La confesión

19.04.2021 09:43

-Sí, ya puede empezar con su declaración. En cuanto se encienda la luz roja…

-Estoy preparado…

-Listo. Cuando quiera…

-He traído el texto escrito. ¿Importa si no improviso?

-No, No… Adelante.

 

-       “No me podía creer lo que estaba pasando. Su abogado me acababa de llamar para contármelo. Se trataba de Amelia. Mi mujer. La habían soltado y volvería a casa.  Sabía que no debía encontrarme con ella. Todavía la amaba y no deseaba volver a tenerla delante. No soportaba, a pesar de tanto amor, que volviese a remover mi vida.

Corrí a la guardería y recogí a nuestra pequeña. Tenía el tiempo justo para improvisar la partida. Cuando la tuve en el coche, dispuesto para el viaje a Dios sabe dónde, sonó el móvil: de nuevo su abogado. Se trataba de un error, me dijo. Amelia debería continuar con la pena prevista. Inconcebible. No quise saber nada más. Le colgué en ese mismo instante.

Circulé unos cinco kilómetros y aparqué junto a los jardines del lago. Compré un helado para la nena y me recosté sobre un banco de madera para contemplar las tranquilas aguas sin dejar de vigilar sus juegos. Intenté pensar, pero mi mente no consiguió liberarse de la plomiza blancura que ocupaba mi cráneo. Sabía a ciencia cierta que mi mujer era inocente. Ella no mató a mi amante. Retomar esta certidumbre me alivió y, al poco, me sorprendí a mi mismo replanteándome las cosas: me dije que quizás no sería tarde para recuperar nuestra vida, que huir no era una opción, que debería ser fuerte, apoyarla y esperar.

Eso es justo lo que he hecho desde entonces, permitiendo que cada día, durante los últimos veinte años, me atormentase mi incapacidad para confesar la verdad... Sé que es demasiado tarde, pero me queda poco tiempo de vida y Amelia todavía podría tener mucho tiempo para jugar con sus nietos”.

Share |

Volver

Contacto

Miguel Cabeza