecía esto. También ella se entregó al amor…  Y cambiando de tema… ¿Y mi mujer? ¿Por qué nos entregaste al abandono? 

-¡Ahhh! ¡No! Eso sí que no me lo reproches. A pesar de la dormidera que llevabas encima, necesitabas un cambio. Ella no menos que tú. Merecíais recobrar vuestras vidas... La verdad es que no me costó mucho esfuerzo propiciar esa ruptura.

 Esfuerzo, lo que se dice esfuerzo, sólo tuve que dedicarlo al objetivo de lograr que los inevitables movimientos de arrepentimiento no coincidiesen… ”Des-sintonizar las resistencias al cambio”, eso es lo que hice. Porque otra cosa no. Nadie de más allá de uno mismo puede abrir las puertas que ya han sido abiertas por el corazón de cada cual. Vuestro ciclo estaba agotado. Os estabais fumando el uno al otro mientras en vuestros silencios compartidos anhelabais la novedad. No tengas mal sentimiento. Te hizo un favor, Le hiciste un favor. Os hicisteis un favor. Os hice un favor… Es triste perder un buen amor, aunque se haya rutinizado y perdido su frescor, pero es doblemente desgraciado contemplar en la repisa lo que fueron acompasados latidos libres y ya son sólo fotografías… A la vida no le gusta que la atrapen. Por eso, como te decía antes, si el ámbito social o cultural en que le ha tocado vivir a cada persona lo permite, es fácil romper uniones que parecen irrompibles… Y a veces prácticamente imposible romper uniones que parecen, vistas desde fuera, aguantarse por los pelos, pero que son todo frescura, crecimiento, espontaneidad, apertura… ¿Me sigues? 

- Te sigo… Bueno… Supongo… La verdad es que todavía me revienen y duelen tantas imágenes preciosas de mi vida con Ana, que no puedo entender bien en qué momento y por qué se empezó a secar la relación… Recuerdo ahora como a veces cuando estábamos en un restaurante de ambiente amoroso, con velitas, musiquita cucucú y todo eso, comentábamos el magnetismo de las sillas vacías… Y nos apretábamos entonces aún más las manos como para salvarnos juntos de algún “yuyu” que pudiera alcanzarnos… Sí, no tengo tan claro que precisamente no fuésemos nosotros de esos que murieron por sobredosis de dignidad, orgullo y falta de cintura... Sí, no tengo tan claro que lo nuestro no pudiese haber continuado…

- Alejandro – le interrumpió Amartela para preguntarle directamente- ¿Crees que desearías volver atrás? Respóndeme. Siente tu corazón.

 

Alejandro hizo lo que Amartela le pedía y cerró los ojos mirando en su corazón. Tras breves instantes respondió.

 

- No. No querría.

- Entonces. No te tortures. Si no has sabido en el día a día estar atento a las luces y a las sombras del fluir de vuestra relación, cómo crees que ahora puedes arreglar algo que ni siquiera sabes que significa en estos momentos para ti. Además, esto es cosa de dos. Aunque llegases ahora mentalmente a algún lado… No tienes garantías de poder conducir por tu camino a tu excompañera. Sería muy difícil, ya todo está demasiado turbio. Cálmate, deja ir, déjate ir. Si algún día vuelves con tu ex, mejor que te llegue del futuro, no del pasado. Allí, en ese futuro, sí podrías crecer y demostrarte que sabes estar atento desde la serenidad y la libertad interior.

-Así lo haré si llega… Pero ahora te haré caso. Intentaré no pensar más en lo echado a perder. Que venga lo que tenga que venir. Lo que ahora sé es lo que te he respondido, que ahora no querría volver.

-Bien, vamos avanzando.

¿Sabes? –continuó Alejandro, suavizando el tono y dando un nuevo giro a la conversación- Creo que me iría bien reposar un poco. Es demasiado todo lo que estoy asimilando... Me siento muy cansado… ¿Te parece que mañana sigamos y me cuentas cómo tienes previsto desconsustanciarte, o como le llames, si esa sigue siendo tu voluntad (y esperaba que no) y cómo puedo ayudarte? Porque ya tengo claro que en definitiva de eso se trata. Ya me lo dijiste antes… Quieres que te ayude a salir de mí. ¿Verdad?

 

Alejandro miró el reloj, marcaba las nueve de la noche. Era increíble como el tiempo podía haber pasado tan rápido. Ni siquiera se había acordado de ir a comer.

 

- Verdad. Eso es. Sí. Descansemos ahora – contestó Amartela-. Mañana te explico… Pero déjame que te diga sólo una cosa más: Una silla vacía es una ausencia, es cierto ¡Y cómo puede aullar el lobo solitario ante el resplandor lleno de la silla vacía! Pero también una silla vacía permite que alguien la ocupe.

Además, no siempre duelen las ausencias. Infinitas veces duelen mucho más las presencias. ¡Y a mucha gente simplemente le basta con su propia silla! Un beso Alejandro. Realmente me cautivas… 

- Quieta ahí… – la paró Alejandro sin perder el tono de cansancio, aunque ya con la clara consciencia de que el magnetismo era mutuo-. ¡Contigo hasta puedo hablar de sillas gratificantemente vacías! Vislumbro que mi destino será el de un lobo solitario que en las noches de Luna deambule por los bares del puerto aullando a esas sillas en espera… 

- ¿Buscándome? 

- ¿Eso quisieras? – respondió Alejandro con una sonrisa limpia-. Todavía no sé… Pero tal vez… Me siento abierto. 

-  Por lo menos te correrán a palazos por espantar a la clientela. Y no podré ayudarte. Será más fácil y seguro que recuerdes que los lobos aúllan por soledad… Pero también por otros motivos… Como el de la voluntad de atraer a su pareja. Sí, también aúllan porque tienen fe en que, aunque ella no esté presente será capaz de ir hacia él. Fe entonces en que ella está escuchándole en algún lugar… Aunque sea un lugar distante.

 - Próxima o distante… ¿Estarás tú? 

- Estaré. 

- Pues aullaré porque estás. 

- Anda Alejandro, ponte ya a descansar. Hace nada me hablabas del dolor de la pérdida y ya estás siguiéndome el rollo cuando te echo los tejos. Y eso que estás agotado.

- Sí, estoy como una cabra. Lo sé. Pero no es para menos…

 

Dúo de caza

   

¡Hacía tanto tiempo que Alejandro no se despertaba con una alegría semejante! ¡Se sentía feliz de una forma tan natural! Como si se le hubiesen desatascado un montón de tuberías internas y le hubieran quitado enormes pesos de encima. Hasta le parecía que veía mejor, que olfateaba más fino, que escuchaba perfectamente las voces distantes y que sabían a gloria los glups de agua de grifo.

 

- ¡Caray! - Le dijo Amartela-. Veo que realmente algo empieza a estar limpio por ahí dentro. ¡Cómo me gusta verte así! 

- Es verdad, supongo que el cúmulo de mis últimas experiencias, sumadas al colofón de tu aparición, han obrado algún sortilegio adecuado. Sí, me siento feliz. Pero lo cierto es que quisiera preguntarte otro montón de cosas. 

- ¡Vaya contigo! ¿Ya tan de mañana?

- Sí, mira. Ya lo debes saber – le contestó él, sonriente-. Ayer, tras nuestra conversación, a pesar del cansancio y de no querer que detectaras mis pensamientos, no pude evitar plantearme algunas cosas. 

- Dime. Soy toda atención.

- Te cuento. Tengo cuarenta años. He roto con mi pasado. No tengo una expectativa clara de futuro, aunque sí ahorrillos para permitirme un tiempo de intento de recomposición laboral. Un día de estos también tú saldrás de mi vida y a pesar de la alegría que me detectas también sabes del miedo profundo que subyace bajo ella. Sinceramente, si me mantengo en un estado de “cordura” suficiente para sobrevivir “sin problemas”, no querré vivir solo… En verdad ni siquiera como lobo “aulla-sillas-vacías”. Me vas a abandonar a mi suerte y quizás yo ya no pueda por mí mismo conseguir iniciar una nueva vida, una nueva relación… ¿Crees que me podrás ayudar en la nueva etapa? 

- Sabes bien que el miedo casi nunca es el mejor cobijo para recibir ayuda, pero claro que puedo intentarlo. Más, cuando yo misma te tengo que pedir ayuda a ti para que me ayudes a escapar de tu cuerpo. 

- ¡No te preocupes por eso, haré lo que me pidas! Lo haría por cualquiera ser querido, así que… ¿Cómo no por ti? Aunque mi vocación de apasionado licantrópico no haya sobrevivido a una sola noche, el sentimiento que me has despertado es tan tangible como mi respiración… 

- ¡Me gusta oírlo! Dime, a qué te refieres con lo de la ayuda. ¿A alguna especie de manual de consejos? 

- ¡Bah! ¡Tómame en serio! – prosiguió Alejandro, sin perder el buen tono-. Sinceramente. Creo que puedo necesitar ayuda, pero no sé muy bien qué tipo de ayuda. Dímelo tú. ¿Qué tipo de ayuda crees que necesito?

- Bien, entiendo que sí lo sabes. Pero te da reparos hablarme claro, aunque no sé por qué. La verdad es que me estás pidiendo que te ayude a buscar pareja. ¿Verdad? -le contestó Amartela sintiéndose un poco dolida de que Alejandro fuera tan poco sensible hacia sus sentimientos, y más, tras la densa y amorosa conversación del día anterior. Pero lo entendió y prosiguió- Me hace gracia porque eso me atrae el recuerdo de aquel decálogo de consejos que uno de tus amigos más mayores, Toni, te ofreció aquel verano lejano, cuando eras todavía un colgado adolescente comemundos… Por eso te he dicho lo del manual… ¿Recuerdas cómo empezaba? “Primero. No intentarás ligar con ninguna turista que tenga la piel tostada por el sol, significa que ya lleva varios días en la isla y ya tiene lío. Segundo. Mejor las de labios sensuales…”

 

A Alejandro le afloró una dulce sonrisa cargada de mansa nostalgia.

 

- Sí, recuerdo, no debía de tener más de quince años y a fe mía que intentaba seguir los consejos. ¡Pero con tan poco éxito! Me creía ser un tipo curro, pero me vencía la timidez. Intentaba deslumbrar con rodeos, mientras que mis amigos hacían triunfar una y otra vez la línea recta. Y mira que alguno era feo con ganas. En fin... 

- En verdad tus problemas pueden ser ahora mayores. A tu antigua timidez, tendrías que sumarle unos cuantos miedos consolidados, actitudes inerciáticas erróneas y, ahora, esa subida del miedo a la soledad... Y yo, si consigo salir, una vez fuera, no podré volver a manipular tu entorno. No me están permitidas segundas intrusiones, salvo excepción justificada. 

- ¿” Excepción justificada”? Suena a “enchufe” o “bula papal” … 

- ¡Alejandro! ¡Vale! Es frívolo despreciar o reírse de lo que se ignora ¡No lo hagas! 

- A ver… En serio… Si hemos llegado hasta aquí, me vas a decir ahora que en el futuro no podremos tener algún canal para mantener la relación que ahora tenemos. No lo entiendo. Si es así, ya puedes ir buscando las excusas para esa excepción justificada - exclamó entonces Alejandro sin ocultar el malestar que las palabras de Amartela le habían producido-. ¡Tú sabes infinitamente más que yo! Seguro que podrías aconsejarme si quisieras. Conoces todas las profundidades del alma de las mujeres. Has manipulado a infinidad de seres ¡Tienes que poder ayudarme! 

-  No, Alejandro… A veces las cosas no son tan sencillas como pueden parecer. Sabes bien que hasta yo tengo limitaciones… Y no me gusta como manejas el concepto de “manipulación”. Preferiría que pensaras en mí como una “sembradora”, “corregidora”, “florecedora”, “posibilitadora”, “sanadora”, “depuradora”, “creadora”, incluso, si me apuras, “mantenedora” … 

- Te has olvidado de la “destructora”. –le interrumpió Alejandro con un cierto tono de reproche-. 

- Bueno, pues sí. También destructora... ¡Cuando ha sido necesario para construir lo nuevo! Y volviendo a tu solicitud, escúchame y no dejes que se ensombrezca ese corazón tan jovial con el que hoy te has levantado. Algo te diré… Es cierto que te podría contar mil detalles, características y circunstancias relativas a las mujeres que te envuelven o a aquellas con las que te cruzas cada día. Pero sorpréndete ¿Realmente crees que te podría aportar algo que no sepas? ¡Tú sabes ya, o puedes saber, todo lo que necesitas! Sabes tan bien como yo que el cuerpo, el movimiento, la vestimenta, el rostro, la edad, la mirada delatan plenamente tanto a unos como a otros… Simplemente es cuestión de observar sin prejuicios y desde la serenidad. Mira, comprueba tú mismo...

 

En este momento Amartela, ya había llegado a la conclusión de que la mejor manera de ofrecerle a Alejandro la ayuda que éste le solicitaba era sumergirlo en una clase práctica. Y bien mirado, todavía podían tener el tiempo suficiente para compartir esa experiencia didáctica. Cooperar con él mediante una práctica. Ciertamente siempre había sido verdad aquello de “conocimiento es experiencia, todo lo demás es sólo información”. Así que Amartela resolvió darle un giro a la solicitud de ayuda sirviéndose de uno de los recovecos de la memoria de Alejandro, donde, como bien sabía ella, habitaba la atracción que siempre le había despertado la florista del supermercado de su barrio. Sí, le invitaría a una práctica recurriendo a esa joven.

 

- ¿Cómo crees qué es esa florista de la tiendecita de la entrada del mercado al que solías ir, esa florista en la que a veces ponías “especial atención?” –le preguntó entonces Amartela.

- ¡Ah, ya!... Te las sabes todas… Me siento desnudo ante ti… -contestó Alejandro tras un profundo suspiro mientras que su mirada recorría en lento vaivén el techo superior del horizonte- Bueno… Vale. Te seguiré el juego. Te cuento: Es una mujer de unos 30 años, de carnes que imagino prietas, más o menos de 1,65 de estatura… Debe rondar los 70 kilos, aunque parece que se está adelgazando un poco últimamente… Su cuerpo compacto y voluminoso me resulta atractivo para una aventura basada en la lenta gravitación sobre la densa masa corporal, previa a la caída libre… Tras ella será importante garantizar que el deslizamiento táctil garantiza  la mejor  toma de las muestras. Especial atención requerirán las dunosas curvas…  Ahí será conveniente profundizar en la más sutil delicadeza que la amplitud de las palmas de las manos puedan ofrecer. Sí. Palmas dilatadas como velas, como paracaídas, como nubes sabuesas…

- ¡Alejandrooo! ¡Que te me vas! ¡A ella tienes que describir, no a ti…! -le asaeteó Amartela con tono de cómplice malicia-. 

- Pero hay más… -prosiguió Alejandro, sonriendo imperceptiblemente- Se intuye un centro de equilibrio bajo, sólido. Sí, el anclaje es potente. Así su aroma es de persona muy apegada a la tierra. Tiene el corazón en el vientre y el vientre es un melón… Seguramente debe ser una persona muy acoplada a lo inmediato: el trabajo, la casa, la familia, el deseo de tener otro hijo, la compra de un coche nuevo a plazos… Sexualmente se la ve satisfecha y me imagino que su vida debe estar consagrada, sobre todo, a la relación con su marido… Sí, su vida de pareja ahora funciona… Su mirada es clara y limpia, así que la siento incapaz de maquinar, incapaz de chismorrear, incapaz de desear mal… Tampoco arrastran sus ojos sombras del pasado que la enturbien… No piensa en el futuro lejano…No tiene miedos… Su cultura es muy limitada…pero no es torpe… Participa de lo que llamaría listeza mediterránea. Aunque su rostro… Más visigodo… Le da un aspecto norteño… No se dejaría oprimir y sería capaz de luchar por causas próximas, justas, si poseyera un líder cercano al que creyese… Sí, perfectamente podría estar retratada en un cuadro alegórico de la revolución francesa: Madre de pecho fuera (y ¡uf!, vaya pecho…), niño agarrado a las faldas, bandera en alto y grito feroz en garganta… Es capaz de compartir su mundo, es capaz de… 

- ¡¡¡¡Eeeeehhhh!!!!  ¡¡¡¡Valeeee!!!! -le cortó Amartela-. Y dime - continuó con tono que denotaba una cierta excitación-. A una mujer como la que me has descrito… ¿Cómo le tenderías un puente al corazón? 

- ¿Un puente al corazón? No… ¡Imposible! -contestó Alejandro.

- ¿Imposible? - repreguntó ella-

- Sí ¡Imposible! 

- ¿Por qué? 

- Primero, no somos ni vecinos, ni compañeros de trabajo, ni de ocio, ni de nada… ¿Cómo puedo conquistarla a base de pedirle ramilletes de violetas y en Navidad las plantitas esas de las hojas rojas? ¿Voy a ir cada día a consultarle dónde están otras secciones? Mejor ¿Le pido la hora cada vez que pase? ¿Le pregunto a ver si no tiene frío en esta zona? O prefieres que le vaya dejando caer miradas seductoras… 

- Comprendo que tus amigos de la línea recta te sacaran siempre ventaja… 

- ¿Qué harías tú si fueses completamente humana? – le inquirió entonces Alejandro.

- Pues lo que haría cualquier humano decidido y práctico. Sondearía mi propio interés y lo valoraría. Luego, en su caso, sembraría alguna posibilidad. A continuación, me jugaría el tipo hasta cierto punto y, por último, me desentendería del resultado final. Si va bien, pues bien; si mal, pues mal. La vida no se acabaría ahí.

- Por favor, explícate mejor. No te acabo de entender… 

- Mira, la situación es especialmente difícil pues, la florista y tú, sois personas de diferentes estratos culturales, de diferentes ambientes, de diferentes formas de estar en la vida. Eso, ya lo sabes. Por otra parte, tampoco compartís espacios propicios de encuentro, salvo la tienda…

Sigamos, como te he dicho, tendrás que saber valorar si la necesidad de dedicación que ya se supone está en relación con el interés y las expectativas que tienes. Valoración que no te ha de resultar costosa si sigues los impulsos del corazón. Luego, una vez realizada la reflexión valorativa desde el corazón, deberás sembrar o propiciar. Yo lo hago continuamente... Hemos quedado que no compartís ámbitos culturales ni espacios propicios para el encuentro. Por tanto, por ahí tendrás que nivelar. Cambia, por ejemplo, la idea de cultura por la idea de sensibilidad y crea los espacios de encuentro que ahora no existen. Ahí ya tendrías dos puentes.

Prosigo. En tu caso podrías, por ejemplo, en cuanto a la sensibilidad se refiere, averiguar qué es lo más particular que tiene esa tienda y qué hay en ella que a tu florista le agrade especialmente. Mejor todavía si se trata de algo a lo que tu florista dedica una atención y un tiempo especial. Poco a poco, visita a visita. Con paciencia y discreción. Una vez que sepas qué es aquello, podrás ofrecerle la no tan inocente conversación que le resulte atractiva.  Y, cuando ya tengas ese puente, ves a por el otro. Cómo ya habrás conseguido que te pueda reconocer familiarmente en un entorno diferente, preocúpate ahora de conocer su horario, en qué dirección se va o desde cual llega. Si tiene que coger algún bus… Es decir, prepararás un encuentro casual que te permita entablar conversaciones más amplias que las de la tienda.

Por otra parte, a esas alturas, seguro que ya sabrás si se trata de un corazón disponible para ti y si puedes seguir dando pasos o no. Claro, es posible el no. Es posible que descubras que no hay por donde estirar más, que no le atraes un pimiento o que realmente, como imaginabas, ella ya tiene una pareja con la que vive felizmente. Pues su pareja ha venido a visitarla y te ha quedado claro… Entonces, no te olvides del salvavidas… 

- ¡Graciosilla…! 

- ¿Por qué graciosilla?  Si no te he contado lo del marido machote, robusto e hiperdispuesto a mostrar su talla contigo.

- Verdaderamente graciosilla. 

- No, en serio – insistió Amartela- es importante que al final, si las cosas no salen bien, no dejes nunca de ser cariñoso contigo mismo. A eso me refiero con lo del salvavidas. Simplemente, lo habrás intentado y gozabas del derecho de hacerlo. 

- Contigo parece más fácil. Pero que sepas que tu actitud me parece un tanto inmoral.

- ¿Inmoral? - Repreguntó Amartela extrañada.

- Sí, eso he dicho. Puedo entender que los seres de otro nivel se muevan por otro orden de cosas, pero para mí, si quieres desenvolverte como un humano que merezca la pena, no puedes recurrir a la falsedad, ni a fingir intereses… No me considero una persona culta ni elevada, pero siempre he respetado mis valores…

- ¡Vaya! Creía que tu atracción hacia esa mujer era real y genuina…

- ¡Claro que sí! ¡Claro que lo es! -contestó Alejandro-. Pero tú me hablas de fingir intereses, de averiguar informaciones que ella, libremente, no me ha dado…

- ¡Por favor! ¿Quién me hubiera dicho jamás que un simple humano me habría de enmendar la plana? Escucha, tienes razón en una cosa, pero no en la que tú crees… Claro que es delicado el fingimiento y está claro que si te lo planteas como recurso habitual es que eres un ser detestable. Pero estamos hablando de conseguir algo superior, de base auténtica, como es el dar una oportunidad a la expresión de sentimientos reales. Si todo va bien, ya tendrás tiempo de contarle toda la verdad y entonces os reiréis juntos. Si no va bien, simplemente nadie se acordará de nada en cuatro días. Lo superior no debe ser impedido por lo secundario. El respeto a las pequeñas verdades no debe hacer peligrar las verdades mayúsculas. Si amas sinceramente, tus actos no traicionarán tus buenos deseos e intenciones.

-No sé qué pensar. Así como lo planteas…

- Pues mientras lo averiguas ¿Quieres que te acompañe a la tienda de la florista? ¿No querías ayuda?

- ¡¿Qué?! ¿En serio? ¡¡¿Lo harías?!! ¡¡¿Lo harías ahora?!! ¿Me acompañarás?

- ¡Vaya!  Ya veo que esa florista te estira de verdad… Venga…Vamos… Vamos. Además – se reía Amartela- ¿Cómo quieres que no te acompañe si todavía me llevas puesta?

 

Alejandro se río francamente al escuchar el desenfadado comentario de Amartela, pero a la vez, ese comentario le despertó las ganas de gastarle alguna broma… Sí, alguna broma que le hiciera ver a Amartela que tal vez ella no podía supervisar tanto sus pensamientos como creía y que, contra lo que ésta creía, él pecaba de tímido… ¡Pero también podía pecar de desvergonzado si se sentía retado a ello!

Se dirigieron al mercado y, al llegar, una vez armados con una cesta de compra, se enfilaron directamente hacia la muchacha. Justo en ese momento, algo pasó que a Amartela le causó inquietud. Sí, tuvo conciencia de que Alejandro estaba intentando velarle sus pensamientos y, lo que era más extraño, lo estaba consiguiendo. Para mayor intranquilidad pudo adivinarle una sonrisita de Giaconda malévola cuyo significado se le escapaba.

 

- ¿Qué desea, señor? – Se ofreció amablemente la florista, en cuanto vio a Alejandro entrar-. 

 

Alejandro se quedó mirándola fijamente y en silencio. Parecía decirle con la mirada: “¿Me lo vas a poner fácil o no?”. Ella se sintió turbada, pero insistió. 

 

- ¿Sí…? ¿Qué deseará? 

- Pues… -dijo Alejandro, al fin, con extraña afectación- ¡Rosas blancas…! Sí, un ramillete de rosas blancas… Y ahorrarme un montón de dinero en compras innecesarias... Además de ahorrarme tener que averiguar… Su horario… Los detalles sobre aquello que le despierta más interés en su trabajo… Y por donde usted llega o se va de esta tienda… para algún día poder fingir un encuentro casual… que dé lugar a la posibilidad de un hermoso rollo… ¡Mire señorita!  Mi interés máximo, si le soy sincero y directo (y perdóneme por ello) sería acostarme con usted un par de noches, quizás más, quizás muchas más… Quede claro que me puedo acondicionar a su horario. Realmente, me encantaría poderle hincar el diente a esas carnes blancas y prietas tan bien dispuestas que usted luce. Sería maravilloso. Sí. Eso sería muy, muy…Suficiente.

Alejandro, como ya se ha dicho, había planeado gastarle una pequeña bromita a Amartela con el teatrito desvergonzado a la florista, pues estaba seguro de que su posible flirteo con ésta no tenía el menor recorrido (a pesar de la atracción que ella le provocaba). Sin embargo, al oírse a sí mismo decir las cosas que se había oído decir… No daba crédito. Desconcertado consigo mismo, no entendía que había pasado, qué cable se le había roto en la cabeza para haber sido tan estúpido. Tan grosero. Más, teniendo en cuenta que él nunca había sido irrespetuoso con nadie aún cuando había realizado alguna vez eso de las bromas desvergonzadas…

“¿Y ahora qué?” Se preguntó finalmente mientras observaba la cara de incredulidad de la chica y la indignada voz interna de Amartela abriéndose paso a través del frondoso silencio…

 

- ¡Ahora nada, Alejandro! ¡Realmente la línea recta está perdida para ti! ¿Qué pretendes? ¿Qué le impacte esa estúpida gracia? ¡Cómo te pasas! ¡Qué decepción...! – le gritó Amartela elevando el nivel vibratorio-.

- ¡Ya ves, Amartela! – Le contestó un hiperexcitado y roto Alejandro, que se olvidaba del volumen de voz y de la mirada atónita de la florista-. He aprendido tu lección- se defendió infantilmente: el esfuerzo debe estar en relación con el interés. Y siendo sincero, hasta aquí llego. 

- ¡Ah! Pues ya que eres tan agudo y asimilas tan rápido, tal vez puedas comprobar en este momento como cualquier situación viene determinada por otra anterior… Así que si ahora no puedes arreglar lo echado a perder (lo que tú y solo tú has echado a perder) Pues… Ya sabes:  A ser amable, si eres capaz, contigo mismo y a reflexionar sobre los cambios necesarios y los deseables… Y antes de desentenderte, no estaría demás que le pidieses disculpas a esta mujer.

 

Y Amartela, sin esperar respuesta, continuó rezongando enfurecida:

 

- ¡Qué rabia siento!¡Cómo me iba a imaginar que seguirías con ese tipo de “heroicidades” de quinceañero... Sí, claro, ya te recuerdo de adolescente. Tus amigotes se partían de risa, “vaya tipo este Alejandro” comentaban divertidos, pero tú te quedabas a dos velas… Ya te digo que humillar nunca entrará en mis planes. Ni siquiera un poco, ni aún por broma… Y ni siquiera al más pequeño de los grandes miserables. Has avergonzado estúpidamente a esa mujer sin ninguna gracia… Ella lo único que ha entendido es que eres un perfecto imbécil. Y lo eres ¡Y has jugado deshonestamente conmigo! No sé cómo te atreves… ¡Qué decepción…! ¿Creías que semejantes gansadas harían gracia a alguien? ¡Cómo me gustaba aquella máxima de los antiguos luchadores japoneses: ”vence, pero nunca humilles” … ¿No me hablabas de valores?

- Vale. Vale. Bueno… ¡Para, por favor!  No exageremos - suplicó Alejandro algo avergonzado y empezando a asustarse al verla tan irritada…- Se me ha ido de las manos, es cierto. No sé por qué ha sucedido así ¿No entiendes que yo no quería humillarla, que sólo quería ser ingenioso? Me ha salido fatal el numerito… ¡Déjame, por favor! Y a ver si haces ya las maletas…

 

 Y mientras esto le decía se arrepentía aún más de las palabras dichas y de cada nueva palabra. Pero sabía que a pesar del mal rollo que se había creado quería recomponer como fuese la situación. Intentó para ello adoptar un tono que invitase a la distensión.

 

-  Y te deberías alegrar –prosiguió entonces Alejandro- de ver como consigo ocultarte mis pensamientos cuando quiero, aunque seas una parásita… Muy gorrera, por cierto: ni pagas casa, ni ropa, ni comida, ni neuronas ocupadas… Y esa inteligencia tuya tan experimentada ¿No te ha advertido de que tal vez era contigo con quien estaba intentando flirtear...?

 

A todo esto, seguían en la tienda y la joven dependienta empezaba a sentir verdadero miedo de aquel loco que ya parecía haberse olvidado de su presencia y discutía en voz alta consigo mismo, o con Dios sabe quién, de tan extraña manera. Por fortuna, menos mal, entró un cliente y la florista se vio con el coraje de pedirle al desequilibrado que saliera, por favor, de su tienda y le dejara continuar con su trabajo. Cosa que Alejandro hizo inmediatamente sin dedicarle una simple mirada. 

¡Y pensar cuántas fantasías había tenido nuestra florista con ese hombre tan enigmático y atractivo! ¡Cuántas veces se había sorprendido a sí misma observándole de reojo! ¡Lástima! Qué pena descubrir que tras esa fachada se escondía un enfermo mental, posiblemente peligroso.

 Llegados a este punto Amartela optó por el silencio. Ahora sería lo mejor calmarse, dejar reposar los ánimos y rumiar las palabras oídas. Rumió, por ejemplo, las últimas palabras de Alejandro… “¿Qué me ha dicho...? ¿Qué tal vez era conmigo con quien estaba flirteando...?” Y tras valorar las posibles significaciones se quedó cavilando sobre las únicas frases que la florista habría podido escuchar, las de Alejandro, ya que las suyas no las habría logrado oír al ser exteriormente inaudibles. Realizó con este objetivo el ejercicio de rebobinar toda la conversación mantenida en la tienda, pero dejando anotadas en su mente tan sólo las palabras oíbles para la chica, puesto que necesitaba asegurarse de cual era realmente el amputado diálogo que la florista habría sido capaz de escuchar. Sólo así podría juzgar acertadamente la situación creada. Y éste fue el resultado. Estas son las palabras que habría oído ella:  

“(…) -Pues…¡Rosas blancas…! Sí, un ramillete de rosas blancas… Y ahorrarme un montón de dinero en compras innecesarias... Además de ahorrarme tener que averiguar su horario… Los detalles de interés de su trabajo… Y por donde usted llega o se va de esta tienda… para algún día poder fingir un encuentro casual que dé lugar a la posibilidad de un hermoso rollo… ¡Mire señorita!  Mi interés máximo sería acostarme con usted un par de noches, aunque me puedo acondicionar a su horario. Me encantaría poderle hincar el diente en esas carnes blancas y prietas tan bien puestas que usted luce. Y nada más. Suficiente.

(…)- ¡Ya ves, Amartela!

(…)-He aprendido que el esfuerzo estaba en relación con el interés. Y siendo sincero, hasta aquí llego. 

(…)- Vale. Bueno… ¡Para, por favor!  No exageremos. Se me ha ido de las manos, es cierto. No sé por qué ha sucedido así ¿No entiendes que yo no quería humillarla, que sólo quería ser ingenioso? Me ha salido fatal el numerito… ¡Déjame, por favor! Y a ver si haces ya las maletas…

(…)-  Y te podrías alegrar de ver como consigo ocultarte mis pensamientos cuando quiero, aunque seas una parásita… Muy gorrera por cierto: ni pagas casa, ni ropa, ni comida, ni neuronas ocupadas… Y te podrías complacer al comprobar como logro disimularte que tal vez era contigo con quien estaba flirteando...”

“Uff…- Concluyó finalmente Amartela tras el ejercicio realizado de recuperación de la conversación audible- Realmente delirante. Pobre tonto este Alejandrito. Si supiese lo a tiro que la tenía...”.

 

Despedida inaplazable

 

Al día siguiente, poquito a poco, como novios dolidos tras la resaca de un gran enfado, se empezaron a dirigir tímidas palabras. 

 

- ¡Alejandro! 

- ¿Qué? 

-Tengo que irme ya… ¿Lo concretamos? 

-Dime tú ¿Cómo lo quieres hacer? - Le dijo Alejandro ahogando el dolor que la inevitable despedida le producía-. 

- Mira, confío en que la solución para el viaje de vuelta a mi mundo está en realizar un proceso inverso. Esto es, para consustanciarme, pese a que ya te tenía convencionalmente colonizado, tuve que aglutinarme en el fármaco líquido que te iban a inyectar. Ahora se trata de conseguir que alguien te extraiga sangre asegurándonos de que yo, previamente, me haya podido concentrar en el punto correcto y en el momento exacto. Hacer la predicción perfecta no será posible si no congelo un instante antes el movimiento del enfermero o enfermera. Sólo así me podré autoabandonar hasta ser absorbida ¿Tienes algún motivo para solicitar un análisis de sangre? 

- No. Pero no hará falta. Ni tampoco hará falta que congeles el movimiento de nadie. Recuerda que yo hice la mili en enfermería. Así que yo mismo me podré encargar del pinchazo. Si te parece bien, ya que soy diestro, pincharé justo aquí – y se tocó un punto en la zona “yin” del antebrazo izquierdo; a dos dedos de las articulaciones de la muñeca, justo donde alcanzaba su cumbre una corriente venérea de dimensiones francamente considerables-. 

- Desde luego… No errarás con esas venas. 

- No. Tendrías que ver la cara de goce que siempre se les pone a las enfermeras de turno en cuanto me las ven. 

- Ya… 

- Bueno. Pues… ¿Vamos a por la jeringa, entonces? 

- ¿En este momento? – Y ahora era Amartela la que parecía sorprenderse apenada- ¿Tanta prisa tienes? 

- Lo prefiero – dijo él, con el seco aplome de quien ya ha madurado y aceptado el ajusticiamiento-. No me gustan las despedidas largas. ¿Nunca has sentido el dolor de una ruptura?

- Pues mira, ahora que lo dices, el otro día cuando filosofabas sobre el Paraíso me trajiste recuerdos atormentados. 

- ¡Quéééé? ¿El Paraíso terrenal? ¿Conociste a Adán y Eva? ¿Y a Lilit? – le preguntó Alejandro, muy sorprendido.

 

Que le mencionasen el tema del Paraíso fue como si le pusieran un dedo en la llaga. Desde su infancia, esta mitología en concreto, siempre le había cautivado.

- ¡No hombre, no! Si fueras un poco más culto te lo podría explicar desde diferentes perspectivas con palabras de interesantes personajes de tu mundo. Como Jung, Huxley, Baroja, Unamuno… 

- ¿Me vas a recriminar ahora que la cultura no es mi fuerte? 

- Realmente la cultura no es tu fuerte. Dices bien. Al menos no en este momento… Pero sé que ese terreno no lo tienes perdido... Seguramente pronto te sorprenderás a ti mismo. En todo caso, sobre el tema ese que te inquieta, te puedo decir que Adán y Eva, como otras muchas figuras, hechos o situaciones que se os han descrito del antiguo mundo, suponen desarrollos simbólicos que os deberían permitir interpretar caminos de luz... Aunque no es fácil visualizar la aguja de oro en el pajar...  No, no es fácil descubrir las vetas de luz bajo el manto inmenso de la estupidez universal.

Mira, te lo intentaré explicar desde mi propia experiencia estática. A mí me atormentó la ruptura de los humanos con la naturaleza… La “humanización” de los humanos, para entendernos… Un período inmensamente largo. Decenas de miles de años. Durante ese larguísimo período las fuerzas arquetípicas tuvimos que desplegar todas nuestras capacidades interventivas. De hecho, yo fui de las que se vieron más afectadas… No fue fácil el cambio, aunque ya teníamos la experiencia de otros mundos… Recurriendo a esa mitología del Génesis que tanto te atrae y que no tiene desperdicio, fíjate en que lo importante no es la historia literal legada, sino la sabiduría que se desea ofrecer.  El conocimiento de que, en un momento determinado, igual que se dio la primera flor en la naturaleza, se dio la primera chispa que iluminó la autoconciencia del ser separado; del ser humano. Estaba escrito en la semilla del Universo que algún día ocurriría así. Ello es maravilloso y trágico a la vez. La separación entre la humanidad y la naturaleza de la que formaba parte indisociable significó en las mentes humanas la pérdida individual y colectiva de la experimentación del Paraíso. Conllevaría la condena a vivir en un mundo abierto a la soledad interior, al dolor, la muerte y el sinsentido.

Pero también en ello se anunció lo maravilloso: la posibilidad de redención, que llegaría tras la oscuridad, y la consiguiente fiesta de la reunión, de la reunificación. Redención, al fin y al cabo, que se daría en cada humano cuando cada uno de ellos interiorizase cognitivamente el significado de la ilusión de la separación.

El proceso ya se ha iniciado. De hecho, ya hace miles de años que se ha iniciado, pero sólo iluminará la tierra cuando se alcance una determinada masa crítica. ¿Me sigues, Alejandro?

 

Alejandro permaneció reflexivo durante unos instantes antes de contestar. Le hubiese gustado proseguir con la conversación, pero realmente no le gustaban los largos adioses y, ciertamente no entendía demasiado bien lo que Amartela le explicaba, aunque lo poco que entendía lo asumía como cierto. Así que dejó que el interés por el paraíso se relajase y volvió a centrarse en el tema de la despedida… No necesitaba ahora rollos complicados, necesitaba verdades simples y fáciles de entender.

-No. No te puedo seguir. Quisiera hacerlo, pero ahora me cuesta. Supongo que la ansiedad de este momento me impide entender mejor lo que me quieres explicar. 

 - Sí, tienes razón – asintió Amartela- No es el mejor momento para la filosofía. Pero no te preocupes, sé que este conocimiento te llegará por otras vías. En fin, volvamos al temita, entonces: El final de nuestra relación... Aquí se acaban nuestras conversaciones… Y ya te digo que, a efectos personales míos, tú quedarás contabilizado como un fracaso. Por ello, no me dejarán, si salgo de ésta, volver a comunicarme contigo directamente.

 - ¡”Salvo justa causa”! – le contestó irónico Alejandro.

- No empieces… 

- ¿Ninguna manera entonces de volver a tener noticias tuyas? 

- Muchas. Pero indirectas… -respondió de nuevo Amartela con un toque misterioso.

- ¿Muchas? -se sorprendió, ahora, Alejandro.

- Sí. Nadie como tú para olfatear mi presencia… Nadie como tú para vislumbrar que estoy haciendo algún trabajillo por ahí cerca. Nadie como tú para rastrear indicios. Nadie como tú para aullar a la Luna llena, aunque esté nublado. 

- Dime un ejemplo. 

- Paseas por una vereda… Una pareja de jovenzuelos se besa mientras garabatean un corazón en la corteza de una vieja encina, te ven caminar hacia ellos y, avergonzados, dejan su rústica inscripción a medias continuando su apasionado deambular de mariposas alegres. Tú llegas a la altura del árbol y un golpe de melancolía hace que acabes de grabar el corazón en la corteza. Piensas de repente en mí. Entonces… ¿Para quién se empezó a grabar ese corazón? 

- Ya… Por favor, no me pongas más sensible… 

- Te quiero, Alejandro. Muchísimo más de lo que te puedo expresar… Y contra lo previsible y lo verosímil te voy a hacer una promesa sirviéndome de las palabras de un apasionado poeta ruso al que rondé muy especialmente, durante algunos años del siglo pasado... Escucha:

 

“Hasta pronto, amigo mío, hasta pronto,

querido mío, te llevo en el corazón.

La separación predestinada

promete un nuevo encuentro.

 

Hasta pronto, amigo mío, sin gestos ni palabras,

no te entristezcas ni frunzas el ceño.

 

En esta vida, el morir no es nuevo

y el vivir, por supuesto, no lo es”

 

-¡Por Dios!- espetó Alejandro sorprendido- ¿Por qué eliges unos versos cargados de esperanza en el reencuentro a pesar del drama de la inevitable separación, cuando me acabas de decir que es el final? Me abrumas, no sé qué quieres realmente transmitirme.

- No sé cómo podrá ser... Lo que no podrá ser – le respondió Amartela-. Tienes derecho a enfadarte conmigo.  Pero no lo hagas, por favor, yo misma soy consciente de mis incongruencias. No sabría cómo explicarte lo absurda que me siento en algunos momentos, cuando utilizando tu mente humana me aboco a disyuntivas contradictorias. Me entristece en momentos así mi torpeza discursiva… Pero lo cierto es que es eso lo que quiero transmitirte… Lo posible de lo imposible. 

- Déjalo -respondió Alejandro-, me quedo con ese punto de esperanza. Adiós Amartela. 

- Adiós Alejandro.

-Pero espera, espera un momento… ¿De quién son los versos que me has recitado? Creo que me va a gustar conocer a ese poeta…

-De quién son, no. De quién eran. Los escribió el poeta Esenin. Los encontraron junto a él tras su suicidio.

-Vaya… Y a mí que me habían parecido unos versos cargados de esperanza…

 

Replanteamientos de Amartela, según “Renovación”

 

Entiendo que éste es el mejor momento para que yo intervenga en esta historia. Alejandro y Amartela se acaban de despedir, parece ser que para siempre. Sí, este es un buen momento para que cumpla mi cometido.

Mi nombre es “Renovación” y soy una de las veinticuatro principales fuerzas supranaturales de rango máximo. Es decir, soy una confabulación arquetípica. Tú no lo sabías, pero ya has leído palabras mías en varios momentos de esta historia. Ahora lo haces de nuevo. La diferencia es que ahora doy la cara y quiero que me mires, aunque no me veas. Para mirar sin ver, el corazón es útil. Inténtalo, puede resultar favorable.

El motivo de mi intervención no es otro que el ruego que me efectuó Amartela. Ella me lo solicitó con vehemencia humana antes de su regreso al mundo carnal. Sí, te estoy adelantando, fíjate bien, que Amartela estaba destinada a volver a la Tierra. Entonces, si me estas leyendo, ello evidentemente significa que acepté el encargo y Dios sabrá por qué lo hice. Lo que nunca le dije a Amartela es en qué momento lo realizaría. Tampoco ella me preguntó por el cuándo. Se ve que para ella lo importante era que el relato sobre su experiencia con Alejandro, antes o después, viera la luz y creyó que mi intervención era una garantía. Pero bueno, no te inquietes. No merece la pena que lo hagas pues no es necesario. Lo que debe estimularte ahora es que estoy aquí contigo monologándole directamente a tus entendederas y mejor si lo aprovechas, porque no pienso volver a hacerlo. Sí, aprovecha este paréntesis en la despedida. Realmente este es un buen momento. 

Y ya que tengo que intervenir para cumplir con la palabra dada, me voy a permitir enriquecer tu conocimiento ofreciéndote dos aclaraciones relativas a nuestras características esenciales. Tras ello me centraré en la descripción del evento clave. 

Primera aclaración. Resulta que a las fuerzas arquetípicas además de no permitírsenos entrar en terrenos que no nos son propios, tampoco se nos está permitido informar a seres fenoménicos, como es el caso de los humanos, sobre nada que resulte intelectivo sobre nuestras experiencias en ámbitos arquetípicos, a no ser de forma excepcional y justificada. Y este es un momento excepcional que reclama excepcionalidad, te resulte o no evidente. En cuanto a lo de la justificación, ahí ya me entran dudas. Sí, en nuestro nivel también se duda. De otra manera, pero se duda. De hecho, los humanos dudáis porque nosotras dudamos y al hacerlo extendemos sobre vosotros nuestra capacidad  de duda.

Segunda. Procede introducir la idea de que nuestro estado natural como fuerzas arquetípicas es el reposo, hasta el punto de que incluso a la hora de vernos obligadas a intervenir tampoco nos es esencial romper con este estado; de la misma forma que la diana atrae sin moverse a la flecha del arquero. Entonces, fíjate en que aunque nuestra naturaleza sea de densa y magnética pasividad algunas fuerzas podemos pasar, en caso de que se estime conveniente, a la actividad proactiva o a la plena acción... Somos capaces, por tanto, de proceder a la inducción de la acción o, incluso, capaces de efectuar la intervención directa en el drama humano. 

  

Inicio, ahora sí, mi aportación libre relativa al evento clave:

 

Te cuento. Efectivamente, cuando Amartela volvió a nuestros niveles arquetípicos, delataba una horrible ansiedad. Creía que sería recriminada desde alturas superiores, aunque a la vez percibía que era precisamente a partir de esas alturas desde las que se la había empujado hacia la tremenda experiencia que acababa de pasar. Sin embargo, nada sucedía en ningún sentido: ni llegaba ninguna reprimenda ni se le aclaraba la posible intención divina. Tampoco ninguna de las fuerzas supranaturales podíamos informarle de nada (y no por no querer, sino por no saber de qué), a pesar de que su propia ansiedad se nos estaba contagiando y algunas de nosotras empezábamos a sufrir traspiés inusuales llegando al punto de tener que improvisar un Concilio de reflexión. 

En dicho Concilio, Amartela nos expuso:

 

“Escuchad. Sé que fluyen lamentos vuestros por causa mía... Sé de la invitación a la culpa. Pero yo nada podía hacer por mejorar la situación; puesto que me ha faltado capacidad para digerir mi última experiencia.

He estado reflexionando, arquetípica y humanamente, sobre ello y sé que tengo que tomar una decisión. Entonces... Examinando el potencial devenir de mi eternal esencia... creo que sólo se me dejan dos posibilidades: Elevarme, con el debido permiso, a un nivel contemplativo impermeable... o aceptar, también con el debido permiso, la consolidación de la bajada a un nivel experimental de choque; aun asumiendo perder, de forma definitiva, mi condición supratemporal y aceptando para mí el dolor y la muerte.

Tras profunda introspección, he optado por la segunda opción. Sí, asumo el mandato, que creo entender de los cielos. El mandato de vivir como persona. De dejarme empujar por los atractores físicos y memorísticos que me permitan arrastrarme por el planeta Tierra con el adecuado nivel de estupidez humana. El que en buena lógica pueda corresponderme para facilitar mi subsistencia.

Sé lo durísimo que esto es. Y ahora ya hago valer mi breve experiencia como exinquilino de un humano para realizar tal aseveración. Sé, por tanto, lo tremendamente difícil que resulta poder vivir atrapada por los mencionados atractores propios de la condición humana y, a la vez, servirse funcionalmente de ellos. Pero tengo que hacerlo. Si no, cómo puedo superar mi propio nivel vibratorio. Qué ayuda tan estéril seré en un futuro si no consigo hacerme con la experiencia. Combinar lo eterno con la concreción espacio temporal… Si ya contabilizamos multitud de humanos que lo han conseguido ¿por qué no voy a conseguirlo yo?

Decía Blake, mi querido poeta, al que tuve la suerte y el goce de velar en su momento: “La eternidad está enamorada de las obras del tiempo” ... ¿No soy precisamente yo, por mi esencia y mi misión, quien debiera ser uno de los más virtuosos forjadores del puente facilitador del amor entre el amante y la amada, entre la eternidad y las obras del tiempo, entre el Ser Único y la experiencia ínfima? Y para realizar el gran intento en la medida que pueda corresponderme... ¿No debe ser mi sublime gran acto de Amor, como fuerza arquetípica menor en proceso de ocaso, el ser capaz de amar en el tiempo y desde el tiempo? ¿De amar desde el ser material al ser material? ¿No ha de ser éste mi asignado cenit crepuscular? ¿No debo yo poder enlazar la noche con el día y el día con la noche...? ¿Lo luminoso con lo oscuro y lo oscuro con lo luminoso? 

Sí. Deseo volver al planeta Tierra para quedarme allí cuanto sea necesario. Es mi deseo profundo y auténtico. Ahora ya lo sé y sé, por tanto, que no puedo seguir aquí. Estoy segura de ello porque se alumbra en mi etéreo pecho que esta vez no me voy a equivocar. 

Desconozco si tras la muerte de Alejandro, que será la mía, volveré a alzarme entre vosotras. Pero no dudo, que si ello sucede, la unión arquetípica  Amor (a la que pertenezco), partícipe a su vez de la confabulación Magnética, brillará más intensamente...”. Y sea como sea, tampoco dudo de que el numinoso puente entre niveles, quedará en servicio para los corazones puros.

  

Amartela desapareció para todos en aquel instante. Sabíamos efectivamente que aquello tenía que acaecer y en aquella situación difícil ninguna suprafuerza bosquejó ni pasiva, ni activamente, ningún lamento, desdén o sugerencia. Bueno, a excepción de “Perversa”; quien se permitió un comentario sagaz pero burlón y desagradable. Reproduzco su comentario literalmente: “Vale... Otra de encarnaciones… No sé si me recuerda más a los faraones o al Cristo”. Aunque, ciertamente, las restantes fuerzas presentes, de forma digna y aunada, supimos silenciar, despreciativamente, la irritación ocasionada por la burla; sin por ello renunciar a la posibilidad reflexiva superadora que el suceso propiciaba... 

Y me recojo en este momento de nuevo a segundo plano, pues ahora te concierne leer algunas anotas del Diario que Alejandro inició tras la despedida de Amartela. No obstante, antes de replegarme, deseo nombrarte nuestros nombres, tema no menor que puede resultarte ilustrativo. Aunque me limitaré a las Confabulaciones Arquetípicas, pues, considerando todos los grados, superamos los seiscientos entes y la relación resultaría harto extensa.

 

Los 24 nombres:

 

Alegría, Antagonia, Auténtica, Azar, Comunal, Equilibrio, Eternatempórea, Fundamento, Génesis, Intento, Justaliberta, Magnánima, Magnética, Matemática, Memoria, Numinosa, Orgánica, Perversa, Poesía, Posesión, Renovación, Sabiduría, Salud y Serenavigilia.

Cada confabulación está conformada por sus correspondientes  uniones arquetípicas y cada unión  por sus correspondientes potencias. Para que entiendas mejor... recurro a dos ejemplos: 

La confabulación Serenavigilia está integrada por uniones arquetípicas tales como Silencio, Vigilia, Sueño, Acecho, Alerta…  

La confabulación Matemática está integrada por fuerzas tales como Unidad, Distinción, Maternidad...

A su vez, de abajo a arriba, cada unión la integran sus correspondientes potencias. Por ejemplo, como ya se ha citado más arriba, la potencia arquetípica Amartela, se haya circunscrita a la unión arquetípica Amor, partícipe a su vez de la confabulación Magnética.

No te hablaré de nuestras formas, colores, niveles de vibración u otras esencialidades para no distorsionar la particularidad fundamental de este relato.

Ya está, nada más. Encargo cumplido. 

 

Renovación

 

Diario de Alejandro – fragmentos-

 

·      22 de agosto de 2003

(…) Ya hace tres meses que he vuelto al trabajo. Al principio me daba vértigo volver. Náuseas… Pero comprendí que debía intentarlo. No las tenía todas conmigo. Aunque sabía que mi historia laboral era intachable para ellos y que, si conseguía apoyarme en algún informe psicológico que no dejara dudas sobre mi vuelta a la normalidad, sería probable que me readmitiesen…” 

(…) He alquilado un pequeño apartamento. Se trata de una de esas estancias ubicadas en la segunda planta de algunas de las casonas de “El Terreno”, que los señores de la alta burguesía de principios del XX ponían durante el verano a disposición de sus invitados. Tiene unas fantásticas vistas al mar y paseando puedo llegar a la playita en la que pasé tantas horas de mi infancia. Gracias a la amable panorámica, mi mente vuela... Rápida y ágil. Sí, vuela hasta “ella” ... Y aún más allá... 

 

·      23 de septiembre de 2003

(…) Me cuesta acostumbrarme a la rutina de mi nueva soledad. Así que hago todas las horas extras que puedo y soy el primero a la hora de apuntarme a generosas colaboraciones. Por otra parte, me siento más despierto. Es como si a pesar de mis angustias y mis miedos cada instante me sintiera vivo al cien por cien. De alguna manera, resulta como si hubiese vuelto a implicarme en normalizar una vida cotidiana, pero llevando en la mochila la sensibilidad alterada de mi tiempo de vagabundo, el que a veces me permitía subir tan alto y sentir tan animalmente... Sí, no he renunciado a esa conexión primaria y directa con la vida. Es como si, por una parte, me diese miedo la vuelta del “alterado” y, por otra, como si me gustase saber que fue real y que puedo volver a ser él, si lo desease. En todo caso, sé que gracias a él… ¡Y a ella! he adquirido un nuevo aliento de vida…” 

 

·      15 de octubre de 2003

(…) No la puedo olvidar. No me quito a Amartela de la cabeza. Sé que todo es una locura, pero no la puedo olvidar. Intento llenar mi tiempo como nunca lo he hecho y ahora no sólo con el trabajo; también hago ejercicio en la playa, nado, corro, reflexiono, escribo un poco, pinto algún dibujillo sencillo y leo todo lo que puedo… Como nunca antes... También he empezado a ir a clases de inglés y me he apuntado a una asociación de taichí. Me hace bien compartir espacios de formación con la gente, lo noto. Aunque no profundice en las relaciones. 

Una curiosidad. Tengo un sistema para abrirme a nuevas lecturas que me sale caro, pero que me está dando resultados: entro en las librerías, entorno la mirada y dejo que mi dedo índice izquierdo sienta el tirón del lomo de algún libro. Mi compromiso interior es leerme el libro que mi dedo decida. Te diré que, de esta manera, por ejemplo, acabo de leer dos libros que supongo que nunca se me habrían ocurrido. Sus títulos son: “las confesiones de san Agustín” y “Cómo vivían en Babilonia”. El primero me ha sorprendido, me ha gustado leerlo, permite meterse en su alma, sentir sus tribulaciones e inquietudes, su mundo; algo tiene este personaje que me permite vivenciarlo como un ser próximo. El segundo libro ha resultado ser una lectura complementaria para escolares… De todas formas, también me ha gustado leerlo. 

Otro día entré en una librería esotérica y le solicité a la librera en un arranque:” Por favor, míreme y recomiéndeme un libro”. No se sorprendió de mi solicitud y, sin dudarlo, me recomendó no uno, sino tres. El primero resultó ser una estupidez sobre “brujería y naturaleza”, pero los otros dos ya no los aparto de mi mesita de noche, “energía y relajación” de Blay y “meditar” de K.G.Durkheim… Es curioso, me hace gracia como escribo este diario, parece como si escribiera para alguien…”

 

·      12 diciembre 2003

 (…) Doy vueltas y vueltas a las cosas. El mundo me parece cada día algo más sorprendente. El recuerdo de la experiencia de “su encarnación en mí”, me despierta muchísimos interrogantes sobre la forma en que “contactamos” en cada instante con “nuestra realidad”. Realmente mi querida Amartela me ha situado en umbrales de percepción y reflexión que nunca había visitado. Por otra parte, ¡qué increíble! ¡Cómo puedo añorarla tanto!  Sin ojos que contemplan, sin manos que acarician… 

En fin, trascribiré algunas reflexiones que anoté ayer en mi “libretita de filosofía y playa”, porque, como sabes, me he armado de un cuaderno de reflexiones, donde me voy permitiendo divagar (“filosofar” casi me suena pretencioso). Aunque la verdad, no dejo de asombrarme de mí mismo, me cuesta dar crédito a que yo escriba este tipo de cosas. Quizás ella haya encontrado la forma de enviarme algún tipo de energía nueva. Ahí va eso: 

 

“Cada día, cuando nos despertamos, nos encontramos, al menos durante microinstantes, en terreno de nadie. A veces nos habíamos acostado tristes y, a la mañana siguiente, nos encontramos naturalmente felices, animalmente felices ¡dentro de un cuerpo!  Pero casi de inmediato, segundos arriba o abajo, nos asalta la memoria. De sus numerosos compartimentos fluye prontamente el recuerdo global o sectorial de quienes éramos ayer. Nos acordamos del punto en que nos quedamos de la travesía. Nos envolvemos en el sabor de nosotros mismos. Cada amanecer, somos capturados por las fuerzas inerciáticas y cohesionantes de nuestra propia memoria, que en realidad no es una, sino diferentes interrelacionadas: La memoria de la mente, la memoria del corazón, la memoria del cuerpo… Y también las memorias de más allá de nuestra propia vida o piel: La memoria genética, las memorias de los seres con los que compartimos la vida, la memoria del mundo que nos envuelve…

Y nuestras memorias guardan en sus cajones infinidad de prendas que se nos presentan siempre con distinta focalización e intensidad, con diferente secuenciación, con aleatoria riqueza descriptiva. A veces, las presentaciones nos llegan ordenadas, a veces alborotadas. Problemas que fueron; sentimientos dulces o amargos de cuanto gozamos o padecimos; odios, indiferencias o amores; realizaciones o frustraciones; estrategias de lucha o mecánicas de retirada; miedos o esperanzas...

Cada día, cuando nos despertamos, nos asaltan las memorias; nos atrapan, nos controlan, nos protegen, nos someten... Nos cubren la mirada y los sentidos todos. ¡Nos incitan a ver y sentir a través de ellas!

Asumo, entonces, autómata, la selección de aquello que durante mi vida y en especial durante los últimos días ha sido olido, visto, oído… ¡Lo que he sentido! Y procuro mantener la coherencia con quien era ayer ¿Qué apreciaba yo de tal o cual persona, de tal o cual actividad? Mis valores, mis expectativas, mis conocimientos, mis relaciones, mis angustias, mis fobias, mis miedos, mis prevenciones, mis gustos, mis prejuicios…  ¿Cuáles eran?

Pero la energía vital que circula por venas, bronquiolos, meridianos… Nutriendo, restaurando, impulsando... No sólo busca posibilitar que seamos capaces de continuar subsistiendo sobre el planeta Tierra. No sólo busca cohesionarnos y coherentizarnos para darnos continuidad. Busca algo más: trascender las propias memorias, por muy necesarias que estas nos sean, para poder encontrarse con la creación de lo nuevo desde la sintonía con la voluntad del yo profundo que trasciende nuestra vida. Busca elevarse por encima de cualquier memoria carcelera y florecer en todo lugar como un instante consciente, precioso e irrepetible. No sería posible el cambio numinoso sin que en cada instante y lugar no soplara el impulso de la transformación: La Vida infinita viviéndose eternamente a través de las infinitas formas.

Y ahí arden entonces las llamas del permanente conflicto interior de los humanos (pero no exclusivo de ellos). El conflicto entre la voluntad del Ser y los guardianes del presente. Por una parte, el daimón responsable y guía; por la otra, las memorias personales disponibles en cada ahora; que suponen anclas, equipajes y protecciones, pero también alas instrumentales para el vuelo hacia la sacra diana. 

Qué paradójico entonces el que la fuerza esencial que se sirve de las memorias para convertirnos en seres física, anímica y mentalmente entroncados, con perfiles definidos y diferenciados los unos de los otros, sea la misma fuerza esencial que desea enseñarnos a trascender las limitaciones que nos separan de lo Absoluto.

Aparentemente podrá fracasar su inconmensurable intento en las gentes concretas, en los pueblos, en los mundos… ¿Pero acaso no encontrarán siempre los Dioses su camino? ¿Acaso no son el camino?

¡Qué colosal tarea la del pequeño yo! ¡Construirse como gozosa diferencia sin dejar de deconstruirse hacia la iluminada indiferencia!¡Qué difícil escaparse hacia la luz desde la conciencia esclava y sometida! “

 

·      29  diciembre 2003

¿Pero qué tipo de inteligencia puede ir más allá? ¡Realmente parece tan difícil abrir puertas en el muro…!

Creo que solamente podremos ir más allá de ese yo sometido a la memoria si tenemos la suerte de tener un hermano mayor interno, un hermano “gestor”, capaz de aplicaciones libres sobre ella… Sin ese gestor estamos condenados a “vivir dormidos”, errantes autómatas por más viajes que realicemos, por más química que nos metamos en la sangre, por más personas que conozcamos...

Sólo el gestor libre podrá trabajar con otros mundos allende esta franja de la realidad, sólo él sabrá facilitarnos el silencio de la memoria y su pequeña mente cómplice, dejándonos escuchar el mensaje del Universo. Sólo entonces podremos visitar lo que no se conoce recorriendo los desconocidos caminos… ¡Escapar de la memoria, mirarla sin juzgarla! Tener memoria sin "ser tenidos por ella". Manifestar en esta tierra la voluntad sintonizada... Compincharnos con el querubín custodio, el guardián del árbol de la vida.

  

·      15 de febrero de 2004  

"Febrerillo el loco", así le llamaba mi andaluza madre al mes que corre y me lleva... "Febrerillo el loco", me lo imagino como un antiguo rey que fue joven y breve, de algún sitio como tal vez Hungría o los Cárpatos (si efectivamente caen por allá donde los imagino). Un rey de sonamiento notable que corría alocado sobre los lomos libres de un veloz caballo blanco, asustando a las muchachas lavanderas del riachuelo mientras su tropa se batía en otro lugar del Reino.

Ejércitos de febrerillos locos me transitan, de punta a punta, de yin a yan, de noche a día... Febrerillos contra febrerillos, emboscados y entiznados, a cara descubierta y a corazón tendido. Inmensos paisajes de recuerdos, de anhelos, de suspiros, de llamadas…

Segundos sobre segundos, contrasegundos que son primeros y despueses; océanos de tiempos paralelos avanzando hacia el gran marzo de la primavera; enorme macizo de profundo verde, guardián inexorable tras el que se extiende el blanquiazul de la primera juventud.

Febrerillo el loco... ¿Dónde escondes los magnos miradores del tiempo eterno? ¿Dónde pararse a reposar y gozar del inmenso paisaje del ayer y del mañana?

Febrerillo, detente un poco y atíname un rincón donde tumbarme a contemplar... Tú eres joven y yo ya tengo mediana edad.”

 

§  22 febrero 2004

¿De qué te culpas? ¿De que haya guerra en el mundo? ¿De irte haciendo mayor? ¿De no estar en algún lugar de no sé qué tipo de triunfo en el que supuestamente deberías estar a estas alturas de la vida? ¡Ojo! Si inconscientemente te estás penalizando por situaciones o hechos sobre los que no puedes intervenir conscientemente o no está en tu mano intervenir, probablemente estás hiriendo la vida que quiere circular libre y espléndida a través de ti.

Recuerda el texto que te pasaron el otro día, la Desiderata: "tú tienes derecho a estar aquí, no menos que los árboles y las estrellas".

Tu responsabilidad es el constante permiso para la realización de la plenitud en y a través de ti. Déjate vivir y curar, te lo mereces. La vida desea lo mejor para sus criaturas, no la pares desde el pensamiento colonizado o desde las sensaciones colonizadas.

  

·      23 de marzo de 2004

Al consultar el “I Ching” el pasado día diez (cada vez me gusta más hacerlo pues siempre me introduce en reflexiones positivas), salió El ejército. Podía significar “masa”, también “luto” ¡Qué impresión después de saber lo que nos han deparado estos inolvidables 4 días de marzo! Desde el 11-M al 14-M: Terror, sorpresa, mentira, dolor, desconcierto, rabia, esperanza y reacción. Me parece increíble la capacidad de algunos para mentir y para creerse las propias mentiras, para vivir dentro de ellas y tratar de imponerlas... Menos mal que la historia ya parece llevarse las sombras a su rincón... 

¿Y yo…?  Sumo a todo, la terriblemente inesquivable ausencia. Aunque me sorprende la fortaleza que me estoy demostrando; tampoco ésta es una cualidad que hubiese tenido por propia…” 

Por cierto ¡qué bello y fantástico el poema introductorio de Borges a la versión del “I Ching” de R. Wilhelm! 

 

“...El rigor ha tejido la madeja

No te arredres. La ergástula es oscura,

La firme trama es de incesante hierro,

Pero en algún recodo de tu encierro

Puede haber una luz, una hendidura.

El camino es fatal como la flecha.

Pero en las grietas está Dios, que acecha.”

 

·      24 marzo de 2004

Sorpréndete. ¡Ya hago pinitos poéticos! Los atentados del otro día no dejan de darme vueltas en la cabeza y he querido expresar un sentimiento que sé que ya me asaltó cuando murió papá... Y cuando estuve grave... Y cuando lo de las torres gemelas... Bueno, si te digo la verdad creo que también sentí algo parecido cuando murió Adela... Y cuando me separé de Ana... ¡Y cuando me dejó Amartela!  Me refiero al sentimiento de “la facilidad del morir”. Por cierto, creo que me va a gustar esto de la poesía... Parece que te permite expresar mediante el lenguaje descompuesto del corazón, lo que con el razonable lenguaje de la mente no puedes... Bueno... Dedicado a mí mismo:

  

¡Qué fácil es morir!

Sabía de la muerte...

¡pero no de la facilidad del morir!

Entre el pulgar y el índice apretados cabe el morir...

Entre la inspiración y la expiración...

Sabía desde tan temprano que había una muerte con mi nombre...

Un resquicio en el corazón de la noche me conduciría cualquier día a la otra cara del misterio.

Como a todas las gentes, ¡vaya consuelo!, se me facilitaría el gran pasaje

Mejor siempre sería después que antes

Mejor siempre sería lleno que vacío

Mejor siempre sería desde el amor hacia el Amor

Sí. Prematuro supe de la muerte y temprano la vestí de fiesta, aunque no la deseaba.

Pero no sabía del morir...

De la facilidad del morir

La muerte sería de todos, pero el morir era y sería siempre de los otros...

¿A cuántos vislumbré morir reales o ficticios?

Fotos, películas, noticieros, reportajes, historias, novelas…

Millones de tránsitos de todos los nombres

Millones de finales del mundo

Uno por ser.  No importaba planta, animal o persona

Bastaba con haber vivido.

Sabía de la muerte...

¡Pero no de la facilidad del morir!

Entre el pulgar y el índice apretados cabe el morir...

Entre la inspiración y la expiración...

 

§  24 de mayo de 2004

¿Y qué te parece esta cita de un tal Tenesson, nombrada por Unamuno?: “Agárrate siempre al lado soleado de la vida”. ¿Y esta creencia de Spinoza?: “La naturaleza es Dios, si entendemos por Dios el infinito placer por la existencia”. 

Me encanta leer. Últimamente leo a todas horas, es decir, siempre que puedo. No puedo entender que haya pasado tantos años de mi vida sin penetrar en los mundos que otros seres me ofrecían... 

Y me pregunto que debe saber Amartela desde allá donde esté ahora, de mis cambios, de mis evoluciones… ¿Te acuerdas que alguna vez te aguijoneó por tu poca cultura?… Ya sé que uno no se culturiza por arte de magia, pero lo cierto es que realmente me siento avanzar y que estoy poniendo asombrosa pasión en el intento.  Y digo pasión, no esfuerzo. A veces no sé si también esto lo hago por ella; pues lo cierto es que el continuo trabajo de la mente de alguna manera me hace sentir cerca de su ser... Es como si especialmente cuando me concentro meditando, escribiendo o leyendo... la sintiera muy próxima. Como si me acompañase realmente... 

Cosa curiosa es que a veces ya me descubro buscando reducir horario porque algún libro me espera en casa: ¡Qué maravilla el libro que ahora me absorbe “El amor en los tiempos del cólera”!... Creo que nunca disfruté tanto con una novela. Aunque ya voy viendo que esto de los libros siempre es cosa de dos y que, a veces, el paso del tiempo hace que tus valoraciones cambien. Sí un poco de aquello de “nadie se baña dos veces en el mismo río”. Entonces ¿Me seguirá gustando tanto “¿El amor en los tiempos del cólera” dentro de veinte años, por ejemplo? Tal vez, no.

 

·      12 de junio 2004.

Me he acordado de Adela, y de la conversación que tuve con Amartela sobre ella, y he vuelto a desempolvar los diarios de Papá. Definitivamente creo que papá amaba seriamente a Adela. Pero nada comparable a lo que Adela sintió por él. 

Me apetece transcribir aquí algunos fragmentos de los que hacen referencia a Adela o al contexto vivencial en que se escribieron. Corresponden al periodo inicial del viaje cuando el grupo de 80 oficiales marcha hacia el frente soviético sin tener una idea clara de exactamente cuál era su destino... Pues creían ir hacia Moscú mientras cada día de camino iban confirmando “el avance hacia la Polar”. Siempre pienso que debería poner en manos de un historiador estos papeles. Supongo que más de uno agradecería conocer los innumerables detalles de la vida cotidiana que en ellos se describen. A mí me ayudan a entender el momento global que papá franqueaba… Cuál era su mundo. No quiero decir que justifique los objetivos de la División Azul, nada más lejos de mi intención. Pero sí es cierto que cuando uno consigue ponerse en la piel de los demás, viviendo un poco la vida del otro, aunque sea intelectualmente, entonces se hace más fácil el acercamiento amoroso, la comprensión o, incluso, el perdón.

¡Ah! ¡Atención! He dejado marcados con guiones en tira las palabras o fragmentos que me resultan completamente ilegibles, intentando respetar que el número de espacios coincida con el número de letras. Por cierto: Me choca que una persona que había pasado tanto tiempo en Argentina mantuviese las formas de expresión del norte de España…

 

 

Diario de papá  -selección de anotaciones-

 

·      16 de septiembre de 1941

(…)  Antes de la verbena me comunican que voy a Rusia.  Cierto, me entregaron el telegrama: “Próximo sábado día 20 se presentará Ud. en el Gobierno militar de San Sebastián a fin de incorporarse a la División Española de Voluntarios”.  Con otros seis, así se lo había yo solicitado al Sr.  Coronel Hernández…

 

Un momento...  Un inciso sobre esta presentación como voluntario. Aunque papá no lo ponga en su diario, recuerdo que alguna vez, siendo yo joven, le oí comentar (aunque no parecía gustarle hablar de este capítulo de su vida y se limitaba a responder a nuestras preguntas lo más brevemente posible) que en verdad él no quería ir al frente ruso. Ni muchos de sus compañeros. Pero que el “ambiente militar” les había “presionado”. (Bueno, entrecomillo las palabras no porque él las dijera así... Sino como para resaltar ideas... ¿Vale?) Todavía resuenan en mi cabeza aquellas palabras de “¿Quién se atrevía a no dar un paso al frente cuando te invitaban a darlo…?”. Entiendo que ello explica la reprimida contrariedad que delatan sus notas. Realmente no debía esperar que su solicitud de incorporación al supuesto frente de Moscú prosperase y poder entonces volver a Argentina… ¡Y casarse! O, espera, no estés tan seguro, no tiene lógica... Recuerda que tras la guerra civil entró en la Academia de artillería de Segovia. Ello no puede significar otra cosa que deseaba permanecer en España... Entonces no hay otra explicación que la de pensar que daba por supuesto que Adela vendría a España... Bueno, no sé…

Prosigo con la trascripción de los fragmentos que me parecen más significativos o que, por lo que sea, me atraen especialmente:

 

(…)Ya estoy camino de Rusia y con suficientes ánimos… que merman mis amigos con las caras tristes que me presentan.

(…)Me preocupa Adela. Es lo que más me preocupa. ¿Quién se separa más tiempo de ella? ¡Cuándo ya se aproximaba nuestro feliz reencuentro, voy a Rusia!  Es para matarme.

(…)Temo decirle la verdad, le daría un gran disgusto. Temo que hasta desconfíe de mi cariño.  Pienso hacerla seguir con el engaño y hacerle creer que estoy destinado en Vitoria, donde está mi amigo Elorza: le mandaré a él las cartas para ella, él les pondrá la fecha y se las mandará a Buenos Aires; igualmente, me enviará las que a mi nombre reciba en su casa o en su regimiento.  Veré cómo resulta esto.

Todo el mundo lo sabe a su alrededor y en especial nuestra común amiga Sandra, quien me ha de facilitar algún informe.

  

**Viernes 19 septiembre de 1941

(…)Regreso a Gijón por la mañana con intención de tomar luego el tren de la una y media para Santander.  Me despido y preparo maletas.  Duermo en Santander.  La que encontré triste por el desgraciado incendio.  Escribo a Adela y le envío telegrama.

 

**Sábado día 20 de septiembre de 1941

(…)A las nueve salí para Bilbao y, a las tres, de ésta para San Sebastián donde me presento en el Gobierno militar.  Escribo a Adela y le envío telegrama.

 

**Martes día 23 de septiembre de 1941

(…) Salimos de San Sebastián llegando a Hendaya a las 3h.30, donde somos recibidos por una (-----) alemana. Ya dejamos de ser lo que éramos, unos 80 oficiales (40 de artillería) del ejército español; ahora pertenecemos al ejército alemán.  En la misma estación nos dieron una especie de sopa de arroz. Permanecimos en ella un buen rato y luego fuimos pasando, de diez en diez, por la ducha y por la desinfección de ropa.

(…)Llegamos bastante tarde al hotel y una vez allí, me dediqué a escribir cartas. Una para mandársela a Sandra, quien se la entregaría a Adela en caso de que llegue a saber la verdad.  En ella le propongo casarnos por poderes, si así lo desea; le hago unas recomendaciones y solicito perdones.  Mi deseo es aminorarle el disgusto si llega ese momento.  También escribo a mis hermanos les mando un telegrama.  Total, me dormiría a las dos de la madrugada y me tenía que levantar a las cuatro para tomar de nuevo el tren.

 

**24 de septiembre de 1941

(…)Pasamos todo el día y toda la noche en tren, llegando a Metz a las 9 de la mañana del siguiente día.  El desayuno consistió en café puro y pan con mantequilla.  Ésta en cantidad.

Atravesamos Francia sin la menor dificultad y a una magnífica velocidad.  Pasamos por Burdeos, Angulema, Tours, Orleans, Montargis, Senes, Troyes, Chaumont, Toul,  Metz.

Es digno de mención el aire con que nos miraban en las estaciones francesas, ¡La depresión moral que sufren!  He podido ver lo rica que es Francia en agricultura, los formidables ferrocarriles y ¡qué enormes estaciones!

¡Y formidable organización alemana!  En cada estación, éramos esperados y nos daban, los enfermeros, rancho en frío, con tabaco y caramelos, té y café.

 

**Jueves 25 de septiembre de 1941

(…)Llegamos a Metz a las 9 de la mañana. Nos dieron el desayuno, nos dijeron la hora del almuerzo, donde teníamos que lavarnos y donde podíamos cambiar los francos que tuviéramos por marcos (a 20 francos el marco).  Dimos unas vueltecitas por Metz, tomamos una poquita cerveza y escribimos a nuestros familiares y novias (dejando las cartas al representante de Falange). Me pareció una ciudad muy bonita y muy igual.

 

 **Viernes 26 de septiembre de 1941

(…) 8 de la mañana y en la estación de Grafenwöhr  -Nuremberg-.  Aquí, donde existía representación de nuestra división, es donde ignoran de nosotros, pues no nos esperaban.

(…) ¡Así somos los españoles!  Nos mandan de España, sin nadie que nos guíe y nos represente y sin norma alguna.” Por las buenas”. Así es el resultado: unos morimos con gorra, otros con boina roja, cada cual como mejor le pareció...

 

**28 de septiembre de 1941

(…)Misa. Ha habido quien confesó y comulgó; a esto no me decidí, pues no me pareció bien esta confesión en la que ninguno de los dos se entiende, cada uno con su idioma.

(…)Nos apeamos, nos hacen formar, descendemos unas escaleras y, bajo los andenes, fuimos bien vistos y mejor reídos; no ya como soldados, sino casi como prisioneros... Fuimos conducidos a la Cruz Roja donde, desfilando de uno en uno, nos dieron una sopa que nadie o casi nadie se tomó. Cruzamos nuevamente la calle y los raíles del tranvía y de nuevo fuimos vistos y reídos por soldados y oficiales alemanes.  También por paisanos.

Ya en el andén, nuevamente vaciamos las marmitas y las lavamos en el tren. Nuevamente fue donde se escucharon manifestaciones de disgusto: “No hay derecho”. Tratar así a oficiales que, como nos han dicho, vienen a luchar “hombro a hombro” al lado de los alemanes. Lo que me indignaba más era la actitud del intérprete; colocado en el centro del arco que en nuestro desfile formábamos parecía querer imponerse y exigirnos orden.

Se le dijo a Martínez Aguilar que en tales condiciones no volveríamos a formar. A ninguno de nosotros nos importaría hacer todo esto luego de quitarnos nuestra banderita del brazo derecho. Lo haríamos muy silenciosos y pareceríamos oficiales alemanes y no españoles.

Yo preguntaba: si esta expedición fuera de oficiales alemanes ¿harían con ellos igual?

¿Cómo debe estar Adela? ¿Y mis hermanos?

 

**Martes. 14 de octubre de 1941

(…)Nace este nuevo día mientras seguimos rueda que rueda de nación en nación. Amanecemos en Alemania nuevamente, en la Prusia oriental. La primera población que en este paralelo (54) vemos es la de Korschen (/cruce/), continuando marcha  a ¿Insterburg? donde logramos terminar el desayuno y asearnos en lo posible.

(…)Es una lucha: carreras y saltos, toda la destreza y agilidad se ha de mostrar a la voz de ¡la comida! Hemos de ir a buscarla a los últimos vagones. Este tren es larguísimo y antes que terminen de distribuir se pone en marcha. A todo correr y brincar nos colgamos de los coches, subimos a los de tropa (o los de cocina o ganado) y, en otra estación o apeadero, ya con la marmita llena, corremos a nuestro vagón. Aquí comemos en compañía de quienes les tocó quedar muy tranquilos en espera. Igual problema ofrece el asearse y limpiar la marmita y los cubiertos.

(…)La aventura de hoy de mi amigo no fue de gran encanto. Cuenta que se encontró con una chica muy bonita y a ella manifestó el deseo de una compra. Ella que con otras marchaba, al momento se vio sola con él y su amigo. Les acompañó muy amablemente a un establecimiento y a otro y al final fueron ellos los que la acompañaron a la modista y a la estación para conseguir un billete para Königsburg a donde iría el siguiente día. De aquí, casi sin previo anuncio, pues aunque el Francés les auxiliaba algo, no era este conocimiento el suficiente, les llevó a casa de una amiga (--------) Decía saldría en nuestra compañía. Silbó de un modo raro, aunque hermoso, al tiempo que subía los escalones que daban a la puerta. Desapareció… Y al momento tornó y les hizo pasar a la acera de enfrente para allí ser vistos por su amiga desde el balcón.

En el tiempo que ella estuvo con su amiga, ellos le quisieron (-----------  --------  -------------- --------- ---------) los sus deseos: ir al café o a… Más no les dio lugar a ello. Los tres de nuevo fueron al café y allí esperaron a la amiga que no se hizo esperar demasiado. Las dos hablaban algo el francés, parecían de buena familia, aunque la de mi amigo tenía demasiado sucio el cuello (el agua en esta tierra está naturalmente fría). Allí estuvo mi buen amigo y ante la belleza de la singular muchacha se rindió; le firmó cuanto ella escribió en dos tarjetas de Tilsit, ------------ más tarjetas... y se prometieron escribir y casar al final de la guerra. Él estudiaría alemán durante ella, para así lograr entenderse. A la salida del café dice que hubo abrazos y algo más.

(…)Esta noche tal vez haya sido la peor de las noches, no hemos dormido apenas, llovió muchísimo, sobre las doce nos cambiaron de vía y a partir de ese momento un desfile de soldados alemanes empezó a abrir y cerrar las puertas, sin prestar atención a nuestras manifestaciones de disgusto cuantas veces nos daban de ese modo la lata. Dos ----------- terminaron por fin en el pasillo; pero el desfile continuó.

 

§  13 junio 2004

Y bien… ¿Qué crees? ¿Por qué de repente se hace el diario de papá tan ilegible, medio torpe, hermético y desestructurado? ¿Por qué de repente esa letra enmarañada tan diferente de la del inicio del viaje, esa letra que se desprende del boli a favor del lápiz buscando ejercer una presión mínima sobre el papel? ¿Y por qué desaparecen las referencias a Adela a partir de ese día?

 

Creo que papá lo estaba pasando mal al escribir. Realmente quería hacerlo, dejar constancia de las cosas, pero no podía. Pienso que le preocupaba que su diario pudiera ser leído... No sólo por las referencias a las tremendas tensiones que se estaban produciendo entre aquella expedición de la División Azul y el ejército alemán o  por el miedo al frente, que se va avecinando a medida que el tren deja estaciones atrás. No, algo más sucedía ya en su corazón que lo aturdía y emocionaba al mismo tiempo. Si no ¿Por qué cuenta esa historia? ¿Por qué esas extrañas referencias a “su amigo” o a “mi/su buen amigo” cuando él siempre citaba en su diario los nombres?: “el coronel tal”, “mis compañeros tal y cual”, “la ciudad de…” ¿Y cómo podía alguien que no hubiera estado presente fijarse y contar detalles del tipo “parecían de buena familia, aunque la de mi amigo tenía demasiado sucio el cuello” o “silbó de un modo raro, aunque hermoso”? 

¿Quién era su “buen amigo”, entonces?  Creo que me queda claro que hablaba encubiertamente de sí mismo… 

Pobre Adela. Si hubiera llegado a saber qué pronto se derrumbó su recuerdo en el corazón del que ya se había convertido en oficial del ejército español (¡Y alemán! ) ¡Qué extraña y subida fiebre le había producido la prusiana al joven Emilio! 

En fin, ya no podré preguntarle a papá por la veracidad de esta suposición…

De todas formas, otra cosa me extraña. Por lo que percibí de Adela, el tipo de mujer, su grado de pasión… No me cuadra en nada con la imagen que me proyectan ni el padre que conocí, ni el que brota de sus diarios… No entiendo esa relación… ¡Me parecen de mundos tan diferentes! Si te digo la verdad entiendo mil veces más la “colgadura” con la “de la de Tilsit” que el platónico enganche de Adela. Me cuesta entender la relación entre el joven oficial Emilio, tradicionalista y franquista, y la joven Adela, culta, independiente y libre.  

¿Y que tengo yo que decir? ¿Qué tengo que interpretar? Yo, precisamente yo… El colgado de la mayor alcahueta del Universo… ¡Y tan ciego que es el amor!

 

·      21 junio 2004 

Pero... ¡Espera...! Me parece que como investigador no funcionas bien... Seguramente, otra vez te precipitas... Las cosas no cuadran. Recuerda que la carta que te enseñó Adela estaba fechada con posterioridad al viaje: Schutiní (o algo parecido...). Ya entrado el 1942. Significa que papá ya estaba en el frente... Y la carta me sigue pareciendo apasionada... No sé. Lo que sí está claro es que Adela se debió de enterar muy pronto de la verdad de ese viaje de Emilio al infierno ruso.

Bueno, está claro que deberé encontrar tiempo para acabar la transcripción del diario... Y ello no es decir poco, pues cada párrafo me puede llevar muchísimo tiempo... ¡Minúscula y endiablada letra la suya! Escritura super comprimida que para más tormento refleja muchas veces la falta de apoyo fijo. Seguro que a menudo escribiría de pie y sufriendo el traqueteo del tren en marcha. 

 

·      30 de Junio de  2004

Han pasado casi tres años ya desde que Amartela salió de mi vida. He luchado como gato panza arriba por explorar paisajes nuevos de la existencia. A veces me he sentido caer, pero finalmente siempre he conseguido remontar con alegría y curiosidad. Mi cabeza está llena a estas alturas de toda clase de citas, de filósofos, de poetas... Citas y más citas… 

Asimismo, he intentado, como bien sabes, renovar mis contactos con el mundo femenino, volverme a abrir a la posibilidad de establecer lazos.  Pero soy un desastre... 

Cada vez que me he encontrado en la cama con alguien, me he sentido horriblemente mal, arrepentido de estar ahí y avergonzado. Soy incapaz de tener relaciones sexuales sin amor. No puedo prácticamente ni rozar a mi acompañante… Y me revienen las palabras de Amartela advirtiéndome sobre la necesidad de no humillar jamás. Me invento entonces las historias más patéticas. Ya sabes, como por ejemplo que “me he acordado ahora mismo de que tengo que ir a buscar a mi madre para llevarla a unos análisis…” Ese tipo de cosas. Y lamento el desconcierto interior que produzco a la persona que me acompaña… Que no puede dar crédito a lo que sucede…

En fin. Esto es lo que hay. No. Miento. Hay más… 

El viernes pasado, no sucedió lo mismo. Me acosté con esa vieja amiga de mi anterior trabajo tras la juerguecilla que se montó en la cena de despedida del gerente. Por cierto, ¡qué sorpresa el que me invitasen...!  En el momento clave, parecía que la historia se iba a repetir, cuando de repente generé una fantasía: Amartela. Sí, es cierto que había bebido un poco más de lo habitual.

Me imaginé que “mi Amartela”, había colonizado a mi acompañante. Dentro de ese cuerpo estaba mi querida supranatural. En cuanto lo pensé de repente todo cambió. Perdí la cuenta; no te lo creerás, pero creo que nos dieron las siete al tiempo de llegar al séptimo orgasmo.  Todavía no lo puedo entender dado mi pobre historial de los últimos tiempos. Entonces, ya ves, sí hay más… Sé que todavía estoy enamorado de… ¡Amartela! Mi Amartela, mi fuerza, mi pasión... El problema es que ahora mi amiga anda descolocada y cómo le puedo explicar que el sentimiento y la fogosidad vertidas tienen un origen tan ajeno a su persona ¿Cómo le puedo explicar que es irrepetible?

   

·      10 de julio de 2004

El sábado por la mañana, volví a la librería donde solíamos ir a buscar los encargos escolares hace ya demasiados años. He buscado a Baroja. Sí, ya sabes el porqué. No me costó encontrar “el árbol de la ciencia”. Lo devoré esa misma noche. Especialmente pensé en Amartela al leer este fragmento:

 

“-En eso estoy conforme- dijo Andrés-. La voluntad, el deseo de vivir, es tan fuerte en el animal como en el hombre. En el hombre es mayor la comprensión. A más comprender, corresponde menos desear. Esto es lógico, y además se comprueba en realidad. La apetencia por conocer se despierta en los individuos que aparecen al final de la evolución, cuando el instinto de vivir languidece. El hombre, cuya necesidad es conocer, es como la mariposa que rompe la crisálida para morir. El individuo sano, vivo, fuerte, no ve las cosas como son, porque no le conviene. Está dentro de una alucinación. Don Quijote, a quien Cervantes quiso dar un sentido negativo, es un símbolo de la afirmación de la vida. Don Quijote vive más que todas las personas cuerdas que lo rodean, vive más y con más intensidad que los otros. El individuo o el pueblo que quiere vivir se envuelve en nubes como los antiguos dioses cuando se aparecían a los mortales. El instinto vital necesita de la ficción para afirmarse. La ciencia entonces, el instinto de crítica, el instinto de averiguación, debe encontrar una verdad: la cantidad de mentira que se necesita para la vida. ¿Se ríe usted?

Sí, me río, porque eso que tú expones con palabras del día está dicho nada menos que en la Biblia. 

¡Bah! 

Sí, en el Génesis. Tú habrás leído que en el centro del Paraíso había dos árboles: el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal. El árbol de la vida era inmenso, frondoso y, según algunos santos padres, daba la inmortalidad. El árbol de la ciencia no se dice cómo era; probablemente sería mezquino y triste. ¿Y tú sabes lo que le dijo Dios a Adán? 

No recuerdo, la verdad

- Pues al tenerlo a Adán delante, le dijo: Puedes comer todos los frutos del jardín; pero cuidado con el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, porque el día que tú comas ese fruto morirás de muerte. Y Dios, seguramente, añadió: Comed del árbol de la vida, sed bestias, sed cerdos, sed egoístas, revolcaos por el suelo alegremente; pero no comáis del árbol de la ciencia, porque ese fruto agrio os dará una tendencia a mejorar que os destruirá. ¿No es un consejo admirable? .

 

Unamuno se me está haciendo más denso. Fue nuevamente pura casualidad que diera con ese texto que se refería a la temática del Paraíso… Ya sabes cómo te sentiste cuando, frente a las estanterías de filosofía de la biblioteca pública, abres uno de sus libros al azar “Del sentimiento trágico de la vida” y descubres:

 

“¿Quién no conoce la mítica tragedia del paraíso? Vivían en él nuestros primeros padres en estado de perfecta salud y de perfecta inocencia, y Jahwé les permitía comer del árbol de la vida, y había creado todo para ellos; pero les prohibió probar del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, y quedaron sujetos a las enfermedades todas y a la que es corona y acabamiento de ellas, la muerte, y al trabajo y al progreso. Porque el progreso arranca según la leyenda, del pecado original. Y así fue como la curiosidad de la mujer, de Eva, de la más presa a las necesidades orgánicas y de conservación, fue la que trajo la caída y con la caída la redención, la que nos puso en el camino de Dios, de llegar a EL, y ser en EL…/…”

 

En fin, lo dicho: ¡Cuánto me gustaría escuchar a Amartela ahora! ¡Cuánto me gustaría preguntarle! Le haría desembuchar toda la lista de autores que se han entretenido en elucubrar con la leyenda del Paraíso. Y sobre todo le insistiría en preguntar por los querubines custodios del Paraíso… Los guardianes al oriente del Edén.

Seguro que lo del Paraíso es de ida y vuelta… 

¡Uf!¡Voy a acabar mal! Creo que me están afectando la soledad y el vacío… 

Tengo que relajarme. No debo obsesionarme.

 

·      12 de julio de 2004

Efectivamente. Me había precipitado en la interpretación del episodio de Tilsit... Ya no me queda mucho para acabar con la trascripción del diario de papá, pero me queda claro por sus anotaciones que bien entrado 1942 (el diario llega hasta abril de ese año, aunque él permaneció en el frente hasta mayo de 1943), la relación con Adela seguía en su máximo esplendor... Así es que mucho me temo que me voy a quedar sin saber por qué y cuándo se produjo la ruptura... Decisión de la que Adela, parece, no tuvo noticia... 

 

  16 de julio de 2004.

Anteayer me sucedió algo realmente extraordinario que me tiene completamente en vilo, alarmado e intrigado. 

A las 10 de la mañana me llaman al trabajo. Entonces escucho la voz tranquila de una mujer que me pregunta si no sé quién es. Le respondo que no. Me dice, asentando énfasis, que es “La florista” …  Antes de acabar de contestarle repitiendo ¿”La floris…”?, ya se me ha ido la voz. Silencio. Y a continuación escucho: “Sabes perfectamente quién soy”. Lo sé muy bien, pero no puedo hablar. Lo sé muy bien... y tiemblo. Ella acaba: “Te esperaré el viernes a las diez de la noche en el bar Marítimo... ¿Lo conoces?”. Respondo: Lo conozco. “¿Estarás...?”. Respondo: Estaré.

 Casi no he dormido en dos días. Es la noche del viernes. Son las nueve y media… Apago ya el ordenador. En media hora habré salido, creo, de dudas…

 

Una florista con regalo

 

A pesar de la noche incipiente, la reconoció en seguida en la distancia.  Recortada y solitaria silueta. Pensativa. Al amparo de la única palmera de la terraza. Sentada en una antigua silla de jardín a juego con la mesa blanca de hierro fundido. Murmurando para sí misma. Con los codos sobre la mesa y las manos entrelazadas. Era tal cual como si repitiese lecciones, nerviosamente, antes de un examen o como si se tratase de una beata recitando letanías… 

Alejandro luchó por no perder la estética de la marcha, la verdad es que a pesar de los nervios hubiera querido correr hasta ella. Sabía que esa presencia le iba a cambiar nuevamente la vida. Y estaba dispuesto… 

Serena, así resultó llamarse nuestra florista, dejó de batir los labios en cuanto lo tuvo cerca. Su mirada reflejaba una intensa alegría… Un fulgor fresco y de lejanísimo origen que estremeció al recién llegado. Durante unos instantes desbordados, entre los dos, solo existió esa mirada. Una mirada irisada por la que transitaban todas las preguntas, todas las certezas, todas las promesas…

 

-Alejandro - Le dijo ella al fin, arropándole las manos con la suyas-. Acércate... Más, por favor... Alguien quiere decirte algo.

 

 A Alejandro, el corazón le brincaba. Realmente sintió posible el morir en ese instante. Y tal vez murió de verdad por unos segundos cuando escuchó como desde el oído interno de Serena le llegaban unas vibraciones tan conocidas, tan recordadas… Las más amadas: “Hola, soy la Luna…” 

Alejandro no era capaz de subir a la superficie del llanto a tomar una bocanada de aire; se hundía… ¡Se ahogaba al escuchar de nuevo a su Amartela!

 

-¡Respira, hombre! Que te me mueres y no he hecho yo para eso el viaje más largo.

 

Sin dejar de acariciarle dulcemente, Amartela, ahora sirviéndose directamente de las manos y de la voz de Serena, le contó a Alejandro el último capítulo (del que ya estaba naciendo el primero de un nuevo ciclo):

 

-He vuelto a la Tierra dispuesta a morir, Alejandro... por amor. Serena, nuestra querida florista, también lo está. En verdad ya somos unas fantásticas siamesas... Sin duda, necesitarás entenderlo. Lo sé. Te cuento:

Tiempo después de nuestro desgraciado encuentro con ella en su tienda de flores, estando yo en mi mundo originario, rumiaba sobre el modo de volver a ti. El congreso de fuerzas arquetípicas, convocado en sesión extraordinaria, a petición mía, para tratar sobre mi problema; ya se había realizado. Y ahora, con permiso de mis colegas supranaturales, ya sabes, debía descubrir la nueva estrategia de vuelta a la Tierra. Fue entonces cuando sentí la necesidad de focalizarla. A ella, a nuestra querida florista. Se me apareció entonces la imagen de Serena deambulando en la noche, perdida y sola. La vida le había dado un vuelco que no era capaz de asumir. De hecho, en su cabecita no se veía más luz que la de la llamada del suicidio. La letal atracción.

Estudié su situación rápidamente y, al principio, no vi la posibilidad de evitarlo. No creía que estuviese al alcance de mi mano la facultad de ayudarla, pues su vida había sido sacudida dramáticamente por crueles e inesperados sucesos diseñados para ella desde niveles que no pude distinguir con claridad. 

Sin embargo, en la antesala del que había de ser su último momento, me sobrevino una idea; la idea que evitaría su autodestrucción, a la vez que me facilitaría a mí el viaje de vuelta.

Ella ya se estaba inyectando la mortífera sustancia, cuando, tú ya sabes cómo, me sumergí en el interior de sus venas (sí, tal como en su día ya había yo experimentado contigo). Al primer contacto con la sangre y, a la velocidad de la luz, alcancé su centro de voluntad y, desde allí, le ordené que tirase la jeringuilla inmediatamente. Pero a pesar de mi celeridad y destreza no pude evitar que algo de la mortal droga la afectase. La pobre ya se había inyectado lo suficiente como para que se iniciase el proceso de alteración cognitiva. No obstante, ello resultó favorable a mis intenciones, pues su mente chapoteó, durante algunos momentos, en una franja de conciencia en la que no me fue difícil dirigirme a ella e iniciar, con todas las urgencias, un proceso de retoque y modificación provisional de diferentes zonas de su memoria.

Ahora me tocaba pasar al tercer asalto: debía abrir un inmediato proceso de seducción y para ello debía unir dos cabos: Serena quería perder la vida y yo quería su vida para acercarme a ti definitivamente… Bueno, entiéndeme, también quería protegerla a ella… Pero no voy a negar cual era mi objetivo fundamental.

Serena todavía no podía comprender lo que le estaba pasando; lo que la estaba salvando contra su propia voluntad… Y aunque ya estaba más allá del pánico y el horror, no dejaba de buscar inconsciente y compulsivamente el punto final… Yo le gritaba desde su interior ¡¿Por qué, Serena?! ¡¿Por qué?! …Y ella buscaba vomitar motivos, pero ya no podía encontrarlos. Justo era eso lo que yo estaba consiguiendo: cambiarle las claves de acceso a su memoria dolorosa. Impedirle de hecho el visitar determinados espacios de su mente y funcionalizarle otros nuevos, donde poder encontrar informaciones, sensaciones y sentimientos positivos hacia la vida y, de camino, también sentimientos de amor hacia ti.

En poco tiempo, Serena cedió a mi voluntad y al día siguiente se sorprendió amaneciendo en la húmeda arena de una playa de la que no podía ni tan siquiera recordar cómo había llegado. Menos mal, pienso ahora, que todo el proceso se desarrolló rápidamente y sin contratiempos, pues ya sabes que el mucho alcohol o las drogas en la sangre pueden llegar a alcanzarme. Y de hecho así pasó, pero mi trabajo ya estaba hecho y me pude recuperar, al cien por cien, con prontitud,

Te puedes imaginar los pacientes diálogos que ambas tuvimos que afrontar durante los siguientes días. Lo que tuvimos que esforzarnos para que fructificara la nueva situación.  Pero lo conseguimos. Sí, poco a poco a Serena se le fue consolidando una nueva pasión por la vida. Hoy, ya no siente la necesidad del suicidio, pues ha asumido que era suficiente con eliminar aquellos recuerdos que la empujaban a ello… Y cada día nos sintonizamos mejor… Y ella ya te ama como yo te amo… Pues, con su beneplácito, es lo que más radicalmente le inscribí en su corazón.

Y hacerlo no fue difícil, pues has de saber que, en su momento, ella ya había sentido atracción hacia ti. De hecho, por este motivo quise acompañarte a visitarla para realizar con ella las prácticas de ligue que me solicitaste. Recordarás el desgraciado encuentro… Cuando le montaste el numerito estúpido aquél del que prefiero que no volvamos a hablar.

Pero volviendo al ahora y para tu mayor tranquilidad, te diré que antes de solicitarle la cita de esta noche contigo, le he vuelto a preguntar si deseaba que le anulase alguno de los nuevos recuerdos. Me dice que no… Que cree que siempre hubiese querido tenerlos...  ¡Todos ellos! 

-  Pero Amartela… Bueno, Serena… -quiso intervenir Alejandro.

-  Cualquiera de los dos nombres me va a ir estupendo… No te preocupes -Le aclaró Amartela al notar su desconcierto. 

-  Así que… ¿Tú para Serena eres…? -Prosiguió él.

- ¡Varón, claro! -Respondió Amartela.

- ¿Entooonces…? 

- ¡Pues “trío – reflejo”! -remató ella.

- ¡Oh, Dios! ¡Jamás me lo hubiese imaginado! – Exclamó Alejandro.

- ¿Qué dices? Si ya lo viviste tú en tus propias carnes, ¿por qué no iba a ser posible con Serena?¡Déjate llevar, hombre…!

- ¿Es lo que deseas? ¿Que me deje llevar hacia ese “trío-reflejo?

- Sí. Eso es lo que quiero. Sé que lo harás bien. Tú posees en grado sumo esa cualidad que me encanta de algunos humanos. Cuando la intuición y la ilusión se os unifican, los más libres y espontáneos de entre vosotros, os dejáis arrastrar hacia lo nuevo, hacia lo que ni siquiera habéis imaginado y, si es necesario, removéis los preceptos morales que se oponen a la renovación de la ética personal. 

- ¡Mi Amartela, mi serenidad! –babeó Alejandro desde su excitación-. 

Amartela pudo captar nítidamente la entrega que se abría a través de la exclamación afectiva y le devolvió a Alejandro el sentimiento de correspondencia. De corazón a corazón. No obstante, quiso proseguir con el diálogo.

 

- Por cierto… ¿Cómo ves a Serena? – le preguntó Amartela entonces.

- ¡Me gusta mucho su mirada…! -le contestó Alejandro percibiendo las esencias puras de la florista-. La siento refrescante y tierna.

Pero era mucho más que eso lo que le atraía de ella y Amartela lo sabía. Serena se sonrojó ligeramente. Realmente estaba preciosa. Más delgada. La veía más estilizada y aquel traje de flores negras sobre fondo de noche azul acrecentaba su elegancia natural. Sin embargo, su nueva delgadez no había hecho perder ni una pizca de fuerza a las sensaciones voluminosas que, desde siempre, Serena, le había proyectado. Allí continuaban sus brazos fuertes, sus pechos densos y abundantes, sus nalgas de campeona de halterofilia reconvertida en lanzadora de jabalina… Alejandro hubiese querido detenerse a observarla con tranquilidad, pero reprimió su impulso, para evitar el descaro, y continuó, cambiando el tema, como si desease “normalizar” cuanto antes el tiempo nuevo y, a la vez, como si su última conversación con Amartela hubiese sucedido ayer mismo:

 

- ¿Sabes que leí algunas obras de autores que alguna vez me recomendaste? 

- ¿Y? 

- Tengo tantas preguntas… 

- Uhmmm, piensa que ya tengo que empezar a neutralizar la mayor parte de mi memoria. 

- ¿Qué has dicho? 

- Me has oído bien. Es necesario. Intentaré quedarme con la sabiduría posible, pero sólo con los recuerdos básicos para mi nueva vida. Si no lo hago así, la inmensa cantidad de experiencias vividas y de experiencia acumulada podría haceros daño a Serena y a ti… También a mí. Tengo que ir renunciando a la información biológicamente inútil.

 

Alejandro, para su propia sorpresa, entendió en seguida lo que Amartela quería decirle. Ya había tenido ocasión de leer algunos autores que le habían transmitido esas ideas. Ciertamente, sin esas lecturas no hubiese podido concebir el concepto de “información biológicamente inútil” del que ahora Amartela le hablaba.

No obstante, a pesar de la alegría del reencuentro, el anuncio de Amartela de que pronto renunciaría a la información biológicamente inútil, le contrarió. Durante el tiempo de la separación, había reflexionado lo indecible y ahora le costaba aceptar que Amartela no fuera a ser capaz de aclararle profundas dudas filosóficas. Así que, a pesar de tener miedo a romper el hechizo del momento, no pudo menos que intentar que Amartela le transmitiese algunas gotas de su sabiduría antes de que fuera demasiado tarde para que pudiera hacerlo.

 

- Te entiendo, Amor. Pero te ruego que no finalices tu proceso de humanización todavía. Al menos no del todo. Deseo aprovecharte. Sería un gran regalo para mí el que me pudieses facilitar algunas certezas. En concreto, he reflexionado mucho sobre las simbologías ocultas tras la leyenda del Paraíso y vislumbro que es posible volver a él. ¿Me podrías ayudar a negociar con algún “custodio” la vuelta al Paraíso? 

- ¡Alejandro!... ¿Te estás convirtiendo en el típico esotera sonado? 

- Tal vez. ¿Pero crees que Baroja, Unamuno y tantos otros a los que he leído últimamente, también eran esoteras sonados por haber dedicado algún tiempo a plantearse este tipo de cosas? 

- ¡No! De todas formas, a más de uno, y no me refiero precisamente a los dos a los que te has referido, se les olvidó que el cerebro también tiene una función primordial en los humanos… ¿Vas a ser tú uno de ellos?… Procura decírmelo ahora por si me tengo que ir preparando. 

- No, supongo que no… Ya sé que me estoy comportando como aquella madre que al volver su hijo de la guerra y cruzar, éste, el umbral de la puerta de entrada de la casa, tras años sin verlo, le gritó antes de darle un abrazo: “¡No pases... Espera un momento que se seque el suelo!... Es que acabo de fregar”. Pero tú me has introducido, tal vez sin pretenderlo, no solo en un mundo de amor alucinado sino también en el de la filosofía. Y sé que si no te lo pregunto ahora mismo tal vez ya nunca tendré una nueva oportunidad... Tú misma me confirmas que quieres desprenderte de la mayor parte de tu inmenso arsenal memorístico… Y yo quiero unas migajas de él antes de que lo hagas… Así que, por favor, espérate, mi amor, a que el suelo se seque y cuéntame sobre el custodio. Sobre el guardián del Paraíso. Realmente me interesa mucho ese tema y le he dedicado muchas horas de reflexión. 

- ¡Esperaré a que se seque…! Aunque me hace avergonzar humanamente la poca sensibilidad que estás mostrando hacia Serena en este momento... Piensa que ella también está participando de esta realidad. Está aquí y nos escucha, aunque ahora sea a mí a la que oyes vibrar desde su cuerpo. No olvides su mente y su corazón, pues también están con nosotros. 

- ¡Nooo, por favor! – atajó Alejandro-. No digas eso... No quiero sortear su presencia, ni volver a ser grosero. Pero me resulta como si de alguna manera supiese que me entiende y que no le importa que eche un poco de agua fría a este momento maravilloso. ¿Me entiendes Serena? 

- Sí... Claro que te entiendo -le contestó ésta, alegre, mientras tiernamente su mano apartaba el mechoncillo de cabellos grises que dividía la frente estremecida de Alejandro- No te preocupes... Yo también esperaré a que se seque... Además, ya me está intrigando esa historia del custodio que os traéis…

 

El amoroso gesto de Serena hacia Alejandro y la intensidad con que lo observaba evocó en Amartela el inesperado sabor de un desagradable sentimiento... Demasiado bien sabía que se trataba de una degustación de celos humanos... Se percibió inquieta y confundida, pues, aunque había reflexionado sobre que, a buen seguro, esto pasaría y era, según como se mirase, lo deseable… En fin, parecía que algo se le atragantaba. No obstante, Amartela prosiguió firme.

 

 - Bueno, te contesto. Presta atención, Alejandro. La gente de ahora suele pensar que la creación fue eso que llamáis el Big bang… Una especie de estallido bestial e indescriptible que se produjo hace miles de millones de años desde el que se expande aceleradamente un universo. Cuando en realidad, la creación no fue, sino que es. Y digo “es” porque la creación es un estado permanente. Siempre es. Cualquier momento es la creación. El instante que separa el Big bang del estado previo al Big bang es tan fino e ilusorio como el puente que separa la vida de la muerte. No existe un más allá de la creación. Todos vivís al filo de la creación. La creación es el lugar donde ahora está puesta la aguja de percibir para un ser temporal. Para un ser temporal, aquí y ahora suena lo nuevo. Todos vivimos al filo de lo nuevo. Siempre ha sido y será así. La creación es permanente y participa de la eternidad.

Parece que el Big bang sólo es un tiempoespacio de extraordinaria actividad expansiva de un determinado universo, percibido desde la perspectiva de un ser concreto, diferenciado, temporal y culturizado, producto a su vez del mismo Big bang que quiere desentrañar. Pero en realidad, el espacio y el tiempo no existen más allá de la creación. El espacio y el tiempo también son “criaturas” de la creación. No existe entonces un antes o un después de la creación. No puede haber nada más allá. Si lo hubiese significaría que hay creación más allá de la creación. Eso es insostenible incluso para la racionalidad humana. El Big bang no viene de una nada anterior. La nada es un absurdo, la nada simplemente no es, porque Todo es. Así que la creación no ocupa un tiempo, ni un lugar, porque todos los tiempos y todos los lugares están en ella… Es difícil de explicar… En realidad, el Universo de universos no ocupa un espacio, ni un tiempo. Contiene espacios y tiempos. No es grande, ni pequeño. Simplemente es. Desde esta óptica se puede entender la paradoja de que siendo este universo de hoy impresionantemente más grande que el de hace miles de millones de años, sin embargo, no ocupa más ni menos. ¡No ocupa nada y lo ocupa todo! Tal hoy como entonces. La eternidad vive en la nada y, la nada, no es.

La perspectiva humana desde el punto de observación de las formas diferenciadas y temporales lleva a las personas a sensaciones equívocas. Las personas creen, por ejemplo, que la gente del pasado ya no vive o que los que no han nacido tampoco. Cuando están en su tiempo espacio tan vivos o muertos como lo estamos nosotros ahora. Simplemente no están en el punto desde el que la forma concreta, que ahora soy, actúa como aguja de percibir. Si alguna fuerza superior levantase la aguja del lugar en que tu forma física expresa la vida y la situase en otro punto del espacio tiempo…Como en los antiguos discos de vinilo: ¡Sonaría otra música! ¡En ningún lugar habita el olvido cuando la aguja da con él! El pasado y el futuro no están en otra parte porque simplemente no hay otra parte. Si se fuesen a otra parte saldrían de la creación y ya hemos visto que eso no es posible. Todo y todos estamos unidos eternamente, aunque el sueño de Dios ( o de los Dioses, el Gran Misterio, la Madre Naturaleza, o como quieras llamarle); desea que nuestras equívocas percepciones ocupen su tiempo-espacio en la creación. El sueño de Dios quiere que cada ser fenomenológico viviente, humano o no, se autoperciba deslizándose movedizo desde un punto espaciotemporal de la creación eterna. Siempre acabada. Piensa, como te digo, en los antiguos discos de vinilo. Te ayudará esa imagen para la comprensión. La música siempre sonando en un punto, pero el disco ya está completo. Puedes llevar la aguja hacia adelante o hacia atrás tantas veces como quieras. Si la sitúas al principio, la aguja no sabrá que ya había estado en medio, ni al final, eternamente. El arte supremo florece en conjunto, pero la percepción de los sentidos se produce secuencialmente. Instante a instante. Pero los instantes no están sueltos. El collar necesita todas sus perlas. Los sonidos y silencios anteriores y posteriores al lugar, al punto exacto donde se halla la aguja, son necesarios para el goce que permiten nuestros sentidos. Sin esa anterioridad o posterioridad no existe la obra… No existe el collar. Pero… ¿Cuántos discos iguales o diferentes puede haber con las agujas en idénticos o distintos lugares? ¿O cuantas agujas pueden estar sonando en diferente posición en el mismo disco? 

- ¿Implica eso- preguntó Alejandro- que estamos predestinados, puesto que todos los futuros ya están tan escritos como lo está el pasado?

- Mi ejemplo del disco de vinilo no debe condicionarte. Puede ser que nuestro disco se parezca físicamente más a un bosque con infinitud de árboles, cada uno de los cuales con infinitud de ramas por las que transitan las infinitas formas de la libertad. Cada vez que la libertad se ejerce puedes desarrollar una de las formas posibles para su realización vital generando la correspondiente dinámica de influencia mutante en su interior y en su exterior. ¿Cómo elegirás tú abrir y recorrer los caminos del infinito? ¿Cómo jugarán los dioses a renovar su autoconciencia a través de tu ser? Ya ves que todo está escrito, pero a la vez, nada lo está. La libertad absoluta en el proceso de cambio de la autoconciencia  individual, social y cósmica… es clave esencial del gran juego.

 

Alejandro escuchaba a Amartela con máxima atención. Estaba fascinado con todo aquello cuya comprensión se le hacía tan difícil. Pero se preguntaba, por otra parte, por qué le contaba todo aquello ahora cuando su pregunta había sido muy concreta y muy otra. Dudó entonces si era mejor dejarla continuar o mejor intentar que se centrara en responderle. Al cabo, optó por lo segundo.

 

- Me alucina lo que me cuentas -la interrumpió un tanto melindroso- y me gustaría de verdad saber más… Pero no entiendo por qué no me respondes. Mi pregunta era si es posible volver o no. Si hay posible negociación con el custodio o no. Me gustaría saber si en el caso de que la leyenda bíblica encierre en su simbología informaciones reveladoras y verdaderas, sería posible volver allí. Al Paraíso. ¿Existe algún puente? Me gustaría saber quién o quienes son en realidad los ángeles custodios. Me gustaría saber si es posible que nos readmitan y que las puertas se abran de nuevo para nosotros. 

- ¡Pesado Alejandro!… Entiendo que no veas la relación con la respuesta que te estaba dando, pero confío en que más adelante lo entiendas.  Lo que te estaba contando tiene mucho que ver. Tener una visión global te puede ayudar a entender la simbología del Paraíso.  Es importante que no entiendas las historias mitológicas como sucesos que hacen referencia a un pasado. Que entiendas que se pueden aplicar ahora mismo y aquí, desde ese punto de vista de la creación permanente, del que antes te hablaba.

Bien, de todas formas, me intentaré explicar de otra forma. Aunque todavía no sé muy bien lo que tienes en la cabeza cuando me expresas tanto interés por el Paraíso… A ver… ¿Qué es un paraíso? ¿Un vergel maravilloso donde vivir eternamente entre amistosos animales libres, necesidades resueltas, alucinaciones fantásticas y sexo a discreción? Para mí el “Paraíso” no es eso. Es poder “ser” en paz, desde la dimensión en que cada uno se halle en el sueño de Dios, desde el punto en que cada cual suene en complicidad con el universo entero. Libre y consciente como ser formal pero siempre enraizado en la realidad sacra que trasciende las formas. Por ejemplo; estar ahora aquí, atenta y contemplativamente, plena de mí, sintonizada con la vida, recibiéndote... Participar de esa creación de la que antes te hablaba sin apropiarme de ella. Dejar que Dios me sueñe, sin oponer resistencia alguna en este punto, ni en ningún otro. Maravillándome de que el Gran Misterio se manifieste a través de mi forma diferenciada o de cualquier otra energía autoconsciente concreta. Ser yo aquí y ahora sin renunciar a ser una criatura del reino de los cielos, eterna e iluminada.

- ¿Significa eso que para vivir en el Paraíso hace falta tener un cuerpo, una forma?

-Para vivir en el paraíso, en el sentido que yo le estoy dando, solo hace falta que un ser, material o inmaterial, se vuelva transparente al gran misterio y las luces arcoíricas de su mundo no supongan fronteras con la luz primordial. El Paraíso o el Infierno no son lugares ajenos a ninguno de los seres, ni son un territorio, ni implican un tiempo consolidado. Tampoco el ángel custodio está en un lugar determinado. Lo llevas tú dentro, sobre todo... Cuando te abres al Paraíso ¿No has adivinado el paraíso en el interior de personas a las que les ha tocado vivir, o han decidido vivir, en algún infierno? ¿Y no has adivinado infiernos en el interior de personas que supuestamente viven en algún Paraíso? Los ángeles custodios te abren las puertas cuando tú no te desprendes de tu paraíso interior y los demonios te pueden llevar cotidianamente al infierno si no eres capaz de reconocer el Paraíso que habita en ti.

De hecho, recuerdo haberte percibido reflexionar en esta línea ¡Ya has escrito sobre ello! Esta verdad ya está en ti, aunque ahora parezca que te cuesta recordar. En todo caso, mientras no te conquiste y triunfe sobre ti tu paraíso interior, en cualquier momento podrá volver a sucederte que no te sientas capaz de asumir la soledad, el dolor, el absurdo o la muerte. Entonces trata de no perder la esperanzada paz interior del guerrero de la luz. Ábrete a la calma eterna con toda tu confianza. Volverás a descubrir el camino bajo tus pies. Si no en este mundo, en otro… O desde una óptica que ya no tendrá que ver con lo puramente humano.

Y ahora, déjame que frivolice un poco. Tal vez – continuó Amartela con cierto tono humorístico-, un día te sorprenderás con tus clavecitas... Vendrá tu particular ángel custodio, que se parecerá más a un especialista mecánico o informático que a un ser espiritual, con un manual de instrucciones en la mano y te dirá: Toma, aquí tienes el libro “Metodología de acceso para seres de transición”. Te entregará, aparte, la reluciente posdata en la que podrás leer: “Y ya no seas tan pesado”. Y cuando te vea la cara de póquer, te rematará diciéndote: “el problema no es sólo la memoria que se almacena como memoria del pasado, cómo se accede libremente a ella y cómo se gestiona... El problema también está en cómo gestionas tu memoria del presente y tu memoria del futuro…” 

-¿Quéé? ¡¿Mi memoria del presente y del futuro?! 

- Claro. No sé por qué te sorprendes. Recuerda que al igual que con el tema del Paraíso, también sobre esto ya has escrito alguna elucubración que se aproxima muchísimo a lo que te digo… ¡Tú ya has reflexionado sobre el gestor libre! ¡Tan necesario para deambular por el concepto de Paraíso que yo te presento!

Piensa que en cada momento te están sucediendo cosas... Piensa en que continuamente estás introduciendo en tus recipientes memorísticos no sólo registros de las cosas que te pasan, sino también estás cargando registros sobre procesos de resolución… Si no eres capaz de revisarlos en las próximas situaciones, se convertirán en autómatas inerciáticos que te llevarán a resolver una y otra vez de la misma manera, que quizás ya no sea tu mejor manera… Como ríos que circulan ciegos por cauces que se han vuelto desbordables por la erosión temporal. Sí, ya ves que tu memoria del presente no es más que esa memoria viva, en creación, quizás carcelera , que te lleva, para bien o para mal, a resolver tu actualidad en función de tu pasado. Cuidado entonces y recuerda el consejo de Epícteto: “Lo que importa no es lo que te sucede, sino cómo reaccionas ante lo que te sucede”.

Así, por ejemplo, no deberías dejarte infectar con el virus de las valoraciones negativas ante las adversidades o ante las malas situaciones. Esto es, hasta las mismas valoraciones que emanan de sentimientos primarios pueden convertirse en inductores de procesos inerciáticos.  Estate muy atento entonces a tus sentimientos y al sabor de tus propias valoraciones. Ya ves que esas valoraciones también podrán convertirse en memoria de resolución. Tu memoria ante los nuevos presentes del futuro, una memoria que, según como, no te ayudará. Es muy importante, por consiguiente, decidir qué guardas y cómo lo guardas. Un mismo suceso puede ser guardado como algo nutritivo y bueno, que nos aportó y nos hizo aprender o puede ser guardado como resentimiento o cualquier otro filtro inerciático dañino.  Igualmente te dirá tu custodio especialista que la memoria del futuro no sólo se carga con las nuevas memorias del presente, sino que también se va nutriendo de las proyecciones sobre tu futuro, sobre tu destino... El tipo de cosas que intuyen las pitonisas... Así que también ojito con lo que ahora te estás contando a ti mismo sobre tu futuro.

-Yo a eso simplemente le llamaría proyecciones personales… Es bueno tenerlas, creo. No lo veo mal, aunque entiendo tu advertencia… -intervino Alejandro.

-Bien, entonces, en esa advertencia quiero poner el énfasis. Pero antes de proseguir te volveré a recordar, por tercera vez, que tú ya has reflexionado en la misma línea de pensamiento que ahora deseo que consolides.

Nacéis con vista para mirar el aquí y el ahora pero también para mirar hacia la distancia y alinear vuestros pies en la dirección elegida. Es preciso tener cuidado. Poner atención. Con esa intención le llamo memoria del futuro. Porque durante la vida os contáis muchas cosas sobre quienes sois y hacia donde vais. Qué logros pretendéis o a qué le tenéis miedo. Y os mantenéis alerta hacia todo ello.  El problema está en que muchísimas veces vuestros sueños son proyecciones condicionadas por vuestra historia y las cosas que os habéis repetido montones de veces. Ya ves que peligrosa o benéfica puede ser esa memoria del futuro que interactúa con las memorias del presente. Viento a favor o en contra. Tal vez esas proyecciones que vienen de tan atrás ya no deberían interesarte y, sin embargo, lo hacen. Es como si hubiesen tomado vida propia. Por eso es importante sentir quienes sois al desnudo, hoy. Qué queréis ahora en este tiempo. No es fácil. Tal vez estés luchando por ser un profesional afamado cuando en realidad tu yo profundo sintonizaría hoy mejor con el pastor de cabras. O quizás, al revés.

Necesitas sentir, desde la serenidad, desde la paz, desde el aquí y ahora, desde cada paso gozoso… Luego ir dejando que el destino te estire. Como en un paseo por la naturaleza. De repente un grupo de árboles te llama, algo percibes. Cambias el camino, aflojas el paso y te entretienes hablando con ellos, respirando su atmósfera. Si amas la vida y te mantienes en calma y confianza todo será más fácil. Instálate en tu paz interior mientras viajas. Nada que recriminarte. Todo que agradecer. Supiste gozar el camino, supiste escuchar, cambiar la ruta según tu corazón deseó. Si te mantienes en la placidez anímica, la voz de la diana se escuchará más nítida. El camino de la libertad desde el crecimiento de la autoconciencia lúcida se podrá manifestar.

Recuerda entonces lo que ya sabes: El presente es un palacio maravilloso de mil salas diáfanas y multicolores. En ellas se encuentran acechándonos todos los amores y todas las respuestas.

-Pero oye, Amartela ¿Qué pasa si un día descubres que te equivocaste con tu vida? Que ya es tarde, que te has hecho demasiado mayor para poder alcanzar un sueño verdadero ¿Qué pasa si un día alcanzas la quietud contemplativa que te permite escuchar a la diana de la que hablas, pero resulta que ya la flecha está a punto de caer y muy lejos?

-Tarde o temprano siempre será una suerte el descubrir que te equivocaste si ello implica que te has abierto al aquí y ahora, que te has abierto a un magnífico paraíso interior. Siempre será un buen momento para dejar que te ilumine el reino que no es de este mundo. Por muy lejos que te parezca que va a caer la flecha, si su vuelo deja de estar dirigido por tu ego, no errarás el blanco. Resultará que la diana, misteriosamente, no estará donde hasta ahora la habías supuesto.

En definitiva, sucede que todos necesitáis veros desde la calma contemplativa interior, libres de rutinas inerciáticas y automatismos memorísticos; tal cual sois. Sin egofantasías distorsionadas, ni autoflagelos contraproducentes. Ello no implica que dejéis de “soñaros” ni que prescindáis de las auto revisiones. Nada más lejos. De lo que se trata, te lo repetiré, es de que os tratéis y os soñéis, a vosotros mismos, desde la paz, la calma, la verdad interior, la libertad y la pureza de miras. Desde la percepción profunda del presente. No es interesante crear un futuro en el que no pueden vivirse los presentes. Es más, nunca podrás vivir plenamente el futuro si no es como presente. Por tanto, no cabe proyectar nada interesante si antes no aprendes a vivir tu presente, pues si llegase ese futuro soñado no sabrías vivirlo como presente y quien no vive en el presente sólo es una sombra lanzada hacia un futuro que no existe.

Si amas el momento y lo profundizas, las puertas del paraíso se irán abriendo más y más. Volverás en vida a la conciencia de la eternidad y a la comunidad con el Ser.

Y eso es ni más ni menos a lo que aspiro en mi nueva fase como humana, a pesar del dolor y la muerte. Quiero gestionar lúcida, libre y en paz el presente y participar así en las fiestas de la contemplación, de la admiración, de la creación y de la recreación...  En constante apertura al reino de los cielos ¡Este es el Paraíso que yo elijo! ¡El que casi todos los humanos podríais tener al alcance de la mano sin necesidad de estar continuamente persiguiendo objetivos egolátricos decididos por una mente colonizada! No será siempre fácil. Lo sé. Nunca lo ha sido. A veces el camino es muy doloroso. Incluso extremadamente doloroso y hace falta algún nivel de paraíso interior consolidado para superar esos momentos. En todo caso, no caeré en la trampa de intentar convertir a” Dios”, “el paraíso” o “la felicidad” en piezas de caza y luego en propiedad privada...  Dios, el paraíso y la felicidad desaparecen cuando pretendes asirlos. La única posibilidad sabia, es irse abriendo más y más a las profundidades del presente. Ahí podrán encontrarte a ti; ese Dios, ese paraíso y esa felicidad.

- Ya... -le interrumpió Alejandro-. Pero yo me cruzo cada día con decenas de humanos para los que el cambio es imposible. No tienen las mínimas condiciones para que les pueda florecer iluminación o paraíso interior alguno... Tampoco existe para ellos ninguna realización al alcance de la mano... Ningún camino posible, lo concibas como lo concibas. 

-  Cierto... Y a la vez no. Resulta que no puedes valorar a otro ser humano como una foto estática. Alguien que se hubiese cruzado contigo hace unos años podría haber pensado eso de ti… y se hubiese equivocado. Yo así lo creo. Por otra parte, aunque las revoluciones individuales o iluminaciones personales suceden siempre a cada cual, tienes que pensar que también eso es apariencia. Sois un ser colectivo, un organismo único. Te lo vengo repitiendo. Que a su vez está conectado a toda la creación. Cuando la transformación de individuos alcance una masa crítica, no habrá persona aislada que quede al margen.

Sin embargo, mirado desde el punto de vista aislado, puedo entender tu errónea apreciación. Desde una perspectiva de pensamiento lineal diacrónico, hace miles de años que, de diferentes maneras, los humanos sois víctimas de vosotros mismos. Os habéis dejado atrapar por concreciones organizativas, económicas y sociales, desde diferentes formas de sumisión y servidumbre personal. Habéis sido y sois atrapados por diferentes tipos de tiranía. Según los lugares y las épocas. Llámale despotismo tribal, esclavitud, feudalismo, dictadura igualitaria, capitalismo… Siempre diferentes en el grado y tipo de atropello, pero siempre iguales en algo: humanos colonizados interior y exteriormente. Humanos física, jurídica o mentalmente sometidos a los intereses de los dominadores. Intereses instrumentalizados a través de creencias culturales, religiones, leyes, usos, costumbres… 

En vuestro caso, a la inmensa mayoría, os ha tocado vivir sometidos al sistema capitalista, que, aunque ya es centenario y ha adoptado diferentes formas, no podrá durar mucho más sin transformaciones profundas. Tal como es hoy, solo puede sobrevivir impulsando una economía en crecimiento continuo. Por ello, como un cáncer, está destinado a morir matando, si no se le vence o se le reconvierte. Así que, de momento, ha triunfado sobre las mentes humanas y las sociedades; sí, pero eso tiene un tiempo… porque si no, en este mundo, ya no habrá tiempo posterior para vosotros.

Entonces, la desigualdad injustificada, los conflictos entre los centros de poder político y económico mundiales, la miseria, la enfermedad innecesaria y la ligada al desarrollo, el olvido y el abandono de multitudes sin esperanza y, fundamentalmente, los daños a la naturaleza; querrán necesariamente acabar con el sistema capitalista. ¿Podréis, llegado el día, encontrar un camino de liberación para la humanidad en sintonía con las leyes de naturaleza? Yo confío en que sí. Sólo eso podrá salvaros. Aunque no nos engañemos, siempre se seguirá dando un nivel de dolor, transitorio o permanente, en individuos o comunidades. Aunque desde el pensamiento humano eso no se pueda aceptar, el libro de la vida nos dice que ese dolor es necesario para la continuidad del crecimiento colectivo. Suena bestial, lo sé.  Pero en tales casos solo cabe la movilización de la compasión colectiva y la confianza de los próximos en el sentido profundo de los sucesos crueles y absurdos que afectan a sus seres tan queridos.

Volviendo a las generalidades. Como ves, también para la subsistencia de la especie será necesaria esa masa crítica de la que te hablé antes de nuestra separación.

Y si no es así. Si no alcanzáis la masa crítica necesaria para el cambio colectivo a tiempo, tampoco te preocupes demasiado. Insisto. Todo alcanzará su sentido en otra dimensión.

Te estoy hablando entonces de dos revoluciones necesarias, paralelas y complementarias. La individual (ética y/o espiritual) y la social. Para un salto evolutivo de la especie, las dos deberán encontrase e ir de la mano. Ya ves entonces que tu propia transformación interior está ligada a la transformación social planetaria. Si me preguntas cuándo sucederá exactamente todo esto, con qué ritmos…No podré responderte. No está en mi mano hacerlo. Realmente, aunque tengo mis intuiciones, no tengo ni idea de cómo seguirá la película.

Así que, por diferentes motivos, desde un punto de vista concreto y aislado, es verdad lo que dices. Durante un tiempo todavía indefinido, infinitud de humanos no podrán realizarse en esta vida. Y para aquellos más elevados y conscientes de la sacralidad del instante eterno pero que sin embargo no puedan llegar a vivir el gran salto colectivo, las únicas revoluciones a las que podrán acceder en el tiempo de su vida, serán las progresivas revoluciones de las que hablamos; las suyas personales. Y son éstas las que algún día, insisto en ello, pueden permitir alcanzar una masa crítica suficiente para el gran salto. En definitiva, te estoy diciendo que sólo la liberación personal y la transformación interior de una masa suficiente de personas puede atraer la definitiva revolución que conllevará, a su vez, el entender colectivamente nuestra unicidad cósmica.

Gandhi expresó bien el camino con aquella frase de: “conviértete en el cambio que quieres ver en el mundo”. Sí, la responsabilidad individual con la transformación no es solo fundamental para cada uno; es fundamental para la especie y para el mismo planeta.

Así que recuerda que, aunque pelees por mejorar las condiciones de vida, las tuyas y las de los demás; nada te liberará de tu responsabilidad con tu propia transformación ¡La responsabilidad de conseguir “andar llegado”!

Ello supondrá que, a pesar de toda tu compasión por la humanidad sufriente, no podrás cargar en tu corazón con todo el dolor del mundo. A nadie servirías. Debes confiar en que a otro nivel todo el plan de la creación alcance sentido. Así compadécete, lucha por mejorar lo que esté en tu mano, pero no te hundas jamás, ni te olvides de “andar llegado”. Es tu transformación como individuo lo que más te ha de aportar. 

- ¿” Andar llegado”? 

- Sí...  Como los árboles. Siempre andan llegados. Siempre son perfectos. Recién sembrados o milenarios. Son lo que son en cada momento y crecen en todas direcciones según sus posibilidades. Siempre buscando la mejor y más placentera adaptación al territorio.

 Andas llegado cuando sabes reconocer que tú no vives la vida, sino que la vida te vive a ti y cualquier momento es el mejor para ella... Incluso cuando tu forma física esté sufriendo lo inimaginable. Para circular por tu paraíso interior deberás “andar llegado”.  

- Por favor... de otra forma... Me pierdo... -le rogó Alejandro.

- No, no te pierdes. Ya te he recordado que tienes escritas en tu diario reflexiones muy próximas a las que ahora escuchas y que realmente yo solo te estoy ayudando a que te reafirmes.

Sí... Mira... El enunciado “andar llegado”, no es más que otra forma de etiquetar aquello de lo que te vengo hablando, con la intención de ayudar a tu mente a consolidar sus propias ideas… El concepto que encierran estas dos palabras desea focalizar, un poco más, en la idea de que el sentimiento de construcción de la felicidad, por así decir, está ligado a la propia percepción sobre los aciertos y errores de los pasos dados hacia el “sí mismo” por los caminos de la atención al propio cuerpo, a la propia mente y sus proyectos, al propio espíritu, al propio entorno familiar, al propio planeta...  Y sin perjuicio de que sucesos del mundo nos puedan someter imprevisiblemente a situaciones crueles, absurdas e insufribles. 

Así, la felicidad cuando aparece, se puede vivir positivamente, está claro… ¡Pero también   la infelicidad! Cuando ésta sirve para acercarte a la realización personal, cuando sirve para profundizar en el sentido de tu vida...

Pensando en práctico, creo que para esa realización es más interesante el concepto de salud que el de felicidad. Salud física y mental; pero, sobre todo: ¡Salud anímica…! ¡Salud! Son el “buen amueblamiento interior” y el “estado de amor en paz y calma interior”, los que te permitirán progresar hacia ti, avanzar hacia tu paraíso interior. Los que te permitirán crecer por encima de todas las felicidades y de todas las infelicidades...  

Ya te decía antes, necesitamos imitar a los árboles; siempre intentando adaptarse en crecimiento hacia nuevas formas. Siempre perfectos.

Mantén fija esa idea de crecimiento desde el instante consciente. Especialmente en los malos momentos que posiblemente lleguen. Momentos en los que te podrás descubrir desconcertado, constatando retrocesos, vapuleado por acontecimientos crueles y absurdos... No importa... Sigue siempre...

Para ello, necesitarás cultivar una cierta disciplina; una constancia en la atención; una perseverancia en los ejercicios de “enraizamiento”; una apuesta permanente y apasionada por preferir equivocarte a favor del amor. Como ya te dije, necesitarás desarrollar la fuerza interior que te permita en los momentos aciagos percibir la grandeza del guerrero irreductible... Y darte cuenta de que esa fuerza interior hunde sus raíces en un más allá sagrado e inconmensurable que se abre desde la eternidad.

Así, alumbra las propias fantasías, goza de las buenas excusas y los momentos del “yo soy tal”, pero sin dejarte atrapar. Lo importante florecerá en el viaje. Más allá de las sombras del camino. Las oportunidades para el amor, el asombro, la creatividad… Desde ello deberás escuchar  la incesante llamada y elegir. Desde ello deberás perseguir las huellas del numinoso placer. Acercándote entonces a la voluntad que te generó. Tu propia voluntad de ser, maduro y libre, en el Ser.

- Perdona -imploró Alejandro, cobrando conciencia, de repente, de que prolongar el interrogatorio podría no ser adecuado. (Pensaba en Serena, de nuevo. Claro.).

- No he acabado -le salió Amartela al paso, tan cálida como rotunda-.  Ahora te esperas tú, a que se seque el suelo... Y Serena, ya te ha dicho que sabrá esperar. Deseo todavía hablarte de algo más. Aunque también sé que tú solito te has aproximado filosóficamente a ello en momentos de reflexión. Sí, te hablaré de los puentes. Los puentes existen. Sí, más allá de la necesidad de “andar llegado” profundizando siempre el aquí y el ahora. Sí. Sí puedes entenderte con el guardián del Paraíso... Algún personaje, como Huxley te diría que encontrar la puerta es cuestión de las sustancias químicas que lleves en tu sangre… Pero también él hubiera podido ponerte en antecedentes de que el cambio químico no necesariamente deba proceder de la ingestión de drogas… También Huxley pudiera haberte advertido de que más allá de infiernos y paraísos, existe siempre la posible unión anticipada, con lo que él llamaba “divino fundamento”, pues la “experiencia mística está más allá de la esfera de los opuestos”.

Otros muchos humanos se acercaron al mismo territorio… Por ejemplo, el autor de aquel libro que te regaló tu hermana, San Juan de la Cruz ¿De qué crees que hablaba en poemas como “Noche oscura”? En sus versos podrás encontrar hasta orientaciones metodológicas para la “experiencia trascendente”, recomendaciones para favorecer el “re-encuentro” con el “divino fundamento”.

Ya ves, siempre ha habido humanos elevados que han enseñado a cruzar el puente, a vivir en él. A “quitar, modificar o utilizar las claves de acceso” … A conveniencia. 

En todo caso, nunca olvides, que, si intentas cruzar al Paraíso, antes de que éste te haya conquistado y ya viva en ti; puedes quedarte perdido... ¡Terriblemente perdido...!  Así que, sin certezas o ayudas, ten paciencia y autocontrol. No avances ciegamente, pues el resultado no está garantizado.

¡Y ya no me preguntes más, porque todavía no he hecho el amor con nadie!  Como parte, en vivo y en directo... ¡Y quiero hacerlo contigo lo antes posible…!  Y si me vas a poner la cabeza como un bombo, creo que gritaré por volver a mi mundo.

 

 Serena, sonrió cómplice. Alejandro titubeó.  

 

- Bueno… Empezaba a creer que no querías dejar de hablar.  ¿Y Serena? ¿Qué piensa de todo esto? ¿Qué piensa de nuestra inverosímil relación? 

- ¡Eres torpe, Alejandro! ¿Es que no te ha dicho nada su forma de retirar tus cabellos? Su forma de mirarte. Su forma de estar con nosotros...

- Ya. Sí, sí me dice. Y me admira percibir la atracción que yo también experimento. Como si también hubieses cambiado registros de mi memoria... Sí, ya sé que en su tiempo me sentí atraído. Pero ahora ya me quedaba un poco lejos…

- Anda... Pregúntaselo tú mismo a Serena… 

- Serena... ¿Qué…? 

- Alejandro - le cortó Serena-. No entiendo muchas cosas. No creo que tú entiendas muchas más… Ni siquiera creo que nuestro amor común, Amartela, entienda todo; a pesar de su inmensa experiencia y caudal de conocimientos.  A veces dice cosas geniales... Que me hacen pensar; pero a veces... ¡Creo que se monta unos líos discursivos de alucine! O será que yo no puedo llegar al nivel en el que entenderla sea posible... Lo que sí te puedo decir es que me gusta tu música. Y me gusta su música.  A eso aprendo últimamente: A escuchar música. La música de la vida.

- ¡Uhhmm! Ya… Pero… Entonces… ¿No te sientes “invadida”, “atrapada”, ”utilizada”…? 

- De momento, no, Alejandro. Me siento libre y consciente -le respondió Serena con un marcado tono de seriedad introspectiva-. Esos sentimientos no los vivo por ahora. No son un problema todavía. Entiendo que quizás nunca lo sean… ¿Crees que ahora me debo preocupar por ellos? 

- ¡Dos llamas que me encienden...! -respondió Alejandro tanteando las palabras y ya con espíritu relajado y dispuesto a dar el paso sobre el abismo- Dos llamas que enciendo. Será imposible no vivir enamorado. 

 

Cerró los ojos, abrió el alma y se sumergió en el éxtasis del primer beso... duplicado. “¡Bendito trío reflejo!”, pensó.

 

Habrá que contarlo

 

Dos sombras se difuminaban abrazadas bajo aquel firmamento del que se desasían los inaugurales zapateos estelares. 

Ni desde aquí, ni desde allí; nadie podría haber notado la inmaterial presencia que las envolvía, que las ceñía, que las incluía. Tres seres, dos personas de carne y hueso y un solo beso en fundición interminable.

Alejandro se sentía pletórico y lleno. No se podía acabar de creer el inmenso amor que se materializaba desde el cuerpo de esa mujer a cuyas rotundas nalgas sus manos le iban tomando discretamente las medidas. Sintió entonces subir el deseo, pero se contuvo, pensando que no era el momento. También Serena sintió subir el deseo, pero no pensó nada y no se contuvo… Dejando que su mano derecha acunara al pequeño recién llegado, mientras le cantaba una nana táctil que lo hizo vomitar placer.

Al tiempo, Amartela se dejó llevar y se abrió al sentir de la experiencia puramente animal, puramente sexual.  ¿Qué otra cosa podría hacer ahora? Ya aprendería en su momento a tomar iniciativas. Por otra parte, ya había tenido ocasión de experimentar, antes de la vuelta a su mundo, alguna polución nocturna de Alejandro. Eso, en cierta manera, le daba la ventaja de haber experimentado en frentes complementarios.

Traspuesto tras la erupción, Alejandro no se atrevía a abrir los ojos. Pero pasados unos segundos de insondable emoción, los dos, Alejandro y Serena, se sorprendieron abriéndolos a un tiempo y, con divertida complicidad, articulando, también a dúo, la misma pregunta:

 

-¿Renovarse o morir, no? 

- Alejandro –le preguntó entonces Amartela, inesperadamente, y como luchando por no quedarse al margen-. ¿No te gustaría escribir un libro sobre tu experiencia de estos años? 

- Pues, ahora que lo dices…Creo que sí... – respondió él, un tanto sorprendido-. De hecho, en algún momento lo he pensado... Pero también creo que me falta todavía madurar muchas cosas. Todavía me siento verde... Especialmente en lo que se refiere a la digestión de los acontecimientos más recientes… 

- No te preocupes. Si te parece, lo escribiremos más adelante, entre los tres… Y Renovación nos ayudará – contestó Amartela. 

- ¿Renovación? ¿Quién es “Renovación”? 

- Tú, escribe… Empieza en cuanto sientas que es tiempo de hacerlo. Serena y yo te iremos ayudando… Y, cuando leas el libro, sabrás quién es Renovación. 

-  ¿Eeehhh?

 

Acto final  

Las grandes persianas mallorquinas de la terraza del apartamento de Alejandro se quedaron anoche abiertas de par en par… Gracias a ello, este sol amaneciente de verano en plenitud, que despunta en el horizonte dorando el cielo y el mar, penetra de inmediato y a pleno pulmón, en el único dormitorio, buscando liquidar cualquier atisbo de oscuridad... Ante la intensidad atropellante de la luz, todas las sombras corren a protegerse tras los muebles y demás enseres.
Si te pones a los pies de la amplia cama, podrás contemplar a nuestro protagonista panza arriba, profundamente dormido, la cabeza ladeada ligeramente hacia su derecha. Blancas sábanas se arremolinan a su alrededor por tal de dar la sensación de un mítico Alejandro, reflejo del que flota en la bóveda de alguna capilla renacentista... Se le ve feliz. Irradia plenitud. 

El apartamento no es mucho más grande que lo que resulta de sumar el dormitorio a la pequeña sala de estar contigua. En la parte de atrás, una minúscula cocina y el cubículo reformado como cuarto de baño. Sin embargo, la sensación general es de amplitud; por la blancura de las paredes, la decoración minimalista, los altos techos y, sobre todo, por esa despejada vista que invita a planear vuelos sobre la bahía.

Claro que, la sensación de amplitud, no significa sensación de vacío... ¡Tantos libros aquí y allá amontonados!

En la salita, sobre el pequeño escritorio de cerezo, reposa apoyada contra la pared una litografía de Maxfield Parrish, enmarcada con fina moldura negra... El título que se lee en el pie dice “Ecstasy”. Se trata de una dulce muchacha de sonrisa complacida y expresión feliz ante el día nuevo. Descalza. Sobre un abismo cualquiera de los acantilados que cierran, paradójicos, el tranquilo lago azul; ella guarda un difícil equilibrio. Diríamos imposible. Pero la seguridad de la escena es manifiesta. La joven no se despeñará. Al contrario, permanecerá en “ecstasy” mil años frente la atmósfera áurea que todo lo baña. La ingrávida vestimenta de diosa, tan semejante a las alborotadas sábanas de Alejandro que ahora le medio cubren; las aristas de las rocas escarpadas a su espalda; los brazos alzándose abiertos para permitir a esas manos purísimas recoger sin presión las raíces de la ondeante cabellera... Y el azul... Sobre todo, el azul protector. Idéntico a aquel otro azul que amparaba al observador el día en que conocimos al oficinista.

Si buscas un poco entre los libros amontonados en la esquina derecha, según se mira al mar, encontrarás uno cuya portada, curiosamente, se ilustra con la misma imagen descrita de M. Parrish. “La mujer araña”, reza su título. Él no lo ha leído todavía, pero lo cierto es que la imagen descrita le encanta. Quizás por eso, hace ya años que ese libro le acompaña sin llegar a abrirse. Y lo cierto, también, es que ese libro lo compró justamente por la portada. Esto sucedió antes de que le reclamase a su exmujer la descrita litografía. De hecho, es lo único que le pidió la primera vez que se reencontraron: la litografía de la mujer complacida ante el abismo amaneciente. No preguntes ahora cómo sucedió ese reencuentro, pues tenemos que conseguir en este momento que te fijes en el hecho de que Alejandro está solo en la cama. Entonces ¿Dónde están ellas? ¿Dónde están Serena y Amartela? Pues están en la terraza. Salieron a ella en cuanto el sol besó cálidamente las baldosas de barro salmón. Desde donde nos hallamos se las ve mirando al mar.... Mejor dicho, ya sabes, en singular: se la ve mirando al mar. Vista desde atrás, tan solo lleva puesta la camisa de algodón blanco de Alejandro, resulta sugestiva. Incitante. Quizás Serena se da un cierto aire con la mujer araña.

Por como gesticula y mueve sus labios, sabemos que Serena y Amartela están iniciando una conversación. Así que es mejor que la escuches, es decir, que las escuches.

 

Amartela. - Ha sido fantástico. 

 

Serena. - Lo ha sido. Para mí, lo ha sido. No para ti... (afila la mirada e intenta averiguar qué tipo de embarcación salpica el horizonte).

 

Amartela. - ...No resultará. 

 

Serena. - Lo sé. 

 

Amartela (entristecida). - Por mi culpa. 

Serena. - Sí, yo podría compartir. Pero me he dado cuenta de tu angustia y tu desconcierto al comprender que Alejandro ya no necesitaba “sentir” tu presencia para realizarse, sólo conmigo, mediante mi cuerpo. 

 

Amartela. - Me ha dolido profundamente... ¡Qué diferente es vivir que teorizar!... Ahora resulta que tú estás mucho más preparada que yo para esto... 

 

Serena (tras morderse los labios). -  Cuando parecía que llegaba el amanecer, de nuevo el crepúsculo... ¿Qué podemos hacer? (entristecida.) … Otra vez tengo miedo. 

 

Amartela. - Yo también empiezo a entender muy bien esa palabra ¡Miedo!... Pero ya es imposible que vuelva atrás. Así, no tendré más remedio que afrontar… 

 

Serena. - ¿No crees que puedes darnos más tiempo? ¿Seguir intentándolo? Por lo que me has contado sé que el fracaso no es nuevo para ti. No puedes sorprenderte… Tal vez será un error ¡para todos! El que te rindas. Sabías que no sería fácil. Ya otra vez abandonaste a Alejandro… Por dolor y otras razones… ¿No? No vuelvas a tirar la toalla… 

 

Amartela. - No podría soportar de nuevo lo de esta noche… Me siento absolutamente frustrada… 

 

Serena. - Te creía mucho más fuerte… (sin tono de reproche.) Tal vez tan sólo estés en una de esas fases de retroceso o dolor de las que nos hablabas el otro día… Recuérdalo, me quedé con la copla. Dijiste: “Necesitarás desarrollar la fuerza interior que te permita en los malos momentos percibir la grandeza del guerrero irreductible… Y darte cuenta de que esa fuerza interior hunde sus raíces en un más allá sagrado e inconmensurable…” ¡Aplícatelo! ¡Te ayudaremos! 

 

Amartela. - Mira (le hace entender que desea que coja el libro “Respuesta a Job” de C.G. Jung, que ayer leía Alejandro, y que ahora yace abierto y bocabajo sobre la mesita de la terraza). Lee el subrayado por favor. 

 

Serena (quita el punto y lee en voz baja el subrayado. ). -“…lo mejor es acordarse de San Pablo y de la escisión de su conciencia; San Pablo, de una parte, se siente a sí mismo como apóstol llamado e iluminado directamente por Dios; de otra, se siente como hombre pecador, que no es capaz de escapar al aguijón de la carne, ni al ángel satánico que le atormenta. Esto significa que aún el hombre iluminado sigue siendo el que es, y que jamás pasa de ser un yo limitado frente a aquel que en él habita, cuya figura no tiene límites cognoscibles, que le rodea por todas partes, profundo como los fundamentos de la tierra y vasto como el cielo”.  

 

Serena y Amartela. - (permanecen en silencio unos instantes tras los cuales se reabren los turnos de palabra)

 

Serena (pensativa). - No lo entiendo.

 

Amartela. - (no le contesta, pero busca alternativas)

Serena. - ¡Que no lo entiendo! te digo. Haz un esfuerzo. 

 

Amartela (vencida y algo alterada). – Significa que el que está en una parte no es el mismo que está en todas… ¿Vale así? 

 

Serena (estirándose como “la mujer araña” y adquiriendo un digno tono pasota, un tanto herido). - Pues así algo pillo… (bruscamente se vuelve a poner seria y se inclina apoyando, sólidamente, los codos sobre la “balaustrada” de piedra y dejando que las palmas de las manos reciban comprensivas a sus desafiantes mandíbulas). Pero ¿qué hacemos? (añade).

 

Amartela. - Sobre todo nos tenemos que sentir libres. No podemos permitirnos no tener escapatoria… Si no podemos elegir en cada momento, se acabó el crecimiento… Se acabó el interés. Necesitamos reaccionar ahora. Sin reacción… Adiós la esperanza. 

 

Serena. - Bien… Pero ¿qué hacemos? 

 

Amartela. - ¡Matémosle! ¡Y yo me quedo con su cuerpo! 

 

Serena (pegando un brinco). - ¡Nooo! ¡Qué dices! ¡Le quiero! …Demasiado bien me has grabado el amor que siento por él… (el pequeño grito despierta a Alejandro que sigiloso se levanta y se aproxima no pudiendo menos que pegar la oreja con curiosidad).

 

Amartela. - ¡Es broma, mujer!... Antes te mataría a ti… 

 

Serena (tranquilizándose). - Eso sí que lo creo… (nota que Amartela se ríe sanamente en su interior.)

 

Amartela. - De verdad no sé qué podemos hacer… Cualquier solución me parece mala. Me siento frustrada por haber conducido las cosas de esta manera… Pero estaba tan ilusionada… ¡Lo estoy aún!... Y tampoco podía hacer las cosas de otro modo… ¡Y me siento tan avergonzada de no poder enfrentar unos miserables y vulgares celos! 

 

Serena (tierna, rascándose el brazo izquierdo). -  …Yo una vez vi un telefilme americano, en el que un chaval le preguntó a su padre: “Papá ¿Se puede estar enamorado de dos personas a la vez?” … Y el padre le respondió: “Y de diez… ¡Pero no es práctico!” 

 

Amartela. - ¡Ojalá hubiera tenido el conocimiento que me ha dado esta experiencia muchísimo antes…! ¡Cuántos se habrían beneficiado! 

 

(De repente se oye un estruendo ultramundano. Serena brinca horrorizada y se golpea contra Alejandro que ya se halla a sus espaldas. Lo hace con tal fuerza que éste pierde el equilibrio. Ambos se caen al suelo y con ellos, Amartela. Enseguida Alejandro las abraza protegiéndolas de no se sabe qué… Se escucha entonces un coro de voces hablando al unísono. Es el coro de voces de las fuerzas supranaturales)

 

Coro de voces (dirigiéndose a Amartela). - ¡Por fin lo has entendido! (sobresalen las vibraciones gozosas de Renovación).

 

Amartela. - ¿Qué hacéis aquí, vosotras? ¿Que lo he entendido? ¿Qué se supone que tengo que haber entendido? (vibraciones entrecortadas) ¿Habéis venido a buscarme? 

 

Coro de voces (No contestan a las primeras preguntas). -  Creíamos que tardarías mucho más… Estaremos encantadas de llevarte de nuevo a casa. 

 

Amartela (contrariada, rabiosa y amargándose por momentos). -¿Ahora mismo? 

 

Coro de voces (autoritario y tajante). - ¡Ahora mismo!

 

Amartela (implorante de repente y sabiéndose sin escapatoria). - ¿Podré volver de vez en cuando…? ¡Tenemos que escribir el libro! ¡Renovación: el libro! ¿Recuerdas? 

 

Renovación. - Espera un momento… (las fuerzas se retiran a consulta a petición de Renovación y vuelven inmediatamente. Se oyen de fondo las metálicas risas de Perversa).

 

Amartela (vibración suplicante). - ¿Qué? 

 

Coro de voces .- Que sí. No más de cuatro días. 

 

Renovación.- Tú elegirás el momento, pero yo te acompañaré y me encargaré de los procesos de transmutación… Además, os echaré una mano con el libro. 

 

Amartela (sometiéndose. Se dirige a Alejandro y a Serena). -Aceptadlo. Seguro que pronto entenderemos que esto es lo mejor que llegados a este punto nos podía pasar. Alejandro, estoy segura de que ya no me vas a añorar… Te quedas en las mejores manos. Además, pronto nos veremos. Ya habéis oído.

 

(Alejandro abraza a Serena y la besa con sentimiento profundo que roza la reverencia. Piensa en Amartela cuando lo hace y Amartela lo sabe. Cuando el beso cesa, Serena se queda ausente contemplando a Alejandro… Pero en realidad está sintiendo y correspondiendo al amoroso abrazo interior de Amartela.)

 Coro de voces (Imperativo).- ¡Se hace tarde! (Serena siente como Amartela abandona su cuerpo al ser absorbida desde el coro de fuerzas… Al cual acaba por unirse).

 

Coro de voces (Sobresaliendo ahora la voz de Amartela).- El paraíso os está buscando… Vendrá con mil formas, vendrá con mil rostros, vendrá en mil tiempos… Siempre dejad entrar al que dentro espera. (las presencias desaparecen. El día vuelve a sí mismo. Alejandro y Serena cogidos de la mano miran el cielo.)

 

Serena. - ¿Por qué se la han llevado, Alejandro? (aguantando el llanto) ¿Qué creen que ha entendido? 

 

Alejandro (igualmente lloroso). - No me siento capaz de hablar ahora, Serena. 

 

Serena (le aprieta las manos y también le ruega con la mirada). - Sólo dime si lo sabes. 

 

Alejandro (enigmático y traspuesto). - No. No lo sé… Pero quizás se la llevan porque la quieren más que nosotros mismos… Y la retiran del mar de los vivos como tu retirarías de golpe a un bebé al que enseñas a nadar, si vieses que se le viene encima una ola que se lo va a tragar… O quizás, simplemente,  se trata de que les preocupa tener que repartirse entre ellas el trabajo que Amartela está dejando sin hacer desde que partió de su mundo originario…

 

Serena. -Pero ¿qué creen que ha comprendido Amartela? 

 

Alejandro. – Eso sí que no lo sé… Tal vez crean que ha entendido… que por conseguir lo principal no debemos dejar que nos mate lo secundario… Que aunque no sea tan rápido, es mejor bajar por la escalera que tirarse desde la azotea… Que se puede ser buen director de orquesta y fatal violinista… Que al dolor hay que darle el tiempo necesario para que pueda convertirse en algo precioso… ¡Qué se yo lo que pueden haber creído que Amartela ha entendido! 

 

Serena (con apariencia franca y segura…pero sobre un fondo anímico quebrado). - ¡Bah! ¡No Alejandro!... Yo creo… Yo creo… ¡Que todo ha sido un montaje! ¡Desde el principio! En realidad, Amartela ha hecho un espléndido trabajo… ¡El mejor! Sólo ha pretendido unirnos y ¡lo ha conseguido! (Serena mira ahora a Alejandro apasionadamente)

 

Alejandro (desconcertado, la mira alucinando… Pero encandilado. Comprende su delirio y no osa contradecirla).- Entonces… nunca hizo Amartela mejor trabajo… (susurra afectado, siguiéndole compasivamente la corriente).

 

Serena (mirando el cielo. Grita).- ¡ Amarteeeela, Nunca hiciste mejor trabajo…! 

 

(Se miran. Él se pellizca. Ella se pellizca. Compartiendo una llorosa sonrisa, se pellizcan el uno al otro. Se abrazan. Parece que ahora Alejandro quiere decir algo, pero Serena le tapa tiernamente la boca a la vez que lo empuja hacia la habitación. El sol no se detiene y se hace evidente que la embarcación que sobrevuela el horizonte es un fascinante y enorme velero de amplias alas blancas desplegadas).

 

 

Fin

 

 

 

Nota del autor

 

Los fragmentos correspondientes al diario de Emilio se han tomado del “diario del frente ruso” que escribió mi padre, Rudesindo Cabeza Colunga, durante la contienda (División azul. Frente de Leningrado. “2ª G.M.”)

En muy pequeña medida se han reescrito para facilitar su adaptación al “Oficinista enamorado”, pero se ha respetado íntegramente su espíritu.

 

 

El teniente Rudesindo Cabeza Colunga cruzó la frontera de Irún el 23 de septiembre de 1941 en Expedición Independiente, siendo destinado el 21 de octubre a la 5ª Batería del II Grupo  del Rgto. de Artillería 250. 
El 15 de abril de 1943 causa Baja por Repatriación, cruzando la frontera el 5 de mayo con el 12º Bón. de Regreso.

 

Fuente: Memoriablau.es

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


[1] “Els alts espais són l’aventura que solament ton cor Atreu…”

Guillem Colom “Cançó de l’hostessa”. Son Boronat (Mallorca) 1953.

 

 

 

 

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Miguel Cabeza